En el jardín de Mayo 50
Las esposas de los militares medían su estatus según el rango de sus maridos.
Entre ellas, quien no lograba ganarse el respeto ni de superiores ni de inferiores, quedaba relegada al ostracismo. Y si por alguna razón te vinculaban a River Ross, ya fuera por engañar a tu amante o huir embarazada... el escándalo caía exclusivamente sobre tu cabeza.
Tal como anticipé, era mejor que me vieran como una mujer libertina.
Como Lady Lowell, expulsada de la alta sociedad por acostarse con tres hombres a la vez, señalada con el dedo hasta pasados los cincuenta, sin una sola propuesta de matrimonio.
—'Nadie se burla del hombre que compra una prostituta. Pero el que se casa con una, siempre será objeto de mofa'
decía una entrevista de Lady Lowell que Vanessa había leído en una revista.
Esas palabras, cargadas de una aguda comprensión del mundo, se le quedaron grabadas. Desde entonces, Lady Lowell se convirtió en una especie de pionera para ella.
—¡Se pinchará, señorita!
Mary le arrebató el bastidor de bordado de las manos, que Vanessa sostenía distraídamente.
—Termínelo en el coche. Yo lo sostendré.
Con destreza, Mary cortó el hilo con los dientes, hizo un pequeño nudo pulcro y lo preparó para continuar después.
—Gracias, Mary.
Vanessa recostó su cabeza pesada por el mareo contra el asiento y exhaló. Llevaba tanto tiempo sin bordar que avanzaba con lentitud exasperante. Aún no había rastro del broche y los gemelos que le robaron el carterista.
No quería perder la esperanza, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados. La semana que viene era el cumpleaños de los gemelos. Por eso había comprado pañuelos e hilos bonitos.
—Ese es el famoso puente levadizo de Kingston.
La voz de Almon la sacó de sus pensamientos.
—Una vez pasado, estaremos en Essex. La señorita ya vino antes con el señor, ¿verdad?
—...No. Es mi primera vez.
El nombre del lugar desenterró recuerdos que había intentado suprimir. No muy lejos de aquí, sus padres habían tenido el accidente.
El carruaje de sus padres había quedado atrapado bajo un viejo puente de carga, usado por los estibadores. Los policías a cargo del caso murmuraban cosas que Vanessa aún recordaba:
'Si alguien los hubiera encontrado a tiempo... Ese día de festival, cuando todos se habían ido... Fue mala suerte'
—¡Dios mío! ¡Almon, adelante!
El grito de Mary la sobresaltó. Los faros del automóvil iluminaban anormalmente un callejón oscuro. Y en el centro de esa luz cegadora, un vagabundo estaba de pie con los brazos abiertos.
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Por un instante, el tiempo pareció fluir de manera aterradoramente lenta.
¡Chiiii!
Los neumáticos frenaron bruscamente con un sonido ominoso.
Mary gritó aterrorizada.
El coche se tambaleó de un lado a otro de forma inestable.
Y aquellos ojos negros del vagabundo, abiertos de par en par, la miraban fijamente…
En el momento en que Vanessa percibió el inestable miedo y la inquietante euforia en su mirada, instintivamente se cubrió el rostro con ambas manos y soltó un grito desgarrador.
—¡Aaaah!
De pronto, el tiempo recuperó su velocidad normal y la realidad se precipitó sobre ella.
¡Chiiii!
Los neumáticos rechinaron con violencia.
Su cuerpo se proyectó hacia adelante.
¡Bang!
Un impacto seco sacudió el coche, haciéndolo temblar como si fuera a volcarse.
Vanessa intentó aferrarse al asiento delantero para amortiguar el golpe, pero su cabeza se estrelló contra algo con fuerza y sus manos se soltaron.
El coche giró sobre su eje media vuelta antes de detenerse por completo.
Desde el capó abierto, una densa humareda comenzó a elevarse.
Mary, tosiendo, se arrastró por el suelo hasta sujetar el brazo de Vanessa.
—¿Está bien?
—Sí… estoy bien. ¿Y tú?
—También… pero, Dios mío, su nariz está sangrando… Use esto.
—¿Qué acaba de pasar?
—Un loco se lanzó de repente frente al coche. Voy a ver qué ha pasado, quédese aquí.
—No… tengo que verlo con mis propios ojos.
Vanessa se limpió la sangre con un pañuelo y salió del coche apresuradamente.
No era una ilusión: aquel hombre claramente había bloqueado su camino a propósito.
Reconocía este coche.
Mary gritó algo a sus espaldas, pero Vanessa no la escuchó.
¿Era solo una corazonada? ¿O un presentimiento?
Estaba convencida de que ese vagabundo intentó decirle algo.
Justo cuando se acercaba a él, Almon, el chófer, salió del auto y la detuvo con expresión alarmada.
—Señorita, por favor, vuelva al coche. Es peligroso.
—El accidente ya ocurrió, ¿qué más peligro puede haber?
—Parece no estar en sus cabales. Si se queda en el coche…
—¡Dios mío, Almon! ¡Ese hombre está herido!
El vagabundo seguía tendido en el suelo.
A su alrededor, la gente solo lo observaba de reojo, sin intervenir.
Nadie quería involucrarse.
Los vagabundos solían morir en peleas entre ellos o causar problemas como este.
Era mejor mantenerse al margen.
Vanessa empujó al chófer y se acercó al hombre.
El joven no había perdido el conocimiento y gemía de dolor.
Un hilo de sangre le corría por la frente, pero por suerte, Almon había girado el coche a tiempo, evitando heridas graves.
Sin importarle que la sangre manchara su ropa, Vanessa lo ayudó a incorporarse.
—¿Puede moverse?
—Agh… ugh…..
El hombre gimió, sujetándose la pierna rota como un animal herido.
Su pupila negra estaba vidriosa, como si su mente estuviera nublada por el impacto.
—Almon, necesitamos un médico. Está peor de lo que parece.
—¿Un médico? Pero…
—¿Y si muere? No hay tiempo, date prisa. Si pide dinero, dale esto.
Vanessa se quitó un pendiente con un pequeño diamante y lo puso en la mano de Almon.
—Señorita, esto es…
—Era de mi madre.
—Dios santo…
—Es propiedad de los Somerset. Solo es un préstamo. Dile que no lo venda. Iré a recuperarlo en unos días.
Sabía que era una locura, pero no tenía otra opción.
En pueblos como este, los médicos eran lentos para moverse…
El apellido Somerset, en cambio, era mucho más rápido.
—Me quedaré con él hasta que llegue el médico.
—…De acuerdo. Hable con él para que no pierda el conocimiento.
—Mary, ve a esa tienda y consigue agua caliente. Y algunas toallas limpias. ¡Date prisa!
La criada, aturdida, reaccionó ante la urgencia en la voz de Vanessa y corrió hacia la tienda al otro lado de la calle.
Mientras tanto, el vagabundo se aferraba con fuerza a su vestido, como si fuera su única salvación.
Vanessa sintió un escalofrío al ver su rostro ensangrentado.
Pero se obligó a mantener la calma y le sostuvo la mano.
—No se duerma. Aguante un poco más. La ayuda está en camino.
—…Yo… no… eso…
—Está bien. Solo respire. Está perdiendo sangre, pero…
—No… puedo…
—¿Qué dice?
Vanessa inclinó la cabeza para escuchar mejor.
En ese instante, el vagabundo la sujetó con una fuerza inhumana.
Para ser un hombre herido, tenía un agarre brutal.
Vanessa se sobresaltó cuando su rostro se acercó repentinamente.
Sus dientes amarillentos y torcidos quedaron al descubierto.
Su cuerpo, cubierto de mugre y sudor rancio, despedía un hedor insoportable.
—Yo… lo recuerdo…..
Su voz era apenas un susurro, pero se volvía más nítida con cada palabra.
—La primera vez que escuché… ese sonido… corrí hacia él. El sonido de ese coche en el que vienes…
—¿Lo reconoce?
—Estoy seguro… es el mismo de hace siete años.
Los ojos de Vanessa se abrieron de par en par.
—Tengo buen oído. En la guerra… recibí una medalla por reconocer el sonido de los motores Tranjé.
El vagabundo tragó saliva con dificultad y continuó.
—Atrapé a un espía Tranjé, como tu amo… un cobarde traidor.
Un silencio denso cayó entre ambos.
—Si quieres que me calle… dame más dinero. Mi hijo está enfermo…
Los labios de Vanessa temblaron.
—Dame lo que quiero… y desapareceré.
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