Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 281
El paso del tiempo (20)
Inés se quedó inmóvil, pálida como si tuviera astillas de cristal clavadas en las manos.
—¡Suéltame!
—Miguel.
—¡Maldita sea! ¡Suéltame! ¡Déjame!
Kassel no miró siquiera la mano con la que había bloqueado con indiferencia el intento de automutilación de Miguel, y al instante lo agarró del brazo con la otra. El otro brazo libre de Miguel atacó a Kassel una y otra vez, sin reconocer siquiera a su propio hermano, hasta que Kassel desvió los golpes con un candelabro vacío.
Pero Kassel no respondió con violencia. Sólo mantenía ese rostro impasible mientras sometía a Miguel poco a poco.
Y cuanto más lo dominaba, más feroz se volvía la pelea entre hermanos. Sus cuerpos robustos chocaban con fuerza bruta, haciendo temblar la enorme mesa redonda, que crujía como si fuera a desmoronarse. La vajilla de plata se golpeaba entre sí: algunos cubiertos cayeron al suelo con estrépito, otros quedaron patéticamente volcados sobre el mantel.
Todo era un caos.
Isabella, aterrada, lloraba con el rostro hundido en el brazo de su marido. Duque Escalante, protegiendo a su esposa, la llevó rápidamente a un rincón del comedor antes de arrastrar con rudeza a Inés —que seguía paralizada— detrás de él, cubriéndola con su cuerpo.
—¡Miguel!
La voz del Duque retumbó como un trueno. Como si esas palabras fueran una señal, Miguel, aún aplastado por Kassel, forcejeó sobre la mesa y agarró la copa de vino de Isabella, alzándola en alto.
No… Inés intentó instintivamente detenerlo, pero el Duque fue más rápido. Casi al mismo tiempo, Kassel le arrebató la copa y la lanzó hacia atrás. El estallido del cristal al romperse fue menos impactante que la visión de su mano, que seguía goteando sangre.
Era imposible no notarlo: grandes trozos de vidrio seguían clavados en su palma.
—¡¿Qué clase de espectáculo es este delante de tu propia madre?! ¡Ni siquiera reconoces a tu hermano!
—Nadie me pidió que se lanzara a lastimarse en mi lugar. ¿O me equivoco?
Miguel apretó los dientes, escupiendo las palabras con sarcasmo. Era obvio que buscaba provocar, crear una apertura para escapar.
Pero Kassel, con el mismo rostro impasible, no cedió ni un centímetro. Su determinación era casi feroz. Como si estuviera obsesionado con someter a su hermano sin dejar ni un rasguño. Cada vez que Miguel se retorcía bajo su dominio, la mesa crujía, amenazando con derrumbarse. Pero no pasó de ahí.
Duque Escalante, con los puños temblorosos de furia —una furia que debía ser la de su primogénito—, obligó a sus nudillos a relajarse. Con esa misma mano, apartó a Inés cada vez que ella intentaba acercarse, alejándola de los dos hombres. Inés, desplazada sin remedio, vio la mirada de Miguel al ser empujado contra la mesa: un brillo asesino.
Eran ojos que ni siquiera en el funeral había visto.
—Es lo mismo. Nadie te pidió que te volvieras loco.
—Ja…
—Sé que el remordimiento te carcome. Era la niña que sería tu compañera de vida, a la que tanto cariño le diste. Sé que debe quemarte no haberla visto ni una última vez.
—…….
—Pero al fin y al cabo, Viviana… tampoco fue tu elección desde el principio. Solo fue un acuerdo entre los Castañar y nosotros cuando eran niños. ¿En qué sería diferente un nuevo compromiso? Apenas tienes veinte años. Cuando hayas vivido junto a una esposa hermosa, entenderás que esto también fue solo un pasajero momento de desesperación.
—¿En qué es diferente…?
—…….
—Dime… ¿en qué es diferente de Vivi…?
Miguel hundió la frente contra la mesa y soltó una risa desencajada.
—... Vivi no se parecía a nadie en este mundo, padre. Ese siempre fue el problema.
—Nada es distinto. Al final...
—Si nada es distinto, entonces devuélvamela.
—......
—Devuélvamela. Viva, exactamente igual que antes. La misma Vivi de siempre.
—Miguel.
—Y si no pueden hacer eso, entonces no vuelvan a hablarme de otro maldito matrimonio.
Su voz, al borde del llanto, destilaba veneno. Solo esa sonrisa desquiciada permanecía intacta.
—Miguel. No tengo tiempo para estos caprichos.
La sonrisa que flotaba en sus labios se tornó aún más amarga.
—Padre. ¿Por cuánto me ha vendido esta vez?
—¡Miguel!
—Solo han pasado días desde que salí de su tumba. ¿Tan poco pudieron esperar antes de regatear con mi futuro? Hasta me sorprende que tuvieran la decencia de aguantar hasta que muriera.
—No es así.
—¿Qué le ha prometido Su Majestad a Escalante a cambio de que cargue con esa maldita Dolores? ¿Fue suficiente para que esa zorra acepte a un inválido como esposo? ¿O acaso desde el principio...?
—¿Y si te dijera que es por tu hermano? ¿También lo rechazarías?
El corazón le cayó a plomo.
Inés, sumida en una sensación ajena, vio cómo los anchos hombros de su suegro cedían bajo el peso del agotamiento. Luego, el rostro furioso de Miguel, paralizado por un instante. Y después...
—No hace falta, Miguel.
—......
La voz de su esposo, serena, como si ya todo estuviera decidido.
Duque Escalante escupió las palabras, mirando a su primogénito con rabia contenida:
—El Emperador está observando si Escalante realmente enviará a su heredero a la guerra, Miguel.
'Su Majestad desconfía de nosotros. Y ahora, de repente, quiere empujar al que tanto amaba hacia una muerte segura. Doña Cayetana no estaba del todo equivocada'
—... ¿El nieto de Calderón se hizo marino solo para escapar del frente?
—No es lo mismo el lugar al que va un soldado... que el lugar creado para matar hombres.
—......
—Es una prueba. Una prueba para ver si Escalante entregará la vida de su heredero. Y para evitarla... hace falta demostrar algo aún mayor.
'Escalante tiene algo que demostrar ahora'
La explicación del Duque a Miguel no contenía nada nuevo para ella. Al fin y al cabo, era el mismo argumento que Cayetana había instado a Isabella a usar con su marido.
Incluso sabía que Kassel no se retiraría hasta después de la campaña de Las Sandías y la siguiente guerra.
Pero esto—esta realidad que le carcomía carne y hueso—era distinto.
El rostro de su esposo, que ya había tomado una decisión sin que ella lo supiera. La voz de su suegro, declarando que su destino no era más—ni menos—que un lugar para morir. Esta guerra era igual a las anteriores, y a la vez no lo era. Las causas, los motivos… todo era distinto.
Inés, parada en el corazón de un Escalante que nunca antes había conocido, habría apostado todo a que las cosas jamás habían seguido este curso.
El conocimiento no aliviaba el peso.
Kassel pronto partiría hacia ese lugar.
—…Así que ese es mi matrimonio.
—Lamento la muerte de Viviana, pero al menos ahora tenemos una excusa presentable para salvar a tu hermano. Podrás casarte con Dolores sin que se te acuse de romper el compromiso. ¿No es lo mejor?
—¿Una excusa presentable, dice?
—……
—Mejor dígame directamente que fue bueno que muriera. ¡Yo también lo creo! Al menos así no se casó con el hijo de un hombre que celebra su muerte…
—¡Miguel!
El grito de Isabella, más agudo que nunca, se debió a que Miguel finalmente logró lastimarse. Apretado contra la mesa, con el mínimo margen para moverse, encontró la fuerza casi milagrosa de clavarse un cuchillo en el brazo—y luego arrancárselo para apuntárselo de nuevo al cuerpo.
Kassel maldijo entre dientes y lo detuvo a tiempo, bloqueando el golpe con su muñeca.
—Dios mío… Kassel, Kassel…
Isabella, que se había arrinconado temblando, se levantó tambaleándose. El cuchillo, que habría cortado el cuello de Miguel de haber seguido su trayectoria, se hundió en el brazo de Kassel antes de caer al suelo con un clang.
Era solo uno de esos utensilios que los sirvientes dejaban en la mesa para cortar la carne, no un arma letal. Pero aún así, su filo estaba afilado.
Con un brazo inutilizado—desde la mano hasta la muñeca—, Kassel ya no podía contener a su hermano solo con la fuerza superior. Al final, lo derribó con una patada brutal. Miguel cayó al suelo, arrastrando el mantel en su caída y haciendo llover platos y cubiertos.
Los caballeros, que ya esperaban en la entrada, se abalanzaron como si hubieran estado esperando este momento. Inés, empujada por el Duque, ya estaba lejos del caos, pero Isabella—también apartada—se desplomó contra ella, temblando.
El Duque, después de asegurarse de que las mujeres estuvieran a salvo, avanzó hacia su hijo con una furia homicida.
—Desgraciado… ¿Cómo te atreves? ¿Intentar matarte delante de tus padres?
—Padre… Miguel no quería morir.
—¡Mira lo que le hiciste a tu hermano! ¡Él arriesgó su vida por ti, y tú…!
—Solo se hizo una herida visible para retrasar el matrimonio.
—……
—No hay necesidad de enojarse tanto. ¿Verdad, Miguel?
Kassel, con una calma casi irritante, tomó un paño de Raúl y lo presionó contra su herida mientras hablaba. Miguel evitó su mirada, incapaz de ocultar la culpa.
Kassel hizo un sonido de disgusto y miró a su padre.
—Hasta parece arrepentido. Es raro verlo tan lúcido, considerando las veces que ha perdido la cabeza sin reconocerme.
—……
—Es obvio lo que quería ganar con tiempo: ir a la guerra en mi lugar. Morir antes que casarse. Como si un mocoso que ni siquiera sobrevivió un año en El Redekia pudiera reemplazarme. Un inútil que no sabe hacer nada.
—……
—Este idiota será abandonado por Dolores pronto. Si no blande un cuchillo en la noche de bodas para defender su pureza, será un milagro. Déjelo así, padre.
—Kassel. Sabes que no puedo permitir…
—Es lo mejor para Escalante. Él es el problema, no yo.
Su mirada, firme al hablar con su padre, se nubló al encontrarse con Inés. Le irritó ver cómo Kassel intentó ocultar demasiado tarde su brazo sangrante. ¿En medio de todo esto, ella seguía importándole? ¿Tanto como para esconder una herida que pudiera disgustarla?
—…No tienes que hacer nada. Yo cumpliré mi deber en el frente.
Esa boca, tan leal e incapaz de mentir. Esa maldita nobleza llena de sacrificios…
Inés no pudo soportarlo más. Giró y salió del comedor. Lo único que logró decirle a la doncella de Isabella fue que se ocupara de su ama, gastando sus últimas fuerzas.
Pero no se detuvo. Siguió caminando, sintiendo la mirada de Kassel en su espalda hasta que la puerta se cerró.
Si te gusta mi trabajo, puedes apoyarme comprándome un café o una donación. Realmente me motiva. O puedes dejar una votación o un comentario 😁😄
0 Comentarios