Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 241
Emiliano (7)
—Sí, matar al príncipe heredero…...
Incluso en medio de la locura, la voz que pronunciaba esas palabras de traición era la más clara de todas. Emiliano bajó la mirada desde sus heridas hasta sus ojos, aunque no con la misma incredulidad con la que había visto a Kassel destruir la sagrada estatua. Era como si hubiera escuchado algo que ya sospechaba, pero que no le resultaba en absoluto agradable, conteniendo la respiración en silencio.
—Cuando era joven, cuando a ese niño de Pérez aún le quedaba una vida por delante… si lo hubiera apartado de la vida de Inés desde entonces.
—…….
—Y si también hubiera eliminado al traidor que lo mató.
—…….
—Entonces, al menos cuando ella regresara, habría tenido una vida tranquila, como si nada hubiera pasado. Sin mí… sin Óscar.
—…No puedo creer que desee algo así…..
—O que Inés te hubiera conocido y vivido para siempre en Mallorca, feliz y hermosa.
—…….
—O que, con un poco más de suerte, yo hubiera desaparecido antes, en otra vida.
Si eso hubiera pasado… Kassel imaginó a algunos de los nobles más decentes con los que ella podría haberse casado. Entonces, Inés no habría conocido a Óscar. No habría conocido ese dolor, ese abismo que la llevó a quitarse la vida.
Sí. Aunque no hubiera vivido un amor apasionado como el que sintió por Emiliano, al menos habría estado al lado de un hombre que la respetara…
…Quizás incluso habría aprendido a amarlo. Pero ¿qué importa eso? Lo único importante era que fuera feliz, lejos de este horror. Si al menos hubiera escapado de esta pesadilla, ¿qué más daba a quién amara?
—…….
Pero no podía evitar sentir asco de sí mismo al pensar eso. En realidad, no soporto imaginarla amando a otro. Aun así, habría estado bien.
Siempre que eso significara que tú hubieras escapado de esta pesadilla.
—¿Así que al final también se trata de resucitar a ese maldito de la tumba? Nuestro Dios no lo querría.
—…Puede que sea su destino, pero no arriesgue su vida por algo que desconoce.
—¿Acaso fui tan estúpido como para pedirle a Anastasio un deseo que me llevó hasta esto?
—Seguro que no deseó algo tan inútil como yo. Nunca.
—"Nunca", dices…
Kassel cerró los ojos lentamente y volvió a abrirlos.
—Para ti, tampoco he muerto correctamente ni una sola vez, ¿verdad?
Emiliano dudó, pero finalmente asintió.
—Sí. No sabía nada de que Inés hubiera sido su esposa. Solo sospechaba que había algo… y no fue hasta que enfrenté al apóstol que supe que era la desgracia de otra vida. Por lo que dijo antes, supongo que usted, Kassel…
—…Ha muerto y renacido una y otra vez.
Completó él lo que Emiliano no se atrevió a decir. Mientras presionaba la herida de Kassel para detener el sangrado, Emiliano se dejó caer lentamente a su lado, como si hubiera perdido las fuerzas.
—…Sí. Cuando me conoció… y en esa época que yo desconozco.
—Ojalá hubiera recibido un castigo en lugar de esto.
—…….
—O quizás esto es el castigo. Que incluso ahora resurjan estos recuerdos. Que al final todo vuelva.
—Si el pecado impide el olvido, entonces la memoria es completa desde el principio. No como un agua que fluye ocasionalmente, fragmentaria…
—¿Así que tu memoria es completa?
—Sí. Como todos, olvido algunas cosas y recuerdo otras con demasiada claridad… Es desigual, pero es mía.
—Aun así suena incompleta.
—Es completa porque es imperfecta. Gracias a eso, a veces siento que ni siquiera morí en Sevilla.
La mirada de Emiliano, que había estado fija en el perfil de Kassel, se desvió hacia los restos de la estatua del apóstol.
—No es que mi memoria de la muerte sea borrosa. Es como si viviera en la prolongación de una vida que ya terminó… Cuando recuerdo los veintiún años, cuando morí, no parece otra vida, sino algo que ocurrió hace veintiséis años. Repito la misma edad, sin envejecer, sin volverme más sabio, dando vueltas en el mismo lugar…
—…….
—Y cuando trato de medir el tiempo, de pronto veo un abismo. Aunque los recuerdos más antiguos se desvanecerán, y quizás algún día, ya viejo, habré olvidado mucho más…
—…….
—Pero al menos no seré como usted, Kassel, recordando de pronto una vida que debería haber olvidado. A menos que reciba la misma "misericordia". Yo siempre recordé que solo morí una vez.
—…¿De verdad crees que esta locura es misericordia?
Kassel lo preguntó en voz baja. Emiliano sonrió levemente y asintió, como si confiara en que Dios lo amaría.
—Creo que por fin Él quiere salvarlo. No solo con el dolor del conocimiento, sino dándole una oportunidad.
—Ese mismo Dios no respondió cuando ese bastardo derribó su estatua.
—A veces Dios responde con todo en el mundo. ¿No recuperó todas sus emociones con solo esos fragmentos de memoria en la capilla?
—…….
—En ese instante, en cada momento… hasta llegar a ese breve periodo de su vida pasada, vivió incontables experiencias y emociones. Y todo eso volvió a usted en un solo segundo, con solo un pequeño recuerdo.
—…….
—No fue como escuchar una historia ajena o ver un paisaje de otro mundo… usted mismo dijo que era su historia. Como si lo hubiera vivido hace un momento.
—¿Y qué cambia eso?
—Se preparará. Con una ira que no ha envejecido ni un día. Sin caer en la tentación del conocimiento, el pecado o el dolor.
—…….
—La rescatará sin pecado. Sacará a Inés del pantano donde cayó… y finalmente se salvará a sí mismo.
—Yo fui quien la empujó a ese pantano.
—No fue usted.
—…….
—Solo fue que el demonio pronunció su nombre ese día.
Kassel miró a Emiliano.
Aunque incluso la luz de las paredes era tenue, la oscuridad que se cernía sobre el rostro de Emiliano brillaba de un modo extraño. Como la de un sacerdote ascético. Lentamente, alzó la mano y le arrebató el trozo de tela con el que Emiliano le contenía la hemorragia, presionando con fuerza la herida.
Sus ojos se apartaron de Emiliano y se posaron en el techo, donde ya no se filtraba ni un rayo de luz.
—…Quizás he obtenido alguna respuesta.
—¿Eh?
—He pagado el precio por destruir la estatua sagrada.
Solo porque el demonio pronunció tu nombre.
Irónicamente, esa simple frase le hizo sentir que podría ver a Inés una vez más. El terror que lo había paralizado, como si jamás volvería a verla, como si ni siquiera osara recordar su rostro, se había transformado. Tal vez dos veces más, incluso tres… Podría atreverse a acumular valor, capa tras capa, para permanecer a su lado un poco más.
Como si nada hubiera pasado. Al menos el tiempo que ellos necesitaran.
Y cuando todo este fango inmundo se hubiera limpiado…
—Eres un maldito santo, Emiliano.
—…¿Otra vez blasfema? ¿Cómo se atreve a decir eso de alguien como yo…?
—No entiendo cómo Inés pudo amar algo tan bueno como tú. Con ese carácter suyo.
—…Siempre me insultaba. Decía que, para ser un hombre, era exasperantemente lento, torpe en todo lo que hacía…
—Pero te amaba. A ti.
—…....
—Con todo su mundo.
Quizás todavía lo amaba. Kassel se limpió la sangre de la vista con su propia manga y sonrió. Ya no le dolía.
Ojalá hubiera podido decirte aquel día que eras digno de su amor. Que hacías buena pareja, que el bebé se parecería a ti y a su padre y sería hermoso, que después de escapar de aquí, por fin seríais felices sin pesar…
Que olvides por completo Mendoza.
Ojalá hubiera podido decírtelo aquel día, en Sevilla.
—Yo nunca merecí algo así.
—Cierto. No merecías a Inés.
—Por eso lo sé…
—Pero mi Inés merecía tener todo lo que deseara.
—…....
—Voy a divorciarme de Inés, Emiliano.
Emiliano lo miró como si acabara de destruir una segunda estatua sagrada, sumido en el más absoluto horror. Pero Kassel, salvo por la mitad de su rostro manchada de sangre, tenía una expresión serena.
—El pago que recibirás de mí por este encargo será algo que ni los genios más renombrados de Ortega han logrado obtener en vida. No puedo permitir que tus pinturas caigan en las garras del príncipe heredero, así que, pinta lo que pintes, lo entregaré como regalo de bodas a mi hermano Miguel.
—…....
—Con ese pago, podrías vender tus obras por todas partes y vivir como un noble el resto de tus días. Pero si quieres vivir con Inés, no puede ser en Ortega.
—…¿Qué clase de locura está diciendo?
—Aunque… después de la muerte de Óscar, todo es posible. No habría nada que os impidiera vivir en esta tierra.
—…....
—Aun así, una vida con un hombre como tú, que solo tiene dinero y el nombre original de Inés, sería agotadora y dura. Así que mejor compraré el título de algún noble arruinado en Peral y os lo daré a los dos. Si dejas de ser Ortega, será más fácil.
—….....
—Un pequeño castillo en Valoquia sería bueno para tu luna de miel. A Inés le gustan las casas pequeñas, aunque no lo parezca. Si decís que sois parientes lejanos de Peral que heredaron una fortaleza abandonada, nadie sospechará. Tú ya no serás aquel hombre pobre y humilde…
—Kassel…...
Emiliano, incapaz de soportarlo más, le agarró del hombro. Kassel cerró los ojos lentamente, mientras su visión se nublaba irremediablemente, y sonrió. Como si solo estuviera pensando en algo feliz.
—Voy a darte todo lo que no pude dar en Sevilla.
—…....
—Como regalo para tu boda.
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