LA VILLANA VIVE DOS VECES 383
El sueño de la mariposa (50)
Alice nunca había pensado en ir a la escuela. En la calle donde había nacido y crecido, nadie asistía a la escuela. Más allá de no tener dinero para la matrícula, debían trabajar para ganarse la vida en lugar de estudiar.
Cuando escuchó por primera vez que la enviarían a la escuela, Alice se sorprendió y negó con la cabeza.
[¡Yo sé trabajar bien! Tengo fuerza y muchas veces me han dicho que soy hábil con las manos. Sé lavar la ropa, puedo lavar los platos e incluso cuidar bebés]
Era una oportunidad valiosa, algo que rara vez se presentaba. Pero en lugar de demostrar su valía, temía convertirse en una carga que solo generara gastos.
Sin embargo, Ansgar le sonrió y dijo:
[Enviar niños como tú a la escuela es una inversión. No eres la única; estamos enviando a varios aprendices. Si quieres llegar a ser una empleada de alto rango, necesitas saber leer, escribir y hacer cálculos]
[Pero…]
En familias nobles como esta, ni siquiera los sirvientes eran contratados con facilidad. La mayoría de los empleados de alto rango habían trabajado allí desde la época de sus padres o abuelos, o habían ingresado con cartas de recomendación impecables.
Alice no tenía ningún tipo de conexión. Si solo dependía de la compasión de la señorita, tarde o temprano la echarían.
[Lady Artizea es una mujer muy inteligente. Si vas a servirla de cerca en el futuro, necesitarás aprender muchas cosas. No estamos diciendo que gastaremos una fortuna en tu educación ni que te eximiremos del trabajo, así que no te preocupes]
[Sí, lo entiendo]
Alice asintió ante la idea de que era una preparación necesaria para asistir a Artizea.
La escuela pública a la que ingresó tenía un plan de estudios de tres años, donde se enseñaban habilidades básicas de alfabetización, aritmética y un poco de cultura general. La mayoría de los estudiantes tenían nueve años, por lo que las clases solo duraban cuatro horas al día.
Por las mañanas, Alice asistía a clases y por las tardes ayudaba con distintas tareas en la mansión. Por las noches estudiaba. Al principio, la encargada de las sirvientas la reprendió por desperdiciar velas, pero cuando supo que estaba estudiando, dejó de decirle nada.
Alice sabía que Artizea había intervenido en eso. Incluso le había regalado velas de cera de abeja en lugar de las de sebo, que desprendían un humo desagradable.
Enviaba todo su salario a casa, pero su madre prefería que regresara para cuidar a sus hermanos menores. Alice lo pensó mucho, pero cuando Artizea tomó sus manos con firmeza y negó con la cabeza, decidió quedarse.
[A veces, algunas familias son más felices estando separadas]
Alice escuchaba esa frase con frecuencia. Sabía que Artizea se la decía a sí misma, pero también se dio cuenta de que le servía a ella.
Cuando dejó de preocuparse por el hambre del día siguiente, su visión del mundo se amplió. Volver a casa para cuidar de sus hermanos mientras su madre trabajaba podía ser mejor en el corto plazo, pero nunca los sacaría de la miseria.
Era mejor quedarse y convertirse en alguien valioso. El Gran Ducado de Evron trataba bien a sus empleados, y si lograba ser la doncella personal de la señorita, su salario aumentaría mucho más.
Alice comenzó a imaginar un futuro aún más lejano.
[Algún día… quiero ir a la escuela normalista]
Una noche, mientras hacía su tarea a la luz de las velas, Alice se encontró con Artizea. Con voz baja, como si estuviera compartiendo un gran secreto, le confesó su sueño.
Los niños de familias acomodadas, después de terminar la escuela pública, se preparaban para ingresar a la universidad o asistían a escuelas vocacionales para heredar el negocio familiar. Pero para Alice, algo así ni siquiera era una posibilidad.
Sin embargo, la escuela normalista ofrecía algo diferente. Recibía algo de apoyo estatal para la matrícula y, al graduarse, podía empezar a trabajar de inmediato.
Desde que había descubierto esa posibilidad, Alice había empezado a ahorrar poco a poco una parte de su sueldo.
Artizea no le dijo que era un sueño absurdo.
[Eres inteligente, Alice. Estoy segura de que lo lograrás]
[Se siente extraño escuchar que soy inteligente de usted, señorita]
Alice respondió con una sonrisa. Pero en ese momento, entendió perfectamente lo que Ansgar había querido decirle tiempo atrás.
Si iba a estar cerca de Artizea, tenía que esforzarse tanto como ella.
No quería ser solo una doncella que ayudara a vestirse, a bañarse o a peinarse. Cualquiera podía hacer eso.
Quería ser alguien en quien Artizea pudiera confiar de verdad. Alguien que organizara su correspondencia y sus joyas, que participara en asuntos importantes.
Para eso, no bastaba con saber leer y hacer cuentas.
Ese deseo fue una revelación para Alice. Fue aún más impactante que cuando cruzó por primera vez las puertas del Gran Ducado de Evron. Más sorprendente que cuando tuvo la oportunidad de asistir a la escuela. Incluso más conmovedor que el día en que supo que Artizea se había asegurado de que sus hermanos pudieran comer bien todos los días.
En ese momento, sintió una gratitud más profunda que nunca.
Tanto como la que sintió el día en que Artizea confió en ella por primera vez. Porque esa confianza le había abierto la puerta a un mundo más grande.
Pero la señorita, sin darse cuenta de todo eso, secaba torpemente su cabello con una toalla mientras le preguntaba:
—Te gradúas en marzo, ¿verdad? ¿Qué vas a hacer después?
—¿Qué quiere decir con qué voy a hacer?
—Dijiste que querías ir a la escuela normalista. Si haces el examen, seguro que entras.
—Aún no puedo.
Alice le quitó la toalla de las manos y comenzó a secarle el cabello con más cuidado. Cada vez que hacía algo así, no podía evitar sonreír.
Esta joven tan brillante y perspicaz era sorprendentemente torpe en todo lo que no implicara sentarse frente a un escritorio. De hecho, considerando que incluso cosas como tejer o hacer figuras de papel las hacía en su escritorio, tal vez ni siquiera podía hacer eso bien.
—Cumplirás dieciséis este año, ¿verdad? Es la edad perfecta para ingresar a la escuela normalista.
—Debo quedarme para servirla.
—Hmm…....
Artizea vaciló. En ese momento, Marie, que acababa de traerle ropa, intervino.
—¿Alice, realmente querías entrar a la escuela normalista?
—Señorita, su memoria es demasiado buena. Solo lo mencioné de pasada hace unos años, como un sueño.
—¿Sí? Pues yo creo que eres lo suficientemente inteligente para lograrlo.
—Aún no he devuelto ni la mitad de la gratitud que le debo.
Alice respondió con naturalidad, como si no fuera algo importante. A través del espejo, Artizea la observó, apretando ligeramente los labios.
—Si te vas, te extrañaré mucho.
—No me iré. ¿Por qué dice eso, señorita?
—Pero si dejas pasar lo que realmente quieres hacer solo por sentirte en deuda conmigo, eso sería aún más triste. Además, nunca hice nada tan especial por ti.
—No debería decir que no ha hecho nada.
Alice continuó peinando meticulosamente el largo cabello de Artizea y luego volvió a secarlo con la toalla. Marie, que las observaba, sonrió.
—Si Alice termina dejando el trabajo de verdad, ¿qué hará, señorita?
—Me asusta que siga diciendo eso. Si me despiden, será un gran problema.
—Ah…
Artizea dejó escapar un leve suspiro.
Si Alice renunciaba justo después de graduarse de la escuela pública, cuando su educación había sido financiada por el Gran Ducado de Evron, podría crear una situación incómoda con el mayordomo y los demás empleados.
—Lo siento, Alice. No lo pensé bien.
—No se preocupe. Sé que lo dice sinceramente por mi bien.
Con el cabello aún húmedo, Artizea se levantó. Lo ideal habría sido secarlo completamente antes de cambiarse de ropa, pero ya era tarde, así que se apresuró y se vistió de inmediato.
El conjunto de chaqueta y falda a cuadros en tonos gris azulados le daba una apariencia elegante sin perder el encanto juvenil. Al verla, Marie comentó con nostalgia:
—Parece que fue ayer cuando le encantaban los vestidos con volantes rosas.
El rostro de Artizea se sonrojó al instante.
—¡E-eso fue cuando tenía ocho años!
—Y en su noveno cumpleaños insistió en un vestido rojo con más rosas que un telón de teatro…
—E-eso también fue cuando tenía nueve…
Pero no había excusa posible. La cabeza de Artizea se hundió como una hoja marchita.
Alice rió con alegría mientras tomaba su bolso y abría la puerta.
—Es hora de partir, señorita. Yo llevaré su bolso hasta el carruaje.
—¿Estás segura de que puedes sola?
—Sí, no se preocupe. Alphonse me acompañará…
Encogiendo el cuello aún sonrojado, Artizea siguió a Alice arrastrando los pies hacia el exterior.
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