BATDIV 40








BATALLA DE DIVORCIO 40



Daisy había revisado tanto la lista que casi se la había memorizado, pero aún así no lograba recordar quién era quién. Solo podía fijar su mirada con ansiedad en la antigua gran duquesa viuda.


—Ciertamente, la mayoría son jóvenes damas de familias cercanas a la realeza. Títulos impecables y, en general, un nivel bastante aceptable.

—…Ya veo.

—Aunque hay algunas mezcladas de otras noblezas. Si no tienen intención de dar la espalda a la corona, Maxim no elegiría a una de esas, ¿no? Aunque… mejor excluyamos ese grupo por si acaso. No quiero problemas innecesarios.

—Lo entiendo, pero… ¿y si resulta que alguna es muy bonita?


Daisy alzó una tímida objeción.

Comprendía las razones políticas, pero ese degenerado era impredecible. Sería una pena descartar opciones desde el principio.


—La opinión de Max es lo importante. Las relaciones entre hombres y mujeres no se mueven solo por política. Así que… deberíamos considerar también… cierta afinidad.

—Si eso fuera lo primordial, ¿realmente el gran duque necesitaría divorciarse de ti?

—¿Eh?

—Que yo sepa, tú eres mucho más… voluminosa que estas damas. Ah, no, olvídalo.


La antigua gran duquesa viuda farfulló al ver los ojos de Daisy abrirse como platos.

'¿Por qué dice eso?'

Daisy se sintió avergonzada. Como si su garganta ardiera, sorbió un té frío y ya sin sabor.


—Hablando de eso… ¿por qué comes tan poco? ¿Te duele algo?

—¿El qué?

—El "sabor del cielo" o como se llame. Esa tontería que tanto insististe en comprar. Está delicioso, ¿por qué no lo pruebas?

—Ah, esto…


Daisy observó fijamente el "Sabor del Cielo".

El pastel en sí no tenía culpa alguna… el problema eran los actos impuros que había cometido con él aquella noche.

La memoria de untar nata montada por su piel, de chupar hasta que sus labios ardían, e incluso de esparcirlo sobre aquella parte voluminosa de él, haciéndola crecer aún más…

Las imágenes seguían tan vívidas en su mente que le resultaba imposible ignorarlas.


—Estoy bien. Debo contenerme si quiero entrar en mi vestido.

—¿Así que ahora que te divorcias por fin maduras? Vaya cosa rara.


Rara, sin duda. Que Daisy von Waldeck rechazara un pastel era inconcebible. Desde que se casó con los Waldeck, jamás había dejado un solo postre sin terminar.


—Si es por miedo a engordar, simplemente cómetelo.

—¿Eh?

—Eres bonita incluso sin hacer dieta. Y si te pones demasiado bonita… quizá Maxim no pueda dejarte ir.


¿Por qué de pronto tantos halagos?

¿Acaso porque ahora eran aliadas?

Frases como "sabes más de lo que parece" o "eres más considerada de lo que aparentas"… eran comunes, pero un elogio tan directo era algo nuevo.

Mientras la mirada de Daisy oscilaba, confusa, la antigua gran duquesa viuda cortó un trozo enorme del pastel con su tenedor y se lo ofreció.


—Toma. Así no lloriqueas después por no haberlo probado. Disfrútalo.

—…G-gracias.


Aturdida, Daisy aceptó el tenedor y llevó el pastel a su boca.

El sabor seguía siendo exquisito, capaz de derretirla entera... pero aquel cosquilleo que le recorría el vientre bajo la obligó a dejar el tenedor a medio camino.

















⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅

















Desde que Maxim había regresado, Daisy se veía obligada a soportar baños asistidos que no deseaba.

'Al menos el baño me gustaría hacerlo sola...'

Incluso en algo tan íntimo como bañarse, estaba bajo la vigilancia de Rose, la criada enviada por Therese, Mary Gold, la sirvienta asignada por Maxim. ¿En qué clase de vida se había convertido la suya, donde hasta su desnudez era espiada por los lacayos de dos hombres?

'Quiero escapar...'

Daisy lamentaba lo miserable que se había vuelto su existencia, pero como el día decisivo se acercaba, no tenía más remedio que aguantar.


—Oye, sé sincera. ¿Qué es esto?


Cuando Mary Gold salió a buscar algo de comer, quedaron solas en el baño, Rose aprovechó para interrogarla sin rodeos.

'¿Por qué esta mocosa siempre busca pelea?'

Daisy levantó los ojos con fastidio. Lo que Rose sostenía, sacado de su delantal, era un papel que le resultaba demasiado familiar.

Era la lista de "posibles amantes" de Maxim von Waldeck. Como compartía habitación con su marido, la había escondido cuidadosamente en un rincón entre el tocador y la cama para que no la descubrieran.


—¿Otra vez registrando mis cosas?


preguntó Daisy, indignada.


—Solo estaba ordenando, ya que eres tan descuidada.

—¿Hasta sacar lo que escondí a propósito? No digas tonterías. Solo quieres espiarme.

—No cambies de tema. Responde directamente.


Tan solo lidiar con Maxim y planear cómo escapar de él ya era agotador.

'Me va a estallar la cabeza...'

Rose, enviada por Therese, no era más que una vigilante disfrazada de aliada. Si descubría sus planes de divorcio, sin duda lo reportaría a Conde Therese, todo su plan se vendría abajo.


—En realidad... es mi "lista de rivales"


dijo Daisy, improvisando una excusa convincente sin perder la calma.


—Información privilegiada que conseguí con mucho esfuerzo.

—¿Rivales?

—Sí, la lista de mujeres que persiguen a Maxim von Waldeck en la alta sociedad.

—¿Y por qué tienes algo así? ¿Planeas un asesinato? ¿O acaso una maldición?


Rose la miró con los ojos desorbitados. Como era una chica simple, Daisy pensó que la misma excusa que usó en el vestidor serviría aquí.

Con total descaro, Daisy infló el pecho.


—Pronto habrá una fiesta y todas esas mujeres estarán allí. Necesito saber contra quién debo estar alerta. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras me roban a mi marido, ¿no?


En realidad, que me lo roben es justo lo que quiero... Pero no podía permitir que Rose lo descubriera, así que mantuvo la farsa con convicción.


—Además, esta información debería habérmela dado la organización desde el principio. ¿Acaso es un crimen ser previsora?

—Si no te la dieron, será porque no la necesitabas.


replicó Rose con sequedad.


—¿Qué?

—¿Por qué te preocupas por tonterías? ¿Acaso te falta confianza?

—Bueno, comparada conmigo, que no tengo ni rango ni linaje, todas ellas son de familias influyentes...

—No me refiero a eso. Hablo de lo que realmente importa a los hombres.

—Al final, lo que más valoran es el honor. Y yo... solo soy una hija bastarda convertida en esposa de pacotilla, así que...

—¡Deja de decir estupideces!


Rose casi gritó, las venas del cuello marcadas.


—Escúchame bien: los hombres son perros en celo hasta el día que se mueren. Perros machos jadeantes, en permanente estado de apareamiento, sin días libres.

—......

—¿Crees que a un perro en celo le importa algo más que reproducirse?

—Eso depende de cada hombre. ¿Acaso crees que todos son basura de callejón?


Generalizar así es ridículo... Para cualquier persona sensata, al menos.

Aunque Maxim, por supuesto, encaja perfectamente en la descripción de "perro en celo"...


—¿Y el rey? ¿Por qué el rey tiene amantes? ¿Acaso la reina no tiene honor? Todo se reduce a esto, idiota.


Rose golpeó su puño contra la palma de su mano repetidamente.

Un gesto vulgar que simbolizaba el acto sexual.

¡Qué obscenidad! Daisy frunció el ceño.

'Aunque... cuanto más lo escucho, más razón parece tener...'

Era difícil negarlo: por desagradable que fuera, Rose no estaba completamente equivocada.


—¡Tonterías de principiante! ¿Acaso no sabes que eso todavía funciona? Si acabas de casarte, solo tienes que dejarlo tan exhausto por las noches que no pueda ni pensar. ¿Por qué te preocupas ya como una histérica?

—......

—¿No lo has hecho, verdad?


Demonios, qué perspicaz es... Al ver que Rose había dado en el blanco, los ojos de Daisy se agitaron nerviosos.


—¡No has dormido con él! ¡Esa mirada de virgen lo delata! Seguro que ni lo has tocado.


En realidad, no era que no hubiera podido, sino que no quiso. Pero como el simple hecho de no haber tenido relaciones ya era motivo suficiente para el escándalo, Daisy decidió mentir descaradamente.


—¡Q-Que va! ¡Claro que lo hice! ¡Tanto que no pudimos dormir en toda la noche!

—Qué graciosa. ¿De dónde sacas esas mentiras? A mí no me engañas.

—...Lo hicimos.

—¿O sea que solo dormiste bien, eh? Da igual. Si de verdad lo hiciste, dime: ¿viste eso del hombre?

—Sí.

—Mientes. ¿Cómo era entonces?


¿Cómo iba a saberlo si nunca había visto "eso" de un hombre en su vida? Por suerte, Rose preguntó algo que sí conocía. Daisy apretó los molares y respondió con sorna:


—Bueno... del tamaño del brazo de un niño. Color rosa pálido...

—¡Mentira! ¡Ja! ¡Mira que eres tonta! ¡Ni siquiera lo has visto en tu vida!


...Pero si es verdad.

No podía desnudar a Maxim para demostrarlo, Rose claramente no tenía intención de creerle.


—Sabía que no habíais dormido juntos, ¡pero no pensé que seguirías virgen!

—¡Shhh! Cállate, por favor.


Maldito Conde Therese... Le habría contado cualquier barbaridad a esta mocosa insolente. Daisy gruñó, apretando los dientes como advertencia.


—Por eso el jefe me envió a mí y no a una torpe como tú. Te lo dije mil veces: esta era una flor sin perfume. Pero no me hiciste caso, y mira el desastre ahora.

—Nos... llevamos bien.

—¡Claro! Te enviaron a Mary Gold después del tiroteo, ¿y qué? ¿Te enseñó a disparar? Pero... ¿sabes siquiera sacar el arma que escondes en la cintura?


¡Claro que lo sabía! Incluso se había jactado de ello.

Pero explicar los detalles solo haría que Rose le preguntara por qué no la había usado, así que Daisy se limitó a suspender hondo.


—¿Quieres que te ayude?


¿Por qué demonios está siendo tan amable de repente?

Un presentimiento siniestro se apoderó de ella.

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