MAAQDM 112






Mi Amado, A Quien Deseo Matar 112




Aunque estaba molesta por no esconder nada, al mismo tiempo pensaba que esto era un secreto de Giselle Bishop que solo yo conocía, algo que Edwin Eccleston no sabía, así que no me parecía tan malo.

El hombre acercó su frente a la de ella, llenando su visión únicamente con unos ojos que la odiaban, y comenzó a provocarla.


—¿Debería contarle a tu Ajussi lo que acabas de decir? Debió haber sido una gran pérdida todo el dinero que gastó en criarte como una princesa. Con ese dinero, podría haberse casado con una princesa real, pero en cambio, te recogió de algún rincón sucio como a una miserable, y todo fue solo una pérdida de dinero...

—Qué gracioso. ¿Cómo puedes hablar de origen cuando no tienes ninguno?


El hombre cerró la boca. Sus ojos, que antes eran violentos, empezaron a llenarse lentamente de locura, pero no era solo él el que se había vuelto loco.


—Tienes nada más que tu mente, ¿y ni siquiera sabes cómo controlarla?


Es impresionante cómo un parásito tan repugnante como él logró dañar el cuerpo y la mente de un Ajussi tan angelical. Había acumulado tanta rabia mientras estaba encerrada en el sótano que la presión la hizo estallar, ahora todo eso la estaba llevando a la locura.


—¡Todo esto es tu culpa!


Giselle, que pensaba que jamás podría tocar al Ajussi, lo agarró del cuello y lo sacudió.


—¿Ni siquiera sabes que mantener a un huésped vivo es la estrategia básica de supervivencia de un parásito? Por eso es que ni siquiera eres un parásito. Un insecto sin cerebro es más inteligente que tú, ¿lo sabías? Tienes el cerebro en la punta de tu polla, ¿verdad? Y por eso no entiendes ni una palabra de lo que digo.


Aunque sus palabras estaban llenas de insultos, el hombre se quedó en silencio, escuchándola. Cuando la rabia desapareció de sus ojos y una ligera sonrisa apareció en sus labios, Giselle se dio cuenta de que él no solo no se sentía herido por sus críticas, sino que las disfrutaba. ¿Qué clase de ser era este? Con más furia, Giselle soltó de golpe su agarre del cuello.


—¡Que si lo has entendido! De ahora en adelante te vas a estar quietecito. Si vuelves a hacer alguna tontería, te mato.

—¿Y sabes cómo se mata?

—Uf, Ajussi... Aunque sea, no me mate, por favor.....


Este zorro astuto. Como no tenía respuesta, lo ignoró y volvió a suplicarle al Ajussi. El hombre, compadecido por la loca que lloriqueaba como si estuviera hambrienta, le dio unas palmaditas en la espalda para calmarla.


—No te preocupes. No planeo vivir mucho.


¿Qué clase de disparate era ese? Si la había secuestrado a Giselle precisamente porque quería vivir. No tenía ni pies ni cabeza.


—Es solo que todavía no puedo morir.

—¿Y cuándo piensas morirte, entonces?


El hombre, que había dejado de llorar, alzó la cabeza y miró fijamente a Giselle con una expresión inquietantemente extraña. Luego la empujó hacia el asiento del copiloto y pisó el acelerador, esquivando la respuesta.


—¿Qué tal si nos ponemos de acuerdo, amistosamente, en que fue culpa del médico charlatán que recomendó un tratamiento inútil?


El demente, sin esperar el consentimiento de Giselle, agarró sus manos esposadas y las sacudió como si fueran a sellar un acuerdo con un apretón.


—¿Eh? Al final, se lo merecía, ¿no? Yo lo maté bien hecho. ¿O no?


Su afirmación de haber matado a alguien con palabras seguía sonando a fanfarronada, pero Giselle estaba demasiado cansada para discutir. Decidió seguirle el juego.


—Pero... ¿por qué mataste al profesor? ¿Te electrocutó?

—No. Si hubiera matado a todos los que me electrocutaron, ya habría superado la decena.

—...¿Qué? ¿Hay más?

—Si ese pobre Ajussi se entera de que lo torturaron con descargas eléctricas en el campo de prisioneros, no hará más que lloriquear y volverse insoportable, así que el hombre regresó al punto importante.

—Maté al profesor porque amenazó con exponer ante el ilustre Duque que... mi "personalidad hostil" existía. Quería encubrir su propio escándalo.


¿Este médico que mató a alguien además lo chantajeó? Pero la ira de Giselle hacia el difunto no duró mucho. Parpadeó, frunció el ceño. Por más que lo pensaba, había algo que no lograba entender.


—¿Y a ti qué te importaba que lo expusieran? ¿Tenías algo que perder?

—Claro. Si encierran al Duque en un manicomio, yo estaría condenado a tratar solo con locos el resto de mi vida. Y dudo que encuentre otro tan bonita como tú.

—Ah... No querías vivir encerrado...


El hombre soltó una risa burlona, sin contexto. Ahora entendía: se estaba riendo de sí mismo.


—¿Por qué estoy revelando mis debilidades tan fácilmente?

—¿Acaso la historia de las "armas de seducción" es corta?


No eres tan bonita como para creerte una belleza, pensó él, pero al mirarla de reojo, guardó silencio.


—Ja... Llamar "ángel" a esta mocosa insolente. Edwin Eccleston no tiene ojo para la gente.


Ella, al notar que no la lastimaría sin importar lo que dijera, desde ayer había empezado a hablar con total libertad. Él la había encerrado para usarla, pero hoy era ella quien lo estaba devorando.

¿Qué podría hacer esta mocosa aunque conozca mis debilidades? No había necesidad de preocuparse. Aunque... los hombres que caen en esas trampas suelen confiar en que una mujer frágil y bonita es inofensiva... hasta que un cuchillo los atraviesa.

Lo lógico sería sentir irritación ante su interés sospechoso. Pero, por alguna razón, solo le resultaba divertido. O, siendo vulgar, quizás era más preciso decir que le calentaba.

¿Será que Edwin Eccleston no tiene ojos? ¿Cómo no sintió hambre ante una mujer tan provocativa? Hijo de puta privilegiado.

El auto, que había estado dando vueltas sin rumbo, se desvió hacia un camino bordeado de espesa vegetación y se detuvo. Era una noche sin luna, un camino rural sin farolas. Al apagar el motor, la oscuridad los envolvió como aguas negras, tragándolos.

En el silencio, se oyó el ulular de un búho, pero sonaba distante, como si lo escucharan bajo el agua. Como todos los estímulos externos cuando la conciencia se hunde bajo la superficie: embotados, ajenos.

Cada vez que soltaba el control de este cuerpo, era arrancado del mundo de los estímulos y arrojado a ese lugar árido e insípido. Solo.

En ese mundo indiferente donde los fragmentos del pasado, las sensaciones del presente y los pensamientos del futuro marchaban cada uno con su propia etiqueta hacia destinos separados, solo él era consciente de sí mismo. El único niño perdido sin rumbo.

Lo que en su día creyó ser una pesadilla —cuando aún se identificaba como Lorenz von Eisenhart— era, desesperanzadoramente, su realidad.

Desde que cobró conciencia, un dolor lo corroía. Reconoció ese vacío como hambre, pero no era el hambre que conocen los humanos comunes.

Ese anhelo, casi congénito, se volvió incontrolable después de aceptar que no era un ser completo. Lo dominaba.

¿Cómo saciar un hambre sin saber su origen? Subió a la superficie del sueño y devoró deseos ajenos; se erigió sobre la humanidad. También jugó a ser un dios bajo el agua, creando mundos con reglas propias. Placeres efímeros. El vacío persistía.

Hasta que, inesperadamente, en el clímax con Giselle Bishop, no solo olvidó el hambre, sino que sintió saciedad.

¿Acaso su vacío era solo deseo sexual? No. La masturbación nunca lo satisfizo. Giselle no solo tocó su cuerpo, sino su mente. Algo en ella —no a través de otros, sino directo hacia él— lo alcanzó.

Ese día, supo el nombre de su hambre:

Soledad.

La soledad que provocaba su ausencia.

O quizá no era ella en específico. Tal vez cualquier humano podría llenar ese vacío.

No lo sabía.

Y no quería saberlo. Nunca.

No le interesaba probar con otros. Solo quería a Giselle Bishop.

Pero ella era un ser completo. Él no podía cruzar a su mundo con un cuerpo propio, ni ella descartar el suyo para convertirse en un fragmento de conciencia y habitar la mente de Edwin Eckleston.

Su amor estaba condenado no solo por órbitas emocionales desiguales, sino por esencias incompatibles.

'Si pudiera crear un paraíso solo para nosotros en mi mundo, te secuestraría allí ahora mismo'

En este instante, con el mundo alejado, se permitió una ilusión:

¿Y si ambos estuviéramos exiliados bajo la superficie de la conciencia?

'Nosotros'

Saboreó la palabra dulce antes de tragarla. Un gemido bajo vibró en su garganta. No supo si era el susurro de un insecto en el bosque o el jadeo ahogado de Giselle.

Inclinó la cabeza hacia su rostro, apenas visible en la oscuridad. La respiración temblorosa de ella se filtró en su conciencia. Le gustó.


—Ahh...


Quiero devorarte.

Era hora de calmar su hambre, y de que ella "escribiera" a su protector: "Sigo viva. Incluso he tenido sexo electrizante con mi secuestrador."

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