La Elección de Afrodita 59
Una apuesta deshonesta
El corazón de la chica se llenó de una enorme pena, y las lágrimas empañaron sus ojos. Era la primera vez que sentÃa una emoción asà desde que habÃa nacido. Las lágrimas se derramaron de sus ojos y se convirtieron en perlas al tocar la arena. Las perlas salpicaron el espacio que la rodeaba, pero algunas fueron arrastradas por las olas que tocaban la orilla.
"¿Dónde estás?"
Gritó. La soledad, que habÃa acechado desde que conoció a Hefesto, se estrelló contra ella con venganza. La muchacha se abrazó a sà misma y se balanceó hacia adelante y hacia atrás para calmarse, mientras su aliento se escapaba en estrechos jadeos.
Una voz frÃa retumbó desde arriba. ParecÃa venir de todas partes y de ninguna, simultáneamente.
"Qué espectáculo tan lamentable"
Eran los Erinyes. La voz no sonaba para nada apenada; sonaba frÃa, regodeante y de alguna manera expectante. La chica parecÃa tan buena como una comida. Era la última hija de Urano, nacida de su poder restante. Ella aún no lo sabÃa, pero su poder superaba incluso al de las tres Erinyes juntas. Si pudieran tenerla, podrÃan desafiar y derrocar cualquier autoridad divina existente en el mundo.
Las Erinyes esbozaron una sonrisa depredadora.
"Pobre, pobrecita. Abandonada. Nos duele el corazón por ti"
"¿Quién eres tú?", preguntó la chica, con desconfianza.
"Yo soy Tisiphone, ellas son Alecto y Megaera. Puedes llamarnos Las Erinyes"
La chica frunció el ceño. Nunca habÃa oÃdo hablar de ellas. Sin embargo, no hacÃa mucho que habÃa nacido. TodavÃa desconocÃa el mundo, y los muchos seres que existÃan aquÃ.
Los Erinyes se rieron. Una niña tan ingenua, mucho más fácil de engañar, pensaron las Erinyes.
"Mujeres abandonadas por hombres, niñas por niños. Estas cosas son habituales. ¿Es tan molesto, niña? ¿Por qué lloras tanto?"
"Cállate", tronó la niña, "no sabes nada de mÃ. Deja tus tonterÃas y déjame en paz"
"Oh, pero lo sabemos. Somos hermanas, ya ves. Tú y nosotras"
"¿Hermanas?" preguntó la chica, perpleja.
"SÃ. Compartimos el mismo padre. Pero las hermanas son hermanas, ¿no?"
Los Erinyes habÃan estado esperando. No habÃan sabido que el chico que estaba con ella todo este tiempo era Hefesto. HabÃan esperado, con paciencia, como un depredador que espera a su presa, a que el chico se fuera. AsÃ, podrÃan atraerla.
"Si eso es cierto", dijo la muchacha con rotundidad, "¿por qué no te has mostrado ante mà hasta ahora?".
"Te estábamos buscando. Tardamos mucho en encontrarte. Por desgracia, si te hubiéramos encontrado antes, te habrÃas ahorrado la angustia"
Sus palabras, que pretendÃan ser amables, sólo le sonaban a la chica huecas y vacÃas. Su existencia en sà misma era oscura y vacÃa, invocar la compasión no era lo que les caracterizaba.
"Ven con nosotras"
"¿Adónde?", preguntó la niña.
"A donde perteneces"
Tu cuerpo al Tártaro, pensaron los Erinyes, y tu alma dentro de nuestros vientres para alimentarnos de poder, pequeño ser.
La niña no podÃa confiar en ellos. Sonaban siniestros. Sacudió la cabeza.
"Gracias por su oferta ... pero no puedo ir con ustedes"
"¿Pero por qué?"
"Le hice una promesa a mi amigo ... Él no es de los que rompen sus promesas. Creo que le ha pasado algo malo. Tengo que encontrarlo primero"
La sonrisa de Erinyes se volvió tensa. Si la chica no estaba dispuesta, las leyes de la naturaleza les impedÃan llevársela por la fuerza.
"Sólo ven con nosotros, hermana. ¿Qué harÃas si lo encontraras? Si eres capaz, claro. ¿Y si hubiera traicionado tu promesa?"
La chica era conocida por su terquedad. No le gustaba que la arrinconaran o la obligaran a tomar una decisión. Era salvaje como las olas, fluyendo a su propio ritmo.
"He dicho que no", dijo con firmeza, "voy a encontrarlo y ver la verdad por mà misma. Ahora, déjame en paz"
En ese momento, una enorme burbuja marina llegó a la orilla. Esta era la cuna de la niña donde habÃa nacido, y su hogar antes de encontrar a Hefesto. Le habÃa proporcionado comodidad y protección, pues sus paredes eran duras como el coral e irrompibles. Se subió a ella sin dudarlo.
Las Erinyes, al sentir que su presa iba a escapar, desplegaron sus grandes alas. Su movimiento provocó muros de olas alrededor de la chica.
"¿Qué estáis haciendo?", gritó la chica.
"No podemos dejar que te vayas asÃ, hermana. Tenemos que protegerte. No podemos dejar que te vayas tan imprudentemente. ¿Y si tu corazón roto te matara? ¿O qué pasa si tu resentimiento te convierte en un monstruo?"
"Qué tonterÃa", dijo la chica, insegura.
Los Erinyes vieron el destello de la duda en sus ojos. Se miraron entre sà y discutieron cómo engañar a la chica para que viniera con ellos. Una apuesta era el truco más fácil.
"Nadie puede ver el futuro, hermana. Si tienes que ir, tal vez puedas hacer una apuesta con nosotras"
"¿Una apuesta?", preguntó incrédula la chica.
"Si no lo encuentras o si te ha traicionado..."
"Ya te he dicho que eso no es posible" dijo la chica enfadada.
La serpiente de la cabeza de las tres Erinyes abrió la boca de par en par. Un veneno que obstruye la mente llenó el aire. La chica no lo percibió. Sólo percibió un débil olor a pescado a su alrededor.
"¿Puedes estar absolutamente segura de ello? ¿Y si no puedes recordar su cara? ¿Y si has olvidado todo lo que pasó? ¿Crees que no puedes recurrir a ningún otro chico, excepto a él? ¿Sigues pensando que en el futuro estarás tan cerca de él como lo estás ahora? ¿Aún puedes decir con certeza que puedes cumplir tu promesa?"
"¡Por supuesto!"
Dijo la chica, con la mente nublada por el aire envenenado. HabÃa aceptado la apuesta sin saberlo.
"No importa cómo cambien las cosas, lo encontraré y mantendré mi promesa, al igual que él"
"Entonces es una apuesta. Si tal vez no puedes encontrarlo. O si no se acuerda de ti, vendrás a nosotros. Apostamos por el lado del fracaso. Si fracasa, vendrá a nosotros de buena gana"
AsÃ, se hizo la apuesta injusta. Los recuerdos de la chica fueron tomados por los Erinyes engañosos y sellados. Ella no recordaba nada de su tiempo con Hefesto. Sólo tenÃa el deseo de encontrar a alguien, sin saber a quién.
"Estaremos esperando, joven hermana"
Sus oscuras risas la siguieron mientras iniciaba su viaje hacia el mar en un estado mental vago y nebuloso.
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