BATALLA DE DIVORCIO 53
—Pero usted se ausentó toda una semana.
—Así fue.
—Incluso me regaló unos zapatos y me dijo que era un nuevo comienzo…
—¿Y?
—¿Cómo?
Esperaba que al menos intentara justificarse, que dijera que había tenido sus razones. Pero Maxim no negó nada. Al contrario, admitió sin resistencia cada uno de los cargos que se le imputaban.
—Perdona, pero ¿qué tiene que ver eso con esto?
¿Acaso nada de aquello estaba relacionado?
¿O era esto lo que realmente importaba?
El rostro de Daisy se tiñó de desconcierto.
La actitud desafiante de Maxim le hacía sentir, absurdamente, como si ella fuera la culpable.
Su descarada respuesta le resultaba exasperante, pero también profundamente confusa.
—Lamentablemente, no me atraen otras mujeres. Así que deberás responsabilizarte, Izzy.
—Q-quiero decir… ¿Qué como solo a mí me desea, debo encargarme de su… su vida sexual?
—Correcto. Qué buena comprensión, Izzy.
—¿Y por qué habría de hacer eso?
—Lamentablemente, no me atraen otras mujeres, así que tú…
—…¡Basta, por favor!
Era un círculo vicioso, siempre volviendo al mismo punto. Daisy cortó de un tajo las evasivas de Maxim.
Sabía que era un lunático, pero esto iba más allá de la locura.
¿"Responsabilizarse de su sexo" porque no deseaba a otras mujeres? ¿Y encima celebrándolo como un "nuevo comienzo"?
¿Eso tenía sentido? ¿No era una contradicción flagrante?
¿Acaso quería que ella se encargara del acto físico mientras reservaba el compromiso afectivo para otra?
¿Ese "nuevo comienzo" implicaba convertirla en su amante y promover a su actual amante a esposa?
¡Bastardo repugnante!
Era lo más bajo de lo bajo.
—Me niego.
Sus puños se apretaron hasta temblar.
—Por más que intente entender que cada persona tiene sus valores… no puedo aceptar los suyos. No, me es imposible.
—…….
—¿Por qué me hace esto? ¿Qué he hecho yo para merecerlo?
La reacción de Daisy pareció tomarlo por sorpresa. Maxim la miró desconcertado, sin encontrar palabras.
Una vez abierta la compuerta, las emociones de Daisy fluyeron como un dique roto: los pensamientos acumulados sobre Maxim, la confusión, el tormento de las noches pasadas… todo se convirtió en un torrente de amargura.
—Seré sincera. Aunque suene descabellado… escúcheme.
Había mentido sobre su origen y estatus, usado excusas vagas en momentos difíciles, inventado historias para salir airosa…
—Sí. No se puede convencer a alguien con mentiras eternamente. Mostrar hipocresía y esperar que los corazones se conecten era solo mi propio egoísmo.
Aunque no podía revelar toda la situación, Daisy decidió ser honesta, al menos en lo que le era posible.
—Nuestro matrimonio… fue demasiado apresurado. Objetivamente, yo no era una novia ideal. Lo sé muy bien. Tú eras un marido del que nadie esperaba el regreso. Un lugar al que nadie quería ir… Pero como a mí me dijeron que estaba bien, me dejé llevar y me casé como si me empujaran.
—…….
—Rezaba por ti cada noche frente a tu retrato, pero, sinceramente, nunca esperé que volvieras. Incluso rogaba porque, si no regresabas, al menos estuvieras en un buen lugar. Pero entonces, un día, apareciste de repente.
Daisy no evitó su mirada. No había una pizca de mentira en sus palabras, y eso la hacía sentirse firme.
—Es vergonzoso, pero esto es la verdad sin adornos sobre mi situación.
Y decidió respetar cualquier reacción que Maxim tuviera, porque eso ya dependía de él. Con calma, continuó:
—Respeto tu deseo de formar una familia feliz. Lo entiendo… Pero yo no soy alguien que avance rápido. Aunque eres mi marido, sigues siendo un extraño para mí. Todavía no sé qué clase de persona eres.
—…….
—Tampoco entiendo por qué desde el principio fuiste tan bueno conmigo, ni por qué te obsesionaste. Ni toda esa atención que recibí de repente. Para mí… todo esto es abrumador.
No quería llorar, pero un nudo se formó en su garganta.
—Sinceramente, creo que este no es mi lugar… Quiero dejarlo.
Al dejar salir esos pensamientos que había rumiado en soledad, Daisy sintió el impulso de ser aún más sincera, pero no pudo seguir. Los recuerdos de todo lo vivido la inundaron de amargura.
—…Entiendo. Si te cuesta hablar, podemos parar.
Tal vez sorprendido al verla temblar, su voz se suavizó. Tras esas palabras, Maxim guardó silencio por un largo rato, y Daisy, que acababa de hacer una especie de confesión, tampoco dijo nada.
El aire en la habitación se volvió pesado.
No se arrepentía. Sabía que, incluso si volviera atrás en el tiempo, tomaría la misma decisión.
Él era un hombre cuyo mayor deseo era tener una familia feliz. Y ella, una falsa esposa que no podía cumplir ese sueño, ocupando ese lugar y fingiendo que podía darle algo, no era más que otra hipócrita. Daisy ni siquiera sabía cómo era esa felicidad o por dónde empezar.
Así que abandonar era la elección correcta. Y ahora, mirando atrás, no era solo por la generosa indemnización, sino también por Maxim. Por más que lo pensaba, la respuesta era la misma.
No supo cuánto tiempo pasó.
Finalmente, Maxim se levantó y se acercó a ella. La miró fijamente, dejó escapar un largo suspiro y habló con cuidado:
—¿Por qué tiemblas así?
Se agachó ligeramente y miró a Daisy directamente a los ojos.
—Deben dolerte las piernas de estar tanto tiempo de pie.
—…….
—Parece que esto tomará un tiempo. Mejor sentémonos para hablar.
Al notar su vacilación, Maxim la tomó de la muñeca y la guió hacia el sofá, haciéndola sentar.
Incluso sentados juntos, Maxim permaneció en silencio unos instantes, como si estuviera ordenando sus pensamientos, antes de hablar con determinación:**
—Gracias por ser honesta conmigo. Ahora será mi turno.
Era su momento. ¿Era una ilusión, o su actitud, antes tan intimidante, se había suavizado apenas un poco? Su voz, ahora serena y sin rastro de ironía, continuó:
—Entiendo que no me comprendas. Que te cueste aceptarme. Pero… que me hayas enviado a otra mujer… Francamente, no sé cómo procesarlo.
—…….
—Y, para mi vergüenza, ahora mismo…
Se interrumpió, como si luchara contra su propio ridículo, antes de proseguir:
—Estoy tan furioso que apenas puedo contenerme. Lo siento.
Era evidente su esfuerzo por mantener la compostura.
Daisy lo observó en silencio. Sus ojos grisáceos, usualmente penetrantes, parecían nublados, como si hubieran perdido su enfoque.
—Me siento humillado. Pero decidí ser sincero, así que asumiré el riesgo y te diré esto: estoy enfadado.
Se pasó una mano por el rostro, como si no pudiera soportarlo, y volvió a mirarla.
—Sé que toleras muchas cosas solo porque soy yo. Las preguntas constantes, los insultos, incluso los golpes… Solo porque soy yo, solo contigo lo permito.
—…….
—¿Y acaso crees que eso me hace un bufón? ¿Que puedes tratarme como quieras porque lo aguanto todo?
El ambiente cambió de golpe.
La pregunta directa hizo titubear la mirada de Daisy.
—Incluso si lo fuera, eso no significa que puedas insultar… lo que siento por ti.
—…….
—¿Por qué usaste un método tan cobarde para ponerme en esta situación tan repugnante?
No estaba equivocado. Ella misma lo sabía: había sido cobarde.
Había evitado enfrentar el problema entre ellos, huyendo hacia la salida más fácil. Ya fuera que Maxim hubiera estado con otra mujer o no, su decisión había sido egoísta.
¿Qué podía responder? Tras un momento de duda, optó por lo más simple y esencial. No había lugar para excusas.
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