RPQMO 30









REZO PARA QUE ME OLVIDES 30



Podrías destrozarme por completo.

En algún momento entre los embates frenéticos, cuando ya no podía contenerlo con los músculos tensos del vientre, esa expectativa ansiosa se convirtió en puro terror.


—¡Hah…! N-no… Johann… Basta…

—Shh… Está bien. Va a sentirse bien.


Johann atrapó mis manos temblorosas que intentaban empujarlo, sin detener ni por un segundo el ritmo brutal de sus caderas.


—Pero…..


Tengo miedo.

La idea de que terminara pronto ya había huido. Johan conocía demasiado bien cómo, cuando el orgasmo se acercaba con furia, yo me aferraba al borde del pánico en lugar de huir.


—Rize.

—Mmm…

—Vamos.

—No quie...

—Ahora.

—¡Ahhk!


Sus dedos presionaron el nudo sensible que sobresalía entre mis piernas, abiertas y vulnerables por su tamaño. Un shock eléctrico de placer me hizo arquearme.


—¡Ah! ¡No......!


Pero cuando giró ese pequeño botón con cruel precisión, un rayo de éxtasis me partió por la mitad. Todos mis músculos se relajaron de golpe. Y entonces......


—¡Ghk…!


En el clímax, cuando la ola es demasiado abrumadora, ni siquiera puedo gritar. Quedo paralizada, arqueada como un puente a punto de colapsar, jadeando como si el aire se hubiera vuelto veneno. Por suerte, esa muerte pequeña siempre termina rápido.


—Ahhh…...


Tan dulce y prolongado como el terror que lo precedió. Estaba a punto de sumergirme en ese paraíso perdido cuando.....




¡Boom! ¡Boom! ¡Boom!




Algo golpeó el suelo debajo de nuestra cama, arrancándome brutalmente de aquel sueño azucarado y devolviéndome a la cruda realidad de nuestro destartalado apartamento en las montañas.


—¡Absteneos de fornicación!




¡Boom!




Señora Becker había empezado otra vez con sus versículos bíblicos. Esta vez, acompañándolos con golpes de su bastón (o lo que fuera) contra nuestro piso.


—Todo otro pecado que el hombre cometa está fuera del cuerpo; pero el que fornica, contra su propio cuerpo peca.


Dios mío… ¿En serio? ¿No podía esperar un minuto más? Justo en el mejor momento.

El clímax se esfumó como agua fría arrojada sobre brasas. Donde hubo placer, solo quedó rabia.

No es que hagamos temblar la cama a diario.

Llevamos tres meses aquí y solo cuatro veces. ¡Y las últimas tres fueron tras semanas de abstinencia! ¿Ni en Navidad podía darnos tregua?

Si fuera por el ruido, lo entendería. Pero el problema de Señora Becker no es el ruido.


—¡Los fornicarios no heredarán el reino de Dios!


¡Gracias a la fornicación, yo sí estuve en el reino de Dios hace un segundo!

Me moría por decirlo, pero discutir con fanáticos es inútil. Y con la casera, aún más.

Resignada, intenté levantarme para lavarme… hasta que Johan me empujó suavemente hacia atrás.

¿Qué haces?

Mientras yo me preguntaba, él clavó una mirada exasperada en el suelo que seguía retumbando… y entonces hizo lo último que esperaba.


—¡Absténganse de fornicación!

—Para evitar la fornicación, cada hombre tenga su propia esposa, cada mujer su propio marido.


replicó Johan con otro versículo.


—¡Esto significa que el sexo entre esposos no es fornicación! ¡Viene justo después del versículo que usted cita! ¿Por qué lo ignora?

—Porque el que sufre en la carne, ha dejado de pecar.


contestó ella, cambiando de pasaje como si nada.


—¡En ningún lugar dice que buscar placer en el cuerpo sea pecado! ¡Distorsionar la palabra de Dios también es un pecado, señora!


Pero incluso un hombre piadoso como Johann no podía ganar contra una fanática. Señora Becker seguía escupiendo versículos sobre fornicación sin escuchar, cada uno más aleatorio que el anterior.

'Dios mío... ¿En serio dedicaste tantas líneas de tu libro sagrado al sexo?'

Gracias a ella, descubrí que la Biblia tenía más referencias al sexo que un manual de Kamasutra. Irónicamente, Señora Becker parecía conocer cada una.


—¡No te acuestes con rameras mientras tu esposa vive!


Y sin embargo, yo era la "ramera" para ella. Como si estuviera regañando a Mayor Falkner, que ni siquiera estaba allí.

Todo el valle debe saber ya que el Mayor me llama a su habitación con frecuencia. Algunos nos compadecen, otros asumen que lo seduzco.


—¡Dios aborrece a los adúlteros!


Quizás algunos creían que había dormido con él. Pero no pensé que Señora Becker fuera una de ellos.


—¡Nunca me acosté con ese hombre!


No pude evitar gritarlo.


—¿No sabes que Dios también detesta la lengua mentirosa?

—¡Esa lengua también miente!


Fue entonces, bajo su acusación, que entendí lo que no había notado esa mañana:

Las miradas.

Tan ocupada estaba pensando en escapar del dormitorio del Mayor que no presté atención a los ojos que me seguían.

Soy una mujer que salió de una habitación cerrada con un hombre semidesnudo. ¿Quién creería que solo estaba limpiando?

'Los soldados que me vieron entrar hoy... deben pensar que lo hice con él.'

La injusticia me ahogó. Y lo peor era que no podía hacer nada.


—Snif... Nunca hice nada que Dios odie...


Delante de Johann, debí haber sido fuerte. Pero las lágrimas cayeron solas. Él me abrazó con fuerza, murmurando:


—Lo sé, mi amor. Dios también lo sabe.


Su voz era calmada, pero noté cómo sus manos y su mandíbula apretada temblaban. Johann estaba furioso. Nunca lo había visto así.


—Johann......


En el momento en que lo agarré con fuerza, temiendo que fuera a hacer algo desesperado, Johann trazó una cruz en mi espalda y murmuró una oración:


—Dios mío, perdóname por lo que estoy a punto de hacer.


¿Qué iba a hacer para necesitar perdón de antemano? Un presentimiento helado me recorrió cuando, de pronto, su voz retumbó contra el suelo:


—Señora Becker, ¿concibió a su hijo en el sótano por obra del Espíritu Santo?


El silencio que siguió fue absoluto.

Incluso yo me quedé paralizada. Era algo totalmente impropio de Johann. Cuando al fin exhaló, la casa entera pareció contener la respiración.

Me acostó suavemente en la cama, sus ojos llenos de una ternura feroz mientras me acariciaba la mejilla:


—Señora Becker no volverá a difamar a mi esposa. Así que, amor mío, olvida las palabras de esa bruja.

—...Gracias.


Después de un beso lento, añadió con una sonrisa pícara:


—Retomemos donde lo dejamos.




¡Crak! ¡Crak! ¡Crak!




La cama volvió a sacudirse. Esta vez, ningún versículo bíblico interrumpió.

Ya no estaba de humor, pero los dedos de Johann me convencieron de lo contrario.


—¡Ah, Johann! ¡Así…!


Reconstruyó en segundos la torre de placer que Señora Becker había derribado. Solo recordé una cosa en medio del éxtasis:


—¡Mmmf!


Tapar mi propia boca.

No quiero que mis gemidos lleguen al sótano donde el hijo de Señora Becker se esconde.
















⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
















Día siguiente



Tok. Tok.



—¿Señora Becker?


Apareció en nuestra puerta al amanecer, el rostro tenso. Pero en lugar de una orden de desalojo, me extendió un saco de azúcar.


—Toma.


El azúcar era más valioso que el oro en esos días. ¿Por qué nos lo daba?


—Es para que cierres la boca. Yo también lo haré.


Era un soborno.

El precio del silencio por la vida de su hijo.

Porque en el sótano de esa casa vivía un desertor.

Señora Becker nos espiaba cada vez que salíamos, no por nosotros, sino por miedo a que descubriéramos su secreto.

Pero Johann ya lo sabía.

Su pregunta de anoche no fue una burla:



'¿Concibió a su hijo por obra del Espíritu Santo?'



Era una amenaza velada:



'Si vuelves a insultar a mi esposa, denunciaré a tu hijo'

Si te gusta mi trabajo, puedes apoyarme comprándome un café o una donación. Realmente me motiva. O puedes dejar una votación o un comentario 😁😄


Publicar un comentario

0 Comentarios