Mi Amado, A Quien Deseo Matar 111
—No lo sé.
—¿Por qué no lo sabes?
—Es una habilidad innata. Si alguien nace ciego, ¿podría explicarte cómo ve el mundo?
A simple oído, parecía una analogía adaptada al nivel de Giselle, pero al pensarlo dos veces, el hombre no hacía más que menospreciar a cualquier persona normal y corriente que no poseyera su habilidad, reduciéndolos a simples discapacitados defectuosos.
—Vaya, qué aburrido.
Tan pronto como pronunció esas simples palabras que tocaban su orgullo, la boca del hombre se abrió de nuevo. Esta vez, habló más largo.
—El mundo en el que vivo está compuesto por muchas puertas y habitaciones. Sé exactamente dónde y cómo ocultar o revelar mis recuerdos en esas innumerables habitaciones. Y en cuanto al cuerpo… hay una puerta especial. Si la abro, salgo al frente de la conciencia y tomo el control del cuerpo y la mente.
¿Se habría saltado la parte en la que echaba al verdadero dueño de esa habitación?
—¿Qué tiene de especial esa puerta? ¿Es diferente a las demás?
—¿Por qué? ¿Vas a contárselo al Ajussi?
¿Acaso había abierto sin permiso las puertas dentro de mi mente también?
—Tendrás que conocerlo para averiguarlo.
Giselle no intentó negar que la habían descubierto y refunfuñó deliberadamente para que la escucharan.
—Entonces, ¿puedes abrir esa puerta especial en cualquier momento?
—Por lo general.
Eso significaba que había momentos en los que no podía. Tenía curiosidad, pero si preguntaba, solo conseguiría que la conversación se cortara, ya que él jamás revelaría información que le perjudicara.
—Entonces, ¿podrías quedarte con el cuerpo del viejo para siempre?
—Por supuesto.
En un instante, el miedo la invadió, y sintió la piel de gallina hasta en el dorso de la mano. El hombre, que jugaba con sus dedos, sonrió con una mueca torcida al notar su reacción.
¿Acaso solo estaba fanfarroneando otra vez para asustarme?
Como aquella vez cuando juraba que podía matar a alguien con la lengua. Giselle lo observó con cautela.
—Entonces, ¿por qué no lo haces? Así no tendrías que estar chocando con ese viejo que tanto odias.
—¿De verdad crees eso?
Chiii.
De repente, el hombre detuvo el auto en medio de la carretera. Sus ojos, que hasta hace un momento estaban fijos en el camino, se dirigieron a Giselle. No reflejaban luz, sino locura.
—¿Quieres que mate la conciencia de tu Ajussi y me quede con este cuerpo para siempre… y que te ame? Total, él ya quiere morir, así que por su parte estaría bien. Y por la mía, me desharía de un enemigo. ¿Y tú?
Giselle sintió que estaba frente a un perro rabioso a punto de morderla. Tuvo que reunir toda su fuerza para no dejar ver su miedo.
—Yo no amo solo la carcasa de una persona.
—Ah, ¿amas su corazón? ¿Ese corazón frío que ni siquiera te ama?
El perro rabioso había mordido justo donde ya tenía una herida infectada y supurante. Solo estaba podrida, pero no muerta, así que aún dolía.
—Piénsalo bien. ¿No soy mejor que un hombre que no te ama? Yo solo te amo a ti.
—¿Y de qué me sirve tu amor si yo no te amo?
En realidad, quería gritarle algo mucho peor: "No necesito el amor de una sanguijuela asquerosa que vive pegada al cuerpo de otro, sin ser capaz de agradecerlo, un parásito estúpido que casi mata a su propio huésped." Pero lo suavizó varias veces antes de soltarlo.
Aun así, tal vez fue suficiente veneno. El hombre apretó los dientes con tanta fuerza que su mandíbula se marcó con tensión.
—Ni siquiera puedo matarte.
—Porque si yo muero, tú también mueres.
Soltó una afirmación descarada con total seguridad y una sonrisa radiante. La mirada del hombre cambió. De la locura impredecible de un demente a la expresión común de cualquier chico.
—¡Ah…!
Como si no pudiera soportar su descaro, el hombre la empujó suavemente con el dedo índice en la frente antes de volver a concentrarse en la carretera. Giselle tuvo la corazonada de que, después de todo, él no podía quedarse con el cuerpo de su Ajussi para siempre.
—Entonces, ¿por qué no lo haces? Así no tendrías que seguir chocando con ese Ajussi que tanto odias.
Evitó responder a la pregunta desviando la conversación y tratando de asustarla. Pero con eso, Giselle ya tenía su respuesta. Así que pasó a la siguiente.
—¿Podrías hacer que mi Ajussi se enamorara de mí?
Los ojos, que habían vuelto a la carretera, regresaron a Giselle con una mirada de puro fastidio. Sin decir una palabra, le dejó claro que le desagradaba la obsesión que tenía por su amor no correspondido.
—No te estoy pidiendo que lo hagas. No sería real, no lo quiero. Solo digo que, si acaso, no lo hagas.
Solo le había venido a la mente un caso que escuchó en una clase de microbiología sobre parásitos que manipulan a sus huéspedes.
—Si me preguntas si podría manipularlo para que haga algo en contra de su voluntad o provocar sentimientos inexistentes, la respuesta teórica es “sí”, pero la respuesta realista es “no lo haré”.
—¿Por qué?
—Porque requiere un esfuerzo mucho mayor que simplemente tomar el control de su cuerpo. No soy el único con voluntad propia, él también la tiene. Además, tengo mis propias normas y mi orgullo. Si cambio a mi enemigo a mi conveniencia solo para ganarle fácilmente, ¿podría decir que lo derroté limpiamente? Eso sería hacer trampa.
Un parásito rastrero hablando de ética y orgullo… En fin, no había nada como hablar con una persona normal para tener una conversación lógica.
—Pero esconderle tus recuerdos a mi Ajussi sí puedes hacerlo, ¿y también es algo justo? Porque, después de todo, son tuyos.
—Exacto.
—Entonces…
Giselle se giró completamente hacia él y se acercó.
—¿Podrías borrar una semana de recuerdos de mi Ajussi?
La madrugada en que Giselle se convirtió en adulta, el momento en que aquel hombre apareció y hasta el instante en que su Ajussi descubrió la verdad… Si podía ocultar todos esos recuerdos, ¿podría volver al tiempo en que su Ajussi no sabía que ella lo amaba?
Si eso era posible, entonces, aunque aquel hombre fuera la causa de todo este desastre, Giselle le agradecería y pagaría cualquier precio con gusto.
—¿Una semana? Ah…
El hombre entendió de inmediato a qué período se refería sin necesidad de preguntarlo.
—Eso es imposible. Es un recuerdo muy valioso para mí.
—Solo te pido que se lo ocultes a mi Ajussi. Que sea algo solo nuestro. Por favor. Haré lo que sea.
Se aferró a él, aunque era alguien al que quería golpear—no, matarlo a golpes si fuera posible. Pero el muy bastardo solo sonrió con suficiencia.
—¿Nuestro?
Parecía complacido al repetir intencionadamente la palabra que Giselle había elegido con cuidado. Pero aun así, no cedió. Ni siquiera cuando ella le ofreció cualquier cosa a cambio.
—¿Sabes? Nuestra valiosa memoria estuvo a punto de reducirse a cenizas. Tuve que esconderla muy, muy bien para salvarla.
—…¿Reducirse a cenizas? ¿Cómo?
—Terapia de electrochoque.
—…¿Qué?
—Tu Ajussi quería matar al tipo que te tocó, así que se achicharró el cerebro con electricidad.
Mientras Giselle se ponía más pálida que un cadáver, el hombre estalló en carcajadas, como si lo que acababa de contarle fuera la cosa más divertida del mundo.
—Su memoria quedó llena de agujeros, como un queso suizo. Podía olvidar cualquier otra cosa, pero nuestros ardientes recuerdos… Eso, jamás. Así que los guardé con cuidado y, en cuanto terminó su sesión de electroasado, se los devolví.
—……
—Dime, preciosa, ¿me has estado escuchando? Yo soporté el dolor de la carne quemándose solo para proteger esos recuerdos. ¿Y crees que voy a borrarlos solo porque me lo pides?
Pero Giselle ni siquiera lo oía. Seguía atrapada en la conmoción de lo que acababa de escuchar.
—¿De verdad… mi Ajussi recibió terapia de electrochoque…?
Aquel tratamiento brutal que podía causar daños cerebrales e incluso la muerte.
—No puede ser… ¿Con Profesor Fletcher?
—Exacto.
—No… No…
Las lágrimas brotaron de golpe, nublando mi vista, por lo que no pude ver la expresión del demonio que me miraba. La cara que flotaba borrosamente ante mí solo parecía la de un Ajussi demasiado bueno para hacerme daño, alguien como mi Ajussi.
—Ajussi, yo… sniff lo hice mal.
Giselle se derrumbó y abrazó a su Ajussi.
—No debería haberme dejado engañar por ese loco embaucador, sniff, por mi culpa, Ajussi, sniff, por favor, no tome decisiones que no debe... sniff lo siento, Ajussi.
—Basta ya.
—Por favor, ¿podrías no hacer eso nunca más? Si tú sufres, yo también sufro.
—¿Acaso te parezco tu Ajussi? Te dije que te apartaras.
—Si tú mueres, yo también moriré.
—Ah, esto es… ¿por qué te pegas así mientras conduzco?
El hombre intentó despegar a Giselle de él mientras lloraba y se aferraba, pero como no lo conseguía, detuvo el coche a un lado de la carretera y murmuró algunas maldiciones.
—Qué asco.
—El asco lo tienes tú, sniff.
La mujer, que antes se había pegado a él como una cigarra, comenzó a mirarlo con una expresión tan feroz como si fuera a destrozarlo. El hombre se quedó sin palabras, pero no fue por la mirada familiar que lo había visto tantas veces.
Ahora sí sabía hablar mal. Y lo hacía con bastante naturalidad.
La Giselle Bishop en los recuerdos de Edwin Eccleston era una niña buena y correcta. Al principio, claro, era una chica de pueblo, algo traviesa, pero nunca había usado el tipo de maldiciones vulgares que usaría un criminal callejero.
Parece que había ocultado su verdadero ser a un chico que le gustaba.
Asure: Tenemos lectores de idioma ingles, al usar GT, señor se traduce a Sir, Lord, etc . Originalmente la palabra era Mister = Señor, para evitar eso, usare Ajussi hasta el final de la novela (Busco practicidad para los lectores en general)
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