REZO PARA QUE ME OLVIDES 33
'Quizá ahora ya me haya vuelto bastante hábil en mi papel de ama de casa'
Había preparado hasta el último ingrediente y el postre, justo cuando terminé, el pan estuvo listo.
—Oh… Esta vez se partió perfectamente.
Abrí la tapa de la olla de hierro y suspiré maravillada. Probé un trozo de la corteza crujiente y volví a suspirar.
—Ya me está entrando hambre.
Pero no podía comerlo aún. Mientras el pan se enfriaba, me apresuré hacia el dormitorio. Me quité el overgasto desgastado que usé cuando visité al comandante y me puse mi mejor vestido, el que solo llevo para ir a la iglesia.
Luego, solté mi cabello, lo cepillé con cuidado y lo recogí en una trenza. Al fin y al cabo, llevaría un sombrero, así que no se vería mucho, pero como no me gustó cómo quedaba, lo deshice y lo volví a trenzar dos veces. Menos mal que descansé bien al regresar a casa.
En cuanto terminé de arreglarme, tomé la cesta del almuerzo y salí. Cuando llegué a la entrada de la escuela, a solo cinco minutos a pie, el recreo acababa de comenzar.
—¿Quién es?
—Nunca la hemos visto antes.
Mientras pasaba junto a la cerca y entraba al edificio, los niños, agrupados en pequeños grupos comiendo o jugando, cuchicheaban al verme.
Había venido corriendo, emocionada por el nuevo trabajo de Johann, pero bajo esas miradas infantiles, curiosas y sin filtro, empecé a sentirme nerviosa.
'¿Estará bien que su esposa venga a verlo desde el primer día?'
Pero Johann me lo pidió. Y si no iba, tendría que saltarse el almuerzo.
En realidad, este almuerzo debía haberlo preparado al amanecer para dárselo a Johan antes de irse al trabajo, pero anoche agoté todas mis energías en la cama y no me desperté a tiempo.
—Te lo llevaré al mediodía.
Cuando le dije eso, Johann insistió en que con el pan duro sobrante del día anterior bastaba… hasta que el comandante lo llamó y cambió de opinión.
—Yo prepararé la masa. Si vuelves temprano, podemos almorzar juntos en la escuela.
Parecía que quería asegurarse de que había regresado a casa sana y salva.
'Entonces, con más razón debo entrar y mostrarle mi cara'
Sonreí a los niños que me miraban con curiosidad y entré al edificio escolar.
—¿En qué puedo ayudarla?
Los niños solo murmuraban al verme, pero un adulto —sin rodeos— me abordó directamente. No sabía dónde estaba Johann, así que me asomé a cualquier sala… y al parecer, fue justo a la del director. Un hombre de mediana edad, que almorzaba tras su escritorio, se levantó y se acercó, sacudiendo migajas de pan de su bigote.
—Ah, yo… hola.
Era el superior de Johann, así que debía causar buena impresión. Ajusté mi sombrero, despeinado por el viento, y saludé con una sonrisa.
—Vengo a ver a Profesor Lenner.
—¿Se refiere al nuevo maestro de escritura que empezó hoy?
—Sí, exacto.
El director, como si le pareciera extraño que alguien viniera a buscar al recién llegado, se ajustó sus gafas redondas y preguntó de nuevo:
—Pero… ¿con qué motivo…?
—Le traigo su almuerzo. ¡Ah, cierto!
Cielos… ¿Quién más se olvidaría de presentarse por los nervios?
—Me llamo Rize Lenner. Soy la esposa de Profesor Lenner.
Los ojos del director se agrandaron como sus lentes. ¿Por qué me miraba tan sorprendido?
En el pasado, habría asumido con arrogancia que era por mi belleza. Pero ahora, con Mayor Falkner merodeando por estas montañas, quizá la razón fuera otra.
'Por favor, que no piense mal de mí'
Intenté sonreír con la misma serenidad que Johan, deseando parecer una dama recatada. El director, tras un silencio incómodo interrumpido por un alumno corriendo por el pasillo, recobró el habla y se presentó:
—Soy Folker Werner, director de esta escuela.
—Un honor conocerle, señor director.
—El honor es mío, señora Lenner. El aula de Profesor Lenner está por aquí. Permítame acompañarla.
—Oh, no hace falta. Termine su almuerzo, por favor.
—No, ya casi acababa. Además, es mi deber guiar a una visitante en su primer día.
—Es usted muy amable. Me alegra que mi marido trabaje con alguien tan bondadoso.
—¡Ja! Al contrario, yo soy el afortunado por tener a un salvador como Profesor Lenner.
El aula de Johann estaba en un rincón de la primera planta, un edificio pequeño y viejo donde compartían espacio alumnos de primero a décimo grado.
—Profesor Lenner.
El director abrió la puerta. Allí estaba Johann, levantándose del escritorio junto a la ventana. Verlo con traje y en su trabajo, tan distinto al Johann que conocía, me hizo sonreír.
—Le traigo una visita muy especial.
Los ojos de Johann brillaron al descubrirme tras la figura del director. Este, notando nuestro mutuo entusiasmo, se rió con ganas y se apartó para dejarme pasar.
—Corrían rumores sobre la belleza de los Lenner de Müllenbach, pero la realidad supera la fama. Buen provecho.
—¡Ah, director!
Antes de que se marchara, le extendí un pequeño "regalo-soborno".
—¡Oh, pero qué detalle!
Como supuse —adoraba lo dulce—, aceptó encantado el postre de crema que me había dejado el brazo dolorido de tanto batir, desapareció con él.
Finalmente, Johan y yo intercambiamos un beso en la mejilla. Mientras, observé el aula: pequeña, anticuada, pero limpia y acogedora. Quizá por la estufa en la esquina, o por la luz vespertina que entraba por el oeste.
'Después de comer, todos caerán rendidos al sueño'
Tuve la vaga sensación de que yo misma había vivido eso. El lugar me resultaba ajeno y familiar a la vez. ¿Habría ido a la escuela?
Aun en pleno invierno, ¿era el exterior más atractivo que el aula? Solo quedaban cinco o seis alumnas, apiñadas en un rincón. Cuando nuestras miradas se cruzaron, me saludaron con timidez.
'¿Tendrán siete años?'
Parecían mucho más jóvenes que el curso que Johann debía enseñar.
'¿Qué está pasando aquí?'
Se lo preguntaría durante el almuerzo. Johann sacó la comida de la cesta, la dispuso sobre el escritorio y colocó un cojín en una silla para mí.
—Siéntate aquí.
Comimos juntos frente al pupitre. Hoy había sándwiches rellenos de huevo duro, jamón y queso.
—¿No es demasiado?
preguntó Johann, sorprendido por el grosor inusual.
—Es tu primer día.
Aunque en tiempos como estos, lucir prosperidad podía ser un problema...
—Si parecemos muy pobres, podrían menospreciarte.
Por eso me esmeré tanto con la comida.
—¿Y por eso también te maquillaste?
¡Qué malo eres! Johann fingió no darse cuenta de que también me había esmerado con mi apariencia.
—Si la esposa del profesor se viera demasiado humilde, podrían menospreciarte.
—Tú ya eres tan deslumbrante que mi preocupación es que llames la atención demasiado.
Mi sospecha era correcta: Johann estaba pensando en Mayor Falkner.
—¿Hoy no ha pasado nada raro?
—Yo no tuve problemas, pero...
Al captar mi insinuación, Johan dejó de servir el té y me miró con curiosidad.
—El Mayor sabía que hoy era tu primer día. Y que enseñarías escritura. Pero yo no se lo dije.
—Así que ha estado investigándote.
—Siente cierto interés por mí, pero no del bueno...
—¿Busca algún punto débil...?
La expresión exageradamente seria de Johann me arrancó una risita, incluso en medio de la conversación.
—¿Acaso tienes algo que pueda descubrir?
Era un hombre cuyo sobrenombre era "el monje". Johann no solo era piadoso, sino tan íntegro que resultaba intachable.
—Yo no me preocupo por eso. Temo que pueda hacerte daño.
Me acerqué a su rostro, sumido en pensamientos, y susurré:
—¿Quieres que le disparemos?
Johann negó sin dudar, pero luego preguntó:
—¿Qué más dijo de mí?
—Que reuniera tus escritos.
Su semblante se oscureció como si una nube negra hubiera cubierto la ventana.
—¿Por qué?
—El Primer Ministro busca un escritor fantasma para discursos y declaraciones. Dijo que, si tu talento era bueno, te recomendaría.
—Qué generoso es, ofreciendo un puesto codiciado a su "espina clavada".
—Pensé lo mismo.
No entendíamos sus intenciones, pero sabíamos que jamás ayudaría a Johann.
Ese tipo no.
Entonces, compartí una idea que tuve al escuchar lo del Primer Ministro...
Si te gusta mi trabajo, puedes apoyarme comprándome un café o una donación. Realmente me motiva. O puedes dejar una votación o un comentario 😁😄

0 Comentarios