LVVDV 389






LA VILLANA VIVE DOS VECES 389

El sueño de la mariposa (56)




Graham se sentía dolido en el fondo.

Su carácter reservado le impedía mostrar afecto con palabras o gestos cálidos, pero valoraba profundamente a su familia. Y Cedric era su familia. Su hermano. No ese bastardo de Lawrence.

No le agradaba en absoluto que Cedric, siendo aún tan joven, se hubiera hecho cargo de una criatura en una situación tan poco favorable. Tampoco le gustaba que hubiera tenido que hacer un trato con su molesto padre por ello. Graham seguía creyendo que ni su padre ni su madre debieron ceder solo porque Cedric insistiera.

Pero, por encima de todo, lo que más le desagradaba era que desde aquel entonces Cedric parecía haber madurado de golpe. En su momento, Graham no supo cómo describir lo que sentía, pero ahora lo entendía. Sentía que aquella niña le había robado la infancia a su hermano.

Como hermano mayor, había perdido la oportunidad de enseñarle travesuras y aventuras emocionantes.

Sabía que no era culpa de Artizea. Ya habían pasado cinco años, y ahora entendía que Cedric se sentía satisfecho cumpliendo con los deberes del linaje y cuidando de esas niñas.

Aun así, no podía ver a Artizea con buenos ojos. Cedric debería estar viviendo algo más emocionante. Cazando, jugando, correteando con sus amigos de su misma edad.

Como si le leyera el pensamiento, Cedric sonrió.


—También disfruto de esto.

—Ay, de verdad que me sorprende que tú y Pavel sean tan amigos.


Graham se acercó y le alborotó el cabello con fuerza, dejándolo hecho un desastre. Si hubiera sido Pavel, ya estaría forcejeando para que se detuviera, pero Cedric solo sonrió y lo dejó hacer a su gusto.

Graham dirigió la mirada a las dos niñas.


—Ustedes, háganle caso a Ced de verdad.

—Sí.

—Y crezcan rápido.


Lo dijo con la intención de que, cuando fueran mayores, pudieran aliviar un poco la carga de Cedric. Pero, fuera como fuera que lo entendiera, el rostro de Artizea se tiñó de rojo.


—Entonces, nos retiramos primero.


Cedric se despidió con cortesía y les hizo una seña a Artizea y a Lysia para que lo siguieran. Graham los observó mientras se alejaban, murmurando:


—Mi hermano menor y ese muchacho... ni siquiera han tenido adolescencia. En cambio, ese Lawrence va por ahí formando pandillas y haciendo lo que le da la gana.

—Es que es demasiado bueno.


comentó el caballero escolta, sonriendo.


—¡Justamente eso es lo que más me irrita!


bufó Graham.

Y, soltando un suspiro, se dio media vuelta.














⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
















El día estaba absurdamente hermoso.

Pavel cabalgó con fresca determinación. Una brisa moderadamente fresca secaba el sudor antes de que llegara a brotar, haciendo del clima algo perfectamente agradable.

Aprovechando que habían salido a las afueras y con un tiempo tan espléndido, le habría gustado galopar más lejos, pero una promesa era una promesa. Al entrar en el rancho, tiró de las riendas para reducir la velocidad.


—¿Un rancho? Qué infantil.


masculló para sí, aunque sin verdadero enojo. Al fin y al cabo, había venido a entretener a los niños, así que no había remedio.

A los dieciocho años, los juegos infantiles ya no podían ser divertidos. Ahora entendía por qué su hermano mayor rara vez jugaba con él cuando tenía doce. Últimamente, Pavel estaba obsesionado con el jeeguk (juego de pelota), pero obviamente no podía practicarlo con chicos de trece años.

Sin embargo, tampoco era un hermano tan frío como para abandonar a sus adorables hermanitos.

El pastizal no era enorme, pero sí lo suficiente para disfrutar del sol radiante y los campos verdes. Pavel entregó el caballo a un asistente y entró con paso decidido.


—¡Ah, Pavel oppa!


Bajo un toldo cerca del corral donde pastaban las vacas, Artizea le saludó agitando la mano. Él le devolvió el saludo y se acercó.

Cedric, que estaba sacando meticulosamente los alimentos de una cesta, le lanzó un saludo casual:


—Llegas tarde.

—Lo siento. Cosas del camino. ¿Dónde está Lysia?

—Fue a lavarse las manos.

—Si no vuelve pronto, nos comeremos todo sin ella.


dijo Cedric, apilando comida sobre la mesa. Pavel observó con interés.

Sándwiches de múltiples ingredientes, meat pye, ensalada de papas, carne asada en trozos finos, queso, frijoles salteados en abundancia y hasta unos calzones gigantes… Solo los platos principales llenaban dos cestas. Y había una más.

Pavel, que ya se le hacía agua la boca, preguntó:


—¿Esa no la abren?

—Esa es de los postres.

—Oh. Bien pensado.


Menos mal que tenía hambre. Pavel sabía bien que el chef del Gran Ducado de Evron era un maestro de platos carnosos y sencillos, más que de banquetes refinados.

Artizea, aunque ya estaba acostumbrada, puso cara de abrumada ante la interminable cantidad de comida.


—¿De verdad se lo van a comer todo?

—Mmm… Sí.


Pavel, en plena edad de devorar, lo pensó un momento y asintió con seguridad. En su estado actual, hasta podría con más.

Cedric, riendo, le dijo a Artizea:


—¿No dijiste que también comerías mucho?

—Oh.


Cuando Pavel la miró como preguntándole si era en serio, ella se sobresaltó. Sí tenía hambre y había planeado comer bien, pero si le tocaba una cuarta parte de todo eso, sería imposible.

Claro que ni Cedric ni Pavel tenían esa intención. Pavel se sentó junto a Cedric.

Lissia regresó cargando una gran botella de leche y, al ver a Pavel, le saludó animadamente:


—¡Hola!

—Perdón por llegar tarde.

—No importa. Solo me preocupaba que, si tardabas más, ya no quedara comida.


Era algo perfectamente posible si Cedric no se contenía.


—El dueño del rancho me encontró allá adelante. Dice que esta leche es recién ordeñada hoy.


dijo Lysia, dejando la botella sobre la mesa.

Cedric la elogió con dulzura:


—Gracias por traerla.


Ella sonrió, radiante.

Pavel, tras estirarse como un gato, preguntó:


—¿Y qué haremos después de comer? No estarán pensando en ordeñar vacas, ¿verdad?

—No somos tan niños —protestó Lysia.

—Sí, sí. A los trece años, es mejor montar a caballo.

—Pero dijeron que no galopemos dentro del corral, para no asustar a las vacas —recordó Lysia.


Pavel frunció el ceño.


—Lo sé.

—No hay que hacer nada obligatorio. A veces es bueno solo sentarse bajo el sol y descansar.


Pavel pensó que eso sonaba a comentario de viejo, pero como era algo típico en Cedric, no replicó. Lissia, entusiasmada, añadió:


—¡Dijeron que podemos jugar con los perros pastores! Traje un frisbee.

—Oh, eso sí suena divertido.


Esta vez fue Artizea quien puso cara de desánimo. Pavel le consoló:


—Tú juega con los cachorros. Cepíllalos o algo.

—Sí….

—Nosotros podemos ir a pasear.


propuso Cedric, sirviendo leche en un vaso de madera y entregándoselo a Artizea.


—¡Me encanta!


respondió ella, iluminándose. Cualquier plan con Cedric era bueno…

…excepto si involucraba ejercicio.

O estiramientos.















⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
















El pitero de la batida sopló el cuerno de caza. Los perros irrumpieron de entre los matorrales, jadeantes, y se sentaron en su lugar.

Nicolás, el hijo de Conde Aison —un muchacho de diecisiete años este año—, observó de reojo el rostro aburrido de Lorenz y finalmente no pudo evitar preguntar:


—¿Qué te pasa? ¿No te divierte?

—No. Es solo que hoy no parece haber mucho que cazar.


Y era cierto.


—Tal vez deberíamos cambiar de cazadero.


comentó otro muchacho al acercarse.

Los batidores de los dominios de Conde Aison los miraron con desaprobación. Aunque la caza del zorro era común en las regiones centrales, resultaba un pasatiempo demasiado brutal para muchachos de su edad. Los adolescentes, embriagados por la persecución, no parecían contentarse con reducir la población de zorros, sino empeñados en exterminarla por completo.

Hasta los perros, exhaustos por el esfuerzo, parecían al límite. Pero como Conde Aison no decía nada, ¿quién se atrevería a contrariar al joven señorito?

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