LA VILLANA VIVE DOS VECES 399
El sueño de la mariposa (66)
Milaira acababa de regresar de un paseo y se encontraba fresca después de su baño cuando escuchó el alboroto.
En la residencia del Marqués Rosan, si alguien hacía ruido, solía ser por culpa de la propia Milaira, así que ella siempre había considerado su hogar como un lugar tranquilo. Lawrence había sido un niño callado y reservado desde pequeño, Artizea llevaba años fuera de casa.
Con curiosidad, miró a sus doncellas, pero estas solo bajaron la cabeza con gesto de desconocimiento. En esa casa, era mejor fingir ignorancia ante lo que se sabía y no indagar en lo desconocido.
Aunque los escándalos de los nobles solían ser un divertido tema de conversación entre las sirvientas, eso requería cierto grado de interés o afecto. Excepto por algunos matones cercanos a Bill que maltrataban al resto de los empleados, la mayoría solo quería cumplir con su trabajo y marcharse lo antes posible. Si los salarios no hubieran sido ligeramente más altos que en otras casas, ni siquiera se habrían quedado.
Milaira frunció el ceño y salió al pasillo.
—¿Lawrence?
Un fuerte estruendo provenía del estudio de su hijo, así que se dirigió hacia allí.
—¿Qué ocurre? ¿A qué viene tanto escándalo…?
Pero al asomarse, no pudo contener un grito de horror.
—¡Lawrence!
Lawrence, con el cuello de la camisa aún agarrado por Graham, la miró fijamente. Una de sus mejillas, antes pálidas como la porcelana, ahora estaba enrojecida e hinchada, y la sangre le escurría de la nariz.
Milaira, histérica, se abalanzó hacia el estudio.
—¡¿Qué demonios están haciendo?!
Cedric, alerta, la interceptó y le sujetó el brazo con firmeza. No tenía objeciones a que Graham destrozara a Lawrence, pero no podía permitir que Milaira resultara herida en el proceso.
—¡Suélteme! ¡Suélteme ahora mismo! ¡¿Qué le han hecho a mi hijo?!
Milaira gritó como una poses, pero no tenía fuerza para liberarse de la mano de Cedric. Graham, mientras tanto, la miró con ojos gélidos sin soltar a Lawrence.
—Basura sin vergüenza ni conciencia. No esperaba menos de una bestia como tú y el monstruo que parió.
—Hermano Graham.
Cedric cortó las palabras cargadas de odio de Graham, quien, comprendiendo la indirecta, hizo un sonido de disgusto con la lengua antes de gruñir:
—Ven conmigo. Incluso si Su Majestad intenta pasar esto por alto, yo no lo permitiré.
Intentó arrastrar a Lawrence fuera del estudio, pero entonces, el joven marqués —que hasta ahora había permanecido dócil como un cordero— agarró la muñeca de Graham con fuerza.
—Suélteme. ¿De verdad arma este escándalo por reprender a un simple sirviente?
—¿Reprender?
Graham escupió las palabras.
—Lo vi con mis propios ojos, bastardo. Si un sirviente no te agrada, lo despidas. No lo conviertes en... eso.
—¡Ugh! ¡S-Su Majestad lo verá...!
—¡Claro que iremos ante Su Majestad! ¡Intenta quejarte entonces!
Graham arrastró a Lawrence fuera del estudio, aferrándolo con tanta fuerza que el cuello de su camisa se tensó hasta ahogarlo.
Milaira lanzó un grito desgarrador:
—¡AAAAH! ¡Suéltenlo! ¿Qué le están haciendo a mi hijo? ¡¿Qué crimen ha cometido?!
Cedric, mientras la sujetaba por los brazos para impedir que los siguiera, miró a las sirvientas que se agolpaban curiosas a la entrada. "Con este escándalo, el mayordomo debería haber aparecido ya. Pero ese cobarde ni ha venido ni ha mandado a nadie."
Sin alternativa, hizo un gesto a las sirvientas. Estas se apresuraron a entrar y le arrebataron a Milaira de sus manos.
Agotada por forcejear, Milaira se desplomó entre ellas. Jadeaba con los labios azulados, como si estuviera al borde de un ataque.
—Cuídenla bien. Y asegúrense de que no salga de la residencia.
Aunque los empleados de la casa de Marqués Rosan no tenían por qué obedecer a Cédric, las sirvientas —intimidadas— asintieron con sumisión.
Cedric suspiró y salió del estudio con paso firme.
Graham ya había metido a Lawrence en el carruaje y subido tras él. Cuando Cédric entró por último, la puerta se cerró con un golpe seco.
Lawrence los miró con hostilidad. Antes de que pudiera hablar, Cédric lo interrumpió:
—No digas nada.
—......
—Nada de lo que digas ahora hará más que enfurecer al hermano Graham.
Lawrence clavó una mirada afilada en Cédric, mientras Graham no apartaba los ojos de él.
'Si fuera Artizea, se dejaría golpear hasta quedar irreconocible para ganar la compasión del Emperador.'
Pero Cédric sabía que Lawrence no era capaz de eso. Era un error creer que quienes ejercen violencia están acostumbrados a recibirla.
Un silencio espeso llenó el interior del carruaje.
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Emperador Gregor recibió la noticia de que Graham acababa de entrar al palacio y solicitaba una audiencia.
Aunque le sorprendió, también le agradó. Tenía mucho que decirle al hijo que pronto enviaría lejos. "Aunque desde la adolescencia, cuando empezó a entender el mundo, ha mantenido las distancias conmigo..." Pensó, sonriendo entre dientes. "Debe sentirse inquieto por partir a cumplir un rol tan importante."
Estaba dispuesto a compartir no solo consejos políticos, sino también sus propias experiencias. Él también había forjado su gloria militar en el oeste en su juventud.
Pero entonces llegó la segunda noticia:
—¿Que Cedric lo acompaña es comprensible... pero Lawrence también está con ellos?
—Sí, Su Majestad. Parece que...
El sirviente que informaba no podía levantar la mirada.
—Parece que hubo una pelea.
El emperador frunció el ceño. Sabía que Graham detestaba a Lawrence, pero ¿pelear ahora, justo antes de una misión crítica? Era absurdo, considerando la diferencia de edad y el momento.
Con un incipiente dolor de cabeza, hizo un gesto para que los hicieran pasar.
La puerta se abrió y Graham entró arrastrando a Lawrence, quien se soltó bruscamente, jadeando.
—¡Podía caminar solo!
—¡Lawrence!
El emperador gritó, horrorizado. El rostro normalmente perfecto de su hijo menor estaba desfigurado. Aunque Cedric le había dado un pañuelo para limpiar la sangre de la nariz en el carruaje, su mejilla hinchada mostraba claramente el moretón.
—¡Graham! ¿Qué has hecho con tu hermano menor?
La pregunta era retórica. El emperador rugió con genuina furia, haciendo que los asistentes y sirvientes en la sala se encogieran.
Pero Graham no se inmutó. Alzó la voz aún más:
—¡Es porque Su Majestad lo ha consentido como a un cachorro mimado que creció sin distinguir el bien del mal!
—¡Cómo te atreves!
—¿Sabe qué hizo este monstruo? ¡Dejó inválido a un niño de 16 años!
El emperador abrió los ojos, desconcertado. Aprovechando su vacilación, Graham continuó, implacable:
—Si golpearlo yo es "salvajismo", ¿cómo llama a lo que él hizo durante años? ¿"Disciplina"?
—Es solo un sirviente, no....
—¡Cállate!
Graham le lanzó un gruñido a Lawrence, su furia avivada por la actitud tibia del emperador.
—Recuerdo que Su Majestad me enseñó que 'la integridad física de los ciudadanos del Imperio está protegida por la ley imperial'. ¿O acaso no le enseñó lo mismo a este otro hijo suyo? ¿Por qué? ¿Porque es su favorito?
El sarcasmo goteaba de sus palabras.
—Si quiere una mascota linda, críese un gato. Por mucho que arañe, al menos no destruirá vidas humanas.
En otra circunstancia, el Emperador habría reprendido semejante insolencia. Pero esta vez, no pudo responder. No solo estaba atónito, sino que reconocía en Graham la explosión de una ira acumulada por más de una década.
Su mirada buscó a Cedric, quien bajó los ojos, incómodo. Ni él había anticipado que Graham cruzaría este punto sin retorno.
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