FELIZMENTE PSICÓTICA 104
Seo-ryeong apenas podía respirar, solo emitía pequeños gemidos ahogados. En un instante, la columna de fuego que irrumpió en su cuerpo había reducido su vientre a un tembloroso desastre.
—No pienses en nada ahora.
—Ugh…
Sentía como si su piel abdominal fuera a romperse. Tras años de entrenamiento, el dolor ya no era un problema, pero esta sensación invasiva de ser desgarrada por dentro no era algo a lo que pudiera acostumbrarse fácilmente.
Sin embargo, Woo-shin, como si estuviera decidido a no darle tregua, presionó sus hombros con fuerza, empujando hasta la última pulgada de su miembro hasta el fondo, haciéndola tragar cada centímetro.
—¡Ah… Haaah…!
Sus párpados temblaron violentamente. Destellos blancos estallaron ante sus ojos y su respiración se volvió caótica. Sin darse cuenta, intentó incorporarse, pero Woo-shin la obligó a sentarse de nuevo.
Estoy segura de que ya está todo dentro… Pero sus muslos seguían temblando y la saliva escapaba de sus labios. Era la primera vez que sentía sus entrañas empujadas hacia arriba solo por la penetración.
—Huff… Es… tan profundo… ¿Y el condón…?
—Las parejas felices no necesitan esas cosas, ¿no crees?
—Haah… Haah…
—Tú también deberías saber interpretar estas situaciones.
Woo-shin frunció el entrecejo, conteniendo la respiración. La cabeza hinchada de su miembro alcanzó un lugar insondable, revolviendo todo dentro de ella.
Realmente lo tiene todo dentro… Todo… Y, sin embargo, como si aún no estuviera satisfecho, siguió empujando con fuerza, su grueso miembro avanzando implacable. La entrada, ya tensa y estirada, se veía abrazada por sus testículos, que golpeaban contra ella.
Voy a morir… Lo único que podía hacer era jadear, con la boca abierta, incapaz de articular otra cosa.
—Solo una vez. Vendré rápido.
Incluso su voz había perdido toda compostura. Movió sus caderas con rapidez, agarrando las nalgas de Seo-ryeong con fuerza.
Su miembro era tan grueso que, con cada leve elevación de sus caderas, todo su interior se aplastaba. El sonido de sus corazones golpeando era tan rápido que ya no se distinguía cuál latido era de quién.
—Haaah…...
¿Era siempre así de agotador recibir algo tan grande? Pero, a diferencia de su esposo, la curvatura hacia arriba de Woo-shin golpeaba directamente su vientre bajo sin piedad.
La cabeza redonda comenzó a martillar sus paredes internas, como si intentara destrozarlas. Con cada embestida, un sonido húmedo y fuerte resonaba, como si la estuvieran golpeando con puños. Aunque solo era el movimiento de sus cuerpos, su respiración se quebraba en gemidos entrecortados.
—Seo-ryeong… muévete tú también.
—¡Ah…! ¡Hng…!
Él, sosteniendo la cintura de Seo-ryeong, usaba solo los músculos de sus glúteos y piernas para empujar su miembro una y otra vez. Cada embestida hacía que sus muslos, duros como rocas, chocaran contra su piel delicada, dejándola enrojecida. Ella, incapaz de imitar su movimiento, solo lograba derramar gemidos entrecortados.
—Mmmh… Hng…...
Su cintura ardía como si se derritiera, sofocándola. Todo parecía irreal. Ante la visión de ese miembro erguido moviéndose sin descanso, Seo-ryeong prefirió cerrar los ojos.
Entre sus piernas abiertas, la verga se clavaba como una barra de hierro. Era una escena visualmente impactante. ¿Qué haré si esta imagen queda grabada en mi mente?
—Mírate… Tienes los ojos completamente perdidos.
Ella parpadeó, sus pupilas nubladas encontrándose con la oscura mirada de Woo-shin. Sus ojos parecían cenizas residuales… o tal vez la neblina gris del amanecer.
Sin pensarlo, Seo-ryeong mordió sus labios. Abrió la boca y chupó su lengua torpemente, pero con avidez.
—...…!
Entonces, algo dentro de ella se retorció. Su interior palpito y, de pronto, una oleada de calor explotó.
—Mierda.
Woo-shin maldijo entre dientes. Por un instante, pareció desconcertado. Apretó sus dientes contra su hombro y golpeó su frente contra la de ella.
—¡Ah…! Haaah…...
De pronto, la volteó bruscamente y la tumbó sobre la cama. Sus cuatro extremidades se enredaron, sus vientres pegados. Donde se unían, seguía húmedo y pegajoso, sin separarse.
—……
—……
Sus respiraciones agitadas se mezclaban. No podían evitar mirarse, como en un duelo de miradas, hasta que Woo-shin finalmente devoró sus labios. ¡Mmm…! Sus lenguas se enredaron sin pudor.
—Haa… Ha…..
El sonido obsceno de sus bocas chupando elevó su temperatura sin remedio. El instructor, siempre frío y autoritario, ahora sabía extrañamente salvaje. Su lengua húmeda era suave y cálida.
No debería… No debería sentir esto. Yo solo quería sufrir, ser pisoteada…
Sin darse cuenta, Seo-ryeong rodeó su cuello con los brazos. Un gemido ronco escapó de él, y su lengua se enredó aún más profundamente.
—¡Hng…! Ugh…..
Las puntas de sus lenguas colisionaron, mientras el muslo de Woo-shin se apretaba contra su entrepierna.
Cambiaron de ángulo, chocando de nuevo. ¿Por qué me siento así? Aquel escalofrío ardiente… no podía ser solo por la saliva que goteaba de sus bocas.
En ese momento, él se incorporó y, lentamente, retiró su miembro de sus paredes húmedas. ¡Haaah…! Solo eso hizo que sus dedos se crisparan.
Él desechó el condón usado y abrió uno nuevo. Los ojos de Seo-ryeong se abrieron desmesuradamente.
—Instructor… ¿Qué está…? ¡Ah…!
—¿Qué crees?
En el instante en que Woo-shin volvió a abrirle las piernas…
—¡Huuuh—!
La verga, que había abandonado su cuerpo, volvió a clavarse en su lugar. Sus pupilas dilatadas se detuvieron, y sus caderas se sacudieron sin control. Un escalofrío inexplicable recorrió su espalda.
—¡Haaah…!
Él, con una resistencia inquebrantable, siguió empujando sin cesar. Sus muslos entrenados chocaban con fuerza, marcando el ritmo salvaje de sus cuerpos.
—¡Ah…! Ah…!
El calor era insoportable. Manchas rojas ya ascendían por su nuca, la visión de Seo-ryeong giraba como un torbellino, al borde del desmayo.
Él ignoró su fragilidad, clavándose sin piedad en ese punto de éxtasis que la hacía delirar. Cuanto más rápido era el ritmo, más inexpresivo se volvía Woo-shin.
—¡Ah…! Haa… ¡Aah…!
El techo pareció desplomarse de nuevo, un zumbido ensordecedor llenó sus oídos. Su mente quedó en blanco. La sensación de climax, profunda y vertiginosa, la inundó como un aguacero.
Pero Woo-shin no le dio tregua. Volvió a empujar dentro de ella, separando sus muslos temblorosos y estimulando su clítoris hasta llevarla al borde de la locura. La saliva escapaba de su boca sin control.
—¡Haaah…! Basta… ¡Por favor…!
—Mmm, como digas. Levanta los brazos.
Él habló con calma, mordiendo su lóbulo de la oreja. Cuando ella, con mirada vidriosa, obedeció, su blusa y sostén fueron arrancados de un tirón.
Desde sus pechos oscilantes hasta la curva suave de su cintura, la piel se erizó al contacto con el aire frío.
Woo-shin acarició su vientre, marcado por la sombra de sus músculos, mientras su miembro golpeaba salvajemente el centro de sus paredes internas. Cada gota de humedad en su cuerpo parecía hervir, escarlata y ardiente.
—¡Ah…! Hng… ¡Te lo ruego…!
Al ver sus pechos desparramarse, su rostro se tensó levemente. Clavado hasta la raíz, deslizó una mano bajo su pecho, levantándolo. La carne se amoldó a su puño, aplastada por sus dedos.
—¡Mmm…!
Como hipnotizado, se llevó un pezón a la boca. Envolvió la punta erecta con su lengua y succionó con fuerza.
Su cabeza se arqueó hacia atrás. Un escalofrío eléctrico recorrió su cuerpo.
—¡Ugh…!
Woo-shin empujó sus caderas con más fuerza que antes, chupando el pezón como un hombre poseído. Saliva goteó entre sus senos, y sus dientes marcaron la piel hinchada, dejando huellas.
Cada vez que tiraba, el pezón se endurecía como un grano. Y, entre tanto, sus caderas no cesaban su movimiento implacable.
—¡Haa…!
Seo-ryeong negó con la cabeza, abrumada por los estímulos que la bombardeaban sin pausa.
—Hng… ¡Instructor…! Un momento…
—Joder… ¿Por qué huele tan bien aquí?
—¡No…! ¡Detente…!
—Estoy loco… pero no tan loco como para dejarte en ese campo de entrenamiento lleno de hombres.
—¡Ugh…!
—He sido un maldito idiota.
Apretó el seno que asomaba entre sus nudillos, presionando el pezón con el pulgar. El dolor de los nervios aplastados la hizo temblar.
Instintivamente, empujó sus hombros, pero él siguió adelante, hundiéndose más. Sus abdominales duros aplastaban su clítoris con cada embestida.
—¡Hng…! ¡Ah…!
Ni rastro quedaba de su sonrisa cortés o su expresión calculada. Ahora, no parecía un hombre en su sano juicio.
Sus ojos, fijos en ella, eran oscuros como los de un adicto, la mirada desenfocada. Era como si, por primera vez, estuviera viendo su verdadero rostro: crudo, sin máscaras.
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