La Elección de Afrodita 57
Hasta que el mundo se acabe
"Entonces, ¿te vas a quedar aquà y seguirás pensando en cosas que hacer para m�", preguntó ella, juguetona.
"SÃ" dijo él, sonriendo.
"De acuerdo entonces" dijo ella, dando una palmada "Será mejor que pienses en algo bonito, entonces. Voy a dar un paseo por la isla"
Hefesto asintió.
"Adelante", dijo con una sonrisa, "Ten cuidado"
"Lo haré"
Dijo y salió del taller con un guiño. Él levantó su martillo y la saludó alegremente. Cuando ella se fue, volvió a su trabajo. No iba tan bien como habÃa planeado. Oyó un extraño estruendo, como el sonido de un trueno donde no deberÃa haberlo. Sintió al ser que se habÃa materializado en Limnos y que se acercaba a él rápidamente. Los sintió al pie del monte Moskilos. Se dirigió a la entrada de su casa y abrió la puerta. Se encontró con una decena de soldados completamente vestidos, con la cabeza cubierta por cascos.
"Señor Hefesto" dijo el que probablemente era el comandante "hemos venido a escoltarle de vuelta al Olimpo"
Hefesto los miró, inseguro. Unos meses atrás, no habrÃa dudado. No tenÃa nada aquà ni allá que le fuera querido, asà que los habrÃa seguido sin ninguna preocupación. Pero ahora las cosas habÃan cambiado. HabÃa encontrado un hogar aquà y la chica estarÃa sola.
"¿Y si no quiero?"
"¿Perdón?"
Preguntó el comandante, atónito. Se quedó sin palabras. Su instrucción era clara: escoltar a Hefesto al Olimpo. Nunca se habÃa enfrentado a ninguna oposición del joven dios.
"He preguntado, ¿y si no quiero volver?" repitió Hefesto con voz peligrosa.
El comandante abrió la boca y luego la cerró. Se quedó en silencio durante un rato.
"No tenemos órdenes al respecto ... tendrÃamos que hablar con el Señor sobre cómo proceder"
"¿Quién os ha enviado?" preguntó Hefesto, aunque ya intuÃa la respuesta.
"El Señor Zeus" respondió el comandante.
Aunque lo sabÃa casi todo, se sintió aliviado a la vez que decepcionado de que no fuera la reina Hera. Se sintió decepcionado porque la indiferencia de su madre hacia él nunca cambió y él no podÃa hacer nada para cambiarla. Se sintió aliviado porque podrÃa discutir su situación con Zeus, el rey de los dioses.
"¿Puedes transmitir mi mensaje a Lord Zeus?" preguntó al comandante.
"SÃ, señor" respondió el comandante.
"Por favor, transmite que deseo vivir aquà por el resto de mi vida"
Dijo Hefesto, eligiendo cuidadosamente sus palabras.
"No molestaré al Olimpo. Y deseo que los olÃmpicos tengan la misma cortesÃa. Pueden fingir que no existo. Asà será más fácil y ventajoso para ambas partes"
Miró al comandante directamente a los ojos.
"Por favor, transmÃtale este mensaje sin omitir una palabra"
El comandante apretó los dientes. La actitud de Hefesto le parecÃa muy desconcertante e irrespetuosa con el Señor al que servÃa. Pero tenÃa el suficiente sentido común para no interferir en los asuntos divinos. Se inclinó ante Hefesto y se despidió con sus soldados.
Hefesto sólo se relajó cuando sintió que los soldados desaparecÃan uno tras otro, dirigiéndose al palacio de Zeus. Se dio cuenta de que habÃa apretado tanto los puños que las uñas le habÃan sacado sangre de las palmas. Cuando el último se fue, se sentó y lanzó un suspiro de alivio, sintiéndose agotado.
"¿Está todo bien?"
Dijo una voz en el taller. HabÃa traÃdo consigo la brisa salada del mar, después de cabalgar las olas. "No tienes buen aspecto", dijo con preocupación.
Él la miró, incapaz de formar palabras coherentes. HabÃa tantos pensamientos que se agolpaban en su mente. QuerÃa que estuviera a salvo, más que eso, querÃa que fuera un secreto. Por primera vez en su vida, habÃa encontrado una amiga, una compañera, y habÃa probado la felicidad. No querÃa que la descubrieran. No querÃa que Hera se enterara de todo esto, especialmente. Se quedarÃa solo de nuevo.
"¿Qué pasa?", preguntó ella, acercándose a él. Se sentó a su lado, con la preocupación marcando su rostro. "Cuéntame", le instó.
¿Cómo podrÃa decirle con simples palabras que esta isla se habÃa convertido en un santuario para él debido a su presencia? Hefesto, el niño-dios, parecÃa tan perdido y miserable en ese momento.
"¿Hefesto?" dijo ella.
Abrumado por la emoción y con lágrimas en el rostro, la rodeó con sus brazos. Ella le devolvió el abrazo, sintiéndose más preocupada que antes. Él estaba temblando. "Sólo quiero vivir contigo aquÃ", dijo él, llorando.
"¡Yo también!", dijo ella, confundida, "Pero vivimos aquÃ, ¿Cuál es el problema?".
"Quiero decir que quiero vivir contigo para siempre" dijo él, temblando, "Hasta que se acabe el mundo"
Ella se rió. Hefesto se sintió estúpido y asustado. ¿HabÃa dicho demasiado? ¿Se iba a ir?
"Es una promesa, entonces" dijo ella.
"¿Qué?"
Preguntó él, sorprendido. Toda una vida de rechazos hace que una persona siempre se horrorice con una sola aceptación.
"Dijiste 'hasta que se acabe el mundo'", explicó ella, "Lo que significa que tienes que prometer ver el fin del mundo conmigo, pase lo que pase"
Le rodeó con las manos y le abrazó con fuerza. Le dio unas palmaditas en la espalda.
Hefesto sintió el calor en la garganta y apenas pudo responder.
"Está bien, es una promesa"
Declaró mansamente. No era un juramento que se hiciera vinculante al jurar sobre el rÃo Estigia, pero para los jóvenes dioses bien podrÃa haberlo sido porque era una promesa genuina que habÃan hecho con toda su inocente sinceridad. Ni siquiera habÃan contemplado la idea de que pudiera romperse.
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