Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 195
Por Recuerdo A Priori (1)
El carruaje que se había adentrado en el camino accidentado traqueteaba sin cesar. Recordó el corto viaje de principios de verano en la misma ruta, pero en dirección opuesta, hacia Calstera.
A diferencia del carruaje de la mañana siguiente a la noche de bodas, que Kassel había hecho avanzar lentamente para permitirle descansar, el carruaje de hoy reflejaba el temperamento impaciente de Inés. A pesar del cuidado del cochero, el viaje fue una experiencia intensa.
Los dueños de carácter irascible a menudo exigían a los cocheros que galoparan a toda velocidad y luego, al encontrarse con un camino en mal estado, amenazaban con matarlos por causarles mareo. Pero Inés, aunque tenía un temperamento fuerte, solía hacerse responsable de sus palabras. En lugar de quejarse, mascaba sin parar las hierbas medicinales que Alondra le había preparado para evitar el mareo.
—…....
El sabor era espantoso. Masticaba tan lentamente y de mala gana que se sentía como una oveja enferma, tardando medio día en tragarse un puñado de hierbas. O quizás como un depredador obligado a comer hierba en tiempos de sequía, resistiéndose con desesperación.
Cada vez que terminaba una hoja, sacaba otra de su bolsillo y la mordía. Mientras tanto, el paisaje fuera del carruaje cambiaba rápidamente. No tenía apetito, pero al menos su estómago estaba tranquilo. No podía calcular cuánto habían avanzado en el camino.
La última vez que recorrió esta ruta, en verano, hacia Calstera, había pasado la mayor parte del viaje dormida sobre el regazo de Kassel, sin ver el exterior. Cuando el carruaje entró en un tramo más tranquilo, apartó con disgusto la bolsa de hierbas de su lado. Ahora pasaban por una zona rural tranquila. Finalmente, apoyó la barbilla en la mano y miró hacia fuera con aburrimiento.
Estaba sola en el carruaje. Recordó los muchos días en los que viajaba con Kassel, los días de semana en los que iba a la iglesia con Alondra, los caminos a El Tabeo con Raúl, los paseos a los huertos con las criadas y Ribe, las excursiones a la orilla del lago con Madame Coronado. Desde que llegó a Calstera, casi nunca había viajado sola en un carruaje.
Era extraño sentirse incómoda estando sola. Si la Inés Balestena de hace un año hubiera visto esta escena, se habría reído incrédula.
En la residencia Mendoza habría doncellas preparadas por la duquesa Escalante, así que no llevó consigo a ninguna de las sirvientas de Calstera. El tiempo que tomaba el viaje era menor a medio día, pensar que antes había necesitado compañía incluso en un trayecto tan corto… Su vida como una señorita dependiente parecía un recuerdo lejano. En Calstera ni siquiera tenía una doncella personal. Duquesa Valeztena decía que su dignidad había caído por completo.
Lo único que echaba en falta era la voz de otra persona. Inés dejó escapar una risa sarcástica. ¿Se sentía sola? ¿Como si no supiera qué hacer sin compañía? A veces, aún le resultaba extraño lo mucho que había cambiado en Calstera.
Siempre había estado rodeada de gente, siempre con voces a su alrededor. Antes era lo contrario: el sonido de otras personas la ponía ansiosa,solo se sentía en paz cuando estaba sola, aislada, destruyéndose a sí misma en una habitación vacía. Creía que solo corrigiendo todos sus errores podría descansar en su tumba. Vivía únicamente para morir "correctamente" esta vez, sin más errores…
Pero esos pensamientos retorcidos ahora parecían pertenecer a otra persona.
Ni siquiera había pasado un año.
Inés tomó la bolsa de hierbas que había apartado y la acarició con los dedos. Era de la mejor tela que Alondra tenía, con un símbolo de la cruz de espinas bordado y su nombre cuidadosamente cosido debajo.
'Inés Escalante de Pérez'
Ahora podía ver su nombre sin sentir rechazo. Había dejado atrás la sofocante sombra de Valeztena, al menos en parte. Claro, ahora estaba bajo otra sombra, pero al menos esta vez era la de Kassel Escalante. Y había entrado en ella por voluntad propia, como quien busca refugio en la sombra de un árbol en verano.
Un nombre que brillaba con la luz dispersa del sol a través de las ramas.
—¿Por qué bordaste un nombre tan largo? Podrías haber usado solo las iniciales.
—Porque es un nombre hermoso. ¡Nuestra señorita es tan hermosa que hasta su nombre lo es!
—Eso lo dices solo porque me ves con buenos ojos.
—¿Cómo cree? Podrías recorrer toda Mendoza y no encontrar una pareja más perfecta que la de los jóvenes Duques de Escalante. Hasta sus nombres combinan a la perfección. Es como si estuviera destinado desde el principio.
—¿Pasaste toda la noche bordando esto? Déjame verte la cara… ¡Mira qué desvelada estás! Y para colmo, ¿una cruz de espinas para una simple bolsa de hierbas?
—Es un viaje largo. No soportaría que nuestra frágil señorita se mareara.
—Soy fuerte, Alondra. Mírame, ¡hasta engordé este invierno gracias a Yolanda! Solo mi esposo ciego y mi ama de llaves dicen tonterías así…
—Lo importante es que la lleves contigo todo el camino. ¿Lo harás? Me levanté al amanecer para pedir la bendición de un sacerdote militar en Logroño. ¡Hasta le rociaron agua bendita!
—¿Me estás diciendo que bordaste una cruz de espinas y lo bendijeron… solo para que no me maree? ¿No es un poco… un desperdicio de santidad?
—Nada es un desperdicio para nuestra preciosa señorita.
Al recordar aquella voz cálida, se sintió como si hubiera abandonado su hogar. Habría sido bueno que Alondra estuviera con ella. En un tono relajado, hablaba de los sucios asuntos privados de cierto matrimonio de oficiales que residían en Logroño, haciendo la señal de la cruz mientras elevaba plegarias de arrepentimiento a Dios en su nombre. Una adorable ironía.
Ojalá Alondra fuera tan joven o tan niña como ella, para poder llevársela a donde quisiera. Pero Alondra era una administradora mayor, responsable de la casa, por lo que había oído, Duquesa Escalante había hecho arreglos especiales para que ella siguiera a Kassel desde su nombramiento. Aunque Alondra era alguien que vivía de forma diligente y honrada por sí misma, en los ojos de la duquesa siempre sería el hijo mayor al que había que reprender.
Quizás la razón por la que Kassel no tenía relaciones con mujeres en Calstera se debía a las constantes regañinas de aquella devota ama de llaves. Inés sonrió, como si se le hubiera ocurrido una broma. De todas formas, no había nada que hacer al respecto. Ya había logrado sacar a Alfonso de la casa en lugar de Raúl. No podía llevarse a los dos pilares de la residencia.
'Alfonso, súbete conmigo al carruaje. Ya tienes una edad en la que no deberías forzarte. Además, necesito compañía'
'¿C-cómo podría…? ¿Cómo podría atreverme…? Es impensable, señora'
Con el rostro pálido como la cera, Alfonso repetía "¿cómo?" y "¿atreverme?" como si fuera un mantra interminable. Ahora mismo, debía de estar encajado en el estrecho asiento del cochero, sumido en la desgracia.
Pasar seis largas horas solo con ella en un espacio cerrado… Para su leal pero tímido corazón, aquello debía de ser un suplicio inimaginable. Tal vez se sentía aliviado de haber escapado de esa tortura. La sola idea le hizo gracia a Inés,volvió a reír, recordando la expresión de Raúl cuando le dijo que, en lugar de él, se llevaría a Alfonso.
La excusa de que Alfonso estaba bien informado sobre los asuntos de la familia Escalante y haría más fácil su nueva vida era perfecta. Y no era mentira. Aunque su relación no era tan cómoda como con Raúl, al menos era alguien a quien podía dar órdenes sin reparos.
'¿Cómo se arreglará la casa sin mí?'
'Raúl ya debe conocer bastante bien Calstera, ¿no crees? Además, Alondra está ahí para dirigir todo con él. Puedes confiar en que lo manejarán bien. En cambio, ¿Quién podría asistir a la duquesa en la residencia Mendoza?'
'P-pero…'
'¿Acaso no confías en Raúl?'
'Confío en él, pero…'
'Haz lo que Inés quiere'
Kassel, que estaba conversando con Raúl sobre otro asunto, de repente intervino con indiferencia, decidiendo sin más el destino de su mayordomo. Al recordarlo, le pareció una frase perfecta y hermosa: "Haz lo que Inés quiere." Cuando el príncipe heredero se casara y regresara a Calstera, debería llamar a un escultor y grabarla en la entrada de la casa.
—Cuando regrese a Calstera…...
Se sintió extrañamente lejana aquella idea, la murmuró para sí misma. Mantener a Alfonso cerca como un espía que conocía bien la familia Escalante y dejar a Raúl como vigilante de Kassel era una jugada perfecta.
Pero en realidad, ya no tenía nada que ganar vigilando a su marido. Hubo un tiempo en el que deseó que se desviara, que su atractivo causara problemas, que cometiera alguna estupidez… pero ese tiempo era como si nunca hubiera existido. Y tampoco tenía razones para desconfiar de él.
Cuando imaginaba la mirada recta y leal de Kassel Escalante, la idea de dudar de él le parecía la estupidez más grande del mundo.
No era que esperara que hiciera algo indebido. Tampoco es que lo dudara. La verdad era más simple… Solo quería estar al tanto de él. Quería escuchar, sin haber preguntado, las historias que Raúl inevitablemente contaría sobre Kassel.
Raúl era un leal parlanchín,Alfonso solo hacía lo que se le ordenaba. ¿Acaso tenía más opciones?
Y entonces pensó en las chicas como María Noriega, esas jóvenes irritantes, que, en su ausencia, podrían rondar alrededor de Kassel y soñar con cosas absurdas.
Inés recordó el rostro delicadamente hermoso de María Noriega y su molesta admiración por Kassel Escalante. Sabía que había muchas chicas como ella. Si estuviera en Calstera, ni siquiera se detendría a pensar en ellas, pero ahora que él ya no estaba a su lado, aquellas caras volvían a su mente con una claridad irritante.
Incluso recordó a las mujeres que ella misma había dejado cerca de Kassel,sintió una rabia incontrolable.
Ahora, solo la idea de que esas mujeres posaran sus ojos en Kassel Escalante la enfurecía.
Estaba loca. Definitivamente, había perdido la cabeza.
Pero, como en todo, era más fácil culpar a los demás que a sí misma.
¿Por qué tenía que ser ahora?
¿Por qué ese bastardo no se había casado hasta ahora...?
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