REZO PARA QUE ME OLVIDES 31
—Dios mío, por favor, perdóname.
Había actuado como un hombre que no vive según la voluntad divina, por eso rogaba el perdón de Dios.
'¿Era realmente necesario llegar a esto?'
Mi corazón se agitaba al mirar el saco de azúcar que la señora me había obligado a cargar. Lo que podría haber sido un simple conflicto entre arrendador e inquilino se había convertido ahora en un negocio en el que nos jugábamos la vida. Todo por culpa de la guerra.
Yo no quería involucrarme con un hombre que no era mi esposo, pero la orden de reclutamiento forzoso me dejaba sin opción.
Johann quería vivir con rectitud, pero terminó haciendo cosas indebidas para proteger a su esposa.
Señora Becker, que incluso a los demás les imponía su moral de abstinencia, ahora traicionaba sus propias creencias para salvar a su hijo.
La guerra no permitía que nadie viviera según sus principios. Todos éramos víctimas.
—Señora, no tenía que darnos esto.
Aceptar ese azúcar sería como robar provisiones valiosas bajo coacción. Incómodo, devolví el saco. Johann, pensando igual, no objetó.
—Haremos lo posible por irnos pronto.
Johann le comunicó a Señora Becker la decisión que habíamos tomado durante el desayuno. Pero quizás hasta esas palabras sonaron a amenaza.
—No, no… No se vayan.
Señora Becker nos lo suplicó. Incluso ofreció reducir el alquiler, algo que ni siquiera habíamos pedido. Temía que, al marcharnos, denunciáramos a su hijo al ejército. Y ahora, nosotros también empezamos a temer que irnos solo empeoraría las cosas.
—Lo juramos por Dios: guardaremos silencio. Pero le ruego que deje de difamar a mi esposa sin pruebas.
—Yo también lo juro por Dios.
Finalmente, el trato incómodo se cerró: un saco de azúcar a cambio de un juramento ante Dios para guardar silencio.
No sabía qué pensaría realmente de nosotros la señora Becker, pero desde entonces, se volvió callada. Y ahora, incluso su silencio me inquietaba.
'Quiero irme de aquí'
Al final, hasta yo había terminado pensando como Johann.
⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
Pero el pensamiento no se tradujo en acción. Entre todas las razones por las que no podíamos irnos de allí, solo una cosa buena había ocurrido diez días después de aquel incidente:
El Señor Lenner volvía a dar clases.
Sin embargo, no pude despedir a Johann en su primer día de trabajo. Tuve que salir antes que él, porque Mayor Falkner me llamó al amanecer.
Esta vez también, el Mayor me citó en su dormitorio. Me quedé frente a la puerta cerrada, cargando mis utensilios de limpieza, esperando a que se abriera. La puerta solo cedió después de que cinco oficiales, cada uno yendo a sus respectivas áreas de trabajo, pasaran frente a mí.
Cruiiik.
La joven que salió, con el cabello despeinado y apenas recogido, era un rostro conocido. La misma mujer con la que me había cruzado la mañana de Año Nuevo.
—…….
—…….
Antes nos saludábamos con alegría, pero desde aquel día, solo intercambiábamos miradas incómodas antes de apartar la vista.
—Señora… Lenner…
Pero hoy no me evitó. Se acercó y me habló, con un rostro tan angustiado que parecía a punto de llorar. Sacó de su bolsillo un vale de racionamiento y me lo extendió.
—Tómelo.
—¿Por qué me da esto…?
—Se lo doy… pero, ¿podría prometer que no hablará de mí con nadie?
Era un soborno por mi silencio. Rechacé el vale, que sin duda era parte del pago que había recibido de Mayor Falkner.
—No se preocupe. Nunca he hablado de usted, y nunca lo haré.
—Señora Lenner, muchas gracias. Por favor, siga guardando el secreto.
—Pero hay algo que quiero pedirle a cambio.
—Dígame.
—Si corre el rumor de que yo… que tengo relaciones con el Mayor, desmientalo. Diga que solo soy la limpiadora. Nada más.
'Tú dices la verdad, yo la oculto'
—Simplemente diré que solo limpio la oficina por donde todos pasan.
Añadí una mentira más a ese trueque de verdades.
No por mi reputación, sino por Johann. Sería un desastre si él descubriera que limpio el dormitorio del mayor, que solo me llaman justo después de que el Mayor... se entretiene con una mujer.
—Por supuesto. Es lo mínimo que puedo hacer.
Cuando la mujer se fue, entré al dormitorio del Mayor, dejando la puerta abierta de par en par. Incluso coloqué un pesado balde para evitar que se cerrara. Que todos los que pasaran supieran que entre el Mayor y yo no ocurría nada indecente.
—¿Qué murmuraban ahí fuera? ¿Hablando mal de mí, quizá?
El Mayor yacía semidesnudo en la cama, cubierto solo por una sábana hasta la cintura. Preguntó con insistencia qué había hablado con la mujer, pero no me ordenó cerrar la puerta.
—No entraré mientras el Mayor esté aquí.
Mi resistencia durante el segundo llamado había dado frutos. Aunque ignoró mi primer pedido de no entrar cuando él estaba, al menos logré que aceptara dejar la puerta abierta mientras yo estuviera allí.
—Si no planeaban asesinarme, ¿qué razón tenían para susurrar? ¿Eh? ¿De verdad conspiraba para matar a un oficial, señora Lenner?
Al final, cedí ante su presión.
—Solo acordamos con esa joven fingir que no nos conocemos aquí.
Una media verdad.
—Ah, claro. Sería una vergüenza que corrieran rumores de que una dama frecuenta el dormitorio de un vulgar mayor del ejército.
Hice como si estuviera demasiado ocupada limpiando para responder, evitando su provocación. Aunque los pasos de los oficiales resonaban sin cesar en el pasillo, el mayor no parecía tener prisa por ir a trabajar. Me observaba fijamente.
—¿Ya corre el rumor de que te acostaste conmigo?
—…….
—Qué injusticia.
Quise gritarle que, si lo sabía, ¡entonces desmiéntalo!, pero las peticiones razonables solo funcionan con gente razonable. Me mantuve en silencio.
—Lady Rize, ¿quiere limpiar su nombre? Yo puedo ayudarla.
Hizo un gesto con la mano, ordenando:
—Quítese la ropa y súbase aquí.
Ya lo esperaba. Desde que metió la otra mano bajo la sábana para agarrar algo y moverlo, supe que volvía a burlarse de mí. Tras empezar a llamarme a su dormitorio, el Mayor había comenzado a pedir descaradamente acostarse conmigo. Solo pedir, nunca forzar.
Las primeras veces, no estaba segura y me preparé para lo peor: guardar distancia o esconder la pistola en mi bolsillo fue sabio, pero intentar razonar con él fue inútil.
—Usted dijo que no toca a mujeres casadas.
—Sepárate de tu esposo. Después de estar conmigo, vuelves con él. Así no sería adulterio.
—Cualquier relación fuera del matrimonio es pecado.
—Ajá. Entonces haré a Señora Lenner... Señora Falkner.
—Me niego.
—¿Ni siquiera un "qué honor"? Dietrich Falkner está dispuesto a casarse solo por acostarse contigo, y me rechazas así de fría.
—Guarde sus proposiciones para alguien que las aprecie.
Cuanto más me aferraba a la lógica, más absurdo se volvía él. Disfrutaba de este juego. Cuando lo entendí, dejé de responder. Hoy también, ignoré su orden y seguí barriendo.
—¿Te molesta que hablen mal de ti por algo que no hiciste? Si lo hiciéramos, al menos no sería mentira. ¿No?
Como no obtuvo reacción, se rió de su propio "ingenio". Pero cuando la ceniza de su cigarro cayó sobre la sábana, dejó de reír y lo aplastó en el cenicero.
Pensé que por fin se prepararía para trabajar, pero en lugar de levantarse, tomó un fajo grueso de papeles junto al cenicero: vales de racionamiento. Los tenía listos.
—Rize Einemann, ¿no necesitas raciones?
Los agitó frente a mí.
—¿Cuántos quieres?
—No las necesito.
Nada era gratis con él.
—Parece que aún no tienes suficiente hambre.
Hizo un sonido de disgusto y arrojó los vales a un cajón. Pero no se rendiría tan fácil.
Si te gusta mi trabajo, puedes apoyarme comprándome un café o una donación. Realmente me motiva. O puedes dejar una votación o un comentario 😁😄
0 Comentarios