Marquesa Maron 176 (20)
Arco 6: Mediados de verano, 'Peach está en su temporada' (1)
Desde la silueta de Campanilla corriendo despreocupadamente, parecía emanar el aroma de la hierba. Últimamente siempre estaba masticando algo, y ahora entendía qué era: hojas de romero.
Al parecer, para que Romero no se sintiera solo, solía ir todos los días con Valen a la Iglesia Demoníaca. Seguramente había conseguido esas fragantes hojas de allí.
Volví a tumbarme. A menos que me encontrara de nuevo con un ejecutor o con Aquapher, pensaba pasar el tiempo yendo de compras para sobrellevar la desolación de no tener refrigerador.
Sevrino preparó el carruaje de carga y se acercó a mí.
—Ey, Haley.
—¿Qué?
—Compra todo esto.
Desplegó un pergamino en el que estaban anotados toda clase de artículos de primera necesidad y comida.
Sobre todo, había una cantidad absurda de carne, aperitivos de carne y todo tipo de ingredientes para cocinarla.
Murmuré sin mucho entusiasmo:
—Hace tiempo que no voy al mercado de Enif.
Hacía bastante que no pasaba por allí. La última vez había hecho mis compras de invierno en Niebe, ya que, al ser un país frío, tenían buenos productos para combatir el frío.
Sevrino revisó la lista de compras conmigo y comentó:
—Para ti será mucho tiempo, pero nosotros hemos ido de vez en cuando. En invierno, nos disfrazamos y vendimos verduras de verano. Nos preguntaban si éramos magos y si las verduras estaban envenenadas.
—¿Y qué les dijiste?
—Que sí, que éramos magos.
Bueno, técnicamente no era mentira. Sevrino también usaba magia, aunque solo fuera para curaciones, hierbas y venenos.
—Si ya estás listo, vámonos.
—Campanilla preguntó si no compraríamos carne antes de irse. ¿Otra vez pelearon? ¿Por qué pelean tanto? Eres un adulto y ella apenas un hada del tamaño de un puño.
—¿Entonces debería pelear con un adulto? ¿Te ofreces como voluntario?
—Buaaa.
Sevrino puso cara seria y soltó un "buaaa" tan ridículo que hasta un demonio que pasaba se horrorizó y empezó a murmurar con los suyos. Para que no me asociaran con él, decidí caminar un poco más alejada.
—Ey, Haley, ¿sabías que últimamente Reikart va todas las mañanas a la Iglesia demoníaca con Vanadis?
—¿A la iglesia demoníaca? ¿Por qué?
—Dicen que va a entrenar con Romero.
¿Perdón? ¿Entrenar con Romero? ¿Enfrentarse? ¿Como en un duelo? ¿Mi planta y Reikart? ¿Un humano peleando con una planta? ¿Eso era siquiera posible?
—¿Seguro que no está maltratando a Romero?
—Mira, lo peor que le puede pasar a Romero es perder un par de hojas, pero Reikart... Él siempre termina lleno de moretones y heridas. Suerte que soy médico, porque ese idiota no tiene ni la más mínima conciencia de que es un paciente. ¿Por qué un médico tiene que perseguir a su paciente para ponerle medicinas?
—¡¿Y por qué me gritas a mí?!
—¡Porque solo te escucha a ti!
Entre quejas y conversaciones triviales, llegamos al carruaje de carga y encontramos a Reikart sentado en el asiento del cochero. Justo ahora que sabía lo que hacía, me acerqué y empecé a presionar diferentes partes de su cuerpo.
—¿Qué haces?
Lo decía, pero al mismo tiempo movía sutilmente el brazo para que lo tocara. Desde antes sabía que estaba bien formado, pero ahora que estaba en segundo año de secundaria, ¿también quería presumir sus músculos?
Los brazos y el pecho parecían estar bien. Pero cuando puse mi mano en su espalda, se tensó y apretó los labios. Justo como sospechaba.
—¿Estás herido?
—No.
—Sí lo estás.
—Te digo que no.
Era obvio que, aunque le preguntara cien veces, seguiría negándolo. Así que hice que Severino le quitara la camisa.
En su espalda había una herida reciente. No sabía si era de un látigo o de una enredadera, pero tenía una marca roja y alargada.
—Ajá.
Agité la mano para indicarles a ambos que bajaran del carro.
—Bájense. El médico tiene que tratar al paciente, el paciente tiene que hacer caso al médico.
—Esto no es nada.
—¡Ey! ¿Y por qué tengo que bajarme yo?
Los dos insistieron en que querían ir a Enif, pero cuando usé magia para lanzarlos lejos, terminaron mirándose con resentimiento.
Entonces llamé a la persona que seguramente estaba esperando su turno. Nuestra ama de llaves, criada, cocinera y mayordomo a la vez.
—¡Fatima!
—¡Síiiiiiiiií!
—¡Vamos al mercado!
—¡Apártense, apártense! ¡No bloqueen el camino!
¿Por qué estaba tan emocionada? Quizás había sido un error traerla.
Fátima se quitó el delantal y lo lanzó a un lado antes de subirse al asiento del cochero y tomar las riendas. Estaba tan emocionada que, incluso sentada, su trasero no paraba de moverse.
—Señora, ¿ha traído suficiente oro?
—No.
—¡¿Por qué?! ¡Hay mucho que comprar!
—Lo pondré a la cuenta de Maris.
Mi apuesto oppa dijo que podía comprar lo que quisiera. La familia real de Casnatura tenía una gran deuda conmigo, así que podía pedir todo lo que necesitara.
Tarareé de felicidad. En Niebe o Holt siempre tenía que pagar con mi propio dinero, pero Enif era diferente.
—¡Vamos!
—¡Arre!
Cuando llegamos frente a la iglesia demoníaca, Romero me saludó con entusiasmo. Extendió sus hojas hacia mí y las agitó suavemente, luego alargó sus ramas para darme sombra.
Saqué maggi como si fuera una cuerda y conecté un puente roto. Luego, con el maggi sobrante, formé ramas y bailé imitando al romero.
[Balanceo, balanceo]
Romero respondió con movimientos juguetones, cada vez que se movía, una brisa ligera traía su fresco aroma.
—Escuché que compartiste comida con Campanilla. Que también te llevas bien con Valen. Y que, a pesar de que Reikart te molesta todas las mañanas, siempre lo soportas.
Romero se agitó con gracia.
—Eres un buen chico. Toma esto.
Saqué un núcleo de maggi del bolsillo y lo lancé suavemente. Romero lo atrapó al instante y lo envolvió con sus hojas antes de tragárselo con cuidado.
[Balanceo, balanceo, balanceo]
—Sin problemas.
Así compartimos un momento especial y nos despedimos con la mano.
⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
Enif, después de tanto tiempo, se veía vibrante. Los comerciantes llenaban las calles con sus puestos, gritando para atraer clientes.
El antiguo templo de la diócesis de Enif primero sirvió como refugio temporal para los retornados, pero ahora era la residencia del noble encargado de Enif.
Su nombre era Peach Hyres.
—Entiendo que Señor Peach fuera excomulgado y se convirtiera en un noble de Castnatura, pero ¿cómo pudieron simplemente darle Enif? ¿Qué harán si otros nobles se ponen celosos y empiezan a fastidiarlo?
—¿Porque Enif es un territorio rico?
—No solo eso, sino porque ahora tiene una conexión cercana con Príncipe Heredero Maris.
—Pero, siendo ese cardenal, seguro lo hará bien, ¿no? Si antes de ser excomulgado ya era amigo de los demonios…
—Supongo que si aplica esa flexibilidad a la política, podría funcionar.
Solo esperaba que no se pusiera del lado que más le convenía cada vez. La política consistía en elegir el bando correcto. Aunque, pensándolo bien, ¿qué me importaba? Que alguien cercano a mí fuera el señor de Enif solo me beneficiaba.
—¿Qué tenemos que comprar primero?
—¡Vestidos!
—Denegado.
—Si no me compras uno, haré huelga. ¿Sabes lo que dicen los demonios sobre ti? Se preguntan qué clase de noble anda vestida de forma tan miserable, si en este lugar ni siquiera hay sastres. Como tu criada, ama de llaves, cocinera y mayordomo, ¡no puedo permitir esto más! Por favor, un vestido…
—¿Para qué necesito un vestido si lo único que hago en casa es dormir la siesta? Nuestra casa está en ruinas, ni siquiera tengo dónde dormir bien.
—Pues póntelo para la vida diaria. ¿Por qué concedes los deseos de Campanilla, Valen y Romero, pero ignoras el mío?
—¿Tu deseo es que me pasee en un vestido entre el polvo de las obras?
—¡Si tienes que rodar por el suelo, hazlo con un vestido puesto!
—¡Ey!
—Solo tenía doce vestidos, y ahora, con la casa derrumbada, me queda solo uno. El otro día, cuando estaba en la lavandería, ¡tuve que verte usando una falda vieja de Quentin!
Fatima fingió llorar con sollozos exagerados.
—¿De qué sirve tener dinero si no sabes gastarlo?
Perdí la discusión.
Apunté hacia la zona comercial de lujo en Enif.
—Vamos.
—¿De verdad? ¿Vestidos, zapatos, sombreros y accesorios también?
—Sí, compra todo.
Fatima tomó las riendas con entusiasmo y resopló como un toro a punto de embestir. La carreta se sacudió y avanzó a toda velocidad por la calle.
Llegamos rápidamente a la tienda de accesorios donde Reikart y yo conocimos a Maris por primera vez.
—¿Compramos primero los zapatos y los sombreros? Y para la ropa, mejor tomemos medidas y hagamos varios conjuntos.
—Haz lo que quieras.
—Oh, pero ¿por qué hay tanta gente en la entrada de la tienda? ¿Estará pasando algo?
Fatima tenía razón. Había mucha gente frente a la tienda. Guardias, sirvientas y asistentes rodeaban el lugar, bloqueando la entrada como si protegieran a alguien importante.
Uno de los hombres se acercó a nosotras y gritó:
—¡El nuevo señor de Enif está de visita! ¡Ustedes dos, las harapientas, den la vuelta con su carreta!
Harapientas.
—¿Nos llamaron harapientas…?
Fatima murmuró con tristeza.
Si te gusta mi trabajo, puedes apoyarme comprándome un café o una donación. Realmente me motiva. O puedes dejarme una votación o un comentario 😉😁.
0 Comentarios