REZO PARA QUE ME OLVIDES 34
—Si fueras el escritor fantasma del Primer Ministro, sería un ascenso monumental. ¿No sería maravilloso postularte para ese puesto, aunque sea a través de intermediarios?
Así tendrías más dinero, más raciones... y los beneficios materiales que llegarían por otros canales serían abundantes.
—Podrías preguntarle al alcalde o al párroco si conocen a algún oficial de alto rango de confianza.
Pero Johann negó la cabeza sin pensarlo siquiera. Ni un segundo de duda.
En realidad, mi deseo de que él ascendiera no se debía solo a nuestra pobreza. Había una razón mucho más importante para no dejar escapar esa oportunidad.
—El Mayor dijo que la forma más fácil de convertirme en una viuda era volver a enviarte al frente.
Es decir: la vida de Johann.
—Ahora que estás curado, podría mover sus hilos para devolverte a la guerra. A ese tipo le sobraría crueldad para hacerlo.
Pero si Johann se convertía en un protegido del Primer Ministro, ni el Mayor con todas sus influencias podría arrastrarlo de vuelta al infierno. Aunque Johann entendía mi preocupación, seguía mostrando cero interés por el puesto.
—No te inquietes, Rize. No dejaré que me lleven y te abandonen.
¿Acaso tenía otro plan? Pero incluso así, no lograba comprender su indiferencia.
¿No era trabajar para el hombre más poderoso del país el sueño —y orgullo— de cualquier ciudadano? Por humilde que fuera Johan, nunca imaginé que careciera tanto de ambición.
—¿Quieres que lo mate? Si lo deseas, puedo hacerlo.
Creí que era capaz de cualquier cosa por protegernos. ¿Acaso eran solo palabras vacías?
—Rize, jamás le des mis escritos a nadie. Y si él pregunta por nosotros, no respondas con tanta docilidad. Si sospecha algo raro, avísame.
Justo le conté cómo el Mayor soltaba teorías absurdas sobre nosotros: que éramos un matrimonio saqueado o una madrastra y su hijastro fugados por amor. Johann, tras escuchar con seriedad, terminó riendo.
—Está completamente equivocado.
—Quizá el Mayor lee a escondidas esas novelas cursis de periódico.
—O tal vez escribe bajo pseudónimo.
Me imaginé al Mayor publicando basura con un nombre como "Lila Cristal" y solté una carcajada. Reímos juntos de sus elucubraciones.
—Johann... ¿verdad que no somos madrastra e hijastro?
—Entonces, ¿Cómo explicarías que nos conocimos de niños?
—Un primer amor robado... Ah...
La sonrisa se desvaneció del rostro de Johan en un instante. Ahora que lo pensaba, aunque fuera una broma, había convertido a su padre en un hombre extraño que robaba el primer amor de su hijo. Claro que le molestaría.
—Johann...
—¿Dónde está tu collar?
Intenté disculparme, pero él señaló mi cuello con la mirada y preguntó.
—Ah... Lo dejé en casa.
Era solo una cuestión de ánimo, pero por si acaso, me lo había quitado antes de limpiar el sucio dormitorio del Mayor, no fuera que la brillante gargantilla de plata se manchara. En el ajetreo, olvidé ponérmelo al salir.
—Por favor, llévalo siempre cuando estés conmigo, mi amor.
—Lo haré.
—Pero... ¿qué es esto?
Johan volvió a sonreír y señaló el tarro de postre.
—Crema mezclada con mermelada de frambuesa.
Johann abrió el frasco y me lo acercó con una cucharita. Lo empujé de vuelta entre los dos y le obligué a tomar otra cuchara.
—Compartámoslo. Con dos cucharadas ya me empalago, no puedo terminarlo sola.
A él nunca le gustaron los dulces tan grasosos. Si el propósito era solo adornar el almuerzo de Profesor Lenner, no hacía falta que lo comiera, pero tras probar dos bocados, insistí en que él terminara el resto. Por preocupación.
'Últimamente parece más delgado'
Si ya empezaba a adelgazar, para finales del invierno estaría peor. ¿Y acaso mejorarían las cosas en la mesa cuando el invierno terminara?
—Falta mucho para que acabe el invierno, más para que termine la guerra.
Mentiroso.
Sin darme cuenta, repetí las palabras del Mayor. Era obviamente una mentira, pero no debía dejarme arrastrar por ella.
Miré por la ventana del aula donde los niños jugaban y busqué esperanza en lugar de desesperación. Los padres aún enviaban a sus hijos a la escuela para aprender, los maestros aún venían a enseñar. Todos continuaban sus rutinas con calma, como si nada ocurriera.
Aunque en el momento en que llegaran los bombarderos, todo se...
—¡Ah!
Me sobresalté, escapando de mis pensamientos siniestros. Todo por la cuchara que apareció en mi boca: Johan me dio la última porción de postre mientras yo estaba distraída.
—Traje esto para alimentarte a ti...
—Pues no deberías haberte despistado.
Johan guardó la cuchara y el tarro vacío en la cesta y preguntó:
—¿En qué pensabas tan concentrada?
—Ah... Solo miraba a los niños jugar fuera.
No era mentira. Pero para ocultar mis reflexiones, cambié de tema:
—¿Cómo fue tu primera clase?
—Aprobé por los pelos.
Johann respondió como un alumno examinado, no como el profesor, rió.
—Para ser niños de primero y segundo, son tranquilos y obedientes.
Aunque esta era la única escuela para los tres pueblos de Eisenthal, no había suficientes alumnos para separarlos por grados, así que primero y segundo compartían aula.
—Ah, en nuestra clase está la hija menor de Señora Bauer.
—¿En serio?
La menor tenía seis años, era de primero.
—Cuando entré, dijeron: "¡Es Señor Johann, el profesor nuevo!" y se alborotaron al principio.
—Qué tierno. Pero...
¿Nuestra clase?
—¿No dijiste que solo darías escritura a los grados quinto al décimo?
—Eso pensaba, pero el director me pidió que también me hiciera cargo de primero y segundo.
—Ah... Supongo que faltan maestros.
Quizás esto estaba predestinado desde el momento en que lo asignaron a esta escuela. En un colegio rural con pocos cursos, tener un profesor por materia era un lujo imposible.
Además, descubrí que la maestra original de primero y segundo había renunciado apenas supo que el cuartel militar y el gobierno se instalaban aquí, había vuelto a su pueblo. Así que, antes de Johann, el director y otros profesores se turnaban para dar esas clases.
No exageraban cuando decían que Johann era su salvador.
—Así que al final también enseñaré otras materias. Desde lectura y religión... hasta geografía.
Las dos primeras eran esperables, pero ¿geografía también?
—Será agotador.
—A cambio, el salario y las raciones aumentarán. Quizá fue ayuda divina. Si el director no me cargó también matemáticas y ciencias, es un milagro.
Me encanta cómo Johann convierte hasta el agotamiento en una broma.
—Profesor Lenner podría enseñar arte...
—Señora Lenner, por favor no le dé esa idea al director... a menos que quiera ser viuda.
Hace un rato me decepcionó su falta de ambición, pero esa honestidad silenciosa, haciendo su trabajo sin quejarse, es parte de su encanto.
Seguimos charlando después del almuerzo y salimos de la escuela con solo diez minutos libres. Con acompañarme hasta la puerta bastaba, pero Johann insistió en llevarme a casa.
Cinco minutos caminando. Con menos de diez para la siguiente clase, tendría que correr de vuelta. Eso no podía ser.
—Johann, no soy una de tus alumnas de primer grado.
Al final cedí, pero él se mantuvo firme en cruzar la calle conmigo.
Una vía de dos carriles por donde pasaban carruajes y, a veces, vehículos militares. Hoy estaba vacía. Al dejarme a salvo al otro lado, murmuró:
—Has tenido un día duro. Yo cocinaré esta noche. Descansa: duerme una siesta, no hagas nada.
Pero había dejado la cocina hecha un desastre al preparar el almuerzo. Él siempre lee mi mente.
—Deja los platos. Yo los lavaré. Y ni pienses en fregar la olla de hierro. Es mi tarea.
La última vez que la usé sin él, me regañó. "Si siempre cargas tú lo pesado, ¿cómo esperas que mis brazos sean fuertes para cortar leña diez veces?", decía.
—Prométemelo, Rize.
—¿Y si no cumplo, Profesor Lenner?
—Te daré un castigo atroz.
—¿Me pondrás sobre tus rodillas y me golpearás el trasero?
—Eso sería muy indulgente para tus travesuras.
—¿Entonces... no podré salir de la cama todo el fin de semana...?
—Te haré copiar la Biblia cincuenta veces. Del Génesis al Apocalipsis.
—...Profesor Lenner, es usted despiadado.
Aun después de que lo llamara así, sus ojos se curvaron como lunas llenas, disfrutando cada palabra. Esa boca despiadada sonrió y selló mis manos con dulces besos, una y otra vez.
Vaya pésimo profesor.
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