Jin Xiu Wei Yang 205
Espíritus y demonios de todo tipo
Princesa Lin'an esperaba en casa el regreso escoltado de Jiang Nan. Sin embargo, pasaba el tiempo y por más que aguardaba con ansias, no había rastro alguno de su amado.
Al caer la tarde, una carreta de cuatro ruedas se detuvo sigilosamente en la puerta trasera del palacio de la princesa. En ella, un gran baúl negro, lacado en madera, fue depositado en silencio. El cochero dejó el baúl y se marchó sin decir palabra.
El portero quedó sorprendido ante la escena, pero pronto reparó en el sello pegado en la tapa del baúl: seis grandes caracteres escritos con firmeza —“Para ser abierto solo por Princesa Lin'an”.
Rápidamente, el misterioso baúl fue trasladado al salón principal. Al enterarse, la princesa, ya inquieta por la ausencia de Jiang Nan, se levantó bruscamente y caminó hacia él. Con voz fría preguntó:
—¿Quién lo envió?
El guardia bajó la cabeza:
—Su Alteza, cuando fuimos a investigar, quien lo trajo ya se había ido.
La mirada de la princesa se posó en el baúl. De mal humor, pensó que se trataría simplemente de otro regalo de alguna casa noble que intentaba halagarla. Dijo sin mucho interés:
—Ábranlo.
Los guardias, acostumbrados a esas situaciones —pues no eran pocos los altos funcionarios que intentaban congraciarse con la princesa—, se adelantaron sin dudar a abrir el baúl.
Pero en el instante en que la tapa se alzó, todos quedaron boquiabiertos, no tanto por sorpresa… sino por horror.
Uno de los guardias soltó un grito ahogado y retrocedió dos pasos.
—¿Qué ocurre?
exclamó la princesa, irritada.
Fue entonces que su mirada se deslizó hasta el interior del baúl….. su rostro se tornó de inmediato pálido como el papel. Con la voz temblorosa, exclamó:
—¡Jiang… Jiang Nan!
Corrió hacia el baúl y se aferró a él. Aunque el cuerpo en su interior estaba destrozado, cubierto de heridas sangrientas, ella reconoció de inmediato aquel rostro que tanto amaba.
Sus manos temblaban al acariciar la cabeza mutilada. Aquel rostro que en otro tiempo la había hechizado estaba ahora surcado por profundas marcas de garras, tan horribles que hacían apartar la vista… pero ella parecía no sentir nada. Con ternura, tomó la cabeza entre sus brazos y, de pronto, rompió en un llanto desgarrador.
Los guardias a su alrededor miraban la escena con un miedo reverencial. Conocían bien el temperamento de Princesa Lin'an. Jamás la habían visto llorar así por nadie.
Todos cayeron de rodillas.
—¡Su Alteza, le rogamos que se consuele!
Pero la princesa levantó la cabeza con furia y gritó:
—¿¡Y todavía se atreven a ponerme esto frente a mí, ustedes, inútiles!?
Su voz se tornó gélida como una daga:
—¡Lleven a los 4 que trajeron el baúl y córtenles la cabeza!
Dicho sin el menor rastro de emoción.
Los 4 hombres que habían transportado el baúl ni siquiera alcanzaron a reaccionar cuando ya estaban siendo arrastrados fuera del salón.
Princesa Lin’an clavó los ojos en la cabeza de Jiang Nan, con rabia en los dientes, murmuró:
—¡Li Weiyang! ¡Tuvo que ser tú! ¡Fuiste tú quien mató al hombre que más amaba en este mundo!
Se levantó de golpe, aunque aún abrazaba aquella cabeza como si fuera un tesoro, murmuró con cariño:
—Te juro que vengaré tu muerte. No tengas miedo.
Su voz sonaba como la de una amante hablando al oído, las criadas a su lado no pudieron evitar temblar.
Con solo una mirada suya, la princesa ordenó:
—¡Preparen la carroza! ¡Voy al palacio ahora mismo!
—¡S-sí, Su Alteza!
respondieron, temblando.
No pasó más de media hora antes de que la princesa entrara al palacio real. Pero el emperador se negó a recibirla, Emperatriz Pei también. Esta vez, sin embargo, la princesa estaba decidida.
Con un golpe seco de rodillas, se arrodilló frente a las puertas de los aposentos de la emperatriz.
Una sirvienta, en voz baja, trató de persuadirla:
—Su Majestad la Emperatriz no se encuentra bien de salud. No puede recibir visitas. Por favor, vuelva en otro momento.
La princesa, sin levantar la cabeza, dijo con firmeza:
—Me quedaré aquí arrodillada. Solo entraré cuando mi madre esté dispuesta a recibirme. De lo contrario, no me moveré ni un paso.
Las sirvientas se miraron entre sí, sin atreverse a insistir. Se retiraron con respeto, quedándose a distancia para observar en silencio a la orgullosa princesa.
Ella permanecía arrodillada con la espalda recta, su rostro tan helado como el hielo bajo el sol abrasador. Sus labios se apretaban con obstinación, y en sus ojos ardía un odio insondable, sin apartarlos ni un segundo de las puertas del palacio de la emperatriz.
Una hora… dos… tres… cuatro horas pasaron.
Finalmente, llegó un mensaje: Emperatriz Pei estaba dispuesta a recibirla.
La princesa trató de ponerse de pie, pero sus piernas entumecidas ya no le respondían. Una doncella se acercó para ayudarla, pero ella la apartó con brusquedad y avanzó tambaleante, llena de rabia.
Emperatriz Pei yacía reclinada sobre un diván de jade, vestida con un ropaje púrpura y una falda de brocado. Parecía aquejada de dolor de cabeza y tenía un aire cansado. A su alrededor, las sirvientas guardaban un silencio sepulcral.
Princesa Lin'an se arrodilló con fuerza frente a ella:
—¡Madre! ¡Te ruego que vengues mi dolor!
La Emperatriz la miró con frialdad:
—¡Lin’an! ¿Acaso todavía no entiendes el error que cometiste?
Princesa Lin’an apretó los dientes:
—¡Yo no he hecho nada malo! ¡Solo quise proteger al hombre que amo! ¡Si madre no quiere ayudarme, está bien! ¡¿Pero ni siquiera estás dispuesta a vengarme!?
Los ojos fríos de Emperatriz Pei recorrieron el rostro de su hija, pero su tono se mantuvo sereno:
—Te lo advertí hace tiempo. Si no eres tan hábil como los demás, entonces debes aceptar la derrota con dignidad. Pero tú te negaste a creerlo… por un simple amante, ¡ofendiste a toda la Familia Guo! No insistas más. No importa lo que digas: no voy a vengarte. Porque no es el momento. Si actuamos precipitadamente, solo le daremos a los Guo la excusa perfecta para atacar, terminarás arrastrando a tu propio hermano con tus imprudencias. No vale la pena.
La princesa mordió sus labios con fuerza, hasta que casi sangraron, de repente gritó:
—¡¿Por qué eres tan injusta conmigo, madre?! ¡Yo también soy tu hija! ¡Pero todos estos años, solo has cuidado a Príncipe Heredero Yongwen, solo te has preocupado por Princesa Anguo! ¡¿Acaso no valgo lo mismo que ellos?! ¿O acaso… yo no soy tu hija de sangre? ¿¡Me adoptaste!?
Emperatriz Pei, al oír eso, perdió el control por primera vez. Su rostro se transformó en una mueca de ira y, con un gesto fulminante, abofeteó a Princesa Lin’an:
—¡¿Qué clase de estupideces estás diciendo, Lin’an!?
La Emperatriz, siempre tan contenida y orgullosa, rara vez se manchaba las manos directamente. Que ahora le propinara una bofetada a su hija era señal de que su furia había alcanzado el límite. Hasta su voz temblaba.
La princesa siempre había temido a su madre. Pero en ese instante, parecía no tener ya nada que perder. Su voz, fría como la escarcha, replicó:
—¿Por qué enojarse tanto, madre? ¿Acaso he tocado una verdad que no te gusta oír? Porque mi hermano es el primogénito, porque mi hermana nació con una dolencia y sabes que no podrá tener hijos… siempre los protegiste, siempre los preferiste. Pero yo también soy tu hija. ¿Por qué no me valoras? ¿Por qué permites que los demás me pisoteen?
Las uñas de la emperatriz, finas y afiladas, estaban decoradas con piedras preciosas. Al golpear el rostro de su hija, una de esas gemas le rasgó la piel justo debajo del ojo, haciendo brotar una gota de sangre que descendió hasta su barbilla. Parecía una lágrima de sangre: grotesca y conmovedora.
La emperatriz no dijo nada. Por primera vez, quedó en silencio. Lo que su hija había dicho… era cierto.
Príncipe Yongwen, por ser hombre, había concentrado toda su atención y expectativas. Princesa Anguo, nacida con una malformación que la imposibilitaba para la maternidad, le despertaba culpa, así que era indulgente con ella. Pero Lin’an… A Lin’an, la había descuidado. Y sin saber por qué, nunca la quiso del todo. Incluso siendo la más obediente, la más devota… nunca logró ganarse su cariño.
Su docilidad, su sumisión constante, en vez de inspirarle ternura, le resultaban molestas. Así, con el paso del tiempo, la fue dejando de lado. Pero ahora, al verla postrada con esa expresión de odio, de desesperación absoluta, la emperatriz sintió por primera vez un estremecimiento de culpa.
Guardó silencio largo rato. Luego, suspiró:
—Tal vez… tal vez es cierto que te he descuidado todos estos años. Pero, ¿acaso no te he dado suficiente gloria y honor? Aquel día, te arrodillaste en la puerta del palacio por ese tal Jiang Nan… ¡por un simple amante! Perdiste toda tu dignidad como princesa. ¡Quise matarte yo misma, de la rabia! ¿Crees que eso está a la altura de la educación que te he dado?
Las lágrimas de sangre en el rostro de Lin’an se intensificaron, pero sus ojos no mostraban ni un atisbo de emoción.
—Madre… lo que no quieres admitir es que me desprecias. Que le temes a la Familia Guo. Si no quieres vengarme, entonces lo haré yo sola.
Y sin decir más, se levantó de un salto, se dio media vuelta para marcharse.
—¡Detente!
bramó Emperatriz Pei.
Estaba tan furiosa que sus dedos se aferraron al borde del diván, apretándolo con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.
Princesa Lin’an se detuvo. Pero no se volvió. Su postura rígida indicaba con claridad que no daría un paso atrás a menos que su madre aceptara vengarla.
Fue entonces cuando una voz del exterior interrumpió la tensión:
—Su Majestad, el príncipe heredero ha llegado.
La noticia interrumpió el estallido que la emperatriz estaba a punto de desatar. Su expresión se enfrió de nuevo.
—Hazlo pasar.
ordenó con voz gélida.
Príncipe Yongwen entró poco después. Al ver la escena, comprendió todo al instante. Esbozó una sonrisa leve, y dijo con tono sarcástico:
—Lin’an, ¿otra vez estás molestando a madre?
La princesa le dirigió una mirada helada.
—Hoy al atardecer.
dijo, con voz cargada de ira.
—Alguien dejó un baúl en la puerta de mi mansión. Dentro estaba el cadáver de Jiang Nan, despedazado por bestias salvajes. ¡¿Eso no es una humillación pública?! ¡¿Una afrenta sin disimulo!? Siempre me hablan de cuidar el honor de una princesa… ¿y de qué sirve ese título si cualquiera puede levantarme la mano, si el hombre que amo puede ser asesinado como un perro sin que nadie mueva un dedo!? ¡¿Qué valor tiene ser princesa, si ni siquiera puedo proteger a los que amo!?
El rostro de Príncipe Heredero Yongwen cambió ligeramente. Alzó las cejas, con una expresión entre sorprendida y calculadora:
—¿Alguien mató a Jiang Nan? ¿Y se atrevieron a enviar su cadáver a tu residencia?
La verdad era que él sabía perfectamente que Princesa Lin’an había urdido un plan para rescatar a Jiang Nan, utilizando a un prisionero condenado a muerte para reemplazarlo. Pero al ver lo obsesionada que estaba su hermana con aquel hombre, decidió mirar hacia otro lado. Pensó que con eso bastaba para dejar el asunto atrás. No esperaba, sin embargo, que algo saliera mal a mitad del camino.
Suspiró entonces con pesar:
—Eso fue su destino. No se puede culpar a nadie más. Si no hubiera recurrido a trucos tan bajos desde el principio, no habría sido acusado de traición. No te atormentes más por él. Madre tiene razón: si actuamos contra la Familia Guo sin preparación, sería más perjudicial que beneficioso para nosotros. No insistas.
El rostro de Princesa Lin’an palideció aún más. Las venas en su frente se marcaban con un tinte azul violáceo, y su aliento se volvía inestable, tembloroso:
—Hermano… desde que era niña, siempre obedecí tus palabras. Siempre seguí los mandatos de madre. ¿Y ahora? ¿En qué me he convertido? Mi matrimonio, mi esposo… ¡ni siquiera me agradan! Todo lo hice para allanar tu camino al trono. Y cuando por fin tengo a alguien a quien amo… ¡lo pierdo de esta manera! ¿¡Cómo esperas que me resigne!? Dime, si un día otro te arrebata el trono, ¿acaso lo aceptarías sin luchar? ¿¡Tú lo soportarías!?
Príncipe Yongwen se quedó callado unos segundos, sorprendido. Luego bajó lentamente las cejas, con una sonrisa apenas perceptible, dijo con voz baja y sutil:
—Ay, Lin’an… sigues siendo una tonta. ¿Es que aún no te das cuenta? Esta partida… estaba mal desde el principio.
Lin’an parpadeó, desconcertada, sin entender. Lo miró, con una sombra de duda en los ojos.
Él entonces habló, frío como una hoja de hielo:
—Tú siempre dijiste que esto fue obra de Li Weiyang. Y es cierto. Lo admito. Pero su poder no está en sus intrigas ni en su crueldad. Su verdadera fuerza es la forma en que gana lealtades. ¿Aún no viste lo que pasó aquel día? Los tres hermanos Guo, Príncipe Jing, ¡Hasta Príncipe Xu! Todos se pusieron de su lado. Aun siendo recién llegada a la capital, logró unir tres facciones distintas. ¿Crees que puedes enfrentarte a alguien así tan a la ligera? No es que no queramos ayudarte. Es que sacrificar toda nuestra estrategia por un simple Jiang Nan... no vale la pena. Pero si tienes paciencia, en 3 o 5 años, yo mismo te entregaré su cabeza. Y entonces, podrás vengarte como quieras.
La princesa soltó una carcajada amarga:
—¿3 o 5 años? Hermano, para entonces probablemente esa fiera ya me habrá devorado los huesos y no quedará ni polvo de mí…
Príncipe Yongwen frunció el ceño al ver que ella no cedía. La molestia se reflejó en su voz:
—¿Entonces qué quieres? ¿Que la familia Pei y la familia Guo se enfrenten abiertamente con espadas desenvainadas? Durante tantos años, ambas partes se han contenido… ¿crees que fue por miedo?
La princesa lo miró de reojo, con una sonrisa gélida:
—No le temen a la Familia Guo… ni a la Familia Chen. Le temen a padre.
Las palabras fueron como un golpe de mazo. El rostro de Emperatriz Pei se congeló, tornándose tan blanco y sin vida como un cadáver. Era una expresión terrible, espantosa.
Afuera, la niebla vespertina comenzaba a espesarse, una tenue luz se filtraba a través de los visillos de la ventana, haciendo que todo el salón pareciera sumido en una extraña y fría penumbra.
Justo cuando todos pensaban que la emperatriz estallaría de furia, lo único que se escuchó fue su largo y contenido suspiro:
—Lin’an… ya hemos dicho todo lo que había que decir. Escuchar o no, eso depende de ti. Es cierto que estos años… te he descuidado. Si estás dispuesta, de ahora en adelante… intentaré compensarte.
Su voz, repentinamente suave, más que consolar, provocó un escalofrío en Lin’an.
Ella conocía demasiado bien a su madre. Sabía que no era una mujer amorosa. Ni era alguien que se doblegara con facilidad. Esa repentina amabilidad… era una farsa. Solo un calmante para aplacarla. Porque en esos ojos helados, Lin’an no vio rastro de afecto materno.
Ni una chispa de amor. Solo estrategia.
Desde el principio, los únicos que de verdad importaban para ella eran su hermano y su hermana menor.
Lin’an rió con amargura, su voz trémula y desgarrada:
—Madre… ya que no deseas vengar a Lin’an… entonces permíteme despedirme.
Y dicho esto, cayó de rodillas frente a la emperatriz, el rostro cubierto de lágrimas.
Emperatriz Pei no la ayudó a levantarse, simplemente la observó fijamente. Sus dedos largos y blancos se apretaron levemente, casi sin que se notara:
—¿Lin'an, qué significa esto?
Princesa Lin'an presionó ligeramente los labios, esbozó una sonrisa calmada y dijo:
—No me importa lo poderosa que sea la Familia Guo, ni lo formidable que sea Li Weiyang. Me da igual. ¡Quiero su vida! ¡No puedo soportarlo ni un segundo más! No importa cuál sea el resultado, no culparé ni a madre ni a mi hermano.
Emperatriz Pei frunció levemente los labios, en la comisura de su boca apareció una ligera curva, como una mueca de burla:
—Ve entonces.
Príncipe Heredero Yongwen se apresuró a sostenerla del brazo:
—¡Madre! ¿Cómo puedes permitir que Lin'an haga esto? ¡¿Has escuchado lo que acaba de decir?!
Pero la Emperatriz simplemente agitó la mano, como si un leve cansancio se apoderara de ella:
—Déjala ir.
Princesa Lin'an le lanzó una última mirada, apartó de un manotazo la mano de Príncipe Yongwen, sin decir nada más, salió del palacio.
El Príncipe Heredero miró su figura alejarse, una sombra oscura pasó por su corazón. Luego se volvió hacia Emperatriz Pei:
—Madre, ¿cómo puedes consentirla así? ¡Si se mete en problemas, ¿qué haremos entonces?!
La emperatriz soltó una risita fría:
—¿De verdad crees que es una tonta?
Yongwen frunció el ceño, confundido:
—¿A qué te refieres, madre?
La emperatriz suspiró:
—Lo que ha hecho ahora es provocarnos deliberadamente. Al ver que no surtía efecto, entonces cambió de táctica y usó una estrategia de víctima. ¿No lo has notado?
El Príncipe Heredero, a pesar de su juventud, era sumamente perspicaz. Rápidamente lo comprendió. ¡Claro! Cada una de las palabras que Lin’an pronunció acababa con precisión en el punto más vulnerable. Aunque parecía hablar sin orden, en realidad buscaba provocar tanto a la emperatriz como a él. Si cualquiera de los dos se dejaba llevar por la ira o el orgullo, terminaría actuando en su lugar. Un sudor frío le perló la frente.
—De no ser por tu advertencia, madre, habría caído en la trampa de esa mocosa…
La emperatriz sonrió apenas:
—No le queda más que esta última apuesta. Y como no ha logrado lo que quería, y ninguno de nosotros va a actuar por ella, naturalmente tendrá que hacerlo por su cuenta.
Una preocupación cruzó el rostro del príncipe heredero, que murmuró:
—Si realmente hace algo imprudente, será a mí a quien arrastre consigo… Madre, ¿por qué no la detuviste?
Emperatriz Pei negó con la cabeza y dijo:
—Aunque Lin’an parezca arrogante y caprichosa, no carece del todo de juicio. Si ha tomado una decisión tan drástica, seguramente es porque ya tiene un buen plan.
Príncipe Heredero Yongwen la observó, pero un escalofrío helado le recorrió el corazón. Lin’an no estaba equivocada: su madre era cruel. No sólo con Princesa Lin’an, sino también con él mismo. Durante todos estos años, no había sentido de ella mucho calor.
Sí, la emperatriz lo valoraba, lo guiaba con esmero, lo formaba con paciencia. Pero en el fondo, él sabía que todo eso no era amor maternal, sino una inversión. Criaba a un príncipe heredero competente, uno que pudiera sostener el trono con firmeza. Nada más. No había afecto verdadero. En ese rostro de madre, jamás encontró ternura, compasión ni piedad.
Incluso ahora, hablando de Lin’an, sólo analizaba su estado emocional como si fuese un caso más, como si observarla desmoronarse fuese parte del cálculo. Ni siquiera había considerado ofrecerle ayuda.
¡Una madre así! Fría, insensible, impenetrable. Incluso alguien como Príncipe Yongwen, criado entre conspiraciones y estrategias, no pudo evitar sentir cómo su corazón se helaba.
Miró la silueta que se alejaba:
'Lin’an… No es que no quiera ayudarte, es que simplemente no puedo. Pedirme que renuncie al trono por vengar a un amante… sería una locura. Así que, hermana, sólo puedo pedirte perdón'
Con ese pensamiento, giró hacia la emperatriz:
—Madre, aunque Lin’an fue temeraria, sus palabras no carecían de razón. De verdad deberíamos tener cuidado con Li Weiyang. Es demasiado astuta, su crueldad no conoce límites. No deja espacio para el error.
La emperatriz sonrió levemente:
—Li Weiyang no es más que una mujer. Por hábil que sea, sus métodos siguen siendo los mismos de siempre. Quien realmente debe preocuparte no es ella… sino Príncipe Jing, Yuan Ying.
Yongwen frunció el ceño, algo confundido:
—¿Príncipe Jing? ¿Y qué podría hacer él?
La emperatriz sonrió con calma:
—¿Después de todo esto… aún no lo entiendes?
Yongwen estaba cada vez más desconcertado:
—Todo esto fue orquestado por Jiang Nan y **, quienes se aliaron para incriminar a Li Weiyang. Ella contraatacó. Quizá los hermanos Guo también estuvieron involucrados… ¿acaso hay algo más que no estoy viendo?
La emperatriz curvó ligeramente los labios en una sonrisa sutil:
—No todo es lo que parece. Aunque ahora parezca que Li Weiyang y los hermanos Guo se han alzado con la victoria, el verdadero beneficiado… es Yuan Ying.
¡Sí! El verdadero ganador había sido Yuan Ying.
La enemistad entre ** y la Casa de Duque Qi venía de tiempo atrás. Esa espina clavada en la carne del duque era imposible de arrancar. Mientras ** viviera, siempre habría quien cuestionara la legitimidad del título, quien murmurara a espaldas de Guo Su. Aunque la reputación de ** era despreciable, su linaje seguía siendo válido, por derecho, ese título jamás habría debido pasar a Guo Su.
Pero ahora, Yuan Ying había eliminado a ** y también a Guo Teng. El título pasaba naturalmente a Duque Qi. Con ello, consolidaba la posición de Guo Su.
Guo Su, aunque no lo dijera, le estaría agradecido. Y con eso, la lealtad de la familia Guo hacia Yuan Ying se volvía aún más firme.
En esta contienda, Yuan Ying era el auténtico pescador que recogía las ganancias mientras otros peleaban.
Yongwen, al comprenderlo, entrecerró los ojos, brillando con alerta:
—Estaba demasiado inmerso en el juego. Pensé que mi posición era inamovible, en realidad es frágil como un huevo. Todos estos años, Yuan Ying ha estado actuando desde las sombras, sin llamar la atención. Ahora lo veo con claridad… ¡quiere arrebatarme el título de príncipe heredero!
La emperatriz asintió con una sonrisa serena:
—Así es. Hay demasiados que quieren ese lugar. Por eso, debes pensar con cuidado cómo eliminar, uno por uno, a todos los que se interpongan en tu camino.
El Príncipe Heredero bajó la mirada y dijo con tono contenido:
—Madre, puedes estar tranquila. Sé lo que tengo que hacer.
En ese momento, la mansión de los Guo estaba lejos de ser el lugar de júbilo que Príncipe Yongwen se imaginaba. Los tres hermanos de la familia Guo estaban arrodillados en fila en el suelo. Desde que regresaron de la residencia imperial, Duque Qi los había hecho arrodillarse allí sin decir una sola palabra, y él mismo se había encerrado en su estudio. Durante ese tiempo, Madame Guo envió a alguien a interceder, pero fue en vano: el duque no pensaba perdonarlos en lo más mínimo, se empeñó en que sus hijos permanecieran así, castigados.
Li Weiyang los observaba a lo lejos y suspiró suavemente. Madame Guo se le acercó despacio y le dijo en voz baja:
—Jia’er, ¿sabes por qué tu padre está tan enojado?
Li Weiyang sonrió con serenidad:
—Jia’er piensa que padre nos culpa a mis tres hermanos y a mí por haber maquinado contra el tío mayor, provocando que toda su familia fuera ejecutada y que se rompieran los lazos de sangre. Por eso está tan furioso.
Madame Guo suspiró:
—¡Esta vez lo que ustedes cuatro han hecho ha sido demasiado grave! ¿Cómo pudieron tomar una decisión así sin consultarme antes?
Desde que regresaron a la mansión, Madame Guo había empezado a atar cabos. Recordó las expresiones de Guo Dao y Zhao Yue, también las palabras que Li Weiyang había dicho entonces. Pronto comprendió lo que en realidad había pasado: todo había sido una elaborada estrategia de sacrificio, una trampa cuidadosamente tendida para hacer caer al enemigo. Li Weiyang, evidentemente, ya había detectado los movimientos del adversario y aprovechó la oportunidad para eliminarlo de una vez por todas.
Li Weiyang miró a su madre y dijo lentamente:
—¿Madre, piensas que mis métodos han sido demasiado crueles y despiadados?
Madame Guo no supo qué responder. Miró a sus tres hijos arrodillados a lo lejos, luego volvió la vista hacia su hija, tan hermosa y tranquila, dijo con suavidad:
—En realidad, mi desprecio por ese hombre no es menor que el de ustedes. Si tuviera la oportunidad, tampoco lo dejaría escapar... pero tu padre…
Li Weiyang sonrió con frialdad:
—Pero padre sigue sintiendo compasión por ellos. Aún valora los lazos de sangre y no es capaz de ser implacable. Si él no puede hacerlo, ¿Qué hay de malo en que yo tome la decisión en su lugar?
Madame Guo la miró, notando en su hija una obstinación y fuerza interior que nunca antes había percibido. Tras reflexionar un momento, terminó por soltar una leve risa:
—Está bien, así quizás sea mejor. En lugar de dejar que esa espina siga clavada en su corazón, es mejor cortarla de raíz. Dolerá por un momento, pero luego sanará. Ese bastardo siempre estuvo al acecho, haciéndonos vivir en constante zozobra. Ahora que ya no está, siento por fin algo de paz. Pero me temo que la furia de tu padre no será tan fácil de aplacar…
Li Weiyang miró a Guo Dun, que se rascaba la cabeza desesperado, luego a Guo Dao, con los ojos cerrados como si no le importara nada, finalmente a Guo Cheng, que leía un libro en silencio. Sonrió:
—Creo que a mis tres hermanos no les molestará demasiado estar de rodillas un par de días más.
Madame Guo asintió:
—Esos tres no se comparan con sus otros dos hermanos. Desde pequeños se han pasado la vida arrodillados, tienen la piel dura y la vergüenza escasa. No les afecta nada. Pero esa mujer… ¡esa mujer va a venir a armar escándalo otra vez!
¿A qué mujer se refería Madame Guo? En el rostro de Li Weiyang apareció una expresión de sorpresa, pero pronto entendió a quién se refería. Era justo a la hora de la cena cuando la mujer en cuestión irrumpió con furia en la residencia. Madame Guo intentó que las criadas la detuvieran, pero ella no quiso escuchar razones. Golpeó a una de las criadas y, furiosa, se metió directamente en el gran salón.
Duque Qi estaba conversando con Princesa Chenliu cuando, de repente, escucharon un grito a la entrada:
—¡Ha llegado la esposa de Marqués Qingping!
Duque Qi se levantó apresuradamente, justo cuando vio a su hermana mayor cruzar el umbral con el rostro severo. La esposa de Marqués Qingping no era otra que la tercera hija del clan Ren. En cuanto a edad, era dos años mayor que Duque Qi, aunque era la menor entre los tres hermanos.
Li Weiyang, que estaba acompañando a Princesa Chenliu en una conversación aparte, al ver semejante escena entendió que no era apropiado quedarse. Hizo una reverencia y dijo con cortesía:
—Ya que los mayores desean conversar, Jia’er se retira primero.
Madame Guo estaba a punto de asentir, deseando que su hija se alejara antes de verse envuelta en esa disputa, cuando de repente la esposa del Marqués soltó un bufido helado:
—¡Detente!
Li Weiyang no perdió la compostura. Con una sonrisa serena, se inclinó en señal de respeto y saludó:
—Jia’er saluda a la tía.
La esposa del Marqués la escaneó de arriba abajo con una mirada penetrante, su sonrisa se tornó aún más gélida.
—¿Así que tú eres Guo Jia? Una bastarda que estuvo años vagando por fuera, ¿Qué derecho tienes a llamarme tía?
El rostro de Li Weiyang no mostró el más mínimo cambio. Sin embargo, Princesa Chenliu y Madame Guo no pudieron ocultar su conmoción. El enfado de Madame Guo ya no pudo contenerse. Con voz fría, respondió:
—Hermana mayor, ¿Qué estás insinuando? Jia’er es mi hija, su regreso a la mansión Guo es algo legítimo y justo. Si tienes algún problema conmigo, dilo directamente, pero no permito que la llames bastarda.
La esposa del Marqués la miró con desdén y replicó con dureza:
—¡Cuando yo hablo, tú no tienes derecho a interrumpir!
El rostro de Madame Guo se tornó aún más sombrío. Desde el momento en que esa mujer había entrado, su actitud había sido desafiante, su cara una máscara de desprecio. Al final, todo se reducía a lo mismo: el afán de control de esa mujer era enfermizo. Durante años, había ambicionado casar a su cuñada con alguien de su familia para consolidar aún más los lazos entre ambos clanes. Pero Princesa Chenliu rechazó la propuesta, al no salirse con la suya, la esposa del Marqués volcó toda su ira en ellos. Por eso, salvo por los eventos formales, ambas familias apenas se frecuentaban. Que ella apareciera de pronto solo podía significar una cosa: venía a reclamar por lo sucedido con **.
Duque Qi, que lo tenía más que claro, respondió con calma:
—Hermana mayor, si tenías algo que decir, podías mandar a alguien a avisarme, ¿por qué venir de improviso? De todos modos, por favor, toma asiento. ¡Sirvientes! Traed té para la esposa de Marqués Qingping.
La mujer soltó una risita cargada de desdén:
—No, no me sentaré. Solo tengo unas cuantas palabras que decir y luego me marcharé. Ahora tú ya no eres el mismo tercer hermano de antes. Técnicamente, mi esposo ostenta un rango inferior al tuyo… ¡debería ser yo la que se arrodillara ante ti!
Aquello fue un dardo directo al corazón. El rostro de Duque Qi palideció apenas perceptiblemente:
—Hermana, eso que dices… es demasiado.
En ese instante, una criada se acercó con un asiento y lo colocó detrás de la mujer con mucho respeto:
—Señora, por favor, siéntese.
Pero la esposa del Marqués ni siquiera la miró. Su rostro rebosaba ira:
—¡No hace falta que se molesten con su falsa cortesía! Guo Su, dime: ¿desde cuándo nuestro hermano mayor se volvió una espina en tu costado, una espina que necesitabas arrancar de raíz cueste lo que cueste?
Duque Qi quedó perplejo:
—¿Hermana? ¿Cómo puedes decir algo así? Siempre he respetado a nuestro hermano mayor, jamás he sido negligente con él. Lo que ha ocurrido... fue algo completamente inesperado para mí. Debe haber un malentendido.
—¿Malentendido?
La voz de la esposa de Marqués Qingping se volvió más aguda.
—¡Un hombre de verdad asume lo que hace! Si te atreviste a incriminar a nuestro hermano mayor, ¿por qué esconderte? ¿Crees que en este mundo existen coincidencias tan convenientes? Justo cuando él ocultó los informes militares, fueron robados... y, ¡oh, qué casualidad!, los encuentran en posesión de ese tal Jiang Nan. ¿Y qué más? ¡Tu adorada hija, tus tres buenos hijos, todos señalaron a tu hermano con total seguridad! ¿De verdad piensas que no sé nada de todo esto? ¡¿Qué es lo que planeas en realidad?!
El rostro de la esposa del Marqués —tan similar al de la difunta Señora Ren—, con su amplia frente, grandes ojos y esa boca siempre dispuesta a lanzar veneno, se tornó aún más severo mientras interrogaba a Guo Su. Él, como hermano menor, se quedó sin palabras. Viéndola delante de él, tan implacable, no pudo evitar recordar cuando Señora Ren enfrentó a su madre con el mismo desdén, sin una pizca de culpa en el rostro.
Finalmente, en el semblante de Guo Su apareció un destello de frialdad. La culpa se desvaneció, con tono firme respondió:
—Hermana mayor, ese día fue cuando descubrí que nuestro hermano era un espía de Dali. No solo mantenía correspondencia secreta con Jiang Nan, sino que también intentó enviar los planos de nuestras defensas al otro lado del país. Hay pruebas, sólidas e irrefutables. Si tienes dudas, ve y pregúntale a nuestro hermano… en el más allá. ¿Qué sentido tiene interrogarme a mí? Si realmente hubiese tomado parte en eso, el Emperador ya me habría mandado ejecutar. ¿Crees que estaría aquí tan tranquilo si fuera culpable?
Estas palabras hicieron que el rostro de la esposa del Marqués se tornara blanco como el papel. Con desprecio, replicó:
—¿Y tú crees que con unos trucos baratos vas a convencerme? ¡No soy una niña! ¡No me subestimes! Tú manipulaste a tus hijos para que culparan a nuestro hermano, todo con el único objetivo de eliminar a quienes te amenazaban, porque ese título que ostentas te lo robaste, ¡es un botín de mentiras y traiciones! ¡Ni siquiera tú puedes dormir en paz sobre él! ¡No necesitas justificarte más, ya he visto claramente lo que hay en tu corazón!
Y mientras hablaba, las lágrimas comenzaron a brotarle en grandes gotas. Se dejó caer pesadamente sobre un banco, señalándolo con el dedo y gritando:
—¡Guo Su, eres realmente cruel! Cuando eras niño, nosotros tres siempre te cuidamos, siempre compartíamos todo contigo. Aunque nuestros hermanos mayores se distanciaron por el tema del título, ¡yo nunca te fallé! Incluso si ellos cometieron errores, debiste recordar el rostro de nuestro padre… ¡y el mío! ¡Debiste perdonarlos! Pero no, ¡el hermano mayor fue decapitado, el segundo desterrado! ¡Nuestra familia, destruida! ¿Estás satisfecho ahora? ¿Acaso te queda algo de corazón? ¿O todavía te quedan más trucos por sacar? ¡Pues que vengan todos contra mí! Aunque compartamos el apellido Guo, mi madre fue la esposa despreciada y abandonada, mientras la tuya era una princesa imperial. ¡Yo siempre supe que ustedes no nos toleraban! ¡Deja ya de hacerte la víctima! Todos sabemos muy bien quién destruyó esta familia. Ahora que tienes poder, ¡vas por cada uno de nosotros! ¡Aquí estoy! ¡Haz lo que quieras conmigo, pero deja de maquinar desde las sombras!
El torrente de acusaciones fue como una ráfaga de fuego. Guo Su no sabía si quedarse de pie o sentarse, su rostro se puso casi negro del enojo:
—Hermana, después de lo que has dicho, ya no sé cómo defenderme. Todo lo que pasó fue obra de nuestro hermano mayor. Él mismo cavó su tumba. Yo ya hice lo que debía, no tengo por qué seguir justificándome ante ti.
La esposa del Marqués jamás pensó que su hermano menor, siempre blando de corazón, se volvería de piedra al ser confrontado. Se enjugó las lágrimas con la mano, y dijo con frialdad:
—¡No le eches la culpa a él! Yo conozco su carácter. Si no lo hubieran traicionado, nunca habría hecho algo así.
Dicho esto, se puso de pie, su rostro endurecido como el hielo:
—Guo Su, no creas que todo se acaba aquí. ¿Crees que por ser ahora Duque Qi, por haber eliminado a tus hermanos, ya puedes dormir tranquilo? Te equivocas. Si crees que soy fácil de manejar, entonces no merezco ser quien soy. Hoy te dejo esto bien claro: el camino por delante está oscuro, ¡más te vale andar con cuidado!
Y se dio la vuelta para marcharse. En la puerta, se topó con Li Weiyang, quien había permanecido todo este tiempo en silencio. No pudo evitar lanzar una risita sarcástica:
—Vaya, qué jovencita tan afilada.
Li Weiyang, sin perder su aplomo, respondió con una leve sonrisa:
—¿Acaso la tía tiene algún consejo para darme?
La esposa de Marqués Qingping mostró una expresión llena de odio en su rostro:
—Lo que dijiste ese día, lo escuché. ¡Vaya, una chica tan cruel! ¡Ya tienes la misma maldad que tu padre! Pero te lo advierto, quien camina constantemente por el borde del río, tarde o temprano se mojará los zapatos. Has jugado con tales trampas y conspiraciones, pero un día, todo saldrá a la luz, ¡entonces veré cómo te las arreglas! ¿Qué te crees, que eres una señorita de la familia Guo o algo así, del palacio de Duque Qi? ¡Bah!
Escupió con desprecio, la saliva estuvo a punto de caer sobre el rostro de Li Weiyang.
Li Weiyang retrocedió un paso, soltó una risa fría y dijo:
—Tía, ¿no te parece que esa conducta de mujer vulgar es un tanto inapropiada?
La esposa de Marqués Qingping se quedó atónita, con los ojos llenos de ira, como si una llamarada ardiera en su interior:
—¿Qué dijiste? ¡¿Te atreves a llamarme mujer vulgar?!
Li Weiyang sonrió aún más, con un toque de burla:
—Tía, aunque Guo Jia haya cometido un error, siempre ha sido corregida por sus padres. Pero tú, invadiendo tu papel y actuando con tal bajeza, ¿cómo no llamarte una mujer vulgar?
bajó la voz en la última parte.
—Una persona tan desvergonzada como tú, solo por el compadecimiento de mi padre, aún sigues aquí. Si fuera yo, ya te habría echado a patadas.
La esposa de Marqués Qingping, que siempre había sido mimada y consentida, actuaba con falsedad de forma amigable fuera de casa, pero dentro de la familia Guo se volvía desmesuradamente audaz. Al escuchar las palabras de Li Weiyang, la rabia la invadió por completo. Levantó la mano, lista para abofetearla. Pero en ese momento, Zhao Yue la sujetó de la muñeca con fuerza. La esposa del Marqués gritó de dolor, retrocediendo de inmediato.
Zhao Yue, con gesto de amabilidad, la soltó y luego la sostuvo ligeramente para evitar que cayera. Se inclinó y dijo:
—Madame, por favor tenga cuidado. La noche ya ha caído y el suelo está resbaladizo.
La esposa del Marqués retrocedió tres pasos, como si hubiera visto un fantasma. Sus ojos iban de Li Weiyang a Zhao Yue, dudando entre enfurecerse y retirarse. Finalmente, con una mirada llena de odio, dirigió una última mirada a Li Weiyang antes de girarse y marcharse tras tirar de la cortina con fuerza.
Li Weiyang observó a Princesa Chenliu, que había permanecido en silencio todo el tiempo, y, suavemente, dijo:
—Abuela, no te aflijas por personas que no merecen tu dolor.
Princesa Chenliu sonrió débilmente, con un tono algo melancólico:
—Cuando esta niña llegó aquí, tenía apenas dos años. Tenía miedo de la oscuridad y no se atrevía a dormir sola. Lloraba pidiendo que la acompañara. En ese entonces, no tenía a Su’er, la traté como si fuera mi propia hija. Ella, sin muchas memorias de Señora Ren, se acercaba a mí, pero con el paso de los años me di cuenta de que no era por cariño. Su madre le había ordenado que, algún día, encontraría la oportunidad de desplazarme y devolverle a ella el lugar de la señora principal. No importa cuánto me esforzara, nunca podría competir con la posición de su madre en su corazón. Con el tiempo, ella perdió incluso el último vestigio de respeto que alguna vez tuvo hacia mí. Aquellos que hablan de las “hijas ingratas” deben saber que ella es mucho más que eso. ¡De hecho, ni siquiera se acerca a serlo!
Princesa Chenliu tenía en su rostro una ligera expresión de desdicha y tristeza. Li Weiyang sonrió ligeramente y dijo:
—En este mundo hay demasiadas personas peores que cerdos y perros. Si la abuela la considera como una bestia, no hay que darle importancia.
Duque Qi miró a Li Weiyang con un suspiro. En realidad, él ya estaba al tanto de las palabras y acciones de su hija, pero tenía que admitir que lo que ella decía era cierto. En el pasado, había sido demasiado benevolente, lo que permitió que estos tres hermanos se comportaran de forma tan desmedida. Si hubiera tomado medidas más estrictas desde el principio, no habrían llegado a este punto. Al final, la irresponsabilidad de ellos, la arrogancia de Guo Teng y la falta de respeto de la esposa de Marqués Qingping, todo eso se debía en parte a su propia indulgencia. Finalmente dijo, con tono grave:
—Esto no se va a resolver fácilmente, Jia’er, tienes que tener mucho cuidado.
Li Weiyang miró a su padre, pero se sorprendió un momento antes de preguntar:
—¿Qué quiere decir padre?
Guo Su sonrió débilmente y explicó:
—Conozco muy bien a tu tía. Si la presionas demasiado, no dudará en usar los métodos más viles y crueles. Cuando quería que su cuñada se convirtiera en la esposa de Duque Qi, no sé cuántas artimañas sucias hizo en secreto. Sus métodos eran bajos y despiadados. Debes tener mucho cuidado con ella.
Si no fuera porque Duque Qi estaba completamente decepcionado, no habría dicho estas palabras. Li Weiyang sonrió más ampliamente, su voz suave:
—Sí, padre, no se preocupe.
Duque Qi suspiró profundamente, miró a Madame Guo y dijo:
—Haz que esos tres niños se levanten.
La sonrisa de Madame Guo volvió a su rostro. No esperaba que la esposa de Marqués Qingping hubiera causado tanto alboroto, pero a cambio hizo que Guo Su se diera cuenta. Así estaba bien. Ahora podía ver claramente las intenciones maliciosas de esos tres hermanos. Ya no tenía que seguir soportándolos. Castigar a sus propios hijos por culpa de ellos le resultaba insoportable. Sonrió y dijo:
—Está bien, los haré levantarme de inmediato.
Pero Li Weiyang la detuvo:
—No, madre, déjame ir a mí.
Madame Guo asintió con una sonrisa mientras veía a Li Weiyang salir con una expresión tranquila. Luego le dijo a Duque Qi:
—Duque, me sorprende que hayas podido verlo tan claro.
Duque Qi, sin embargo, mantuvo su rostro helado y respondió:
—No es solo tu hija la que ha causado todo este caos, sino también esos tres pequeños monstruos. No solo hemos hecho enojar a la esposa de Marqués Qingping, ni a Princesa Lin’an, sino que también hemos ofendido a Príncipe Yongwen. ¡Hum! Aún queda mucho por ver.
Madame Guo pensó un momento y preguntó:
—¿A qué te refieres exactamente?
Princesa Chenliu sonrió ligeramente y dijo:
—Los demonios siempre andan por ahí, pero cuando el enemigo viene, se lucha, cuando el agua llega, se repelen las olas. No hay necesidad de preocuparse demasiado…
Fuera de la mansión, la esposa de Marqués Qingping salió de la residencia de Duque Qi. Su rostro, antes lleno de furia, ahora se había suavizado, como si toda esa ira hubiese sido fingida. Ahora su expresión estaba llena de solemnidad. Miró fríamente la puerta imponente de la mansión de Duque Qi y, con una sonrisa fría en los labios, subió a su carruaje y, en voz baja, dio una orden:
—Llévame a la residencia de Princesa Lin’an.
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