Mi Amado, A Quien Deseo Matar 118
El sonido de la pluma arañando el papel llegaba tenue. El entrecejo fruncido del doctor no era por la molestia de anotar pistas, sino por algo más.
No lo veo.
En el instante en que salieron de la autopista, su visión se oscureció y los recuerdos se cortaron de golpe. Para reconstruirlos, necesitaba un hilo conductor, pero ya no podía seguir al alfil blanco. Edwin se aferró desesperado a cualquier detalle que pudiera servir de pista.
—A partir de hoy, eres mía. Hice un trato con el duque. Él te entrega a mí, y yo… me quedo callado. Así que…...
La mentira que aquel tipo soltó justo antes de entrar a Richmond.
'Así que…...'
¿Qué dijo después?
—Si no te portas bien, Ajussi lo pasará mal.
—…….
—¿Entendido? Responde.
—No hablo con cosas que no son humanas.
—¿O sea que solo entenderás si te mezclas conmigo… en cuerpo?
Mientras Giselle lo fulminaba con la mirada, una estatua familiar pasó tras su cabeza. Los edificios del centro de Richmond aparecieron ante sus ojos, pero antes de poder orientarse, el recuerdo se esfumó otra vez. Observando el pecho agitado y los ojos moviéndose frenéticos bajo sus párpados, el doctor notó su lucha por regresar al hilo de la memoria y lanzó una pregunta orientadora:
—¿Dónde bajaron del auto en Richmond?
Tenía que recordarlo, pero no venía nada a su mente. Quizás esa caída abrupta de sus pensamientos fuera obra del demonio. Tal vez, ahora que Edwin intentaba recuperar la memoria, él había empezado a sabotearlo.
Debía encontrar el escondite de Giselle y decírselo al doctor antes de que el otro se apoderara de su cuerpo otra vez. La ansiedad nublaba su concentración cuando...
—¿Ve el río Coñac?
En el momento en que el doctor preguntó, el río que atravesaba Richmond apareció ante sus ojos.
—Lo veo.
Pero no estaban cruzándolo. Lo observaba desde muy arriba.
—Mejor vista que un sótano, ¿no?
Desde la ventana de un edificio.
—Y más ventanas para romper y escapar.
Era una altura suficiente para matarlo al instante si saltaba por la ventana.
—Señorita sanguijuela, es hora de pagar por haberte criado.
—¡No! ¡Ah…! ¡D-detente…! ¡Ugh!
La escena cambió bruscamente: Giselle intentaba huir, pero él la atrapó, la arrojó al suelo y le levantó la falda. Sin molestarse en quitarle la ropa interior ni ponerle ningún dispositivo anticoncepción, la penetró de inmediato con brutalidad.
—Hah… Como es una sanguijuela… Nngh… se adhiere tan bien…
El demonio le mostraba este recuerdo —violento, vejatorio— para desestabilizarlo. Pero Edwin, en lugar de caer en la trampa, mantuvo la calma y describió metódicamente el paisaje visible desde la ventana:
—Al norte del río Coñac. Más de 30 pisos de altura. Se ve el ayuntamiento y la plaza Nacional… Y el palacio real está al…...
Iba a decir este, pero su boca traicionó sus pensamientos:
—…al oeste.
El demonio había tomado el control.
—Y… maldita sea… Está demasiado oscuro para ver bien.
Fingió confusión ante el doctor, dando información falsa mientras este intentaba ayudarlo. Así continuó hasta que el médico, frustrado, sugirió terminar por el día.
—Con esto ya hemos reducido suficiente el área de búsqueda.
El demonio entregó las notas con datos erróneos a Loise, quien, ignorando el engaño, partió entusiasmado a investigar. Edwin, atrapado dentro de su propio cuerpo, lo vio marcharse.
—Doctor, no sé cómo agradecerle. Sin usted…...
Con la voz de Edwin, el demonio expresó gratitud y hasta se permitió pedir un favor:
—Sé que es mucho pedir… pero ¿podría quedarse en Richmond hasta que la encontremos? Tal vez necesite más hipnoterapia.
—Eso sería…
—¡Aunque sea solo hoy! Enviaré a alguien a comprar su boleto de regreso en cuanto la encontremos.
—Me quedaré hasta mañana por la mañana.
—Gracias.
Así, el demonio aseguró que el doctor se iría en un día. Interpretando a Edwin con facilidad, burló a todos.
<<No puedes vencerme.>>
La voz arrogante del demonio resonó en su mente, incluso después de robarle el cuerpo. Edwin lo vio todo: cómo engañaba a sus asistentes, cómo se mezclaba entre la multitud matutina y se dirigía al escondite de Giselle. Él flotaba en la oscuridad bajo la escotilla, impotente pero testigo.
<<Esto no ha terminado.>>
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Había abandonado cualquier esperanza de escapar por sus propios medios.
La única salida, la puerta principal, estaba sellada con cerraduras internas y externas, tan maciza y gruesa como las de una cámara acorazada de banco. Ni con fuerza ni con herramientas podría derribarla.
Había gritado pidiendo ayuda a través de las rendijas, pero ¿quién subiría hasta el vestíbulo del ático, ocupando todo el piso superior sin vecinos? Incluso había golpeado el suelo y volcado muebles, esperando que alguien de los pisos inferiores lo notara. Tres días después, nadie había venido a quejarse.
No había escapatoria de esta maldita cabaña. La frustración lo estaba volviendo loco.
'Vas a reprobar'
En su visión turbia, el campus de la Universidad de Kingsbridge se veía pequeño como una casa de juguete. Mientras sus amigos asistían a clases, él estaba aquí atrapado, recibiendo a un hombre. La imagen de la universidad pronto se desvaneció en un borrón.
—¿Lloras?
—Nngh…
Cuando el hombre, entrelazado con Giselle, agarró su nuca y la inclinó hacia atrás, gruesas lágrimas cayeron sobre sus pechos.
—¿Por qué lloras?
La preguntó con voz baja, como un depredador gruñendo. Ni su tono ni su expresión tenían rastro de humor.
El hombre, que había regresado en menos de horas, parecía profundamente alterado. Toda la mañana había estado tenso, impredecible, como una bestia a punto de atacar. Más inestable incluso que cuando había interrumpido su recital de piano en el Pabellón Naias.
¿Qué diablos había pasado entre el amanecer y la mañana?
No lo dijo. En cuanto llegó, exigió consuelo hundiéndose dentro de Giselle otra vez. Pero, a diferencia de siempre, no podía concentrarse, irritándose durante todo el acto.
—¿La universidad?
Al voltear, el hombre entendió al instante lo que ella había estado mirando mientras cabalgaba sobre él.
—Mmph…...
Con una mano, le apretó las mejillas con fuerza suficiente para dejarlas adoloridas, impidiéndole girar la cabeza. Solo podía mirarlo a él.
—Dije que ahora eres mía. Tu querido 'tío' te vendió a mí. Si aprecias todo lo que hizo por ti, criándote como una princesa, no deberías estar pensando en la universidad en lugar de en su polla.
Ni siquiera era otro hombre, solo la universidad, pero sus ojos brillaban con celos rabiosos.
—¿Entiendes, sanguijuela? Conoce tu lugar.
¿Se había desquitado con ella después de que alguien más lo humillara? Giselle sintió la ira hirviendo dentro de sí, deseando volverse igual de loca. Pero este perro rabioso ni siquiera se reiría si ella lo mordía ahora.
—Paga por haberte criado.
Apretando los dientes, Giselle lo miró con odio, pero aun así levantó las caderas obedientemente. El miembro grueso y nudoso que había estado enterrado profundamente en ella se deslizó hacia fuera, raspando sus paredes internas. Un placer que no había pedido estalló como chispas dentro de ella, haciendo que su cuerpo desnudo se estremeciera. El hombre exhaló con aspereza entre sus pechos.
—Ngh…
El gemido ahogado que escapó de su garganta, como si le estrujaran el cuello, se debió a que Giselle había apretado con fuerza el glande atrapado dentro de su interior, casi aplastándolo con sus músculos íntimos.
—Haa… No entiendo por qué insistes en mover esas caderas para un hombre que odias, pero cada vez mejoras más tu técnica. Como era de esperar de la estudiante número uno… aprendes rápido, nngh…
El hombre perdió el ritmo cuando Giselle dejó caer sus caderas bruscamente. El miembro, que hasta entonces la embestía con furia, se detuvo justo antes de golpear el fondo. Ella lo había planeado.
Chas, chas, chas.
Sería más fácil simplemente levantarse y dejarse caer, pero al controlar cada movimiento, ajustando la profundidad, sus muslos ardían como si estuvieran en llamas.
Aunque Giselle había entrenado su resistencia con tenis y deportes, hoy estaba al límite. Aún no se recuperaba del agotamiento que sufrió en el baño de la cabaña, y con el hombre atormentándola día tras día, ¿cómo podría quedarle algo de energía?
—¿Quieres ayuda?
—¡Ah! No…
El hombre respondió separando sus nalgas con las manos y sacudiéndola arriba y abajo. La punta de su miembro, tan gruesa como un mazo, traspasó el límite que ella misma había marcado, invadiendo territorio prohibido.
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