INTROG 169







INTENTA ROGAR 169

Volumen VII - EXTRAS : El sabor del chocolate (1)




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Se podía sentir el olor a mar.

León abrió los ojos, los cuales había mantenido cerrados todo el tiempo.

Exactamente a las cuatro de la tarde. El tren se detuvo en la estación sin retrasos. El vehículo y los empleados también lo esperaban, tal como se había pactado.

En el sedán que cruzaba la ciudad, en dirección a la mansión al final de la playa, León miraba al exterior. Era la primera vez que llegaba a ese lugar. El paisaje, que solo había podido imaginar a través de fotografías y los informes de los sirvientes, pasaba ante sus ojos.

El dinero y el tiempo invertidos tenían su razón de ser. Las palabras de Grace, comparando el lugar con Abington Beach, no eran en absoluto una exageración.

Después de que la ciudad se desvaneciera, comenzó una zona de villas tranquilas. Cuando el coche empezó a subir por una suave colina, la mansión, situada en la cima, comenzó a revelar su forma poco a poco.

Aunque se había diseñado este lugar de descanso para que se pareciera a Abington Beach, la mansión se construyó con un estilo distinto al de las villas de la Familia Winston.

Al verla en persona, León no podía evitar sentirse más convencido de que había sido una elección acertada.

El coche no se dirigió hacia la mansión, sino que giró a la derecha hacia un camino secundario.

Al pasar junto a un muro cubierto de naranjos y atravesar una amplia entrada de carga, otro paraíso se desplegó ante sus ojos. Cruzando un jardín bien cuidado, el coche continuó su marcha hasta detenerse frente a la entrada sur de la mansión principal.

El mayordomo, que estaba esperando, abrió la puerta del coche y le hizo una inclinación.


—La señora y la señorita están junto a la fuente frente a la entrada principal. Los demás se encuentran en el lado norte de la mansión…

—Guíame a una habitación con buena vista.


El mayordomo, con discreción, lo condujo por una ruta que evitaba encontrarse con otros miembros de la familia dentro de la mansión, lo llevó a una habitación en uno de los pisos superiores.

Desde el interior del jardín, inundado por la luz de la tarde, León miraba hacia la entrada principal. La fuente en la cima de la colina y la ventana en el último piso de la mansión estaban a la misma altura.

Entre los chorros de agua que ascendían con frescura, las imágenes que solo había visto en fotografías durante los últimos tres meses comenzaron a volverse vagamente nítidas.

Extendió la mano hacia el lado, el sirviente que lo había acompañado desde el continente sacó un par de binoculares de su bolso y se los entregó.

El rostro de Ellie empezó a hacerse claramente visible.

Al parecer, estaba jugando con botes de juguete y flores en la fuente. Mientras tanto, sus labios, que no dejaban de moverse, cantaban sin cesar. En apenas tres meses, parecía haber crecido un poco.

El rostro de Grace no era visible. Estaba sentada, de espaldas a él, en el borde de la fuente.


—Cariño, el hombre que estás esperando está detrás de ti.


Pero Grace seguía mirando únicamente hacia la entrada, sin girar. Un intenso estremecimiento de felicidad comenzó a recorrer sus venas.

Grace me espera. Sin prisa, pero con desesperación.

Era uno de esos momentos que había imaginado y anhelado durante los tres meses pasados. Quería ver con mis propios ojos lo que solo me había contado el mayordomo por teléfono, como un ladrón que se cuela en su propia casa.

Después de esperar más de una hora, Grace, al llegar la hora de la cena, se levantó y caminó hacia la mansión junto a Ellie.


—¿Le gustaría cenar con nosotros?


preguntó el mayordomo, pero él negó con la cabeza. No sentía hambre, sino una extraña sensación de saciedad.

León se dirigió a la habitación de Grace. Estaba ubicada en el lugar que él había indicado, con vista al mar.

Al abrir la puerta, un delicado aroma a ella y a la niña llenó el aire, junto con varias revistas sobre la mesa de noche, un gran peluche de conejo que yacía en el centro de la cama, cubierto por una manta.

León disfrutó de los rastros de ambas por un momento.

En el vestidor, las sirvientas habían dejado sus pertenencias ordenadas. Al abrir el armario, vio su traje, colgado junto al vestido de Grace, como si siempre hubiera estado allí.

León se deshizo de las ropas sucias del viaje. Aunque solía dejar que los sirvientes organizaran sus pertenencias, esta vez sacó personalmente los objetos de los bolsillos de la chaqueta y los guardó en la caja fuerte.

El mayordomo, que observaba desde la puerta, mostró una leve expresión de confusión.

Después de ducharse y ponerse ropa cómoda, la habitación seguía en silencio. Aún no se había dado cuenta de que él había regresado.


—Las dos han cenado en la terraza y luego se han ido a la playa.


informó el mayordomo antes de retirarse. León se hundió en una silla cómoda junto a la ventana, mirando hacia afuera.

Más allá de una fila de árboles verdes, podía ver a la madre y la hija caminando por la playa. Se detenían de vez en cuando, recogiendo algo del suelo y charlando.

Parecían estar recogiendo conchas, como el primer día que se conocieron.

De vez en cuando, Grace giraba la cabeza y mostraba su rostro, pero debido a la distancia, su imagen era difusa. Sin embargo, León no sacó los binoculares.

La arena comenzaba a brillar con un tono dorado. Era una señal de que la hora en que se conocieron se acercaba.

Pronto, tal como había informado el mayordomo, Grace quedó sola en la playa. Era el momento que había estado esperando. Solo entonces, León se apartó de la ventana.

Lo que sacó de la caja fuerte en el vestidor no fue un objeto de valor, sino una pequeña caja de anillos y unas baratas piezas de chocolate.

Siguió el mismo camino que Grace había recorrido innumerables veces hacia la playa. A medida que el sonido de las olas se volvía más claro, sus dedos, que sostenían el regalo, empezaron a temblar.

Cuando entró en el sendero que atravesaba el jardín y se extendía hacia la playa, su corazón comenzó a latir con fuerza.

Ella estaba allí, en el lugar donde el mar turquesa se encontraba con la arena dorada, el viento marino agitando su cabello castaño en ondas, y los pliegues mojados de su vestido ondeando.

Su piel parecía haber tomado un tono más oscuro desde la última vez que la vio, acercándose al color que tenía el primer día que se conocieron.

A medida que caminaba por el sendero, se sumió en la ilusión de estar retrocediendo en el tiempo, como si volviera a ser aquel niño de trece años.

Sin embargo, no era una ilusión el hecho de que Grace parecía solitaria. Desde lejos, había percibido esa soledad, ahora sus ojos, mirando al horizonte teñido de rojo por el atardecer, lo confirmaban.

Pero en el instante en que él entraba en su visión, esa soledad se disolvió como la marea baja.

Era como la calma antes de una marea gigante. El mar turquesa, quieto como muerto, se desbordó de repente sin previo aviso, arrojando las olas con fuerza.

Fue difícil distinguir las emociones que se agolpaban en esos pequeños ojos, como un torbellino. Entre ellas, él buscó, casi por instinto, la emoción que más le gustaba.

¿Te habías preocupado por mí?

Sin embargo, lo que quedó después de que la tormenta de emociones pasara no fue preocupación. ¿Afecto? No. Los ojos turquesa, que nunca antes le habían mostrado ese tipo de sentimiento, lo miraban con algo nuevo.

En el momento en que no podía creer lo que veían sus ojos, sus oídos tampoco pudieron confiar en lo que escucharon.


—Te amo...















⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
















La reunión fue impecable, pero, a la vez, un caos total.

El chocolate que había guardado con tanto cuidado se empapó en agua de mar, el cuello de su camisa, que Grace había agarrado, no solo estaba arrugado, sino que, durante el camino hacia el dormitorio, uno de los botones incluso se soltó.

Además, su labio inferior, mordido con fuerza, dolía tanto como sus mejillas. Aunque su nombre cambiara, el mundo cambiara e incluso la relación cambiara, la naturaleza ruda de esta mujer no desaparecía.


—¿Cómo es que amo a una loca como tú?

—¿No me dijiste que no soñara con el amor en esta vida? Así que morí como me pediste, ahora que he vuelto a la vida, no entiendo por qué te quejas.

—¿Por qué no mataste también el hábito de hacer tonterías mientras morías? Aunque, claro, no serías tú si no estuvieras sacudiendo a alguien de vez en cuando.

—Lo siento, pero ahora mismo, quien me está sacudiendo por el cuello eres tú.


Ante la fría reprimenda, seguida de unas palabras suaves, Grace no pudo evitar aflojar el agarre de sus manos.


—Suelta, no puedo quitarme la camisa.


Tan pronto como sus manos se soltaron, León levantó la camisa por encima de su cabeza. En el instante en que su torso quedó al descubierto, Grace parpadeó, incapaz de creer lo que veía.

¿Qué había hecho en ese tiempo?

Sus músculos se habían desarrollado más. Ese cuerpo, ahora más imponente y sólido, estaba a punto de caer sobre ella.

Al imaginarlo, sus piernas ya perdían fuerza, Grace se desplomó sobre el borde de la cama.




Fic.




Entre sus labios, dibujados con una simetría perfecta, se escapó una risa.


—¿Estás nerviosa?


Más bien tú.

Aunque su voz destilaba tranquilidad, su cuerpo estaba tan tenso que parecía a punto de estallar con solo el roce de las yemas de Grace.

Los tendones y venas de sus manos, ocupadas en deshacer el cinturón, se marcaban bajo la piel. Las pulsaciones saltaban visibles, traicionando su excitación.

Y entre el cinturón desabrochado y la abertura de su pantalón, otra prueba de esa excitación comenzaba a hacerse evidente. Amenazaba con romper la tela del calzoncillo y salir al aire libre.

Aquel monstruoso instrumento llegaría hasta mi ombligo… pronto lo clavarían entre mis piernas, empujando sin piedad. Hasta que, perdida en un placer que me sacudiría el cerebro, me volvería una idiota suplicando más… más… riendo y llorando por lo bestial que sería todo.

Justo cuando su fantasía vulgar y cruda alcanzaba su climax, la mano que tiraba de su ropa interior se detuvo en seco.

Grace alzó la mirada y sus ojos se encontraron con los de él. En la expresión de León había sorpresa, pero antes de que pudiera reaccionar, ella ocultó la punta de su lengua entre los labios, repentinamente consciente de lo secos que estaban.


—Cariño, ¿me extrañaste tanto?


La nuca le ardió al instante.


—Yo no, pero mi amiguito sí. Por eso lo traje bien guardado.


Una pulla irónica, sabiendo que mentía.

Grace soltó una risita burlona antes de replicar:


—Si hablas así, ¿crees que voy a decir algo como “No, mi amor, yo te extrañé tanto que lloraba todas las noches”?

—Ya lo has hecho.

—......


A medida que la frustración se acumulaba, Grace arqueó ligeramente el rabillo del ojo e inclinó la cabeza con aire desafiante.


—Por cierto, ¿yo te dije que quería hacer esto contigo?

—¿Hacer qué?


respondió él, jugando al despiste.


—......


Este hombre… Había mencionado desvestirse, pero nunca hacerlo. Sin embargo, cada uno de sus actos insinuaba el acto carnal con total descaro.

Ahora, cuando ella intentaba burlarse, él le daba la vuelta al juego con una provocación aún más irritante.

Grace se incorporó en la cama. Al dar un paso adelante, la sonrisa se desvaneció de los ojos de León. Pensó que ella iba a marcharse.

Hace tiempo, quizás lo habría hecho, incapaz de soportar la humillación. Pero ahora… en esta guerra entre sábanas, no había perdedores.


—¿Te refieres a esto?


musitó, mientras sus dedos esbeltos se deslizaban por los surcos marcados de su abdomen.

Un escalofrío. Lo sintió bajo sus yemas, esa reacción involuntaria que delataba su cuerpo.

Cuando su mano se coló bajo el borde de su ropa interior, un temblor denso y pesado recorrió su palma. Al cerrar los dedos, un aliento ardiente estalló contra su oreja. Pero por más caliente que fuera ese suspiro, no se comparaba con la carne que ahora palpitaba en su mano.

La punta del miembro ya estaba húmeda. Al rozar con la yema el orificio viscoso, un líquido espeso brotó de golpe.

No hacía falta mirar para saber que no era semen: la textura, la cantidad… todo era distinto.

El fluido resbaló por el glande y empapó sus dedos. Grace apretó con más fuerza la columna de carne y deslizó su puño con firmeza.




Schlick, schlick.




La piel mojada frotándose arriba y abajo comenzó a emitir sonidos obscenos. Como si le suplicara no pares, nunca pares, su brazo rodeó su cintura y la atrajo con fuerza contra él.

Su pecho, ahora pegado al de ella, se expandió con un jadeo profundo que la aplastó bajo su peso.


—Hnngh…...


Un gemido escapó de los labios de Grace cuando la punta de su lengua invadió su oído sin previo aviso, haciéndola estremecer. León violó su oreja como si la estuviera penetrando, luego derramó su voz áspera en ese canal húmedo:


—Cariño, ¿por qué haces cosas que nunca hacías antes?


La mano que había entrado bajo su falda, acariciando su muslo hacia arriba, agarró con fuerza una de sus nalgas.


—Veo lo que pasa por tu cabeza.

—¿Ah, sí?

—Me empujas al borde del animal que llevo dentro... solo para soltarme y decir que nunca prometiste esto.

—¿Y qué piensas hacer al respecto?


Justo cuando sus dedos ascendieron por su espalda, erizando la piel, y atraparon su nuca.


—¡Ah...!


Grace cayó hacia atrás sobre la cama, empujada. Antes de que su visión dejara de tambalearse, sus bragas ya volaban por los aires. Y antes de que la tela tocara el suelo, sus piernas se habían abierto.

Él recorrió con la mirada ese espacio entre sus muslos y torció los labios en una sonrisa lasciva.


—Grace, siempre he confiado en tu boca sincera.

—¡Ah...!


Su conchita, empapado, se abrió con facilidad. Tragó sin resistencia desde la punta —más gruesa que nunca, las venas palpitantes— hasta la base, como si quisiera devorarlo todo, masticando con ansia.


—Haa...


Cuánto había extrañado esta sensación.


—Cariño, ¿por qué no dejamos esta pelea que nos vuelve locos?


León soltó sus tobillos y alzó ambas manos a la altura de su cabeza, en señal de rendición.


—Lo que sea... ya perdí.


¿Un hombre que se monta encima como un conquistador, sólo para rendirse? Grace no pudo contener la risa.


—¿Me tienes debajo y dices eso? ¡Los muertos tienen boca, ah-!


Y como para demostrar que aquí también estaba muy vivo, él empujó hasta el fondo, haciendo que Grace arquease la espalda de un salto.

Chispas estallaron detrás de sus párpados.

Cuando su lengua invadió su boca, ella la mordió con firmeza, arrugando aquella frente perfecta de León.


—No tienes piedad, ¿verdad?

—¿Y tú eres quien debe hablar?


Grace le mordió el labio inferior, chupándolo antes de apretar justo ahí con sus músculos internos. Él se estremeció, soltando un gemido ahogado.


—Mierda, eres increíble cuando haces esto.


No mentía: su sonrisa era simétrica, calculada. Mientras lamía el labio lastimado, levantó el torso y comenzó a mover las caderas.


—Y como eres increíble, no puedo evitar provocarte.

—Ah, ah, ahh...


Cada embestida partía los gemidos de Grace en jadeos cortados. Su respiración, sus pensamientos, todo se fragmentaba.


—¿También te diviertes, cariño?

—Basta, haah, deja de burl—


Ya no tenía fuerzas para replicar.


—Mmm, ¡ah, ahh!


Los dedos de sus pies, tensos y temblorosos, hicieron caer la última sandalia que le quedaba.

El vestido flotó hacia el suelo en algún momento que no recordaba. El sujetador no fue quitado: fue arrancado.

En cuanto dejó a Grace completamente desnuda, salvo por su anillo y su propio cuerpo, León arremetió a toda velocidad, como si hubiera estado conteniéndose hasta ese momento.

¿Y esto era "contenerse"?

La fuerza de sus embestidas la empujó sin remedio hacia el cabecero de la cama. Algo rozaba repetidamente su cabeza entre sacudidas, y al volverse, se encontró con los ojos fijos de un muñeco infantil observándola.

En ese instante, volvió en sí. ¿Haciendo esto en la cama donde duerme su hija? Las mejillas le ardieron de vergüenza.


—Muffin, guarda el secreto para tu dueña.


León, leyendo sus pensamientos, tomó el muñeco y lo colocó boca abajo al otro extremo de la cama, luego atrapó la cabeza de Grace entre sus brazos musculosos.

Concéntrate solo en mí, parecía decir.

Pero la mirada de Grace se escapó hacia la ventana, donde la luz del atardecer se desvanecía.


—Ellie... pronto volverá.

—Haah... faltan 3 horas.


¿3 horas?

Grace desvió su mirada perpleja hacia el hombre que jadeaba sobre ella, marcando cada palabra entre respiraciones ásperas.


—Le di entradas de cine al mayordomo. Todos pensarán que fuiste tú.

—...¿Por qué?

—¿Después de tanto tiempo, crees que me conformaría con solo probar?


Había apartado meticulosamente a su preciada hija... solo para reclamarla por completo. La meticulosa preparación de León la dejó sin palabras, y él, literalmente, comenzó a saborear cada centímetro de su cuerpo.


—Ah, hmm... eso hace cosquillas.


Labios, lóbulos de las orejas, pezones... cada terminación nerviosa se empapó de su saliva. La lengua hábil se deslizó entre sus gruesos labios, lamiendo largamente la piel sensible. Un escalofrío la recorrió hasta lo más profundo.

Él dobló sus piernas hacia arriba, chupando los dedos de sus pies con avidez antes de morderlos, como si quisiera devorarlos por completo. Era voraz, como un hombre hambriento al borde de la muerte.

Sus cejas doradas y perfectas, la mirada felina enmarcada por pestañas rectas y largas, la nariz recta y suave sin un solo rasgo tosco, la piel luminosa... y esa mandíbula fuerte que equilibraba su rostro, evitando que pareciera demasiado delicado.

Ver a alguien con un rostro tan esculpido, como una obra de arte refinada, cometiendo actos tan salvajes... Era como participar en un pecado exquisito.

Hasta cuando hundía sus dedos entre esos labios suaves, chupándolos con obscenidad, todo parecía elegantemente perverso. ¿Acaso yo también me he vuelto una depravada, por encontrar belleza en esto?

Pero entonces, sus labios descendieron sobre el anillo de su dedo anular. Un beso casto, puro como un juramento. Irónicamente, eran esos gestos inocentes los que más la avergonzaban.


—Repíteme esas palabras.

—¿Depravada?


Pff. Una risita escapó entre sus dedos.


—No... entonces...


su voz se quebró cuando sus caderas aceleraron el ritmo.


—.No te extrañé a ti, pero sí a tu... ah, mmm, ¡ahh!.


Era una venganza por su coquetería, por fingir que no sabía exactamente qué quería oír.




Thump, thump.




Cada embestida la atravesaba como un clavo hundiéndose en lo más profundo. Bajo su mirada intensa, que recorría cada centímetro de su cuerpo enredado con el suyo, Grace se sintió como un ciervo atrapado bajo la garra de un león. Mareada, vulnerable.

Aunque su cuerpo sobre ella ya no era una amenaza, su presencia era tan abrumadora que parecía un dios caprichoso, sosteniendo su vida en una mano.


—Diosa mía.....


La llama "diosa" mientras la sostiene en sus manos.


—Abra su santuario y lave con su agua bendita los pecados de esta bestia impura...

—Blasfemia... adorar a una diosa mientras la profanas.
Asure: esta es una referencia a: Rezo primero para que me olvides .... si hablamos de antigüedad, RPQMO es mas antigua :v .... es la misma autora

—En su amor misericordioso que acepta a esta estúpida bestia que osa burlarse de usted... renaceré como criatura leal por toda la eternidad.


Las mismas palabras que usó para proponerle matrimonio en la playa, ahora retorcidas en un juego perverso entre las sábanas.


—Maldito loco... hasta muerto seguirías hablando.

—Apiádese de este pobre pecador... enloquecido por su diosa...

—¡Ha... haah!


La risa que estalló en los labios de Grace fue rápidamente ahogada por un gemido ahogado. León también perdió la capacidad de seguir con sus absurdas bromas.

No era un movimiento violento de vaivén. Su miembro no se retiraba por completo, solo martilleaba ese punto sensible al fondo, thump, thump, hasta que Grace alcanzó el clímax en un instante, convulsionando.


—¡Haaah!


Otra razón por la que este hombre era insufrible... pero imposible de odiar.

El placer electrizante corrió por cada nervio erizado, incendiando sus venas hasta hacerla sentir como una brasa viviente.

Sus ojos se abrieron desmesuradamente, pero no veían. Su boca se abrió, pero no podía tragar aire ni liberar los gritos atrapados en su garganta.

Incapaz de soportar el orgasmo paralizante, Grace se aferró a lo primero que encontró —el brazo de León apoyado en la cama— clavándole las uñas hasta la carne.

Pero él no sintió dolor. Solo el éxtasis de ver cómo su diosa se desvanecía en su altar.

Todas sus terminaciones nerviosas convergían bajo la cintura. Las paredes íntimas de Grace se adherían a su miembro como una segunda piel, los pliegues internos hinchados y tensos, succionando con avidez la cabeza sensible, como si quisieran exprimirle hasta la última gota.


—Mmm...


León apretó los dientes, conteniendo la furia del orgasmo que amenazaba con estallar. Entonces, unos brazos delgados se enroscaron en su nuca, tirándolo hacia abajo.

En cuanto sus labios se encontraron, su lengua se coló entre sus dientes con la familiaridad de quien conoce cada recoveco. El roce húmedo y ardiente de carne contra carne derritió su racionalidad hasta dejarla sin forma.

Había caído en su juego.

Con un empujón brutal, León la penetró hasta el fondo. Cuando la punta roma chocó contra el cuello uterino, liberó la tensión acumulada en sus caderas. Un escalofrío eléctrico le recorrió la espalda al sentir cómo el fluido caliente empapaba su interior.


—Haa...


Al final, se había rendido a su deseo. Pero no había derrota en esa entrega, solo el instinto primitivo de marcarla, de dejar su semilla dentro de ella.

Al levantar la mirada, Grace le sonrió con las comisuras de los ojos aún enrojecidas por el placer reciente. Era irritante. Era adorable.

Con movimientos superficiales pero precisos, esparció el líquido acumulado en su entrada, mojando el cuello uterino antes de murmurar:


—Diosa mía, qué honor que desee llevar al hijo de esta bestia indigna...

—Al menos sabes que es un honor.

—¿Por qué buscarías un sufrimiento tan mortal?


Grace lo miró fijamente durante un largo instante, los brazos aún alrededor de su cuello, antes de responder:


—Para hacerte sufrir a ti también.

—Con gusto.


León selló su promesa con un beso, como estampando un contrato. Pero en realidad, no necesitaba palabras: la respuesta ya bailaba en la mirada de Grace.


—Hmm…


De pronto, su miembro —que hasta entonces había sellado su interior— se retiró. No hubo tiempo para sentir el vacío. La sensación de su esencia derramándose entre sus muslos la hizo estremecer.


—No puedes sacarlo así, sin avisar.


Su mano se deslizó entre sus piernas, empapadas y brillantes. Aunque no podía recuperar lo perdido, intentó contener el flujo con los dedos, como si quisiera preservar hasta la última gota.


—Grace…


Su voz grave, cargada de respiración agitada, le erizó la piel.


—Sabías que esto sería una locura.


Entre sus piernas, su erección —reluciente de sus fluidos mezclados— se alzaba imponente. Una columna de bronce ardiente, lista para sumergirse de nuevo en su fragua.

Grace observó un momento, hipnotizada, antes de separar lentamente los dedos que sellaban su entrada.

En ese instante, la mano de León —que apartaba un mechón de pelo pegado a su frente— se detuvo. Un gemido reprimido vibró en lo más profundo de su pecho.

Entre sus dedos, la entrada entreabierta revelaba piel enrojecida por la fricción. Las paredes internas, ocultas a la vista, palpitaron, tragando los restos de su unión.

Como pidiendo más.

El deseo se hinchó, incontrolable. Su miembro, tenso hasta el límite, pulsó con la urgencia de liberarse.


—Has cambiado. Antes me volvías loco sin querer… ahora lo haces a propósito.


León no lo dudó: empujó su miembro entre los dedos de Grace y se hundió en ella.


—¡Ahh…!


La carne caliente y húmeda lo tragó de un bocado, apretándolo con una tensión viscosa. Ni siquiera necesitaba mover las caderas; ya sentía que iba a estallar. Las paredes internas, rugosas y onduladas, succionaban y frotaban su erección por su cuenta.

La vista se le nubló. León inhaló y exhaló hondo, tomándose un momento para contener el éxtasis antes de empezar a moverse.


—Ah… Ah…


Grace retiró las manos de su propio cuerpo y se entregó a las de él. Se dejó llevar, mecerse cuando él la mecía, gemir hasta quedarse ronca cuando él lo exigía. La segunda vez no tardó mucho.

Y, de nuevo, León sacó su miembro de golpe. Un hilo blanco y espeso se extendió desde la punta de su verga hasta el interior de su sexo, hasta que, con un movimiento brusco, se rompió al rebotar contra su carne.

Era un espectáculo hipnótico, como siempre: el rojo vivo de su entrada palpitando, abriéndose y cerrándose alrededor de la masa blanca que aún retenía. Cada contracción, cada espasmo de su vulva en el prolongado resplandor del orgasmo, expulsaba más fluido—mezcla de semen y sus jugos—empapando las sábanas.

Y, como siempre, Grace deslizó la mano entre sus piernas. Su voz, ya ronca, lo reprendió entre jadeos:


—No puedes seguir sacándolo así…

—Depravado.

—Tú lo eres más.


Ella misma separó sus labios con los dedos, desafiante, convirtiéndolo en el animal de deseo que él era.


—¿Me lo vas a dar otra vez?


preguntó León, trazando un círculo con el índice alrededor de su entrada. Como si respondiera, su sexo apretó el dedo con fuerza.


—Entonces tendrás que pararlo tú.


Aunque, en realidad, la sangre ya volvía a acumularse allí abajo sin darle tiempo a flaquear, León fingió no estar erecto.


—¿Qué clase de juego es este?


Por supuesto, Grace no cayó en el engaño; sabía muy bien que eso no iba a pasar.

León tomó la mano de ella, que yacía abandonada sobre la cama, la llevó hasta su pecho. Cerró sus dedos sobre los suyos, obligándola a apretar la carne suave y generosa que se expandía bajo su palma.

Para su mano, aquel pecho encajaba a la perfección, pero para la de Grace era demasiado grande. La piel lechosa, resbaladiza por el sudor, se desbordaba entre sus dedos.

Él superpuso su mano sobre la de ella y comenzó a masajear. Grace, ahora forzada a acariciarse a sí misma, gimió y retorció el cuerpo. Cuando su palma presionó y frotó el lugar donde se encontraba el clítoris, ella se encogió por completo.


—Mmmh, esto… ah… no.

—¿Ahora te haces la tímida, cuando eras tú la que se abría con tus propias manos?


Aunque decía que no, su entrada se entreabría descaradamente. Incluso esa postura encogida, como un bebé, era una pose que solo adoptaba cuando el placer la sobrepasaba.

Grace, gimiendo entre dientes, logró zafarse de su agarre justo antes de llegar al límite. Pero, por supuesto, en cuanto intentó incorporarse, León la atrapó de nuevo.


—¡Ah—! ¡Ah-ah!


Sin siquiera usar las manos, encontró su entrada y empujó el miembro dentro de un solo movimiento. Grace, sentada sobre sus muslos, arqueó la espalda y tembló violentamente.


—Tú solo eres una diosa pura, que abre su agujero con sus propias manos por el sagrado propósito de concebir vida. Así que deja que la bestia en celo sea solo yo.

—¿Ahora lo entiendes?


Grace enterró su rostro en su hombro y soltó una risita burlona. Pero esa sonrisa insolente no duró mucho.


—¡Ah, ah—! ¡Ah-ah-ah…!


Cada vez que sus piernas eran empujadas hacia arriba, su cuerpo se sacudía sin control. No tenía fuerzas ni para sujetar sus pechos, que oscilaban fuera de ritmo con cada embestida.

Cuando los pezones erectos rozaban el torso musculoso del hombre, ardiendo de arriba abajo, el placer estallaba como chispas, arrancándole gritos ahogados a Grace.


—¡Ahh, esto—! ¡Ah-ah! ¿Por qué aquí…? ¡Haaah!


Al recuperar la lucidez, se dio cuenta de que su mano derecha estaba atrapada entre sus pubis. Cada vez que León movía las caderas, ella terminaba frotando su propio clítoris. Era exasperante.


—Ah… ahhh…


Estaban tan profundamente unidos que, por más que el sudor y los fluidos hicieran resbalar su piel, su mano no podía escapar.


—¡Ugh…!


Grace retorció los dedos sin querer, estimulando el sensible nudo enterrado en su carne, de pronto arqueó las caderas hacia arriba.


—¡Hhk!


Al caer de nuevo, la gruesa longitud de él se clavó hasta el fondo de su vientre, como si le arrancara el aliento.


—Nngh…


León exhaló un aliento ardiente contra su oído. Una gota de sudor resbaló por la vena abultada de su cuello.


—¿Oh, pura diosa, dónde aprendiste a ordeñar la polla de un hombre como si fuera una vaca?


Tiró de su mano atrapada aún más hacia abajo. Su miembro, entrando y saliendo, rozó sus dedos.

Pegajoso. Ardiente.

Pero su mano no se detuvo allí. Descendió hasta agarrar esos testículos que golpeaban su trasero con cada embestida, ahora empapados en sus fluidos mezclados.

A pesar de haber eyaculado dos veces, el saco seguía tenso e hinchado. Y no solo eso: las bolas, pegadas a la base de su erección, palpitaban como si estuvieran listas para soltar otra carga.


—La semilla del demonio que llevo dentro solo puede florecer como un ángel en tu tierra fértil…

—¡Haaah…!


La punta de su miembro, hundida hasta lo más profundo, se retorció contra la entrada del útero, rozándola con una presión que hizo temblar a Grace.


—Dime, ¿puedo profanar tu sagrado suelo con esta semilla impía?


Ella respondió apretando sus testículos con fuerza, exprimiéndolos literalmente para sacarle hasta la última gota.


—Nngh…

—Ah…


Cuando el líquido caliente, cargado con el fuego de él, se derramó en lo más hondo de su vientre, Grace dejó escapar un gemido prolongado, relajada y satisfecha. León, tras inundar su cuello uterino con otra oleada espesa, susurró contra su oreja:


—Me pregunto cómo será el ángel que nazca esta vez.


Sus dientes, que antes habían mordisqueado el lóbulo de su oreja, encontraron ahora un pezón.


—Aunque, claro… hay sabores que aún no conozco.

—¡Hmph!

—Oh, diosa mía, entregaré mi cuerpo hasta el día en que tu vientre se hinche y tus pechos fluyan.

—No digas tonterías. No te daré ni una gota.

—Qué diosa tan cruel. Yo, en cambio, te daría hasta mi última gota sin reservas.

—¡Ah—! ¡Ugh…!


Parecía decidido a vaciarse por completo, hasta no dejar nada en sus testículos. Era un hombre que, una vez empezaba, no paraba hasta el final.

Ojalá Ellie llegue pronto…...

Pero en el momento en que el éxtasis la arrastrara al límite…

Ojalá Ellie no llegue nunca.....

Grace, atrapada en los brazos de León, se debatía entre pensamientos contradictorios, balanceándose sin rumbo entre ellos.

Lo que había comenzado como una guerra, tras repetirse una y otra vez, se transformó en algo tierno y melancólico. Olvidaron el tiempo y el lugar, sumergidos únicamente el uno en el otro. Grace incluso olvidó por completo que, antes de que el sol se pusiera, había estado sumida en una profunda tristeza. Ahora solo reía.

Las lágrimas que brotaban lo hacían únicamente empujadas por el placer que alcanzaba su límite.


—¿Cuánto me extrañaste? ¿Qué querías que te hiciera? Dímelo.


Embriagada por el placer físico y emocional, Grace confesó todo obedientemente ante sus preguntas. Incluso pronunció las palabras "Te amo" antes de que él se lo pidiera. Este hombre seguía siendo un interrogador diabólicamente hábil.

El encuentro amoroso no cesó hasta bien entrada la noche.

León llevó a Grace, demasiado débil para sostenerse por sí misma, al baño y la lavó con cuidado, como si fuera una bebé, antes de envolverla en una bata. La sensación de la seda fría sobre su piel aún caliente era deliciosa.

Y así como la había cargado para entrar, también la llevó en brazos al salir. La acostó sobre las sábanas frescas que una criada había preparado. Debido a su languidez, la cama le pareció excepcionalmente mullida.

Cuando las cortinas blancas ondeaban en el borde de la ventana abierta, Grace inhaló profundamente. Una brisa fresca, cargada con el aroma del mar, entró y aligeró el aire pesado y húmedo que había dejado su pasión.

Todo era dulce como un sueño.

Fue entonces, recostada de lado, parpadeando mientras contemplaba el mar nocturno, cuando la habitación se oscureció de repente. Sintió cómo el colchón cedía detrás de ella y una mano se posó en su espalda.

Los dedos se deslizaron con lentitud por su columna vertebral, separados de su piel solo por la fina capa de seda. Su cuerpo, todavía sensible, reaccionó con estremecimientos a cada caricia, más suave que una pluma.

En el instante en que sintió unos labios ardientes en su nuca, Grace volvió la cabeza hacia atrás. Sus miradas se encontraron, enseguida sus bocas se unieron.

El deseo se había consumido por completo, reducido a cenizas. Claro que volvería a levantarse, obstinado, pero por ahora no quedaba nada. Solo compartieron un beso prolongado y tierno, impregnado únicamente de afecto.

Cuando sus labios se separaron, León tomó el anillo de compromiso que había dejado apartado en el baño y lo deslizó de nuevo en el dedo de Grace, preguntando:


—¿Cómo quieres que sea nuestra boda?

—¿Boda?


Grace lo miró con una sonrisa pícara.


—Yo nunca dije que aceptaría.


En realidad, no había tenido oportunidad de responder.

Diosas y bendiciones...

Este hombre había hecho su propuesta como un caballero jurando lealtad, con tanta solemnidad que, arrastrada por el momento, ella aceptó el anillo sin darse cuenta de que él jamás había mencionado palabras como matrimonio o esposo.


—Me diste la oportunidad de ser cualquier cosa para ti, elegiste el camino de convertirme en tu caballero...


Cuando León le pellizcó la nariz con fingido fastidio, Grace soltó una carcajada.


—Bueno... Nunca pensé en algo como una boda.


Era irónico considerar una ceremonia ahora, cuando ya habían hecho todo lo que la gente normalmente hace después de casarse.


—Entonces empieza a pensarlo desde ahora.


Grace estudió su rostro con atención. Él parecía serio. Quizás él era quien secretamente anhelaba una boda.


—¿Y tú? ¿Cómo la quieres?


Él guardó silencio un momento, luego respondió con algo inesperado:


—Yo elegiré el color del vestido.


La esquina de sus labios se curvó brevemente, casi con timidez, antes de volver a su expresión habitual.


—¿Mi vestido? ¿Mi vestido lo eliges tú?

—¿Y eso por qué?

—¿De qué color?

—Blanco.


En ese momento, Grace recordó lo que él había dicho tiempo atrás sobre los vestidos de novia y curvó solo una esquina de los labios hacia arriba.


—Vístete de blanco para mí.


Era como si este hombre, años después, se arrodillara ante la tumba que él mismo cavó, suplicando clemencia.


—Por favor.


Ahora, cuando ni siquiera era necesario discutirlo, sus propios pies le ardían, llevándolo a confesarse y rogar por su cuenta. Grace no pudo evitar reír.


—Pero será el vestido más caro.

—Eso ni se discute.


Compartieron un beso ligero antes de acostarse entrelazados. Bajo la luz de la luna que se quebraba en destellos sobre el mar, con el sonido de las olas como acompañamiento, repasaron los eventos de los últimos tres meses.


—A Jerome le convencí diciéndole que si traicionabas a la Gran Duquesa después de recibir el pago por adelantado, tú serías el culpable de matar a su hermano y prender fuego a la mansión.

—¿No querías decir 'chantaje' en lugar de 'convencer'?


Entre risas y comentarios absurdos sobre lo locos que estaban, la noche se fue haciendo más profunda.

Estaban agotados, pero satisfechos.

Parecía que si se dormían así, ni siquiera soñarían, simplemente descansarían profundamente.

Asure: Chiques, buenas noches :v (Pagina 57/112) .... Volviendo de nuevo, espero les guste, como dije en el chat, este volumen es cortito como tus esperanzas que él regrese a ti :v
Pasen feliz domingo.
PD: el capítulo 164 completo de la versión inglés, corresponde al 142 (parte inicial) de mi blog

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