Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 79
Algunos perros sólo son buenos con las personas (3)
Tardó un momento en sacudirse el pequeño susto de la mañana.
«...A este paso no vas a tener hijos, Kassel»
Todavía estaba poniéndose el uniforme cuando oyó las palabras, que habían sido barridas disimuladamente por la mañana y lanzadas a la nuca de Kassel.
Pero ya era hora de seguir adelante.
Ya no podía seguir así. Tenía que haber algo por lo que sentirse decepcionada, o saldría corriendo de casa en un arrebato de impaciencia, por lo que ella veía, no había nada por lo que sentirse decepcionado en Kassel estos días. Sólo cuando uno es infeliz en su casa piensa en abandonarlo. Pero en este caso, estaba atrapada en casa desde hacía mucho tiempo: ....
'Obviamente, al principio....'
Y no fue así durante un tiempo.......
Tras un apacible periodo de luna de miel en el que no habían dormido juntos desde principios de año, ahora estaban ocupados teniendo sexo, o al menos pasando tiempo juntos sin hacer mucho más.
Inés era muy consciente de sus propios recursos, así era como se veía a sí misma. Tenía un cuerpo bastante bueno, si no la figura perfecta que había tenido como princesa heredera, una cara que de algún modo la convencía de que era guapa incluso cuando no iba vestida. ....
Inés emitió aquel juicio sin el menor atisbo de ego. No impresionaría a Kassel Escalante, pero con su aspecto y el sagrado matrimonio en juego, bien podía conformarse, ya que no tenía otra opción.
Además, era un momento exquisito, ya que había empezado a arreglarse un poco para ganarse el favor de los que la rodeaban: ...... se dio cuenta de ello y empezó a mezclar de nuevo sus monótonos atuendos, pero le parecía inútil en su mejor momento.
«No puedo seguir así....»
A este paso, sería difícil liberar a Kassel Escalante.
«Así que necesitamos unas reglas organizadas»
Y como no había ninguna parte de su plan que ella pudiera vetar, necesitaba que se establecieran reglas en lugar de rechazarlas.
«......?»
Kassel no contestó durante un momento, mirándola desde un ángulo mientras se abotonaba la camisa.
Estaba claro que él mismo había pronunciado la palabra «niño» sin pensárselo dos veces.
Sólo se estaba divirtiendo, eso es todo.... Dijo, ocultando una ligera punzada de juicio.
«Sólo digo que elijamos días que sean significativos»
«Significativos»
«Días en los que sería bueno quedarme embarazada»
Bajó la mirada un momento mientras se ajustaba las mangas, luego levantó sus extraños ojos para encontrarse con los de ella.
«Eso es un poco demasiado estimulante para mí escuchar esta mañana»
«Por favor, no te detengas a escuchar, Kassel»
replicó Inés con calma, como si le cortara el rollo de raíz.
«Elige un día, pon una regla, como hace cualquier otra pareja»
«¿No sería más eficaz hacerlo todos los días?»
«...Tendrás que hacer tú mismo el ejercicio regular. No puedo seguir tu ritmo»
«Ya te dije que lo siento ayer, a partir de hoy me entrenaré a muerte»
respondió Kassel con extrema sinceridad. Por qué morir... Inés meneó la cabeza con el ceño fruncido de desaprobación, él acortó la distancia que los separaba, todavía con la camiseta azul del uniforme sobre la camisa.
«Tú, Inés. No creo que estés dispuesta a dar lo mejor de ti»
«...¿Qué?»
«No creo que estés pensando en hacer todo lo posible para mejorar tus posibilidades, ya estás haciendo trampas»
¿No dar lo mejor de sí? A Inés le escocía tanto el disgusto como el orgullo, pues vivía la vida al máximo.
«Kassel, no te equivoques. Yo lo hago lo mejor que puedo y tú sólo te diviertes»
«Creo que te estás divirtiendo demasiado»
«.......»
«Sólo ayer....»
La sucesión de recuerdos dejó a Inés sin habla por un momento. Kassel se rió mientras se abotonaba el uniforme.
«Con la boca así abierta, estoy tentado de darte de comer otra vez»
«Tú...»
«-Quiero decir comida»
«...Vuelve al grano»
«Sabía lo que querías decir»
«¿Lo sabías?»
preguntó ella con incredulidad. Kassel se abrochó el último botón de la parte superior del cuello y asintió.
«De todas formas, sé escuchar»
«No. No estás escuchando....»
«No, estoy escuchando, así que a partir de esta noche vamos a ser formales, sólo lo haremos una vez»
«......¿Desde esta noche?»
«Con tu aportación»
«¿Eso no significa que vas a hacerlo todos los días?»
«Con mi aportación»
«.......»
«Enderézate el cuello por detrás»
Inés giró, hipnotizada por un momento, desabrochó el cuello de Kassel, que estaba ligeramente doblado sobre su ancha espalda. Él giró, con aspecto renovado.
«Gracias por tu ayuda de nuevo hoy. Inés»
Kassel besó la coronilla de la cabeza de Inés en señal de descarada gratitud, aunque ella no le había ayudado hoy.
Inés se quedó sola en el camerino cuando Kassel se marchó.
«...Esto no es bueno....»
Esto no es un buen desarrollo.......
***
«¿Por qué de repente eres tan salvaje?»
Inés puso los ojos en blanco y evitó la mirada de Raúl. Ella no era salvaje, pero si lo era ahora, sólo había una razón.
Ni siquiera podía decir por qué.
«...comía bien y vivía bien»
«¿Cómo dormías?»
«Dormía bien»
«De verdad... Por eso Inés necesita que Juana o yo le hagamos compañía»
«¿Cómo era el Castillo de Espoza?»
«Primero esto»
Raúl sacó una carta del interior de su chaleco. Inés suspiró, temiendo ver el sello.
«¿Fuiste al Castillo de Pérez?»
«No creí que quisieras que llevara todo a Espoza. Juana está en el Castillo de Pérez, así que ordenamos el equipaje juntas»
«Bien, bien, pero....»
Aceptó la carta con inquietud.
Era de su madre, Duquesa Valeztena.
«¿La quemo antes de que la mires?»
preguntó Raúl con familiaridad, como si no quisiera entregarla él mismo. Inés negó con la cabeza.
La época en que chocaba con su madre a cada paso, hasta el punto de autolesionarse, había pasado hacía más de una década.
Era insoportable, como si de algún modo hubiera desarrollado un problema de control de la ira: 'Tienes un aspecto asqueroso, ponte guapa', 'Haz algo con tu cuerpo de cerda gorda', 'Haz algo con tu pelo', 'Haz que tu cara sea más de niña', 'Quítate esa ropa horrible antes de que te colguemos desnuda en la puerta'..... Ésas eran las únicas cosas que su madre le decía a Inés, de seis años, cada vez que la veía, tenía poca paciencia con la desesperada niña en su nueva vida.
Se arrancaba el pelo cuando las criadas intentaban arreglárselo a instancias de la Duquesa, se arrancaba todos los vestidos de colores que encontraba y se magullaba si oía algo sobre su cuerpo.
Cuando le dijeron que la colgarían desnuda, dijo: 'Entiendo', ella misma salió desnuda por la puerta, de modo que sólo entonces la Duquesa pareció darse cuenta de que Inés estaba fuera de su alcance.
Como joven aristocrática, la intromisión de su madre habría sido inevitable, dado que estaba revestida de sentido común, pero para Inés, que ya estaba enemistada con su madre desde su primera vida y cuya mente era aún joven, cada una de las nerviosas peroratas de su madre era una tortura insoportable.
Su madre en su primera vida, que había estado plagada de paranoia y depresión nerviosa desde que era una niña, no estaba de su parte ni siquiera después de convertirse en Princesa Heredera.
¿Quién iba a creer que las palabras que Emperatriz Cayetana pronunció para humillar deliberadamente a su nuera habían salido de su madre biológica?
La familia imperial no era la única culpable de los repetidos abortos; Inés estaba dolida, aunque nunca hubiera querido lo más mínimo a su madre.
La Duquesa, que había hecho tanto daño a sus hijos y aún deseaba su afecto y atención, envió cartas amenazadoras a Luciano e Inés cuando crecieron y se distanciaron, cada una de las cuales comenzaba con las palabras 'Queridos hijos míos'
Luego, a los 24 años, intentó suicidarse, dejando a Luciano una nota de suicidio que decía: 'Esto es lo que ha pasado por tu culpa y la de tu hermana .......'
Inés odiaba esa nota más que todas las cosas malas que su madre le había dicho en la vida.
Había tomado aquella decisión únicamente para dejar a sus hijos con la culpa, sabiendo lo turbia que era la vida de su hija, lo había hecho sin importarle nada........
No volvió a ver a la Duquesa desde el día en que le confirmó que su madre no había muerto hasta el día en que ella misma murió. Quemó todas las cartas de Pérez sin leerlas.
Quizá la costumbre se le quedó grabada... Cuando la joven Inés se negó durante años a que se metieran con ella y enloqueció, la Duquesa, aterrorizada, empezó a disciplinarla por carta, incluso en el mismo castillo, alegando que no soportaba mirar aquel rostro poseído por el demonio. Ella sabía que era sólo por el bien de Inés.
Mientras que Duque Valeztena y Luciano eran hombres de poca enjundia a los que ella podía mangonear, la Duquesa era harina de otro costal, fue a los diez años cuando Inés se dio cuenta de repente.
Fue en ese momento de su primera vida cuando se dio cuenta de que su madre la había amado por última vez.
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