MARMAR 179







Marquesa Maron 179 (23)

Arco 7: Mediados de verano, 'Te confío un secreto que solo tú conocerás' (1)





El crujido del papel resonó en el aire. La lista de pretendientes que le habían propuesto matrimonio, arrugada entre sus dedos sin fuerza, parecía reclamar atención.

¿Y si en lugar de esto fueran rosas rojas, fresias amarillas o lirios blancos? De pronto, esta historia habría girado hacia el melodrama, y yo, la Cenicienta de un cuento trillado.

Maris vino a ofrecerme matrimonio para proteger mis tierras de la Iglesia.

Conozco su mente fría y calculadora —soy una ávida lectora, después de todo—. Sé demasiado bien cuánto beneficiaría a mis tierras unirme a la realeza. Especialmente ahora, con Niebe y Holt en crisis y Casanatoura, en su apogeo, necesitando aliados.

El Papa no se atrevería a tocar mis tierras.

También era ventajoso para él. Un compromiso le daría tiempo para investigar qué nobles o diplomáticos extranjeros tenían lazos sucios con la Iglesia.

Como Marquesa Maron, la mayoría no osaría interferir.

Pero ese no es nuestro estilo.

Soy una persona diligentemente perezosa. Inmune a lo que ocurre fuera de mi mundo, y sumisa ante las corrientes que no puedo cambiar.

Odio estudiar más que nadie, pero nunca lo evité. Porque saber distinguir cuándo actuar y cuándo pasar desapercibida requiere aprendizaje.

El conocimiento y la sabiduría parecen iguales, pero no lo son. Tardé casi una vida en entenderlo.

Llevo tres años como Hailey Maron en este mundo. Ahora, lo llamo mi mundo.

Y este es el momento de actuar.


—¿Sabes? Si querías proponerme matrimonio, debiste elegir un lugar romántico... con palabras románticas. Así solo puedo rechazarte. Mi primer propuesta de un príncipe, y es así...


Dulce y amargo. De pequeña, rezaba cada noche por un príncipe que me llevara lejos de todo lo que temía. Ahora que tengo fuerza para luchar, aparece este hombre de rostro perfecto para obligarme a decir no.

Qué desperdicio.

Los príncipes solo existen en los sueños. Para conseguirlos, hay que ser una princesa de cuento... no alguien como yo: ordinaria, astuta y desgastada.


—Entiendo por qué me pediste ser tu prometida. Sé que ganaríamos mucho. Pero la política y yo... somos distantes.


Maris esbozó una sonrisa tenue.

Mientras desplegaba la lista de nombres que me había dado, murmuré:


—Gracias.


Por querer proteger Maron.


—Pero Maris, no necesitamos un compromiso formal para estar del mismo lado.

—¿Ah, no?


Su sonrisa se hizo más clara, como amapolas en flor.

De pronto, le solté la pregunta:


—Yo lo siento un poco. ¿Y tú?

—¿’Sentirlo’?


Se rió con un ‘jaja’, haciendo que su cabello cayera sobre sus hombros como una cascada. Fátima y el Tío Melocotón suspiraron sin motivo aparente. Maris, ignorándolos por completo, extendió su mano hacia mí:


—Para saber si lo ‘siento’ o no... ¿puedo abrazarte?

—No es gran cosa.


Coloqué su brazo sobre mis hombros y me dejé caer contra su pecho, rodeando su cintura con mis brazos y apoyando la mejilla en su lado izquierdo.

No era mi imaginación. Olía bien. Enterré la nariz en su cuello y olfateé sin pudor.

Maris hizo lo mismo: apoyó su barbilla en mi cabeza y aspiró profundamente.


—Hueles raro.

—¿Otra vez con eso?

—Como flores brotando entre madera polvorienta.


¿Este tipo es un perro o qué? El olor a obras en el castillo de Maron, la madera vieja y mi aroma a romero... Seguro que todo eso se mezclaba en mí.

Con ánimo de venganza, murmuré:


—Tú hueles a Asta.

—¡Jajaja!


¿En este momento romántico estamos olfateándonos como animales? No, espera... Esto no es romántico, es patético. Además, el Papa está tramando otra locura, y deberíamos estar planeando cómo detenerlo.

Menos mal que Maris está de mi lado. Le pregunté en tono de broma:


—¿Qué tal? ¿Lo sientes un poco?

—No.


Se separó lentamente de mí, desenredando con cuidado nuestros cabellos entrecruzados antes de añadir:


—Porque fue un momento demasiado breve.


Esa noche, Maris y yo hablamos hasta tarde. El Tío Melocotón nos miró y murmuró ‘Qué par de cínicos’, mientras Fátima desapareció para cumplir su sueño de ir de compras.
















⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
















Pasada la medianoche, el sueño no llegaba. Quizás había sido por los tentempiés estimulantes que devoré en la ciudad después de tanto tiempo, pero mi mente permanecía inusualmente despierta.

Aprovechando que nadie me veía, ascendí hacia el cielo nocturno. Mis enormes alas se movían en silencio. Una llovizna fina había comenzado a caer, como hacía ya algún tiempo.

El trayecto desde Enif hasta el castillo de Maron no tomó demasiado. En poco tiempo, ya distinguía las siluetas de los cultistas demoníacos y Romero. Tras un saludo breve a esta última, aterricé frente a las pequeñas cabañas de troncos agrupadas cerca de la puerta del castillo.


—¿Lady Haley?


Valen paseaba de la mano con Vanadis frente a una de las cabañas.


—¿Qué hacen despiertos a esta hora? ¿Nadie les ha sermoneado sobre que los niños deben dormir temprano? ¿Qué pasará si se quedan pequeños para siempre?

—Yo ya crecí lo suficiente…

—No hablaba de ti, sino de Vanadis.

—Creo que ella también pasó su etapa de crecimiento…

—Entren, tengo algo que decirles.


Los llevé a mi cabaña. Campanilla dormía abrazada a mi manta en la cama. Reikart, al verme entrar, encendió una pequeña lámpara.

Desplegué la lista sobre la mesa. Reikart frunció el ceño.


—¿Qué ocurre? ¿Qué es eso?

—Iré al grano. El Papa quiere mestizos entre la realeza de los Tres Reinos y Aquapher. Esta lista contiene los nombres y linajes de quienes le propusieron matrimonio a Príncipe Maris.

—¿Qué?

—Entre ellos hay demonios aliados con ese bastardo.

—…Dios mío.


Valen se dejó caer pesadamente en una silla. Miré fijamente a Vanadis y Reikart antes de preguntar:


—Si reconocen algún nombre, díganlo.


Porque ese sería el verdadero traidor.

Los ojos de Reikart se hundieron en sombras. No dijo nada, pero percibí la ira hirviendo bajo su silencio.

Mientras Vanadis quemaba la lista con la mirada, fue Reikart quien habló primero:


—Mi familia nunca tuvo buenas relaciones con la Iglesia. Eso es innegable. Tanto que mi padre proclamaba abiertamente su negación de los dioses frente a ellos.

—El Papa no se atrevería a tocar a los Duques Winter.

—Pero eso no los hace justos.


Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios.


—Dijeron que solo secuestraban a los mejores guerreros nómadas del norte para crear monstruos como yo... Pero parece que eso era solo la punta del iceberg.

—Reikart...

—¿Qué clase de familia era la mía? El Papa apenas ahora intenta estas atrocidades, pero los míos ya las practicaban hace décadas.


Recordé a su padre. El hombre que se convirtió en demonio en mi bosque, riendo con franqueza antes de partir, sin revelarme jamás su nombre.


—En realidad, en ese entonces...

—Conozco este nombre.


Valen clavó su dedo en un rincón de la lista. Su voz tembló, al borde del llanto:


—Mi... Lady Haley. No puede ser. Es imposible. Esta persona fue benefactora de los Aquapher. Cuando me arrancaron el corazón, ella me cuidó con dulzura. Escuché que murió hace años... ¿Por qué su nombre está aquí?


Donde su dedo señalaba, se leía:

‘Misty’.


—Solo hay una forma de comprobarlo.


Si está viva, es una traidora.

Si está muerta, alguien ha robado su identidad.

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