EEJDM 49








En el jardín de Mayo 49





—Parece que pronto caerá un aguacero.


Mary, que miraba inquieta por la ventanilla del carruaje, murmuró con voz nerviosa. Vanessa, que bordaba con sorprendente concentración a pesar del traqueteo, alzó por fin la mirada. Nubes cargadas de lluvia habían cubierto el cielo, antes despejado.


—No es un buen presagio. Decían que la caza comenzaría esta tarde.

—Sí, siempre y cuando lleguemos a tiempo.

—En ese caso, quizá sería mejor llegar tarde. Una señorita soltera no debe adentrarse en el bosque cuando llueve. Salen esos horribles wisps.


Ante la obstinada insistencia de Mary, Vanessa sonrió y ajustó el bastidor de su bordado. Criada en una granja de las montañas antes de trabajar en Gloucester, Mary tendía a creer ciegamente en todo tipo de supersticiones.


—Total, allá solo seguiremos a los caballeros durante la caza.

—Eso lo hace aún más peligroso.


Mary lanzó una mirada fugaz a Vanessa, arrugando el rostro como si acabara de ver algo inocente pero perturbador.


—Aunque la acompañe en todo momento, no puedo garantizar su seguridad.

—Pero son caballeros respetables, todos con familias.


Mary suspiró, fingiendo no oírla.


—Y justo ahora el joven Blair tiene que estar ausente…


Al escuchar ese nombre que intentaba olvidar, Vanessa sintió cómo su expresión se tensaba sin querer. Desde aquel día, Blair le parecía como una espada afilada que no sabía cómo sostener: el más mínimo error podría herir irreversiblemente la frágil carne de su amistad.


—No te preocupes tanto.


Aunque respondió con naturalidad, Vanessa no estaba segura de que su rostro reflejara la misma serenidad que su voz. El incidente de aquella noche sería un secreto que llevaría a la tumba.

Esa había sido la conclusión tras horas de angustia hasta el amanecer. Cuando se reencontrara con Blair, actuaría como si nada hubiera pasado. Guardaría silencio incluso ante Rosalyn. Por más que lo pensaba, era la única manera de salvar su amistad.

Claro que quizá Blair no tenía intención de volver a verla. Tal vez aquella confesión había sido su manera de cortar todo lazo… En el pasado, habría entendido sus pensamientos con solo mirarle a los ojos, pero ahora ni siquiera sabía dónde estaba o qué hacía.

'Al fin y al cabo, por mucho que hayamos compartido, no somos familia. La amistad era algo extremadamente valioso y precioso, pero al mismo tiempo, un sentimiento tan frágil que podía romperse unilateralmente en cualquier momento'

Vanessa, ocultando su corazón afligido, alzó levemente las comisuras de los labios.


—Sea lo que sea, no habrá nada de qué preocuparse. Conde Roden también estará a mi lado.


Mary cerró la boca, que había abierto para replicar ante las ingenuas palabras de Vanessa. ¿Cómo es que la señorita no lo entiende? Precisamente ese conde es el problema. Era, literalmente, el origen de todo este lío, una figura casi como la encarnación del mal.

¿Invitar a una joven recién llegada a la mayoría de edad a una cacería dominada por hombres casados de mediana edad? Incluso para una sirvienta como ella, las intenciones vulgares de esos tipos eran tan obvias que resultaban embarazosas.


—Bueno, cuando necesite ir a algún sitio, no vaya sola y llámeme. Aunque dudo que a esas bestias les importe mi presencia.

—Mary.


A pesar del tono admonitorio de Vanessa, Mary soltó una risotada fría. La señorita Vanessa, que acababa de cumplir los veinte, se volvía más hermosa con cada día que pasaba. Ya de por sí era absurdamente bella para su posición, pero a partir de cierto momento, su belleza se había vuelto casi perturbadora. Como un demonio seductor que llevara su nombre.

Su piel blanca y delicada, sus ojos brillantes, esas pupilas grisáceas cargadas de una inexplicable sensualidad, sus labios gruesos y las curvas esbeltas de su cuerpo, que se arqueaban como tallos frágiles... Parecía un lirio recién florecido, aún perlado de rocío.

Si hasta a mí, siendo mujer, me parece tan deslumbrante, ¿cómo no iban a codiciarla los hombres?

Cuanto más lo pensaba, más lamentaba la ausencia del joven heredero del marquesado. Ahora que lo necesitamos, ni siquiera asoma la nariz, cuando antes se dejaba caer por el salón como una manta abandonada.


—'Aunque no pueda evitarlo para siempre, al menos que no sea delante de mí...'


Justo cuando Mary exhalaba un suspiro cargado de preocupación, el carruaje sacudió violentamente al pasar por un obstáculo en el camino. La sirvienta, que descuidadamente había apoyado la cabeza contra la ventana, golpeó el cristal con la frente.


—...!


Mary tragó de un golpe el improperio que le surgió por instinto, agarrándose la cabeza.


—Mary. ¡Cielos! ¿Estás bien?

—Estoy bien... No es nada.

—Pero te golpeaste fuerte... Déjame ver.

—No hace falta.


Mary lanzó una mirada fulminante al conductor, que seguía manejando de forma brusca, apartó con cierta frialdad la mano de Vanessa, quien intentaba revisarle la frente. El estridente ruido del motor antiguo le estaba desgastando los nervios desde hacía horas.


—De verdad... Debimos alquilar o comprar un coche desde el principio. ¿Quién en su sano juicio viaja en este trasto de más de diez años? Y el color es horrendo. Apuesto a que no hay otro coche como este en todo el sur...

—Aguanta un poco. A la vuelta quizá podamos ir en el coche nuevo de tío. Dijo que pasaría por nosotros.


Vanessa intentó calmarla mientras escudriñaba la calle con inquietud. La multitud aumentaba: hombres con las mejillas y ropas manchadas de hollín.


—¿Qué está pasando?

—¿Habrá algún accidente?


El conductor, Almon, que golpeaba el volante con nerviosismo, intervino abruptamente:


—No parece un accidente. Los vagabundos que vivían bajo el puente cercano han salido en masa y ocupado la plaza.

—¿Vagabundos?

—Ocurre a menudo. Desde que cerró la fábrica de carbón, los desempleados hacen protestas espontáneas contra el mercado. Y justo hoy les dio por hacerlo.

—Entonces, ¿qué hacemos?

—No queda más que dar un rodeo.

—¿Conoce bien esta zona, Almon?

—Más o menos. Iremos hacia el este, por Kingston. Allí habrá menos gente.


Kingston. Vanessa tensó levemente el rostro antes de enderezarse. Almon, asomándose por la ventana, giró el coche con destreza tras revisar atrás. En minutos atravesaron callejuelas estrechas hasta encontrar un camino solitario.

Vanessa se llevó el dorso de la mano a los labios, tragando saliva para calmar el mareo. Ya de por sí alterado, su estómago se revolvió aún más, quizá por fijar la vista en el pequeño bastidor de bordado.


—¿Se marea? Se le ve pálida.

—Un poco. Creo que voy a vomitar...

—Almon, pare un momento. La señorita está mala.

—Imposible, Mary. Estamos cerca de una zona peligrosa; mejor acelerar.

—...Qué le vamos a hacer. Respire hondo, señorita, mire hacia el horizonte.


Mary extendió el brazo y bajó la ventana del lado de Vanessa. Aire veraniego, denso y húmedo, se coló en el auto junto al olor a pescado del puerto y el humo acre de las fábricas. Vanessa apoyó la mejilla en el marco y observó el exterior.

Incluso en los márgenes sombríos de la ciudad, la estación alcanzaba su clímax. En dos días sería la primera semana de julio. En el modesto jardín de rosas de Gloucester, las flores de verano ya florecían exuberantes, y cada mañana mariposas y abejas llegaban con su zumbido suave. Era también una señal: su acuerdo con River Ross había llegado a su punto de inflexión.

Por eso había aceptado la invitación de la Familia Essex, que normalmente habría rechazado con alguna excusa.

'Algo ha cambiado'

No podía explicarlo con precisión, pero en algún momento, River Ross había comenzado a transformarse. Para bien y, a la vez, para mal.

Claro que antes también hubo momentos similares. A menudo, dejándose llevar, planeaban futuros o actuaban como si este verano nunca terminaría, River Ross participaba en ese juego como si fuera parte de las reglas no escritas de su contrato. Era una libertad que solo existía porque sabían que nada de eso ocurriría.

River Ross nunca olvidaba dónde detenerse, y ella siempre estuvo preparada para aceptar una vida sin él.

'Pero estos últimos días han sido diferentes'

El modo en que pronunciaba su nombre, la mirada que le dedicaba al llamarla, cada palabra, gesto y movimiento suyo. Todo había cambiado. Lento pero constante, como el mar en verano que se calienta gradualmente bajo el sol.

Al observarlo últimamente, Vanessa a veces caía en la miserable ilusión de que quizás él se había enamorado de verdad. Que tal vez, incluso después de este verano, seguirían buscándose.

Pero esa ilusión no ayudaba en nada. Necesitaban recuperar la distancia adecuada. Para él, y para ella misma.

'Si River Ross quisiera continuar esto...'

Vanessa apretó los labios ante el susurro pérfido en su mente.

'Incluso si ocurriera, tendría que ser yo quien lo rechazara'

River Ross era un militar con un futuro prometedor, y ella sería una mancha en ese porvenir. Con ella, él sería solo otro hombre que ambicionó a una noble, y ella, una cortesana que deshonró su reputación por un plebeyo.

Preferiría que su amor—si acaso existía—fuera algo precioso. No una debilidad para él.

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