BATALLA DE DIVORCIO 38
—Ah, con esto ya me lo puedo creer. Estás chorreando...
Maxim empapó sus dedos en sus fluidos y los separó lentamente, mostrándoselos con descaro. El rostro de Daisy se tornó lívido.
—¿Lo ves? Todo esto lo has soltado tú. Ya que estamos así, ¿por qué no lo hacemos de una vez?
—¡D-déjame...!
—No compliquemos las cosas. Tú estás mojada, yo estoy duro. Solo hay que empujar. Es simple.
Maxim era implacable. Con una mirada desquiciada, como si le faltara un tornillo, separó bruscamente las rodillas de Daisy y se acomodó entre ellas.
La rabia le nublaba la mente hasta el punto de querer arruinarlo todo. ¿Por qué no gritarle que tiene razón y reventarle la cabeza de un disparo? Luego podría ir a hacer lo mismo con ese maldito Thérèse.
Pero... ¿y la monja y los niños? Maldita sea. Si vas a ser malo, sé malo del todo; si vas a ser bueno, sé solo bueno. ¿Por qué carajos tengo que ser así? La frustración era insoportable. Le ardían los ojos y la visión se le nubló.
—¿Asustada? ¿Por qué lloras, cariño?
No era miedo. Lloraba porque estaba tan furiosa que sentía el pecho a punto de estallar.
¿Qué putas tiene el sexo para volver a la gente tan obsesiva y miserable?
De pronto, Daisy recordó las palabras que Maxim le había soltado en el taller de costura:
"Los humanos, cuando tienen un problema sin resolver... no paran de darle vueltas, una y otra vez, hasta que se obsesionan y se vuelven locos."
"¿No se te ocurre que actuar así solo me excita más?"
"Siempre me estás dejando tareas pendientes."
Bueno, hagámoslo entonces. Quizá después de una vez me deje en paz.
Un cuerpo que se pudrirá al morir. ¿Qué sentido tiene protegerlo?
Temblando, con lágrimas resbalando por su rostro enrojecido, Daisy respondió con voz resignada:
—Mételo y acaba de una vez.
La reacción inesperada hizo que Maxim soltara una risa burlona.
—Vaya, ¿estás enfadada?
—¡¿Es que no lo ves?! ¡Si tanto deseas hacerlo conmigo, hazlo ya! ¡Mételo, muévete, correte y termina de una puta vez!
Daisy finalmente estalló.
'Total, si el objetivo es que me divorcie, ni siquiera necesito dar una buena imagen'
Su plan original era despedirse en silencio, con elegancia, pero tras aguantar tanto, sentía que le iba a dar un ataque de ira si no decía lo que pensaba.
Aunque Daisy resoplaba furiosa, Maxim la miraba con una expresión casi enternecida.
Y eso la enfureció aún más.
'¿Cómo puede encontrarme "bonita" después de torturarme sin piedad? Maldito psicópata.'
Sintió el impulso de clavarle los dedos en esos ojos que no se apartaban de ella.
—Qué se puede esperar de alguien criado en callejones. Tienes la boca sucia para esa carita inocente.
—Deja tus mierdas y fóllame de una vez. ¡Te lo estoy sirviendo en bandeja!
—No será tan fácil.
Maxim acercó sus labios a los húmedos párpados temblorosos de Daisy y los rozó con suavidad.
—¿Por qué no, maldito perro en celo?
—Lo siento, pero hasta los perros en celo tenemos nuestros gustos.
—¡Cabrón retorcido!
Era exasperante. ¿Ahora se pone exigente, después de tanto insistir?
—Sí, soy un cabrón retorcido. Me encanta verte llorar y maldecir... Pero así, entregada, no me prende. Además, se supone que es nuestra noche de bodas.
—......
—Así que si quieres que te folle, esfuérzate un poco más, cariño.
Daisy lo miró con incredulidad ante sus absurdas exigencias.
—Ya verás. Haré que supliques que te meta dentro.
'Qué delirante'
Mientras hacía esa ridícula promesa, Maxim se levantó de la cama de un salto.
—Despierta de ese sueño. Antes me muerdo la lengua y muero, ¡pero jamás suplicaré por ti!
Su seguridad era infundada. Ya veremos quién termina pidiendo el divorcio primero, pensó Daisy, mirando su espalda mientras apretaba los dientes con rabia.
—No te muerdas esa lengua inútilmente. Sin esa linda lengüita, ni podrás insultarme ni, mucho menos, besarme.
Lo dijo sin siquiera volverse.
¿Tan perfecto es su trasero? Su espalda, irritantemente bien esculpida, le provocó ganas de lanzarle una almohada si tuviera las manos libres.
—…¿A dónde vas desnudo a media noche?
—Al baño a orinar. No puedo dormir así de erecto.
¿Cómo podía decir eso con tanta naturalidad?
Aunque, claro… Maximilian von Waldeck era el mismo hombre que se había puesto así en plena boda, sin un ápice de vergüenza.
—P-pero al menos desátame antes de irte.
—No quiero. Pides demasiado para una perra en celo.
Maxim sonrió burlón, disfrutando de su frustración.
¿En serio no la soltaría?
Había subestimado los lazos de esas cintas. ¿Era por su entrenamiento militar? En tan poco tiempo, había hecho un nudo increíblemente complejo y ajustado. Daisy forcejeó inútilmente, desesperándose.
—Max…
Silencio.
—Maximilian von Waldeck.
Nada.
—¡Oye! ¿Te quedaste sordo?
Finalmente, Maxim se volvió, arqueando una ceja con aire de fastidio.
—…Suéltame. Lo ataste demasiado fuerte, me duele. ¿Me oyes?
—¿En el callejón aprendiste de todo, pero no a desatar esto?
Maxim cedió ante la súplica de Daisy y regresó a la cabecera de la cama. Aflojó ligeramente el nudo de sus muñecas y, con gesto inesperadamente cuidadoso, apartó los mechones despeinados que caían sobre su rostro.
—Duérmete. Si te quedas quieta, te soltaré.
—.......
—Sé que no confías en mí. Pero no toco a quien duerme de verdad... A menos que finja estar dormida.
Daisy frunció el labio inferior con gesto infantil.
—Ah, esto lo tomaré prestado.
Sin darle opción, Maxim enganchó sus bragas con un dedo y las balanceó ante sus ojos con descaro.
—Buenas noches, su majestad.
Con un breve saludo, dejó un beso fugaz en su frente redonda y se dirigió al baño.
Tras escuchar cerrarse la puerta del baño, Daisy permaneció un largo rato mirando fijamente la puerta, aturdida.
'Dios... ¿Cómo terminé en esta situación?'
Robada de sus propias bragas húmedas, semidesnuda y atada de muñecas sin poder moverse. Incluso a ella le resultaba absurdo.
'Total, ni tengo fuerzas para resistir. Mejor dormir.'
Al fin y al cabo, había prometido soltarla si se dormía. Con un suspiro resignado, Daisy cerró los ojos con fuerza.
Había sido una noche agotadora, y su marido era, sin lugar a dudas, un completo demente.
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—¡Lealtad!
La oficina de Maximilian von Waldeck.
Cuando su ayudante entró y saludó militarmente, Maxim se incorporó del respaldo de su sillón y cortó la punta de su puro.
A diferencia de su subordinado, impecablemente erguido y de porte marcial, el rostro de Maxim transmitía una indiferencia casi aburrida.
—El orfanato. ¿Investigaste?
—Sí, mi comandante.
—Informa.
Maxim guardó el puro a medio fumar en su estuche, apoyó los codos en el escritorio de caoba y entrelazó los dedos bajo el mentón.
—Su Eminencia apareció allí hace un año, con una herida en el costado y cargando a un recién nacido. Una niña llamada Daisy. Sin apellido, según dicen, por ser de los barrios bajos.
Hasta ahí coincidía con la versión de la mujer.
—Un año después, Conde Thérèse llegó reclamándola como su hija.
—¿Su relación con la niña?
—Las monjas dijeron que solo la encontró por casualidad. Su Eminencia ya había tomado los votos y, por su aspecto y circunstancias, es poco probable que tuviera parentesco sanguíneo con la pequeña.
—Entiendo.
Herida y cargando a un recién nacido... Típico de esa mujer, con su irritante tendencia a la compasión.
—Dijiste que estaba lesionada. Detalla eso.
—Una herida punzante suturada. Despertó tras tres días inconsciente.
—¿Tan profunda fue la puñalada? ¿Por qué tres días?
—La herida no era grave, pero hubo síntomas de intoxicación. Usaron antídotos.
—El arma estaba envenenada.
—Sí. Aquí está el registro médico. Las monjas llamaron a un doctor de la ciudad por la gravedad.
El asistente extendió unos documentos ajados. Maxim los revisó meticulosamente: listados de medicamentos, procedimientos...
—Con antídotos, debieron identificar el veneno.
—Así es, mi comandante.
—Investiga su origen, distribución y todo lo relacionado. Sin omitir detalles.
—Entendido.
Maxim dejó los papeles sobre el escritorio tras terminar.
—¿Algo más? ¿Ningún rastro previo al orfanato?
—Ninguno. Como si nunca hubiera existido.
Como si nunca hubiera existido. Pero eso era imposible.
—Sigue buscando. Informa incluso de lo más insignificante. Yo decidiré qué importa.
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