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Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 240

Emiliano (6)




—Esto… esto es un pecado que jamás podrá ser perdonado, Kassel.


Durante un largo rato, el estruendo del metal golpeando el mármol resonó aterrador en la gran sala. Cualquier otra persona, por más rebelde que fuera, jamás habría osado hacer algo así. Pero si se trataba de él, la historia era diferente.


—Al menos, por la señorita Inés…...

—Lo estoy haciendo.


No parecía la fuerza de un simple humano. El crujido de la pierna del santo partiéndose, luego agrietándose por completo, sonaba tan irreal que resultaba difícil creerlo. Y Kassel, lejos de parecer un loco en medio de su destrucción, observaba con frialdad los daños infligidos a la sagrada estatua.


—…Solo un demente…

—Tranquilo. Te diré que nunca enloqueciste ni apoyaste esto.


La respuesta glacial de Kassel precedió a una fuerte patada contra la parte superior de la estatua. El cuerpo, desprendido de los tobillos, se balanceó varias veces antes de caer lentamente hacia la izquierda.

Mientras tanto, Emiliano fue arrastrado por el brazo, sorprendido por la fuerza con que Kassel lo jaló hacia atrás.


—…Señor Kassel, ¿qué demonios está haciendo…?




¡CRASH!



La estatua se estrelló contra el suelo con un estruendo ensordecedor. Los fragmentos salpicaron incluso el lugar donde Emiliano había estado parado momentos antes. Este miró, atónito, los pedazos de mármol a sus pies antes de frotarse la frente con nerviosismo.


—…¿Qué ha hecho?

—Por más que lo pienso, no logro recordar cómo murió Inés en Mendoza.

—…....

—Ni siquiera recuerdo nada después de tu muerte en Sevilla.

—…....

—Así que…...


Kassel respondió con calma. La sangre brotaba a borbotones de su cabeza herida, pero parecía no darse cuenta. Igual que cuando su rostro estaba empapado en lágrimas.

Emiliano tragó saliva antes de hablar.


—Señor Kassel. Las respuestas de Dios solo se obtienen mediante la oración.

—Si de malditas oraciones hablas, las he hecho cada mañana al despertar. Fui un puto devoto.

—…....

—Y la única respuesta fue tu maldito collar apareciendo de la nada… y mi futuro como traidor.


Las blasfemias, impensables en un lugar tan sagrado, dejaron a Emiliano sin palabras.

Kassel, como un bárbaro pateando un cadáver, empujó con el pie el hombro de Anastasio. Emiliano, horrorizado, lo sujetó con fuerza.


—¡Basta! ¡No profane más las estatuas! ¡No cometa un pecado mayor que este!

—Es ridículo que creas que puedes detenerme. Suéltame.

—Puede que no conozca todo el poder de la familia Escalante, pero sé que nadie escapa al castigo por destruir una imagen sagrada.

—Esto se reconstruye con dinero. Siempre hay culpables y excusas preparadas.

—¿Qué excusa podría haber para esto? Y no hablo solo del castigo de la Iglesia… ¡Dios mismo…!

—Por eso me he castigado antes, humildemente.


Señaló su rostro ensangrentado con indiferencia antes de mirar la estatua.


—¿"Castigarse antes"? ¡Es absurdo! ¿Cree que golpear a un santo lo exime de…?

—No es venganza. Es espera.


No sabía qué esperaba, pero ahora, con el pie sobre el rostro de la estatua, parecía buscar el ángulo perfecto para romperle el cuello. Emiliano se interpuso.


—Primero… deje que lo cure. No sabemos cuándo lo arrestarán, pero antes… Ahora es de noche y todos están en el comedor, pero si los caballeros sagrados patrullaran…

—Aunque ellos no lo vieran, Dios sí.

—…....

—Como ya lo pintaste allí.


Kassel caminó pesadamente hacia donde había dejado el relicario, lo levantó como si fuera un trozo de cuero y lo golpeó con desdén. Emiliano palideció al instante. Si destruía otra estatua…

Pero en vez de volver a la figura derribada o dirigirse a otra, se quedó mirando fijamente lo que quedaba de los tobillos de Anastasio.


—…Anistemi.


Pronunció lentamente las antiguas palabras grabadas en el empeine del santo. Emiliano se acercó con cautela y miró las letras.



「ανιστήμι」



—…Siempre me pregunté cómo se pronunciaba. ¿Qué significa?

—"Levantar". "Restaurar".

—Debe ser la misión del santo… ¿Cómo lo sabe, si no es sacerdote?

—Me sorprende que yo lo sepa.

—…....

—Como dijiste, no soy sacerdote.


De pronto, estrelló el relicario contra el empeine. Las sagradas letras se agrietaron. Emiliano frunció el rostro.


—¿Qué…?

—"El día en que las estatuas de la Guerra sean destruidas, los santos descenderán a la tierra"

—…....

—Sigo siendo fiel a mi fe, Emiliano.

—…¿Está usando una profecía del fin para justificar esto?

—Necesito ver a un santo.

—Eso solo ocurrirá cuando llegue su hora final…

—No puedo esperar a morir.

—…Si solo ha cometido un gran pecado.

—Da igual. Quería destruirlo.

—…....

—Si vive, quiero matarlo.

—…....

—Si respira, quiero estrangularlo.


Kassel apartó el cabello ensangrentado y miró la estatua caída sin expresión.


—Aunque no pueda tocar un solo pelo de esa cosa… necesito preguntar.


Sin el más mínimo gesto. Como si toda la sangre hubiera abandonado su cuerpo.

Como si esa sangre hubiera sido rabia, desesperación o decepción.

Kassel contempló la estatua destruida. Permaneció inmóvil, como una escultura más, la espalda recta, sin rastro de vida.

Un silencio que pareció eterno. Finalmente, una risa fina escapó de sus labios entreabiertos. Bajo la sangre que aún fluía, sus ojos ardían con un fuego pálido. Emiliano, que había visto hombres acorralados por espadas y pistolas, reconoció esa mirada.

Odio. O quizá algo más profundo, más visceral.


—En todas mis memorias, fui marino. Y en cada vida, un asesino.


Su voz, tranquila, no revelaba ni un ápice de emoción.


—…En una guerra santa bendecida por Dios, no hay asesinos egoístas. Por eso usted…

—Si lo que he arrebatado es el aliento de alguien, si lo que sale de mis balas es sangre y carne, si lo que muere es un ser vivo…

—…....

—Aunque el obispo de Carlsterra o el mismo Dios bendijera mi cabeza, seguiría siendo un asesino.


Mientras miraba a Anastasio con ojos homicidas, su voz sonaba tranquila como un mar sin viento.


—Por eso no lo entiendo. ¿Por qué ella…?

—…....

—Esa mujer frágil, que jamás lastimó a nadie… ¿Por qué recibió un castigo que ni yo merezco?


Emiliano siguió su mirada hacia los restos del santo.


—Yo he matado a tantos…

—…....

—Inés no hizo daño a nadie. ¿Por qué la castigaron a ella y no a mí? ¿Por qué una asesina como yo sigue aquí, mientras quien solo eligió matarse a sí misma…?


De pronto, su voz se quebró. Su rostro, antes impasible, se desmoronó.

Solo por mencionar su suicidio.

Kassel rio, las lágrimas cayendo sin control por sus ojos perdidos.


—¿Por qué Dios castigó a esa pobre mujer?

—…....

—Solo quiero preguntar eso. He cometido pecados peores que los que ustedes llaman "asesinato", y sin embargo…

—…....

—¿Por qué ni siquiera puedo compartir el castigo de Inés?


Se aferró al cuello, como si alguien lo hubiera estrangulado, y lloró.


—¿Por qué no puedo recordarlo todo? ¿Por qué no pude salvarla? Debí hacerlo… Debí salvarla entonces…

—…....

—El maldito castigo debió ser para mí. Desde el principio.


Como si quisiera retorcer su propio cuello.


—Fue por mí. Ese hijo de puta dijo que fue por mí.

—…....

—Que yo la destruí. Solo para que yo la viera así…

—…....

—No merecía ni mi mirada. Por eso no la miré. A veces temí que mis ojos la desgastaran. Que se disolviera como sal… Esa mujer a quien ni siquiera me atreví a ver, demasiado preciosa, demasiado frágil… A quien nunca besé siquiera en el dorso de la mano…

—…....

—Dijo que la traté como a un perro, solo para que me mirara.


Su visión se nubló. Había derribado la estatua como decía la profecía, pero el santo no respondió.

Una risa convulsa estalló en su garganta. Se arañó el cuello con furia hasta que la sangre brotó. Justo cuando su cabeza se inclinaba hacia adelante…

Emiliano, que lo había observado en silencio, lo sostuvo con cuidado y lo sentó en el suelo. Lo recostó contra la pared, pero Kassel, ya desangrado, apenas podía sostener la cabeza y jadeaba con fuerza.

Había perdido el equilibrio hacía rato. Emiliano arrancó un trozo de su propia camisa y presionó la herida. Kassel rio, llorando como un demente.


—…Ojalá hubiera muerto como tú. Maldiciendo. Así lo habría recordado todo desde el principio.

—…....

—Así jamás me habría acercado a Inés.

—…....

—Antes que aparecer ante sus ojos, hubiera preferido morir.

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