INTENTA ROGAR 171
Volumen VIII - EXTRAS : Un enemigo en quien confiar (1)
Asure: Portada del Volumen 8
Cantidad Caracteres: 39943
—Soy un hombre lleno de pecado.
El hombre confesó su culpa, solo para cometer otro pecado.
No hacía el menor esfuerzo por ocultar la lujuria que hervía en sus ojos azul claro. Ojos que, siendo tan profanos para contener la imagen de una mujer vestida de hábito, no mostraban culpa alguna. Al contrario: en su rostro se dibujaba una torcida sonrisa, un deleite descarado por haber logrado encerrarla finalmente en ese lugar.
—Hermana... se parece usted a mi primer amor.
La intención impura ya se dejaba sentir con fuerza desde el momento en que, oculto tras el confesionario, abrió la puerta de golpe y, al verla pasar, la sujetó para arrastrarla adentro.
—Si confesamos nuestros pecados, el Señor justo y misericordioso nos los perdonará…
La voz del sacerdote, oficiando la misa del mediodía, resonaba por toda la iglesia y atravesaba la rejilla y la cortina del confesionario.
Todos estaban absortos en la ceremonia, así que nadie prestaría atención a ese rincón.
Pero la mujer, envuelta en penumbra, mantenía la mirada fija, con creciente ansiedad, en la puerta cerrada que podía verse por encima del hombro del hombre.
Aquel hombre, encarnación del deseo posesivo, pronto bloqueó por completo incluso ese minúsculo resquicio con su cuerpo imponente, como si dijera: “Solo yo debo estar en tu mirada.”
Tac. Tac.
El sonido sordo de unos zapatos rompió la tensión que se mantenía al filo.
Los dos cuerpos, encerrados en la estrechez de la caja de madera, estaban tan cerca que no cabía ni una mano entre ellos.
Aunque su atuendo austero la cubría por completo, la mujer, que conocía bien el sabor del deseo, no tardó en notar que lo que se clavaba contra su bajo vientre no era un arma.
¿Ahora? ¿Aquí?
Confundida, levantó una mano y, con firmeza, rechazó los labios del hombre que buscaban posarse sobre los suyos.
—El sacramento de la confesión debe ser atendido por un sacerdote.
—¿Y no es acaso de su cuerpo, hermana, de donde mana el único agua bendita capaz de limpiar mis pecados?
—Con esas palabras tan vulgares, acaba usted de sumar otro pecado, hermano.
—¿Hermano, dices?
La risa baja del hombre le cosquilleó los dedos.
—¿Quién se une en cuerpo con un hermano?
Una lengua descarada emergió entre sus labios y se enroscó con malicia alrededor de los dedos de ella.
Aquel trozo de carne húmeda y traviesa se abrió paso entre su índice y su dedo medio, lamiéndolos lentamente de punta a punta.
La mujer sintió arder las mejillas; esa imagen —el hombre lamiendo entre sus piernas— le resultaba peligrosamente familiar desde otra perspectiva.
Era natural que la parte de su cuerpo que más conocía esa sensación empezara a calentarse también.
—¿Quién lleva en su vientre hijos de un hermano? Y no uno… sino dos.
—Hngh…
La mano del hombre presionó con firmeza el vientre plano de la mujer, empujándola contra la pared como si quisiera clavarla allí.
—¿Qué clase de bestia se excita chupando a su propio hermano?
Soltó una risa breve. Pensó que tenía los ojos cerrados, pero simplemente los había bajado.
Ella siguió su mirada y notó cómo, bajo el cuello blanco y redondo de su hábito, la tela negra se tensaba de una forma que distaba mucho de lo casto.
No podía salir de allí con ese aspecto.
Aunque, en realidad, hacía ya mucho que había dejado de pensar en escapar.
—Es cierto… yo no soy una bestia, ¿verdad?
La mujer alzó una pierna, atrapada entre las dos del hombre, encerrándolo con su muslo.
—Ah…..
El gemido sofocado que se le escapó a él se debió a cómo su centro, inflamado por el deseo, era frotado y presionado sin miramientos por el muslo de ella.
—No como esas bestias que se excitan con una monja.
El hombre reconoció con acciones lo que no negaba con palabras: que era, en efecto, una bestia.
Llevó una mano a los botones del pantalón, dispuesto a liberar su miembro pecador.
Pero la mujer lo detuvo.
—Antes de eso…...
Con ambas manos, levantó la falda de su hábito.
La tela negra se deslizó suavemente hacia arriba, revelando una escena que haría suspirar al mismísimo Dios.
Entre la banda de sus medias negras y la cartuchera de la pistola, asomaba la blanca piel de sus muslos.
Fue entonces que la ‘monja’ los abrió y dio una orden:
—Empieza por lavar esa boca pecadora.
—Con gusto.
El hombre se arrodilló como si fuera a arrepentirse, y cometió el pecado más lascivo de todos.
Crac.
Hacía tiempo que no oía el sonido de unas bragas desgarrándose.
Pero el ruido de alguien succionando y mordisqueando la carne tierna que había debajo… ese, no podía decir que fuera tan inusual.
—Ahh…
Grace recogió los pliegues del hábito sobre su vientre y se esforzó por contener los gemidos.
Afuera, en un ambiente solemne, el sermón del sacerdote seguía su curso.
—Es cierto, no soy una bestia.
Tal vez esa frase estaba equivocada.
Estar en un lugar sagrado, durante el horario sagrado de servicio, deseando un placer tan indecente… la convertía en una bestia, tan salvaje como él.
—Estamos locos.
Leon levantó la mirada hacia ella, mientras sostenía entre los labios ese pequeño y tenso botón de carne que, por más que se inflamara, seguía siendo diminuto.
Sus ojos decían: “¿Y cuándo hemos estado cuerdos?”
Plick.
En un instante, la punta de su lengua —afilada y juguetona— se enroscó y golpeó de lleno el botón hinchado, haciendo que un placer agudo y eléctrico le cortara el aliento.
Y sin darle un segundo de tregua, empezó a frotar el clítoris con la lengua excitada hasta el extremo.
Las piernas de Grace temblaron mientras suplicaba entre jadeos:
—Déjame… ah, déjame, por favor…..
No le estaba pidiendo que la dejara salir.
No esta vez.
Era una súplica para que no la hiciera esperar, para que la llevara directo al clímax sin prolongar más la agonía, sabiendo que el lugar y el momento eran demasiado peligrosos para los juegos.
Leon tenía una costumbre perversa: justo antes del orgasmo, le gustaba apartar la boca y observar con deleite cómo Grace, desesperada, se rebajaba a rogarle.
Le nació ese vicio desde que ella empezó a trabajar formalmente.
Ya habían pasado dos años desde que ‘Winston’ murió, pero la zorra que sabía manipular seguía tan viva como siempre.
Leon, en vez de redoblar su lengua, respondió con una sonrisa que le entornó los ojos.
Esa sonrisa maldita.
La misma que solía aparecer justo antes de empujarla al borde… y detenerse ahí con una calma exasperante.
Esta noche te las vas a ver conmigo.
—Déjame… ah, cariño… por favor…
Apenas ella lo llamó entre suspiros —"cariño", suplicante— el pecho de León se infló con fuerza, y su aliento, caliente y cargado de excitación, se precipitó sobre la entrepierna húmeda de Grace.
Ella se estremeció, sintiendo cómo su propio deseo ardía más, como si el calor de él se le hubiera contagiado.
El pubis se contrajo involuntariamente, y su cuerpo dio un respingo.
—Ah… ngh… hhngh…..
La súplica había surtido efecto.
León abrió los labios sobre su clítoris, apartando con cuidado la piel fina que lo cubría.
Su lengua, resbaladiza y certera, envolvió el centro del placer y comenzó a girar y girar sobre él.
Rápido, lento.
Rudo, luego suave.
Su lengua se movía con maestría, modulando el ritmo como un músico con su instrumento.
A veces, fruncía los labios, hundiendo el clítoris entre la carne para intensificar o disminuir la presión según el momento.
Sus manos grandes se deslizaban por los muslos temblorosos de Grace, subiendo y bajando, como si leyeran una partitura oculta en su piel.
Sabía bien que no se trataba solo de embestir con fuerza, sino de seguir el ritmo del cuerpo para elevar, poco a poco, el pico del placer.
—Ahh… mmm… hhngh…
Grace apretó la mandíbula y concentró toda su fuerza en el bajo vientre.
Era como si reprimiera el clímax entre las piernas, conteniéndolo a la fuerza, sabiendo que cuanto más lo retrasara, más arrollador sería el final.
Y aún así…
Sabiendo que debía irse pronto, se permitía esa locura.
Ella también era una bestia codiciosa.
La fricción aumentaba en la zona donde la piel se mantenía pegada, el placer acumulado se extendía por todo su cuerpo, punzando desde la cabeza hasta los pies.
Estaba al borde.
La vista se le nublaba, el corazón le latía con violencia.
—Ahh… no puedo más…...
Antes de irse, siempre necesitaba estirar los pies hasta la punta.
Pero esta vez no pudo.
De pie, en ese lugar prohibido, apenas logró ponerse de puntillas, como si el orgasmo la empujara hacia arriba.
Intentó escapar, sin querer.
León la siguió con la boca, sin perder contacto, y con una mano le tapó la boca para ahogar sus gemidos.
—Mmmph!
Justo en el instante en que su lengua golpeó con fuerza el clítoris, se rompió el dique.
Toda la tensión acumulada estalló como una descarga eléctrica que le recorrió la columna hasta el cráneo.
El placer fue abrumador, como una ola inmensa, como un rayo.
Un clímax tan brutal que le hizo perder el sentido de sí misma.
Sentía que iba a volverse loca.
Grace se deleitaba en aquel vértigo donde los límites entre su cuerpo y su mente se desmoronaban, aunque al mismo tiempo se sentía completamente indefensa. Cuando este hombre se lanzaba sobre ella, no importaba dónde ni cuándo, siempre terminaba abriendo las piernas como una loca.
Y todo porque Leon era terriblemente bueno en esto. No solo bueno, sino que parecía mejorar cada vez. ¿Cómo era posible que hoy lo hiciera aún mejor que ayer? ¡Y ayer ya la había vuelto loca!
Era lamentable considerarlo como un simple ser humano, pero a la vez, Grace se sentía aliviada de que solo se alzara ante ella. Un pensamiento egoísta que siempre le asaltaba en momentos como este. Aunque, por otro lado, también empezaba a desear que no se alzara para ninguna otra mujer.
Esto es una locura. Una auténtica locura.
—¡Ahh!
El sonido húmedo de sus labios separándose después de succionar con fuerza su clítoris resonó en el confesionario. En cuanto la cabeza de Leon se apartó, las piernas de Grace perdieron toda fuerza, y él la sostuvo antes de que se derrumbara mientras jadeaba con respiración agitada.
Ni siquiera las inhalaciones profundas lograban calmar su excitación. La culpa era de Grace, que, con las piernas abiertas y sin la menor resistencia, le mostraba sin pudor su propio deseo.
Bajo su rostro enrojecido y perdido, aquel pequeño botón de carne que él había mordisqueado y chupado palpitaba como un diminuto corazón. Cada gemido de ella vibraba en lo más profundo del pecho de Leon.
Debajo del clítoris, sin siquiera haber sido tocada aún, su conchita enrojecida y madura se contraía y abría por sí solo, revelando su interior empapado. Era imposible no sentirse un hombre sediento.
Al ver a Leon lamiéndose los labios húmedos, Grace recordó a una bestia famélica. En cuanto aquellos ojos cargados de lujuria se posaron en su rostro, su cuerpo se inclinó hacia el espacio entre sus piernas.
—¡Hmm!
Él cubrió por completo la boca de Grace con su palma mientras bajaba la cabeza. Su lengua se abrió paso profundamente hacia su sexo, aún sensible del orgasmo, una explosión de chispas estalló ante sus ojos. Cuando aquella carne gruesa y resbaladiza empujó hacia dentro, provocando oleadas de placer, Grace sacudió el cuerpo con un gemido convulso.
Leon lamió de una vez, de dentro hacia fuera, luego retiró la lengua. En cuanto la mano que le tapaba la boca cayó, de Grace escapó un gemido ahogado junto con un aliento agitado.
—Ahh… ¿No crees que ya es suficiente lavar mis pecados con esa boca desvergonzada?
La mirada nerviosa de Grace se posó en las cortinas detrás de León.
—¿Ya he sido purgado de todos mis pecados, hermana?
—El origen del pecado nunca puede limpiarse.
susurró ella, mientras sus labios, húmedos de flujo femenino, dibujaban una línea torcida antes de aplastarse contra los de Grace.
La besó con una dulzura viscosa, mientras sacaba a relucir otro origen del pecado bajo su cintura.
'Seguro este hombre cree que el 90% de mis pecados se cometieron con esa cosa'
Un hombre cuya conciencia solo existía para Grace y sus hijos jamás vería como pecado lo que hiciera a otros. Manipular personas, incluso a la sociedad entera, hasta derribar un reino entero… todo era trivial.
—Dios nos ordena seguir todos Sus caminos…
—Entonces, ¿entramos por el camino que mi Dios ha permitido?
Ni siquiera follar en una catedral en plena misa era pecado para él. Si Grace se lo permitía, hasta lo que hiciera con su instrumento del pecado sería una absolución.
León se incorporó, alzando a Grace de un tirón. Mientras él echaba un vistazo a la cortina que los ocultaba y la ventana con celosía, ella se apoyó contra la pared, rodeando su cintura con las piernas flojas, mientras su mano bajaba por puro hábito.
Busqué el bolsillo trasero de sus pantalones, pero bajo mis dedos sentí cómo sus nalgas se tensaban. Al frente, la serpiente astuta levantó aún más la cabeza, lamiendo de un rápido movimiento el sexo de Grace.
—Hnn…...
Al recibir el impacto directo en el clítoris, Grace se estremeció. Antes de que el peso de su cuerpo la hiciera caer de nuevo y aquello la golpeara otra vez, agarró con fuerza el pilar de carne.
Abrir la pequeña caja de metal en el bolsillo trasero del pantalón de León y sacar un condón, desprendiendo la tira de papel con una sola mano, era ahora tarea fácil. Cada vez que Grace metía la mano y se movía inquieta, la reacción era familiar: su miembro se endurecía aún más, y por la rendija de la punta brotaba un líquido claro y viscoso.
—Ah…...
León cubrió la cabeza ya empapada —como si ya hubiera estado dentro y fuera de Grace— con la membrana de látex. Apretó el anillo enrollado alrededor del palmo hinchado de venas y lo deslizó hacia abajo, mientras el hombre, que antes mordisqueaba su mandíbula, gemía sin contención, empujando su cadera contra su mano.
—Cariño, ¿rezarás por mí también?
Leon apartó el velo de su cabello y lamió el oído escondido, insistiendo.
—Quédate quieto.
refunfuñó ella, apretando de golpe esa columna de carne que se frotaba impúdicamente contra su palma.
Él soltó una risita corta —"Pff"— antes de morderle el lóbulo con firmeza.
Grace respondió como si calmara a un niño caprichoso: cerró los labios alrededor de la punta que asomaba entre sus dedos, mordiendo suavemente la carne gruesa mientras, con las manos, terminaba de colocar el condón hasta la base. Era una imagen descaradamente obscena.
Cuando lo retiró —fingiendo un descuido—, tanto su vagina como su mano se tensaron, atrapándolo. Un aliento excitado escapó de lo más profundo del pecho de León.
Grace soltó su agarre y rodeó su cuello con los brazos. Era un permiso. O una orden: Muéveme ya.
Y León obedeció.
Alzó esas piernas delgadas aún más alto y empujó su cadera. El miembro largo se clavó de un solo golpe en el vientre de Grace.
—¡Ugh!
—Mmmph…...
Sus frentes se arrugaron al unísono. Apenas entró —sin resistencia—, las paredes de su vagina lo apretaron con una presión feroz, como si hubieran estado esperando para devorarlo.
—Ahh…
León contuvo un gemido profundo, reprimiendo el orgasmo que ya amenazaba con desbordarse, mientras alzaba la mirada. El techo del confesionario era tan bajo que casi rozaba su cabeza.
—Agárrate fuerte.
Con una mano, envolvió la nuca de Grace para atraerla contra su hombro, evitando que se golpeara. En cuanto comenzó a moverse con urgencia en aquel espacio estrecho, Grace hundió los dientes en su cuello, ahogando un grito que pugnaba por escapar.
—Mmph… Hnngh…
Un quejido frágil resonó en aquel lugar sagrado, mezclándose con el sonido obsceno de pieles golpeándose y el roce de ropas sacrílegas. Si alguien abriera la puerta del confesionario ahora, vería el escándalo de una monja y un feligrés enredados en pecado.
Leon observó con ojos ardientes a la mujer vestida de hábito que recibía sus embestidas. ¿Cómo podía ser tan indecente, aun cubierta de pies a cabeza?
Había salido a escondidas de casa y la había seguido solo para ver esto. Podría haberle pedido que se pusiera el hábito en su cama esa noche, pero si iba a vestir el papel, mejor hacerlo en el escenario adecuado.
—Si cometo blasfemia, es por tu culpa. Eres demasiado tentadora.
—Yo también quisiera elegir cuándo y dónde serlo, pero el pecado no espera.
Grace alzó la cabeza para responder, apoyada contra la pared. Sus palabras altivas contrastaban con su rostro deshecho por el placer. La discordia era… excitante.
Clink. Clink.
Un nuevo sonido se unió al ritmo de León: las cuentas del rosario colgado al cuello de Grace chocando con cada movimiento. Ella siguió su mirada y suspiró.
—Ni siquiera la cruz puede ahuyentar a un libertino.
—Hueles a pecado. ¿Cómo resistirme?
León enterró la nariz en su nuca, oculta bajo el velo, e inhaló profundamente. Aunque ella había empapado el aire con perfume, él reconocía ese aroma íntimo que intentaba ocultar. Lo conocía demasiado bien.
—Una monja que huele a leche materna… Tú sí que blasfemas contra lo sagrado.
Con un gesto brusco, León subió el hábito arremangado hasta su cintura, dejando al descubierto un sostén blanco. Los pechos pálidos, aprisionados en tela acolchada, apenas se movían arriba y abajo con sus embestidas, solo balanceándose hacia los lados.
Era prueba de su peso: ya estaban llenos de leche. Claro, era hora del almuerzo.
—Mmmph…....
Amontonó la tela negra del hábito y la apretó contra la boca de Grace como un mordaza, luego deslizó el sostén hacia arriba. Los redondos senos cayeron libres, y los pezones, sin siquiera ser tocados, se endurecieron al instante, palpando el aire en un ritmo desigual.
¿Era por excitación o por el frío que los hacía gotear? Ya brillaban húmedos, perlas lechosas asomándose en las puntas rosadas.
—Justo a tiempo para que papá haga su trabajo.
Leon metió la mano dentro de su chaqueta de traje. Cuando sacudió el biberón de vidrio, Grace ni siquiera lo insultó por loco.
Los días que Grace no podía volver a casa al mediodía, Leon aparecía en algún hotel cerca de su trabajo. O llevaba un biberón en el bolsillo, o cargaba a su hijo en brazos.
—¿Por qué viniste?
—Mamá mala dijo que no llegaría por el trabajo. Pero yo soy papá bueno.
Le dolía desperdiciar la merienda favorita de su hijo, la que Grace simplemente extraería y tiraría. Pero que la siguiera hasta la iglesia para ordeñarla… eso era nuevo.
Podría haber exprimido lo que ya subía, o succionado un lado para hacer fluir el otro. Pero el hombre dejó el biberón en la estrecha repisa del confesionario y soltó una idea absurda:
—Hoy, ¿Qué tal si hacemos que mamá, tan caliente, gotee leche por su cuenta?
Quería provocar el flujo solo con llevarla al clímax.
¿En serio tienes tiempo para esto?
No tuvo chance de decirlo.
—Ahh, urh, ¡ah!...
Su respiración se volvió áspera, el movimiento de sus caderas se hizo más violento. Cada embestida la sacudía sin piedad, donde sus pieles ardían en fricción, las chispas del placer crepitaban como un incendio.
La sensación, ya al límite, terminó por desbordarse de golpe. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, la piel se le erizó bajo el rastro húmedo de la lengua de León, que subía por su torso, saboreando el aroma a sudor y leche. La suave textura de su lengua hizo que los vellos se erizaran aún más, en sintonía con cada punto sensible.
Pero el resto de sus sentidos se embotaron. La voz piadosa al otro lado de la puerta y el ruido obsceno de sus cuerpos chocando se ahogaron en la distancia. Justo cuando el hombre entre sus piernas arqueó la cadera con un empujón final.....
—¡Hahh...!
Grace alcanzó el clímax, mordiendo con fuerza el hábito de monja que llevaba, convulsionando como si un rayo divino la hubiera fulminado.
No... Si Dios estuviera realmente furioso, jamás le habría permitido un placer tan intoxicante.
Esa sensación de derretirse, de que todo lo tenso se deshacía... Quizás el estrés acumulado había hecho que el éxtasis de hoy fuera aún más sublime.
¿O sería este maldito uniforme, el lugar y el momento lo que la excitó tanto? Si era así, entonces ella estaba tan depravada como ese hombre.
—Hhh......
Los labios que habían estado recorriendo su pecho ascendieron hasta su mejilla, capturando una lágrima que ni siquiera había notado.
Demasiado placer... pero sus pechos aún no goteaban.
No había forma, no todavía...
Pero se había apresurado.
¡Splash! ¡Squelch!
León hundió su miembro de nuevo en su interior, al retirarlo, un torrente de fluidos brotó sin control.
—¡Hahk...!
Pero no fue lo único que se derramó. Justo cuando el éxtasis resurgió hacia otra cima, un chorro de leche irrumpió violentamente de su pezón izquierdo, como un manantial desatado.
—…En la tierra donde fluyen la leche y la miel, tus descendientes se multiplicarán sin fin, así dijo el Señor.
—Lo creo.
León respondió al sermón del sacerdote mientras observaba cómo de su esposa manaban leche y miel.
—Tal como la palabra de Dios lo prometió.
Y en ese cuerpo —este cuerpo que ahora goteaba leche y miel— sus hijos habían crecido.
Ajustó el biberón bajo el pezón de Grace. Al principio, gruesas gotas cayeron plop, plop, hasta que varios chorros finos brotaron en ráfagas.
Era una reacción inevitable: cada vez que succionaba, Grace terminaba con las mejillas encendidas. Pero hoy no era por el acto en sí, sino por algo mucho más vergonzoso.
Ignorando la vergüenza de su dueña, el pecho derecho —más lento— comenzó a formar perlas de líquido blanquecino.
—Vaya, solo trajiste un biberón.
Grace contuvo un jadeo al sentir su lengua limpiando las gotas del pezón. Este hombre… lo hizo a propósito.
Pronto, sus dientes mordieron el seno hasta la areola, succionando con avidez. Un caballero de piel impecable que, bajo la fachada, cometía toda obscenidad sin pudor. Aunque lo había visto hacer cosas mucho peores, aún le costaba mirarlo directamente cuando succionaba así.
Glup.
El sonido de la leche deslizándose por su garganta la avergonzaba aún más.
León se separó un momento. Pasó la lengua por sus labios brillantes y preguntó:
—¿Vainilla?
Los ojos de Grace se abrieron desmesurados, su rostro ardiendo. ¿Cómo adivinó que comió helado de vainilla camino a la iglesia?
Era difícil de creer, pero decían que el sabor de lo que Grace comía se impregnaba sutilmente en su leche. Ella misma había probado gotas por curiosidad, pero nunca notó diferencia. Quizás su paladar no era tan sensible como el de él.
—Hahh…....
León volvió a morder su pezón.
La sensación era radicalmente distinta a cuando el bebé lo hacía. Bajo la fuerza del hombre, la leche era succionada con avidez, saliendo en hilos gruesos. Grace, como si respondiera a su ritmo, apretó y relajó los músculos alrededor del miembro que la penetraba, gimiendo entre dientes. Era una escena obscena, una profanación grotesca de un acto sagrado como la lactancia.
—Para ser alguien que está siendo amamantado, eres demasiado pervertido.
Hasta el movimiento de su lengua era irritantemente provocativo, como si succionar no fuera su único objetivo. El orgasmo ya había pasado, pero al seguir estimulando el otro pecho, el reflejo de eyección se prolongó más de lo habitual. El biberón ya estaba medio lleno cuando los chorros se convirtieron en gotas. Aún quedaba algo dentro, así que Grace se masajeó el pecho con sus propias manos, extrayendo la leche restante.
El derecho era todo lo contrario. Cuando el flujo cesó, León soltó el pezón y agarró el izquierdo con la mano. La carne hinchada se deshizo suavemente bajo sus dedos grandes y firmes.
Splurt.
Mientras que cuando Grace lo hacía, la leche caía a gotas, bajo las manos de León salía a borbotones, fluyendo sin resistencia. Él era mejor que ella, tanto en fuerza como en técnica.
—¿Ya no sale más?
—No… Creo que queda un poco.
Al final, terminó por llevarse también el pezón izquierdo a la boca, succionando con fuerza.
—Mmmh…
Grace no pudo evitar retorcerse por la sensación anormalmente placentera. Cuando sus miradas se encontraron, León sonrió con malicia, las comisuras de sus ojos curvadas en diversión. Era evidente que disfrutaba de su vergüenza.
—Hmpf.
Chup.
Sus labios soltaron el pezón con un sonido húmedo, robando una última gota de leche antes de separarse. León acarició la piel ahora blanda y recuperada, lamiendo las gotas que habían corrido por su pecho pálido.
—Ah… ah…
Con cada movimiento de su lengua, las paredes de su interior se estremecían, apretándolo y soltándolo en un ritmo involuntario. No había manera de resistirse.
—Hahh… Hmpf… Ahhk…
De nuevo comenzó el vaivén de sus caderas. Cada vez que Leon intentaba retirarse, Grace lo succionaba hacia dentro con una presión vaginal abrumadora. Si el cielo pudiera moldearse en carne, sería así de ardiente, húmedo y derretido.
Su interior, ese origen de todas las sensaciones extáticas, se aferraba a cada centímetro de su miembro, empujándolo más allá de las puertas del paraíso con cada embestida.
—¡Ngh!
—Ah… León…
Grace lo abrazó con fuerza, arrastrándolo consigo hacia ese éxtasis celestial mientras susurraba:
—Vamos a caer al infierno…
Él, entre jadeos, respondió con los labios pegados a su piel:
—Donde estés tú, para mí siempre será el cielo.
⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
Incluso después de que todo terminara, los sonidos de piel contra piel no cesaron de inmediato.
Ya sin lujuria, solo con ternura, compartieron un beso prohibido en la casa de Dios, como si el amor —aunque puro— siguiera siendo un acto vedado allí.
Se ayudaron mutuamente a acomodar la ropa, como si con ese gesto pudieran borrar la transgresión cometida.
—¿Terminaste lo que venías a hacer aquí?
preguntó León, alisando el velo de Grace y apartando con suavidad un mechón de cabello que le caía sobre la frente.
—¿Quieres que te acompañe hasta la oficina?
Grace negó con la cabeza. No le agradaba mucho la idea de que León se acercara a su lugar de trabajo. Luego, le tendió un biberón con la tapa ya puesta.
—El lechero debería entregar la leche antes de que se enfríe.
León soltó una breve risa mientras se guardaba el biberón, todavía lleno en dos tercios, entre sus ropas.
—¿No decía el Señor que aquel que da generosamente a los demás será bendecido?
Cada vez que ese hombre mencionaba las Escrituras, podía empezar con devoción, sí… pero sin falta, acababa en blasfemia.
—Que Dios bendiga a la hermana, que tan generosamente ofrece su cuerpo al padre hambriento y su leche al niño hambriento, cumpliendo con Su palabra a través de cada fibra de su ser. Lo deseo sinceramente, de corazón.
Otra vez. Como siempre.
Grace le lanzó una mirada fulminante al oír semejante discurso, pronunciado con esa cortesía hipócrita que solo León sabía manejar.
—Espero que no pretendas besar a los ángeles con esa boca. Baña tu alma en agua bendita y límpiate, si es que aún puedes.
—¿Agua bendita? No va a bastar. Esto ya pide un exorcismo.
Leon, autoproclamado demonio, apartó un poco la cortina para asomarse al exterior. Como no había nadie a la vista, entreabrió la puerta, se hizo a un lado con un gesto cortés y extendió la mano.
—Primero las damas.
En momentos así, era la viva imagen de un caballero.
—Tú primero.
dijo Grace, rechazando su ofrecimiento.
León tomó el sombrero de ala ancha que había dejado sobre el estante, se lo colocó con elegancia sobre la cabeza y esbozó una sonrisa ladeada mientras se despedía:
—Hermana. O mejor dicho… Chloe Reagan, la reportera. Gracias por permitirme probar, al menos una vez, lo que se siente con una mujer que solo se excita por mí, aunque sea vestida de monja. Una vez más, fue un placer.
Con el sombrero calado, desapareció tras la puerta.
Grace, aún en el confesionario, exhaló hondo para recobrar el aliento. Su mirada se posó en lo último que Leon le había dejado en las manos. Suspiró.
—Dios… este lunático.
Cuando se infiltraba para hacer reportajes encubiertos, Leon solía aparecer al menos dos o tres veces por cada diez. Hacía apenas un mes, cuando Chloe se hizo pasar por bartender en un hotel de lujo para espiar las conversaciones de unos políticos, Leon prácticamente iba con ella al trabajo.
—Whisky. Con hielo. Que sea de Braetyn, si es de las Tierras Altas, mejor.
Se sentaba en la barra, como un cliente cualquiera, y pedía justo el whisky de su tierra natal. Grace no sabía si quería reír o llorar ante semejante descaro.
Los primeros días, lo trató como a un simple cliente y lo ignoró por completo. Pero al parecer, para los demás bartenders no era tan fácil hacer lo mismo.
—¿Ese rubio guapísimo? ¿No viene todos los días a mirarte como si fueras la única persona en el bar? Tiene toda la pinta de ser rico… deberías aprovechar.
Ya estaban “aprovechando” demasiado. Como para no saber que hasta tenían dos hijos imaginarios entre los dos.
—¿Quién sabe? No me interesa. Ya sé perfectamente qué diría si me acerco a hablarle.
Se parecía demasiado a su primer amor.
Siempre lo mismo, las mismas frases, los mismos gestos… ¿cómo no se cansa? Lo que más desconcertaba a Grace era que, pese a lo predecible, ella seguía cayendo. Siempre.
No le había contado nada sobre que, esta vez, iba a disfrazarse de monja para infiltrarse en la oficina de cierto sacerdote. Probablemente lo descubrió la noche anterior.
Justo antes de acostarse, estaba guardando las cosas necesarias en una maleta dentro del vestidor. León la siguió hasta allí, seguramente por curiosidad, se quedó observando en silencio. Grace lo notó y preguntó:
—¿Qué pasa, cariño? ¿Tienes miedo de que me escape?
—¿Tú? ¿Desde cuándo te llevas las cosas para huir?
Claro, había visto que entre sus cosas estaba el hábito de monja, por eso terminó siguiéndola hasta el confesionario.
Lo que León le puso en la mano antes de irse no fue otra cosa que un nuevo bloomer. Que lo hubiera traído desde casa sólo significaba una cosa: ya planeaba romper el anterior.
—Este lunático…...
En momentos así, aún sentía que seguían jugando al gato y al ratón. Y lo cierto es que, desde el principio hasta ahora, dejarse alcanzar por él siempre le había producido un placer inconfesable.
Quizá por eso terminaba cediendo siempre, incluso ante las jugadas más evidentes.
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Al cruzar el puente colgante que se extendía sobre el ancho río, aparecía ante los ojos una selva de rascacielos. Más allá de ese bosque de concreto y vidrio, se desplegaba una verdadera arboleda, frondosa y vibrante. Era un bosque que no parecía encajar en el corazón de la ciudad más grande de Columbia, menos aún en uno de sus barrios más exclusivos.
Un sedán recorría la calle flanqueada por altos edificios que rodeaban el parque como una muralla, hasta que se detuvo frente a la entrada principal de uno de ellos. El portero, al reconocer el coche de lujo, se apresuró a abrir la puerta trasera. Al entrar al vestíbulo, los empleados dejaron lo que estaban haciendo para inclinarse respetuosamente ante el dueño del edificio.
—El presidente ha regresado.
anunció una recepcionista al teléfono, tras el mostrador. Del otro lado de la línea, escuchaba el mayordomo del penthouse.
Los guardias que custodiaban el ascensor privado se quitaron las gorras con una leve reverencia antes de abrir la puerta de rejilla. Mientras el ascensor comenzaba a ascender hacia el piso 47, el más alto del edificio, Leon se quitó el sombrero fedora y las gafas de sol. Ya estaba en casa.
A comienzos de ese año, había dejado su mansión frente a la playa —un paraíso en la tierra— para mudarse a Rochester, una ciudad a seis horas en tren. Lo hizo únicamente por complacer a Grace.
—Siempre quise vivir en una ciudad grande.
había dicho ella.
Pero ese no era su único deseo.
—También quiero trabajar.
Leon pensó que se refería a ayudar con sus negocios...
—¿Periodista?
repitió, incrédulo.
Grace quería trabajar fuera de su mundo, más allá de su protección.
—Entonces te montaré un periódico.
—¿Para trabajar bajo tus órdenes?
—Si lo prefieres, puedo ponerlo a tu nombre.
—No, gracias. Agradecida no estoy, así que paso. Además, en un retiro rural tan tranquilo como ese no hay ni noticias que valgan la pena.
En un mundo donde hasta el huevo de una gallina con forma de bombilla se convertía en noticia, ella afirmaba que no había nada que cubrir. Eso solo demostraba cuán firme era el criterio de Grace sobre qué valía la pena investigar: derechos humanos, igualdad, justicia… Temas sociales reales.
No importaba dónde la plantaras, Grace seguía siendo Grace Riddle, tal como Leon seguía siendo Leon Winston. La estructura que te forma desde la infancia no se cambia como si fueran piezas intercambiables.
Desde que se habían mudado a esta ciudad a comienzos del año, y ya estando en pleno verano, Grace no solo no había ayudado en absoluto con sus negocios, sino que a veces incluso parecía estorbarlos. En otras palabras: hasta que Grace regresara del trabajo, la crianza de su hija caía enteramente sobre él.
—Grace, soy un hombre más progresista de lo que parezco. Mientras tú ganas el pan, yo me quedo en casa cuidando de nuestra hija.
Lo había dicho en broma alguna vez… sin imaginar que se convertiría en realidad.
—¡Buáaaa!
Fue cuando el ascensor pasaba por el piso 43 que se escuchó el llanto de un bebé retumbando desde arriba.
Vaya. Ya se despertó.
A medida que el ascensor alcanzaba el piso 47, Leon pudo ver, a través de la puerta de rejilla, a la dueña de ese llanto desgarrador. Tenía las mismas pupilas que él, pero los ojos, la forma, eran idénticos a los de Grace. Una enorme lágrima colgaba de su mejilla antes de caer al suelo. Su cabello, dorado como el de Leon pero rizado como el de su madre, estaba todo revuelto tras haberse despertado de golpe.
—¡Papi!
gritó la niña al reconocerlo.
Tan pronto lo vio, dejó de llorar como si nada hubiera pasado. Lanzó al suelo el viejo peluche de delfín que tenía en brazos y extendió los suyos hacia él, pidiéndole que la alzara. Al ver que la niñera no la soltaba, empezó a forcejear, intentando zafarse de sus brazos.
Cuando el ascensor se detuvo y los guardias del penthouse abrieron la puerta de rejilla, la niñera por fin soltó a la niña. Con un gritito de alegría, la pequeña echó a andar tambaleante hacia Leon.
Con 14 meses, sus pasos aún eran torpes. Al segundo intento, justo cuando parecía que iba a tropezar, Leon se adelantó con paso firme y la alzó en brazos antes de que pudiera caer.
—Liv, ¿por qué llorabas?
—La señorita Olivia…
empezó a decir la niñera, tomando la pregunta al pie de la letra, como si él de verdad esperara una respuesta.
—Despertó hace unos 15 minutos y empezó a buscarlo, señor…...
Era algo que Leon ya sabía, sin necesidad de que se lo dijeran. Aun así, a veces no venía mal escuchar en voz ajena lo que uno ya sabía.
—¿Y el almuerzo?
preguntó con una sonrisa.
La niñera encogió los hombros, avergonzada.
—Como se puso a llorar… no ha comido aún. Iré a preparar algo ahora mismo…
—No hace falta
dijo Leon, negando con la cabeza.
—De eso me encargo yo.
Liv se acomodó contra su pecho, llevándose el pulgar a la boca, como si succionara el pecho de su madre. Tenía las mejillas empapadas y la naricita redonda, enrojecida por el llanto. Leon sacó un pañuelo y le limpió con cuidado las lágrimas. La niña se apoyó contra su mano, rozando su mejilla regordeta, luego sonrió. Una sonrisa tan pura, tan feliz, que le encogió el corazón.
Era un instante de alegría... pero también de temor. Como si estuviera frente a una divinidad.
¿Qué he hecho yo para merecer un amor tan absoluto?
Cada vez que la niña le regalaba uno de esos gestos, Leon sentía que algo en él se volvía pequeño, eso no encajaba con la imagen que tenía de sí mismo: un hombre seguro, confiado, acostumbrado a tener el control. Empezaba a comprender lo que Grace había querido decir cuando confesó que el amor incondicional de Ellie le daba miedo.
Grace se quedaría a su lado, incluso si él no estaba a la altura. Pero los hijos… los hijos podrían no hacerlo. Por eso no era un error ver, en sus miradas, la de un juez que todo lo observa, la de un dios.
Y sin embargo, al ver esa sonrisa —tan limpia, tan viva—, Leon también comprendía por qué Grace no pudo abandonar a Ellie.
Estaba a punto de besarle la mejilla a su hija, que lo miraba con esa felicidad absoluta que solo un niño siente al ver a su padre, cuando una voz le vino a la mente como un susurro fantasmal: la de la hermana Grace.
'Espero que no pienses besar a los ángeles con esa boca'
Antes de besar a un ángel, pensó Leon, tal vez debía purificar primero su cuerpo... uno que estaba muy lejos de ser inocente.
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—¡P! ¡Pá!
¡Pum, pum!
—¡P! ¡Pá!
¡Pum, pum!
Durante todo el rato que estuvo duchándose, la voz de su hija lo llamaba sin descanso, resonando hasta dentro del baño. Pero Liv no golpeaba la puerta del baño, sino la del vestidor.
Había heredado la fuerza de su madre.
Con tanta energía, uno se preguntaba por qué caminaba tan mal aún. A esta edad, Ellie ya iba sola por todos lados, Grace decía que tenía que seguirla a todas partes para evitar que se metiera en líos.
—¡Kyaaah!
Al abrir la puerta, Liv lanzó un grito de alegría, como si acabara de ganar un escondite y lo hubiera encontrado de sorpresa.
Los ojos de Leon se curvaron con ternura al mirarla, pero enseguida se entrecerraron. Había dejado un biberón para ella… seguía casi lleno.
La tomó en brazos y se sentó con ella en el sillón junto a la ventana. Solo entonces, Liv aceptó el biberón y lo llevó a su boca. Sus mejillas rosadas se movían con suavidad mientras succionaba.
Leon acarició su cabello dorado, que formaba rizos redondos y suaves, le preguntó:
—¿Está rico?
—Mmm.
asintió Liv.
Aún no hablaba bien, pero entendía bastante. Aunque iba más lenta que su hermana mayor con el tema de caminar, ya parecía igual de lista.
Aunque Liv no llegara a ser tan inteligente como Ellie, para Leon seguía siendo perfecta.
Porque la perfección no tiene una sola forma absoluta.
Todo lo que se pareciera a él o a Grace era, simplemente, perfecto.
Si Ellie había heredado el lado enérgico de sus padres, Liv había recibido todo lo contrario: su calma.
Durante el embarazo, a diferencia de cuando esperaban a Ellie, Grace casi no tuvo náuseas. Decía que esta niña debía de tener una personalidad tranquila, serena.
Y así fue.
—Definitivamente, esta no es hija tuya.
bromeó Grace en su momento, sin dejar de soltar ese tipo de comentarios pícaros.
—Olivia.
dijo Leon, pronunciando su nombre completo, algo que no hacía desde hacía tiempo.
Besó su frente suave y blanca.
Quizás por haber sido concebida en medio de una paz recién alcanzada, Liv había nacido con esa misma paz en el alma.
Fue después del fin de todas las guerras que ella vino al mundo. Por eso, le pusieron un nombre que significaba paz: Olivia.
—¡Ta!
exclamó la niña al terminarse hasta la última gota del biberón.
Y entonces empezó a darle golpecitos en la mano con el envase vacío.
—¡Ta! ¡Ta!
—¿Quieres más?
Parece que no se había llenado. Claro, como él se había bebido una parte, solo le quedaba la mitad a ella.
Un buen padre, pensó, debía pagar el precio por haberle robado la leche a su hija.
—¿Y si vamos a comprar unas galletitas, princesa?
Al escuchar la palabra "galletas", los ojos de Liv se abrieron como platos. Leon miró su reloj de pulsera y murmuró:
—Entonces, supongo que también podemos llevar a Ellie.
—¡Kyaa! ¡Ellie!
Al escuchar el nombre de su hermana, Liv se emocionó tanto que empezó a agitar las manos con entusiasmo. En el proceso, el biberón se soltó y voló por el aire. Leon, acostumbrado, lo atrapó con destreza antes de que cayera al suelo.
Definitivamente, esa energía y descontrol era algo que había heredado de su madre.
Asure: Observación: Igual que antes (Ellie), Liv es la abreviatura para Olivia (idioma inglés), así que los nombres definitivos de la familia es: Grace, Leon, Elizabeth (Ellie) y Olivia (Liv).
PD: Página 46/353 .... empezamos el penúltimo volumen de la novela, disfruten ... Feliz semana santa.
PD2: me avisan si hay mas novelas incompletas de la autora, por ahi vi que habían mas (obvio que se que hay mas, pero no se si hay incompletas), igual me avisan :v
Ey, estoy de vuelta ----> Si te gusta mi trabajo, puedes apoyarme comprándome un café o una donación. Ya tu sabes, no te exijo, es de tu bobo aportar o no, no te exijo :p
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