BATDIV 52








BATALLA DE DIVORCIO 52



'…¿Qué diablos está pasando aquí?'

Dadas sus tendencias de pervertido habitual, había esperado gemidos explícitos y un festín de piel desnuda. Pero la realidad distaba mucho de lo imaginado.

El palacio, bien cuidado, tenía un aire fresco… aunque demasiado fresco, hasta el punto de resultar seco y afilado.

Así que lo primero era entender la situación. Daisy miró alrededor, aturdida.

En medio de la habitación, bañada en una penumbra tenue, había una mesa de té y un sofá largo. Más al fondo, un escritorio imponente. Estantes, consolas y objetos decorativos completaban el espacio, dándole el aspecto de una suerte de estudio.

Era una distribución que le resultaba familiar, similar a la de los lugares donde solía reunirse con Conde Therèse.

Rose le había indicado que viniera aquí para hablar con Maxim… pero ¿no era este lugar demasiado frío para una conversación? Aunque, quizá, las discusiones legales sobre un matrimonio requerían precisamente este tipo de ambiente.

Mientras escudriñaba la habitación con desconfianza, algo llamó su atención.

¿Acaso habían planeado una charla franca acompañada de alcohol? Sobre la mesa había botellas, copas y postres dulces esparcidos sin orden.

No había rastro de nadie más aparte de Maxim. Incluso las copas de champán: solo una estaba servida, y no había indicios de que alguien más hubiera estado allí.

Él, apoyado en el sofá con el codo sobre el brazo y la barbilla en la mano, la observaba fijamente. Su mirada, perezosa pero alerta —como la de un leopardo recién despertado— se clavó en el rostro de Daisy.

Entre ellos, solo un silencio incómodo. Ella estaba preparada para pillar una infidelidad, pero esto no entraba en sus cálculos. Tras un largo momento, fue Daisy quien habló primero.


—¿Lady Langley… no ha venido?


Al oír la pregunta, Maxim soltó una risa seca.


—¿Eso es lo que te interesa saber?


Su tono no era furioso, sino aterradoramente calmado. Tan calmado que resultaba escalofriante.

Como la quietud demasiado perfecta antes de una tormenta.

La presión de esa serenidad hizo que Daisy tragara saliva, sin atreverse a responder.


—Deja que yo te pregunte ¿Por qué la enviaste aquí?

—……

—¿Y para qué demonios preparaste todo esto?


Señaló los objetos sobre la mesa mientras hablaba, como si no pudiera creerlo. Entre dientes, siguió soltando risas vacías. Sí, le dije a mi amante que viniera… pero yo no organicé esto. Daisy también estaba desconcertada por el escenario, pero se quedó paralizada, incapaz de articular palabra.


—Contesta, Izzy.

—……

—Incluso usaste… ahh… ¿alguna clase de droga? ¿Es que querías que cometiera un error?


¿Droga? ¿De qué estaba hablando?

'¿Qué diablos está pasando aquí?'

Mientras Daisy reflexionaba profundamente sobre el significado de las palabras de Maxim, de pronto recordó lo que Rose le había dicho días atrás, en tono de broma:


— ¿Necesitas que te ayude?


No... No puede ser.


— Mmm, no. Será mejor que consiga una medicina especial para ese basura. De las que lo vuelven loco de placer.


¡Maldita sea! Pensé que solo eran palabrerías... Pero esta descarada...


— Fijemos la fecha. El día de tu fiesta.

— Con unas copas de champán, será perfecto. Déjame prepararlo todo.


Ahora que lo pensaba, Rose incluso le había dado una fecha exacta. ¿Cómo no lo noté antes?

Estaba tan distraída pensando en la posible infidelidad de Maxim y en su futuro que lo había olvidado por completo.


— Entra y ten una... conversación íntima con él.

— Las peleas matrimoniales siempre se resuelven hablando, ¿no?


¡Hablar! ¿Acaso se refería a un "diálogo de cuerpos"? ¡Qué mente más podrida! ¿En qué clase de ideas retorcidas habrá crecido?


— Yo me encargo de los preparativos. Tú solo relájate y... disfruta.

— No habrás hecho nada raro, ¿verdad?

— Claro que no.


Lo dijo con tanta seguridad... "No, no he hecho nada raro".

...¡Maldita loca!



— Tercer piso, tercer cuarto a la derecha. Ahí está tu marido.



El hecho de que Rose supiera dónde estaba Maxim solo confirmaba una cosa: ella había preparado todo esto.

Como se había infiltrado como sirvienta de Daisy, Maxim no habría sospechado nada.

Ah... Desde su perspectiva, debe pensar que fui yo quien organizó esto.

Con todo este ambiente... botellas, postres... Habría esperado algo cálido, incluso ardiente.

Pero, ¡¿en qué cabeza cabe?! ¡Provocar a un hombre como él es una locura!

Y al final, quien tendrá que lidiar con las consecuencias... soy yo.

Sentía que enloquecería.

Finalmente, al unir los fragmentos de memoria y entender la verdad, el rostro de Daisy se tornó rojo furioso.


— Te dije que respondieras.


Ante su silencio, Maxim insistió, impaciente.

¿Qué hago ahora?

'No podía decirle que esa "droga rara" la había preparado Rose. Si en el proceso de interrogatorio salía a la luz toda la verdad, ella tampoco saldría ilesa. Sería una muerte sin gloria'

Y, además, no podía negar su propio error: había enviado a otra mujer en su lugar. Sobre eso, ni con diez bocas tendría excusa.


—E-es que…

—Dime la verdad. ¿Para qué viniste aquí?


Daisy alzó la mirada (que hasta entonces mantenía baja) y observó disimuladamente el rostro de Maxim. Ahora que lo notaba, algo raro había en él: desde hacía rato, sus palabras sonaban entrecortadas.

¿Estaría conteniendo la ira? ¿O acaso… ya había bebido esa maldita "droga"?

'La que lo hace volar'

dijo Rose… Si era así, ¿no estaría en un estado peligroso ahora? Un escalofrío le recorrió la espalda al comprender la situación.


—¿Viniste a confirmar si estaba revolcándome con otra?

—…….


Quería decir no, pero, en el fondo, era cierto. Aunque también hubiera preferido que no lo fuera. Claro, al final, de un modo u otro, tenía que verificarlo.

No lo sé. Ni ella misma entendía sus propios pensamientos. No era momento para confesiones sinceras. Daisy apretó los labios.


—Izzy… ¿acaso me ves como un pervertido obsesionado con el sexo?

—…Sí.

—…….


Pero Daisy tenía un mal hábito: en momentos clave, no podía evitar decir la verdad.

Al mirar de reojo, vio el rostro de Maxim petrificado en una expresión tensa.


—¿No lo es? Si me equivoqué, lo siento…

—…….

—¡Es que no tuve opción! Maxim, usted mismo actuó de manera… demasiado promiscuo. Cualquiera lo malinterpretaría.

—Antes dijiste "ese tipo". ¿Ahora soy "Maxim"?

—Sí, sí, perdón. Quiero decir… usted…

—Dios…


¿Acaso ahora odiaba que lo llamara "Maxim"? ¿Era ese el problema? Un hombre que siempre insistió en formalidades, ¿ahora se molestaba por un apodo? ¿Ya estaba poniendo distancia? Le dio rabia, una punzada de amargura… pero no quería provocarlo más. Al fin y al cabo, ¿qué importaba un simple nombre? Podría llamarlo como él quisiera.

Daisy corrigió de inmediato:


—Piénselo. ¿Quién es realmente el caprichoso aquí? ¿Usted o yo, Izzy?

—…….

—Pensé que lo dijiste en un arranque de ira… pero en verdad me ves como un maldito animal en celo, ¿no?


Maxim parecía atónito ante su franqueza.


—Pero antes… usted mismo dijo que su aspiración era volverse un adicto al sexo…

—Bien. Lo admito. Me gusta el sexo. Sí, esa era mi "aspiración".


Si al final iba a admitirlo tan fácil, ¿por qué se enfadó tanto?

Se sintió injustamente tratada, pero discutir más era inútil. Daisy decidió escuchar.


—Pero ya te lo dije entonces: hasta un "animal en celo" tiene sus preferencias.

—¿Qué quiere decir…?

—Esa tal Langley vino. Como ves, ya no está.

—¿Por qué?

—Porque la eché.


¿Él, que no podía vivir sin ella y hasta se fugó una semana…? Que planeaba casarse de nuevo en cuanto todo se calmara… ¿La echó? No entendía sus caprichos.


—No lo comprendo.


La mirada de Daisy se agitó, perdida.

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