En el jardín de Mayo 55
Wyatt se incorporó del cuerpo de la sirvienta con una sensación de satisfacción. Había sido un encuentro inusualmente placentero. Hacía cuánto que no sentía solo placer, sin esa desagradable tibieza que a veces lo enturbiaba todo.
Dejó escapar un suspiro profundo. El placer de un cuerpo joven y terso era siempre constante, pero la vida, con sus inevitables complicaciones, lo había ido envejeciendo. Casi siempre, por asuntos de dinero.
Aunque, al menos por ahora, tal vez pudiera dejar esas preocupaciones de lado. Esa esperanza le devolvía algo de vitalidad. Mientras se subía los pantalones, se llevó un puro a los labios y cogió la billetera que estaba cerca. Dudó un instante y, finalmente, sacó cinco billetes de cinco libras. Se los extendió a la sirvienta.
—Toma.
Ella, que arreglaba su arrugada falda sin expresión alguna, aceptó el dinero con ambas manos. Solo entonces, sus ojos se abrieron un poco, sorprendidos. Le gustó. Qué fácil era agrandar el porte de un hombre cuando tenía una entrada de dinero asegurada.
—¿A qué viene tanta generosidad?
—Si te lo doy, agradécelo y ya.
Wyatt le soltó la respuesta con fastidio, encendiendo su puro al mismo tiempo. De todas las mujeres con las que se había acostado en su vida, ella era la mejor, pero su cara, carente de cualquier encanto sensual, siempre le pareció insulsa. Al final, lo que una mujer saca de un hombre depende de cómo sepa jugar sus cartas.
Expulsando una bocanada de humo, Wyatt tomó la botella de whisky que descansaba sobre la consola. La bebida, una especie de licor casero a medio refinar, era áspera y de una graduación alta, perfecta para emborracharse. Sació su ardiente sed con un trago largo, y de pronto, como recordando algo, preguntó:
—¿Y Vanessa?
—Anoche no se sentía bien, así que se acostó temprano.
—¿Y cómo está últimamente?
—Está bien.
Wyatt frunció el ceño.
—¿Eso es todo? Siempre dices lo mismo.
—Es que no es alguien que requiera mucha atención. Apenas tiene exigencias.
La sirvienta seguía con los billetes en la mano. Observaba su uniforme, como intentando decidir dónde guardarlos para no perderlos mientras trabajaba. En el castillo de Gloucester había algunos sirvientes con manos largas.
Mientras no tocasen las pertenencias del amo, Wyatt solía dejarlos estar. Era el precio de emplear mano de obra barata.
—¿Y no ha pasado nada nuevo?
Mientras vaciaba la botella de whisky, observaba atentamente el rostro de la sirvienta. Buscaba esos pequeños gestos que traicionan a quienes mienten o esconden secretos ajenos. La sirvienta guardó silencio un breve momento.
—No, nada en particular.
Wyatt soltó un largo suspiro.
—Detesto que me mientan.
—No estoy mintiendo...
Él la miró fijamente, con una calma inquietante. Luego levantó la mano y le dio un par de suaves bofetadas en la mejilla.
—Maldita perra... Aceptaste dinero, ¿verdad? Para callarte la boca.
—¡No! Yo… no fue así...
—¿No? Entonces, ¿cómo es que esa niña conoció al duque?
—¿El... duque?
—Vaya, parece que no hacías tu trabajo como debías.
Le arrebató los billetes de la mano y le devolvió solo tres. La sirvienta, con los labios temblando de humillación, los escondió rápidamente entre sus medias. Bajo el dobladillo levantado de la falda, se le vio el liguero bien ajustado al muslo. El líquido que él había derramado antes aún se deslizaba seco sobre su piel.
—…….
Aquello volvió a encenderle una chispa de deseo. Como si hubiera regresado a los veinte, cuando solo ver a una mujer bastaba para que la sangre le hirviera. La sirvienta, notando el cambio repentino en su expresión, trató de alejarse con paso apresurado. Pero él fue más rápido.
—...Tengo que bajar ya. Me pidieron que ayudara con el desayuno...
—¿Tú haces también esas cosas?
—Faltan manos...
—Tiempo hay de sobra. Y si hay poca gente, al menos les pagamos bien, ¿no?
Wyatt soltó una risa seca ante sus propias palabras. Sonaba algo ridículo, sí, pero no estaba del todo equivocado. Aunque lo que les pagaba mensualmente no alcanzaba ni la mitad del salario de un sirviente “decente”, para aquel grupo de estafadores, prostitutas y rateros, ya era demasiado.
¿En qué momento habían tenido entre manos semejante cantidad de dinero? ¿Cuándo antes habían trabajado en un castillo como ese? La sirvienta pareció dudar un instante, pero acabó bajando los brazos con resignación.
—Ven aquí.
—En breve amanecerá......
Ignorando sus palabras, él la atrajo por la cintura delgada. Cuando sus manos alcanzaron su pecho, la joven dejó escapar un leve gemido antes de que pudiera apartarse.
—No importa.
—Si... si lo hacemos otra vez, ¿me pagará más?
—No te preocupes por el dinero, Mary. Si esto sale bien, podrías llegar a ser incluso una condesa.
—¿De verdad...?
—Entonces, sé buena niña y compórtate como debes.....
La empujó hacia la estantería, levantándole la falda y apretando su trasero con fuerza. Mientras lo hacía, miró fijamente los retratos de los antiguos condes colgados en la pared, como si desafiara sus miradas. Wyatt soltó una risa afilada, casi cruel.
—Me gusta follarte aquí, como un perro. Esta biblioteca era el lugar favorito de mi querida madre.
—…….
—Esa mujer quería deshacerse de todas las criadas bonitas que pasaban por delante de mí......
El retrato de su padre, junto al de su madre. Ambos con semblante noble. Al igual que otros parientes igual de ilustres, solían estremecerse al decir que Wyatt había nacido con un demonio dentro. Decían que si lo dejaban libre, acabaría manchando el nombre de la familia, que antes de que su mera existencia les trajera la ruina, era mejor enviarlo a un monasterio… o a las colonias.
Pero ahora todos estaban muertos. El severo padre, la madre que solo le mostraba un afecto asfixiante cuando se le antojaba, incluso el hermano mayor que siempre se mantuvo en un silencio cómplice ante todo aquello. En parte, sus temores fueron acertados. Al final, fue él quien se quedó con toda la herencia. Sobrevivir siempre fue lo mismo que ser fuerte.
'Aunque lo único que quedara ahora fueran las migajas de esas tierras.'
En otro tiempo, Wyatt se había sentado complacido sobre las ruinas que su familia había dejado atrás, arrojando al suelo, una a una, las glorias de Somerset como si fuese una venganza contra aquellos que lo habían abandonado.
Las considerables reservas que aún quedaban en los bancos fueron usadas para saldar sus deudas personales. Compró una casa de campo y la convirtió en un desfile interminable de mujeres. Incluso cumplió su promesa de apoyar financieramente a la banda con la que había estado relacionado antes de regresar al seno de su linaje. Y, por supuesto, contrajo nuevas deudas en nombre de Somerset.
La rienda a esa vida de desenfreno empezó a tensarse hace tres años. La fuente de dinero, seca. Las reliquias familiares, dilapidadas en apuestas. Todos los negocios en los que había invertido, fracasaron sin excepción. La última carta que jugó fue el contrabando de licor, y ni siquiera en eso logró ser uno de los grandes; apenas recogía las migajas que caían de los platos de los verdaderos peces gordos.
'Pero ahora todo será distinto'
La herencia de su hermano —aquel cordero que había engordado con cuidado para venderlo en el momento justo— le brindó una nueva oportunidad: un boleto de entrada al dorado e inagotable territorio de Battenberg.
—Ah...
El gemido se escapó de los labios abiertos de la criada como si fuera un disparo de celebración, áspero y sonoro. Era un tributo anticipado al resurgir de la era dorada de Somerset, que él mismo encendería en su generación.
Esa era la herencia que había construido con muerte y traición.
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La excusa de no sentirse bien se convirtió en realidad desde el anochecer. Vanessa, que se había ido a la cama sin cenar, se revolvía incómoda entre las sábanas por una desagradable sensación de calor, hasta que despertó empapada en sudor frío. Al principio, le costó distinguir entre el sueño y la vigilia; todo parecía entremezclado.
Había soñado que alguien la perseguía sin descanso. Le pareció oír gritos desgarradores, ver un lobo sangrando profusamente, o escuchar pasos que la seguían de cerca. Al final del sueño, las luces moribundas de unos faros iluminaban cuerpos caídos sobre la calle.
Solo recordarlo volvía a erizarle la piel: fue una pesadilla tan vívida como repulsiva.
—¿Mary?
Vanessa, aún inmersa en la densa oscuridad azulada del amanecer, alzó la voz para llamar a su doncella. Creía que dormía en la habitación contigua, pero por más que tiró del cordón del timbre, Mary no apareció. No se oía ni un alma, así que debía haberse marchado muy temprano.
Esperó un poco más, hasta que despuntó del todo el día, y finalmente se levantó de la cama.
Quería salir a dar un paseo antes de que el resto de la casa despertara. Tal vez así podría aclarar el caos en su cabeza... solo un rato.
Se quedó mirando el armario, dudando, y al final decidió echarse simplemente un chal ligero sobre la camisola de dormir. Total, pensaba ir solo al jardín de rosas; no era necesario vestirse del todo. Además, River Ross no estaría allí... y ese rincón del jardín era ideal para evitar miradas curiosas.
Atravesó con paso ligero el pasillo y bajó las escaleras. Justo en el momento en que puso pie en el corredor del primer piso, sucedió.
Dos hombres, que estaban de pie junto a la entrada, se volvieron al percibir su presencia.
—Vanessa.
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