MAAQDM 119






Mi Amado, A Quien Deseo Matar 120




Concentré toda la fuerza posible en mi vientre bajo, intentando desesperadamente bloquear el embate de ese miembro que me empujaba dentro, retorciendo la cadera para desviar el ángulo de sus embestidas. Al hombre pareció excitarlo aún más: gimiendo, comenzó a mover no solo las caderas de Giselle, sino también toda su parte inferior.



Crak, crak, crak.



—¡Ah, mmm, eso—! ¡Espera…! ¡Ah!


Pero, como si aún no estuviera satisfecho, finalmente la levantó como para arrancarla de sí y la arrojó bruscamente sobre el sofá, subiéndose encima.

Antes de que Giselle pudiera entender lo que ocurría, su polla, que se había retirado, volvió a abrirla y entró a una velocidad aterradora.

Ahh. No…

Aterrorizada, contrajo sus paredes internas con urgencia, pero ni siquiera usando toda su fuerza pudo detenerlo: el hombre, aprovechando su peso, la clavaba como un ariete.


—¡Espera…! ¡Un momento!


Intentó echar la cadera hacia atrás, pero él la sujetó y la arrastró de vuelta. Giselle, desesperada, incluso llegó a patear el abdomen y los hombros del hombre, tratando de liberarse, pero desde un principio era un rival imposible de vencer por la fuerza.


—¡Hah…! ¡Yo… yo iba a hacerlo!

—¿Hasta cuándo? ¿Acaso soñabas con follar todo el día conmigo?


El hombre aplastó fácilmente todo su cuerpo contra su pecho y, como si azotara un látigo, sacudió sus caderas con ferocidad.



Chap chap chap.



El sonido húmedo de su sexo saliendo y entrando se volvió cada vez más obsceno, la mezcla de sus fluidos empapando desde sus ingles hasta sus vientres. Con cada nueva embestida, el ruido de carne chocando se hizo más vergonzoso.

Sin embargo, el rostro de Giselle estaba pálido, congelado.



Bam.




Otra vez aquella masa de carne, dura como un puño, impactaba contra el fondo de su vagina. Cuando sintió un tirón ardiente subir desde su bajo vientre, el miedo la heló por dentro.

Parece que va a atravesarme hasta el útero. Aunque supiera que eso era imposible, si seguía martillándola así desde fuera, algo terminaría ocurriendo.

…¿Y si ocurría?

El conflicto comenzó a enredar no solo su vientre, sino también su mente. Incapaz de ordenar sus pensamientos, sus pupilas perdieron el enfoque en algún momento.

No lo sé. Ya ni yo lo sé.

Al fin y al cabo, no había nada que Giselle pudiera hacer. Como si hubiera agotado toda resistencia, dejó que su cuerpo se volviera flácido bajo el peso del hombre, limitándose a esperar, aturdida, a que terminara y se bajara de una vez.


—Qué obediente


murmuró él, besando su frente sudorosa con suavidad y acariciando su cabello antes de cerrar los ojos.

Ajussi…

Cuando desapareció esa mirada llena de locura, pude ver al hombre que amaba. Pero, por más que mordiera con fuerza su labio inferior, la visión de sus nalgas musculosas moviéndose de manera obscena detrás de su rostro elegante destrozó cualquier ilusión. Seguía siendo impactante recordar que, bajo la apariencia de aquel caballero, se escondía una bestia salvaje.


—Ajussi… ngh, despierte… por favor.


Ahora, la única forma de escapar de él era que el señor recuperara el control de su propio cuerpo. Giselle suplicó al verdadero dueño de ese cuerpo que la violaba y aplastaba sin piedad.


—Ajussi… por favor… haah, reaccione.

—¿De verdad quieres que reaccione ahora? Serías tú la que terminaría en problemas.


El hombre incorporó el torso que mantenía a Giselle atrapada. Con ambas manos, tiró con fuerza del camisón empapado de sudor —¿de quién sería?— que se pegaba a su piel.



Pop.



Los botones saltaron en todas direcciones.

Al desaparecer el último jirón de tela que la cubría, dos trozos de carne blanca comenzaron a sacudirse libremente. Las manos del hombre, aún agarrando los restos de la prenda, siguieron el oleaje de su propio movimiento, acariciando con rudeza la piel que se estremecía.

Aunque sus manos eran lo suficientemente grandes como para cubrir el rostro de Giselle de un solo golpe, no podían abarcar sus pechos por completo. Sus dedos se cerraron con avidez, amasando la carne suave que se escapaba entre ellos.


—¡Ahh—!


En el centro mismo de su pecho.

Él no lo chupó, pero tiró del pezón erecto y lo sacudió con violencia. Como si fuera prueba de que ella también estaba excitada.

Aunque el hombre apartó las manos de sus senos, Giselle no pudo relajarse. Sus manos bajaron, agarraron sus piernas y las doblaron hacia los lados, exponiendo sin pudor el lugar donde su miembro, erecto y vertical, se hundía en ella. La vista de su conchita enrojecida, tragando y escupiendo frenéticamente aquella verga bronceada mientras babeaba sin control, era tan obscena que ni ella podía soportar mirarlo.


—¿Qué tal? ¿Debería llamar a Ajussi ahora?


¿Para que vea lo vulgar que me he vuelto?

Giselle apretó los labios y sacudió la cabeza con desesperación. La mirada afilada del hombre se suavizó de inmediato.


—Vaya, qué pena que tu Ajussi no pueda ver este cuerpo tan obsceno. Tendré que disfrutarlo yo solo.


El hombre inmovilizó sus muñecas para que no pudiera cubrirse y la miró con ojos lujuriosos. No importaba cuán bestial y expuesta estuviera, cada parte de ella parecía excitarlo más, y sus movimientos se volvieron cada vez más impacientes y descontrolados.


—Ah… nh, ah… no… no quiero…


No solo él, sino también Giselle, estaba siendo arrastrada a la fuerza hacia el clímax. Aunque el placer contra su voluntad ya era suficiente, el cruel demonio parecía empeñado en convertir este momento en una tortura aún más insoportable.


—Dime mi nombre cuando te corras.

—No…

—Si lo haces, hoy terminamos aquí.


Tuvo el vago presentimiento de que, esta vez, cumpliría su promesa. Pero más que eso, estaba segura de que, si no obedecía, la atormentaría sin piedad el resto del día. Sin opción, en el momento mismo del éxtasis, Giselle lo miró a los ojos y, con voz quebrada, susurró su nombre.


—…Lorenz.


En el instante en que pronunció su nombre, sus ojos cambiaron. Era evidente: al escucharla, él también había llegado al límite del placer.

Hoy era diferente. El cuerpo del hombre encima de ella temblaba con tal intensidad que Giselle podía verlo claramente. Sus caderas se sacudían convulsivamente, como si ya no estuvieran bajo su control. Ella también solía perder el dominio de su cuerpo cuando la abrumaba el placer.

Hasta ahora, cuando alcanzaban el clímax juntos, él siempre recuperaba la conciencia antes que ella. Pero esta vez, incluso después de que Giselle logró recuperar el aliento, él seguía jadeando con fuerza.


—Una vez más.


El hombre, que mantenía los ojos fuertemente cerrados, exigió con voz cargada de frustración. Pronunciar un par de veces un nombre sin significado no debería ser difícil, pero ¿por qué le resultaba tan incómodo y doloroso?


—Lorenz.


Hasta ese nombre arrancado entre dientes le parecía suficiente. Como si hubiera dicho algo prohibido, Giselle cerró la boca de inmediato, pero el hombre la obligó a abrirla de nuevo, introduciendo su lengua con avidez. Como si quisiera arrancar y tragarse el nombre que ella le había dado.


—Mmph… hng…


'No eres bienvenido dentro de mí.'

Lo que Giselle trazaba una y otra vez con la punta de la lengua no era el nombre del hombre, sino las palabras que él menos quería oír en ese momento:

'Ajussi… te extraño'

Sus pupilas temblaron mientras observaba con desdén a ese idiota que la besaba con fervor, sin darse cuenta de que ella llamaba a otro. Porque el destello azul de aquellos ojos que la miraban ahora le resultaba… distinto.

¿…Ajussi?

No era una ilusión. En cuanto la reconoció, el hombre separó sus labios y su cuerpo de golpe, alejándose. Con las manos cubriéndole el rostro, Giselle vio en él al mismo señor de aquella noche, desesperado al darse cuenta de lo que inconscientemente había hecho.

No. No puede ser. Es imposible.

Al principio, ni siquiera lo creyó. Pensó que el demonio, experto en imitaciones, podría estar jugando una cruel broma, manipulándola.

Pero… ¿por qué haría esto ahora?

Era el momento perfecto para disfrutarla sin interferencias. Engañarla solo lo perjudicaría a él, no a ella.

¿Entonces…? ¿Se dio cuenta de que llamé a Ajussi?

Quizás, como venganza, lo había traído justo en el peor momento posible. Sí, esa tenía que ser la respuesta. Mientras se encogía y murmuraba entre dientes que quería matar a aquel demonio, escuchó al señor hablar para sí:


—Lograrlo… ¿pero por qué ahora?


¿…Lograrlo?


—Ajussi..…


Giselle alzó lentamente la mirada entre sus rodillas, observando al hombre al otro extremo del sofá.


—¿Ha… recuperado su cuerpo?


Él asintió con la cabeza, apoyada en sus manos, pero al notar que ella también se cubría los ojos, respondió en voz alta:


—Sí.

—Oh…


La boca de Giselle se abrió sin querer, dejando escapar un suspiro de asombro antes de poder detenerse. ¿Lo habrá malinterpretado? Entre los dedos que le cubrían la frente, vio cómo sus ojos se cerraban con fuerza.


—Pensé que solo él podía hacerlo… pero usted lo consiguió. Es increíble.


Su voz, forzadamente animada para disimular la incomodidad, sonó artificial incluso para sus propios oídos. Aunque pudiera tomarse como un halago vacío, era sincera. Era como si un caballero de brillante armadura hubiera derrotado al demonio para rescatarla. Solo que, dado lo vergonzoso de su desnudez, no podía arrojarse en sus brazos como hubiera querido.

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