LVVDV 384






LA VILLANA VIVE DOS VECES 384

El sueño de la mariposa (51)




—¡Rápido!


Al oír el grito de la profesora Nivea, el asistente Maxwell empezó a limpiar el laboratorio con torpeza.

‘Maldita sea, todo esto por una mocosa...’

No es que no se le pasara por la cabeza, pero la cosa cambiaba si se trataba de la futura Marquesa Rosan, criada por la casa ducal de Evron.

Fuera o no una alumna oficial de la profesora Nivea, era alguien de quien podían esperar conexiones e incluso financiación. Ya había llegado una generosa suma como agradecimiento por parte de la casa Evron, y se rumoraba que la familia Rosan también tenía una fortuna considerable.

Pensando en eso, no era un mal negocio tampoco para Maxwell. Lo único que le molestaba era ver a los profesores de la universidad imperial revoloteando nerviosos por una niña de trece años.

‘No es como si uno no hubiera sido llamado genio de pequeño también.’

Y no era el único que murmuraba ese tipo de quejas. Algunos se burlaban diciendo que, como ya tenía el título asegurado y encima estaba prometida al heredero de Evron, era lógico que los altos mandos estuvieran tan desesperados por caerle bien.

A menos que vinieran de una familia caída en desgracia, los nobles hereditarios raramente asistían a la universidad. Durante la infancia recibían educación básica con tutores particulares y, una vez finalizada, contrataban profesores para materias específicas según las necesidades de la administración familiar o de sus tierras.

Desde el reinado de Emperador Gregor, era más común que los hijos menores o los nobles secundarios, con pocas herencias a su nombre, ingresaran a la universidad con la intención de convertirse en burócratas o jueces. Pero seguían siendo una minoría.

Así que era comprensible el interés que despertaba ella.


—Uf...


Maxwell soltó un suspiro tras lograr limpiar el desastre en el laboratorio, trabajo que otros se encargaban de causar. Justo entonces, se oyó un golpe en la puerta.


—Adelante.


Respondió la profesora Nivea, fingiendo calma. La puerta se abrió lentamente, y una niña de trece años asomó la cabeza.


—Buenos días, profesora Nivea.

—Bienvenida, señorita Artizea.


Artizea entró con una sonrisa tímida. La profesora Nivea le ofreció asiento y le sirvió una taza de té de alubias rojas que desprendía un aroma tostado y dulce.


—Gracias.

—Solo ha pasado una semana, ¿verdad? ¿Cómo te ha ido?

—Gracias por su preocupación. He estado bien. Traje la tarea que me dio.


Artizea sacó un cuaderno de su bolso y se lo entregó.

La profesora Nivea era profesora de filosofía.

Artizea no estaba formalmente matriculada en la universidad imperial. Al terminar su educación general a finales del año pasado, su profesora de filosofía insistió en que conociera a su maestra, lo que llevó a esta introducción.

De hecho, casi todos sus profesores le escribieron cartas de recomendación y la animaron a dedicarse seriamente al estudio. Gracias a eso, Artizea pudo conocer a varios catedráticos de distintas áreas.

Solo había mostrado algo de interés y ya le estaban dando tareas. Luego, cuando las entregaba, se quedaban una o dos horas más conversando con ella.

Como le estaban dedicando un tiempo valioso para enseñarle, Artizea se esforzaba por estar a la altura de sus expectativas.

‘Me gusta que me feliciten. Me agrada que me presten atención.’

La memorización y el análisis eran de las pocas cosas que se le daban bien. Ser elogiada la hacía feliz.

Mientras observaba la expresión de la profesora Nivea al leer su cuaderno, se cruzó la mirada con un Maxwell malhumorado. Él apartó la vista de inmediato.

Artizea bajó la mirada, desanimada. A diferencia de los profesores que la elogiaban, también había personas que no la soportaban.

‘Están celosos, sin duda. Seguro que se sienten inferiores por haber perdido frente a una niña más joven que ellos. Tienen el ego del tamaño de un grano de arroz.’

Eso lo había dicho Skyla con toda claridad. Sin embargo, Artizea no podía ignorarlo tan fácilmente.

‘¿Y crees que yo no lo siento? Ya verás. Yo también entraré en la universidad en menos de tres años.’

Desde entonces, Skyla se la pasaba estudiando y casi no tenía tiempo para verla.


—Señorita Artizea.


Al oír su nombre, Artizea se sobresaltó y levantó la cabeza. La profesora Nivea le sonrió amablemente.


—¿Qué te parece si comienzas a estudiar seriamente bajo mi tutela?

—Ah.


Artizea se mostró visiblemente desconcertada.

La profesora Nivea ya lo esperaba. Por eso, salvo una vez al principio, nunca había sido tan directa al proponerle convertirse en su discípula. Pensaba que sería mejor acercarse con el tiempo, en lugar de provocar rechazo desde el inicio.

Durante ese tiempo, había intentado, con sutileza, mostrarle lo agradable que podía ser la vida en el laboratorio. No sabía que su propio alumno, con el ceño fruncido en el fondo, estaba arruinando todo el esfuerzo.


—La filología clásica o la historia son disciplinas excelentes, pero creo que a usted le va mejor construir argumentos y reflexionar sobre la naturaleza humana que analizar documentos antiguos. Si usted no se dedica a la filosofía, ¿quién lo hará?


Maxwell, al oír eso, pensó con indiferencia:

‘Todo este discurso solo para captar a una niñita noble...’

Pero para la profesora Nivea, no había ni una pizca de falsedad. No era por su linaje. Estaba dispuesta incluso a financiarle una beca si con eso lograba tenerla como alumna.


—Le gusta pensar sobre las personas, ¿verdad?

—Sí, me gusta… pero…


Artizea respondió con expresión incómoda.


—¿Eso me convertirá en alguien útil cuando sea adulta?

—¿Cómo puede decir eso? ¿Por qué pensar que aprender lógica y comprender al ser humano no sirve para nada?

—Quiero aprender cosas que puedan ser de ayuda práctica para el heredero del ducado de Evron.


Sabía que el conocimiento elevado tenía su valor. Pero en el fondo de su corazón, Artizea albergaba la idea de que lo que hacía era inútil.

Quería encontrar algo en lo que realmente destacara. Sin embargo, no tenía un sueño para el futuro.

Alice había terminado la escuela normal y quería ser maestra o secretaria. Skyla afirmaba con convicción que se convertiría en una gran marquesa de Camellia y que algún día sería canciller. Lysia soñaba con ser la jefa de los Rangers de Evron, como lo fue su difunta madre.

Artizea no deseaba convertirse en nada. Solo quería ser útil, deseaba ser alguien digno de elogios, pero no sabía en qué tipo de persona quería convertirse. Tampoco sabía cuál de sus habilidades podía servirle realmente a alguien.

Y al pensar en eso, le venía a la mente lo que Cedric había dicho: que solo le quedaba hasta los dieciocho, un breve período de gracia. A pesar de ser feliz en su día a día, había momentos en que una ansiedad silenciosa la invadía.

Con ojos claros y sinceros, Artizea miró a Nivea.


—Lo pensaré.


Y con eso, no pudo más que responder así.
















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Lysia descendió del carruaje frente a la mansión del Conde Shuvarov.


—Bienvenida, señorita Baronesa Morten. La señorita le espera.


El mayordomo la saludó con cortesía.

La hija de Conde Shuvarov había invitado a ambas, Artizea y Lysia, a la fiesta del té. Pero como Artizea ya tenía otro compromiso, ese día Lysia vino sola.

Sin embargo, no estaba preocupada. Si acaso, era más común preocuparse por dejar sola a Artizea, no al revés. Además, la señorita Shuvarov era una amiga muy divertida.

Desde que llegó a la capital, Lysia había hecho muchos amigos. Su personalidad alegre y su conocimiento de muchos juegos hacían que fuera difícil no caerle bien. Incluso los niños que al principio la despreciaban por venir del norte, por ser una simple baronesa o por su aire provinciano, terminaban por apreciarla rápidamente. Ella misma tampoco era del tipo que se dejaba herir con facilidad.


—¿He llegado tarde?


Mientras seguía al mayordomo hacia la terraza donde estaba preparada la fiesta del té, Lysia le preguntó.

El mayordomo negó con la cabeza.


—En absoluto. Ha llegado justo a tiempo.


Fue entonces cuando un grupo de chicos apareció al final del pasillo.

Al parecer venían de jugar croquet, pues todos llevaban un bastón de madera en la mano y charlaban animadamente entre risas. Lysia se detuvo sin querer.

Entre los chicos de estatura similar, hubo un rostro que resaltó inmediatamente ante sus ojos. Era Lawrence.

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