Mi deseo son dos camas separadas 139
IF: Matrimonio por amor (3)
Pensó que había sido solo una coincidencia. Pero el destino, al parecer, era más tenaz de lo esperado.
—Ah......
—¿Qué pasa?
—Los zapatos.....
Endymion miró a la mujer con una expresión poco complacida, mientras ella se mantenía en una postura incómoda.
—...Pasa, al menos.
Después de eso, la mujer volvió al balcón de vez en cuando.
Casi día por medio, a veces, incluso tres días seguidos. No había un patrón claro, pero sí una cierta constancia.
Parecía no hacerlo a propósito, pero al no estar acostumbrada a los bailes de salón, cuando los zapatos comenzaban a dolerle, terminaba dirigiéndose allí sin pensarlo demasiado.
Además, los balcones durante un baile casi siempre estaban ocupados.
Por eso, había solo un rincón que la gente evitaba, uno lo bastante apartado como para descansar en paz. Un único balcón algo escondido.
Endymion no tuvo más remedio que cederle una esquina de ese lugar. Sin darse cuenta, ella se había ido integrando a su lado como si fuera parte del paisaje.
La mayoría del tiempo él dormía profundamente, mientras ella leía o contemplaba el cielo estrellado. Era una rutina pacífica.
Al principio, Endymion había estado en guardia. Pero con el tiempo, comenzó a verla como una maceta, una mascota... algo pequeño e inofensivo. Nada que perturbara su paz.
Para llegar a ese punto, había pasado más tiempo del que habría imaginado.
Por ejemplo, cuando descubrieron quiénes eran en realidad.
Fue después de su tercer encuentro en el balcón que supieron los nombres del otro: que ella era Julia Ametrine, y él el príncipe heredero de Semele.
—¿Eh?
—.......
Era curioso no haberse cruzado antes.
Endymion la vio en la apertura del baile, al que por una vez había llegado puntual.
Llevaba un vestido perla sencillo pero elegante, que le sentaba a la perfección. Cuando sus ojos se encontraron, ella se sorprendió visiblemente.
Los ojos violeta, un poco más abiertos de lo normal. Esa mirada fugaz desde la distancia.
‘Ya no volverá al balcón.’
Ese pensamiento repentino le dejó un regusto extraño.
Pero una vez que escuchó que era una princesa de un pequeño reino en la periferia —Ametrine— y que se llamaba Julia, lo dejó pasar.
Incluso sintió algo parecido al alivio.
‘Ojalá el rumor se esparza rápido.’
La impecable fachada del príncipe heredero de Semele.
La realidad: frío, calculador, y con un lenguaje más propio de un rufián de las calles.
Un hombre que usaba una máscara de perfección, pero que en privado trataba incluso a princesas extranjeras como si no valieran nada. Una personalidad desastrosa, podrida hasta la médula.
Sin embargo.....
—Ha vuelto otra vez.
¿Qué le pasa a esta mujer?
No, no ‘la mujer’. Julia. Se acercó a su lado y se sentó con la misma expresión tranquila, con el mismo tono de voz de la vez anterior.
La sorpresa le duró poco. Una sensación extraña le recorrió el cuerpo, como si algo dentro se le derrumbara de golpe. Y entonces, se enfadó.
¿Con qué cara se atrevía a volver aquí? Ese rostro puro, sereno... parecía una burla. Como si se riera de él con su sola existencia.
Endymion disparó palabras afiladas, llenas de veneno:
—¿Qué haces aquí? Anda, corre a contarle al mundo entero.
—¿Contar qué?
Julia, que acababa de abrir su libro, parpadeó sorprendida con sus ojos violetas, limpios e ingenuos.
Esa inocencia lo desarmaba. Lo confundía. Hubiera preferido que lo chantajeara, que le pidiera algo, cualquier cosa, antes que esa pureza irritante.
Pensar que detrás de esa suavidad fingida andaría esparciendo habladurías... lo hizo sentir traicionado.
Así que la echó del balcón de inmediato.
—Anda, ve y cuéntales todo lo que has visto, oído y vivido. Diles lo ruin que es el príncipe de Semele.
Lo dijo con una expresión deliberadamente más dura, con palabras más toscas que de costumbre.
Unas horas más tarde, Endymion se encontró perplejo, incapaz de entender por qué estaba tan alterado.
No... en el fondo sí lo sabía. Y al darse cuenta de que en realidad estaba ansioso, la sensación se volvió aún más insoportable.
Temía que Julia se hubiera decepcionado.
Más precisamente, le aterraba que descubriera que el perfecto príncipe de Semele no era más que un ser humano lamentable e imperfecto... y que eso le hubiera roto la ilusión.
¿Y ahora qué? Él mismo se había comportado como un imbécil. Era absurdo. Un sentimiento ridículo y patético.
Endymion endureció el rostro y se obligó a cortar con esos pensamientos. En cambio, empezó a preguntarse cuándo correría el rumor. Cuándo, por fin, se convertiría en el príncipe desgraciado que todos detestaran.
—……
Pero pasó un día. Luego otro. Y luego una semana… y su reputación seguía intacta.
Peor aún: como casi no se dejaba ver en los bailes, su popularidad solo parecía aumentar con cada día que pasaba. Una situación absurda.
Endymion estaba... un poco desconcertado.
Y sin darse cuenta, empezó a pasar más y más tiempo solo en el balcón.
Incluso cuando estaba acostado con los ojos cerrados, cualquier ruido lo hacía voltear rápidamente hacia la puerta.
Fue así como Endymion se dio cuenta de que estaba esperando a Julia.
Unos tres días después. Julia apareció en el balcón con el ceño fruncido, la mirada esquiva y la voz a medio tragar.
—No iba a venir… pero se me rompió el tacón de repente…
Sus mejillas estaban encendidas, de un rojo intenso. Uno de sus zapatos colgaba peligrosamente, con el tacón roto balanceándose al borde del desastre.
Aquella expresión que solía llevar —siempre sonriente— ahora estaba endurecida, como si aún no se le hubiese pasado el rencor por haber sido echada de malas maneras.
Y aunque no dijo nada al respecto, se notaba claramente que, como de costumbre, los otros balcones ya estaban ocupados por invitados más puntuales. No le había quedado otra opción.
Aun así, su rostro seguía siendo tan puro y transparente como siempre.
Su cabello rubio ceniza brillaba al deslizarse sobre sus hombros como si perteneciera a un espíritu del bosque. Sus labios, de un rosado tenue, estaban apretados en una mueca de enfado.
A Endymion, por alguna razón, le empezó a picar el pecho. Se aclaró la garganta, bebió un sorbo del champán que tenía a mano… pero el cosquilleo seguía ahí.
Al final, sin poder evitarlo, soltó una pequeña carcajada y la hizo pasar al balcón.
Lo que vino después fue sorprendentemente fácil. Natural.
Cuando empezaba el baile y el gran salón se convertía en el centro de la vida social, ellos se encontraban en el balcón como si lo hubieran acordado.
Y desde que descubrieron que tenían la misma edad, el trato se volvió más relajado, más cercano. Cada noche compartían más cosas.
—Ey, ese libro que usas de almohada, ¿es tu favorito?
—Es el más caro que tengo.
—…....
Leían libros.
—Uf, qué amargo.
—Todavía eres un crío.
Bebían vino.
—¿De verdad hay que cortar las flores con esas tijeras especiales?
—Por supuesto. Si las cortas como si estuvieras aplastando tallos —como cierta persona—, ¿quién querría comprarlas por bonitas?
—¿Eso fue una indirecta?
—Quién sabe.
—¡Ja!
Hasta hacían arreglos florales.
La mayoría del tiempo, compartían momentos tranquilos y divertidos. Pero a veces discutían, también se herían con palabras, aunque fuera sin querer.
En ese ir y venir, poco a poco fueron conociéndose más.
Julia, la princesa brillante y aparentemente inocente, resultó tener una sorprendente fuerza de carácter y una testarudez notable.
Endymion, el príncipe perfecto y cortés, era en realidad torpe en muchas cosas, frío, y con un carácter filoso.
Aunque se llevaran bien, bastaba una tontería para que discutieran y se separaran lanzando miradas gélidas.
Aun así, durante el tiempo que pasaban alejados, ambos pensaban el uno en el otro. Y sin necesidad de palabras, al día siguiente volvían a aparecer en el balcón.
Incluso cuando todavía no se les había pasado el enfado, si se cruzaban de camino, con rostros ansiosos y algo tensos, acababan soltando una risa. Cada momento, cada noche, era feliz y valioso.
Para Endymion, Julia era un alivio.
A ella, sin querer, le mostró su verdadero yo desde el principio. Y aún así, aunque descubriera que era frío, cortante, un poco torcido como persona… ella no lo miraba raro. No se alejaba.
Pensó que, al enterarse de cómo era en realidad, Julia esparciría rumores, que se sentiría decepcionada. Pero estaba completamente equivocado.
—¿Por qué no lo contaste? Que soy totalmente diferente a lo que parezco.
—Hmm, no sé… ¿No puede ser que seas así, sin más? Además, odio juzgar a la gente a la ligera.
Julia, luminosa y bondadosa por naturaleza, no pensaba de forma retorcida ni maliciosa como él.
Si algo le gustaba, lo decía. Si no le gustaba, también. Expresaba sus emociones con sinceridad, y aceptaba las cosas como eran, sin adornos.
No tergiversaba ni malinterpretaba lo que veía, y cuando él se enojaba o se ponía áspero, no se lo tomaba demasiado a pecho.
Pero eso no significaba que fuera una tonta sumisa.
Cuando él la exasperaba, no dudaba en enfrentarlo. Si él se volvía quisquilloso y se comportaba como un niño malcriado, ella no se sentía herida, simplemente lo ignoraba con incredulidad.
Julia era, una y otra vez, una mujer que rompía todos sus esquemas.
‘No puedo creer que exista alguien así.’
Le resultaba increíble. Como un milagro que no terminaba de entender.
Al principio, cuando dejaba escapar partes de su verdadero yo, Endymion se ponía nervioso. Se sentía en guardia, al borde del colapso.
Temía que todo aquello que había construido como príncipe heredero se viniera abajo.
Pero incluso después de que, sin querer, dejara entrever su naturaleza real más de una vez frente a Julia… su mundo no se derrumbó.
Y fue entonces cuando lo comprendió.
No era que hubiera renunciado a ser un príncipe perfecto. Era que, en el fondo, deseaba con más fuerza que nadie serlo.
Por eso se había esforzado tanto en esconder su yo auténtico, hasta extremos insostenibles. Por eso se encontraba agotado, asfixiado por el peso de aquella imagen impecable.
Con Julia, podía simplemente ser él mismo.
Un hombre llamado Endymion Semele. No el príncipe heredero. No el símbolo. Solo un ser humano, imperfecto, torpe, algo retorcido. Una parte de sí que ni siquiera su familia conocía por completo.
Y eso le resultaba fácil. Reconfortante. Le daba paz.
Era una sensación de libertad que jamás había experimentado. Como si galopara solo a campo abierto, con el viento en el rostro. Cada vez que veía a Julia, el corazón se le desbordaba.
—¿Por qué me miras así?
—…Por nada.
—Qué soso. Mira, ayúdame a elegir el vestido que me voy a poner mañana.
Julia hablaba sin parar, mostrándole un catálogo de vestidos con entusiasmo chispeante.
Endymion examinaba con seriedad los patrones, que a sus ojos parecían todos iguales, y de vez en cuando lanzaba una mirada de soslayo a su rostro.
Brillante, pura, cálida.
Una mujer como el sol.
El pecho le latía con fuerza.
Hasta entonces, nunca lo había pensado… pero no quería ver aquel rostro tan fresco y radiante, cubierto por la tristeza.
Solo imaginarlo le producía un miedo irracional. Un escalofrío que lo paralizaba.
Y fue desde ese momento que empezó a cambiar.
Endymion comenzó a fijarse cada vez más en Julia.
Lo que le gustaba, lo que detestaba, cuándo se sentía cansada o cuándo se alegraba. Todo ese esfuerzo y atención que antes dedicaba a los demás, ahora se concentraba únicamente en ella.
—Últimamente, el príncipe heredero está como más distante, ¿no?
—Sí, ¿verdad? Antes rechazaba con más tacto. Ahora es como si no le importara.
—Snif… a mí me regañó solo por pedirle que se quedara un poco más…
La gente murmuraba, lo notaban cambiado. Algunos se decepcionaban, otros lo miraban con reproche.
Pero, sorprendentemente, ya no le importaba.
¿Por qué solía preocuparse tanto antes?
¿Por qué temía tanto que descubrieran que no era perfecto? ¿Por qué se esforzaba tanto por ocultarlo todo?
Endymion comenzó a mostrarse tal como era: más frío, más seco, menos complaciente.
Y sin embargo, cuando lo hizo con seguridad, su reputación no se vino abajo. Al contrario, hubo quienes empezaron a verlo como alguien digno, con la severidad propia de un monarca.
Así, poco a poco, la imagen del príncipe amable y cortés de Semele dio paso al rumor de un hombre frío, calculador y arrogante.
Pero mientras más se hablaba de eso, más atento, dulce y afectuoso era con Julia.
—¿Y esa pomada?
—Creo que te duele el hombro. Es buena para la tensión muscular.
—¿Eh? ¿Cómo lo supiste? Ni siquiera te lo dije…
—Te vi ayer en la apertura. Estuviste todo el tiempo frotándote el hombro sin que nadie lo notara. Espera, te la aplico.
—A-ah… Sí. G-gracias…
Porque lo único que realmente le importaba… era ella.
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