Mi Amado, A Quien Deseo Matar 114
Aunque accediera, no creía que ese demonio cumpliría el sueño de Giselle. Su corazón, que ya había renunciado a lo mejor, se había conformado con un plan B: montarlo esta vez desde arriba, moviendo las caderas.
—Hay una forma de cumplir tu sueño.
El aliento húmedo y caliente que le rozó el oído confirmó que el hombre estaba completamente excitado, pero Giselle no confiaba en sus palabras.
—Pero a cambio…
Por supuesto. Así era un demonio.
Los demonios conceden deseos. Siempre con un precio.
Y el precio de un demonio nunca es barato. Cualquier cosa que pidiera sería peor que simplemente abrir las piernas y aceptarlo ahora mismo…
—Dame un nombre.
—…¿Qué?
—Un nombre.
—…….
—Yo también quiero tener uno.
¿Por qué me lo pides a mí? Giselle se quedó boquiabierta, aturdida, pero el hombre, quizás pensando que estaba reflexionando, se mantuvo quieto, sin tocarla.
¿En serio está esperando un nombre?
De ese hombre invisible e inaudible emanaba una expectativa tan palpable que casi la obligaba a cumplir con ese deber.
—Eh…...
Tras un largo silencio, su boca se abrió, pero solo salió duda. El hombre perdió la paciencia.
—¿Prefieres acostarte conmigo antes que darme un nombre? ¿O quizás en el fondo disfrutabas violando a ese viejo…?
—Lorenzo.
En cuanto el nombre "Lorenzo" escapó de sus labios, un silencio denso llenó el aire. Podía sentir cómo la expectativa del hombre se transformaba en decepción sin necesidad de verlo.
—Qué poca sinceridad.
—¿Poca sinceridad? Es un nombre que elegí con mucho cuidado.
Giselle forzó una sonrisa.
—Para mí, tú eres Lorenzo. Cualquier otro nombre sonaría falso. Y te queda bien… Lorenzo.
¿Se tragaría esa excusa improvisada? Esperaba que él insistiera en otro nombre, o que usara el fracaso como pretexto para exigir su "pago" y hundirse dentro de ella. Pero…
—¡Ah!
Lo que la atravesó no fue su cuerpo, sino la luz. El hombre encendió el coche, y los faros iluminaron la noche. El vehículo regresó a la carretera, y él condujo en silencio, las manos firmes al volante. Giselle no podía creerlo.
¿En serio no lo haremos?
No confiaba en que ese estafador hubiera cumplido su palabra. Menos cuando el "pago" había sido un nombre tan ridículo.
—Lorenzo.
—¿Qué?
Respondía al llamado. Parecía real. Incluso parecía… contento.
El viaje continuó. Tanto, que Giselle pronto notó que daban vueltas por el mismo lugar. Y entendió por qué.
Fingiendo ignorancia, parloteó durante todo el "paseo", adulando sus rarezas. Solo cuando él finalmente estacionó frente a la cabaña, desvió la conversación hacia lo que realmente quería:
—He estado pensando… Por mucho que quiera salvar a Ajussi, no puedo quedarme encerrada aquí para siempre. Tengo mi propia vida, a ti también te debe molestar venir hasta acá cada vez que necesito ayuda.
—A mí no me molesta en absoluto.
—Uf…
—Es divertido.
—¿Y si mientras no estás hay un incendio forestal y la cabaña se quema? ¿También será "divertido" rescatar mi cadáver carbonizado del sótano? Ah, pero si yo muero, tú mueres, ¿no? Quizá deberías rezar por que no ocurra.
—Buscaré otro lugar.
—¡Eso no resuelve el problema de fondo! Déjame convencer al señor para que no se suicide. Sabes que odio su muerte tanto como tú. Me aferraré a él con uñas y dientes.
—¿Convencer? ¿La misma que ni siquiera pudo convencerme a mí?
El hombre se rió de ella antes de encerrarla de nuevo. Esta vez, en el baño.
—¿Sabes por qué sigues sin poder convertirte en humano? Los humanos son animales sociales.
¡SLAM! ¡CLIC! (La puerta se cerró).
—¡Si quieres ser humano, primero aprende a escuchar! ¡Hasta ahora solo has sido un muro, un maldito muro!
—Entonces este muro se retira. Hasta mañana, preciosa.
Como siempre, las palabras solo funcionaban cuando había alguien al otro lado.
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Al amanecer, Dawson llegó a la secretaría de Duque Eccleston con ojeras tan oscuras que parecían moratones. Sin perder un segundo, declaró:
—Apostaría mi medalla a que no fue Oxley.
La noche anterior, anticipando el fracaso del seguimiento, habían desplegado una red de vigilancia alrededor de la estación central de Oxley. Dawson había sido parte de ese operativo. Pero ni rastro del Duque, ni siquiera de su sedán blanco. Ante eso, el instinto de Dawson le decía que estaban buscando en el lugar equivocado, Loise no tuvo más remedio que darle la razón.
—Parece que no estuvo en la ciudad.
Al inspeccionar el auto que el sujeto había conducido al amanecer, encontraron barro seco y hierba aplastada incrustada en los bajos y entre las llantas. Evidencia clara de caminos rurales o de montaña sin pavimentar.
El cuentakilómetros marcaba una distancia recorrida que superaba con creces un viaje ida y vuelta a Oxley. Cuando Loise mostró la cifra anotada, Dawson, cuyos párpados pesaban por el sueño, abrió los ojos de golpe.
—¿Tan lejos? Con esa distancia, apenas habría tenido tiempo de llegar, decir "¿Hola?" y volver...
Mientras observaba a Loise escrutar el mapa en busca de zonas rurales remotas, Dawson emitió un gruñido escéptico.
—Mi intuición dice que manipularon el cuentakilómetros. ¿No sería típico del obispo esconderla cerca y pasarnos la noche dando vueltas para despistarnos?
Ese astuto bastardo era capaz de eso y más.
—Entonces, incluso el barro en el auto podría ser una trampa para confundirnos.
Hasta la pista que parecía más genuina podía ser falsa. Loise, desanimado, se dejó caer en la silla y enterró la frente en una mano.
—Caray... Entonces, ¿qué demonios es Oxley? ¿Cambió de taxi allí?
—En la estación central, hasta de madrugada hay taxis.
—¿Deberíamos interrogar a las empresas de taxis de Oxley...?
Si era necesario, mejor delegarlo en un detective local. Loise extendió la mano hacia el teléfono para pedir una recomendación, pero justo entonces el aparato repiqueteó con estruendo.
—Loise al habla. ¿Qué ocurre?
En cuanto reconoció al llamador, sus ojos se abrieron como platos para luego cerrarse con fuerza. Durante toda la llamada, no dejó de masajearse el entrecejo, marcado por arrugas profundas.
—Sí, háganlo así.
Al colgar, Loise dejó escapar un suspiro. Dawson no tardó en preguntar:
—¿Qué ha pasado?
—La perdieron durante el seguimiento.
El secuestrador de la señorita Bishop había empezado a moverse temprano hoy. Aunque lo tenían vigilado, el sujeto había estado cambiando de taxis en lugar de usar su propio auto, zigzagueando por la ciudad. El último reporte indicaba que había retirado una gran suma del banco antes de desaparecer.
—Como llover sobre mojado.
—No podemos detenerlo, ¿verdad?
Loise no estaba de humor para responder cortésmente a lo obvio.
—Es la primera vez que nos vemos tan maniatados e impotentes.
Ni siquiera asintió ante el comentario de Dawson, que solo reflejaba su propia frustración.
—No entiendo por qué damos vueltas en círculos cuando hay un camino claro… Si el teniente recuperara la memoria, todo este sufrimiento sería innecesario.
Loise ignoró el comentario. Era un disco rayado que Dawson repetía desde ayer. ¿Para qué quejarse de algo que no tenía solución?
—Leí en una revista que hasta se pueden recuperar recuerdos de vidas pasadas con hipnosis.
Era una variación nueva, pero igual de absurda.
—¿Por qué no prueba el teniente con un hipnoterapeuta?
—Ya lo hizo.
—¿Y? ¿No recuperó los recuerdos de su otra personalidad?
—No era ese el objetivo.
Recordó que Profesor Fletcher había intentado hipnoterapia al inicio del tratamiento. Pero cuando la personalidad maligna comenzó a desaparecer, las sesiones se suspendieron.
Recientemente, el médico de la familia sugirió que la hipnosis podría ayudar a recuperar los recuerdos perdidos, combinada con electroshock. Pero el aluvión de eventos impidió probarlo.
—Como sabes, esto es un secreto mortal para el Duque. Hasta académicos de confianza lo han chantajeado. ¿A quién le confiarías su tratamiento?
La falta de un médico no se debía solo a la ausencia de Loise, sino a la creciente cautela. ¿Y si ese demonio intentaba matar a otro doctor? Dawson no necesitaba saber eso.
—Entonces necesita un terapeuta sin ambiciones.
—¿Existe semejante criatura?
—No en la ciudad. Pero en mi pueblo natal, en las Islas Idees…....
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