LA VILLANA VIVE DOS VECES 373
El sueño de la mariposa (40)
Artizea decidió aprender a tocar el piano.
Todo había comenzado por el impacto que le causó, en su propio modo, la interpretación de Garnet.
Sentada frente al elegante piano blanco, Garnet lucía exquisita, y la melodía que fluía de sus dedos alegraba a quienes la escuchaban. Artizea comprendió que, aunque no fuera una virtuosa, aquello tenía su propio valor.
Ella no sabía que muchas jóvenes nobles aprendían música como parte de su educación. Ni Milaira ni Lawrence habían mostrado el menor interés por ese mundo.
Ahora que lo pensaba, en la residencia del Marqués Rosan había una sala de música. Artizea recordó que allí había un gran arpa cubierta con una tela blanca.
—Ha tenido una excelente idea. La música es una de las disciplinas más gratificantes y, además, enriquece el alma.
dijo Ansgar, ofreciéndose a buscarle un profesor de piano antes de preguntarle con gentileza
—¿Qué tal si también aprende danza?
—¿Danza?
—El ballet ayuda a cultivar movimientos elegantes. Y, si piensa debutar en sociedad, tarde o temprano deberá dominar los bailes de salón. Ambas disciplinas, además, mejoran la resistencia física.
Artizea se estremeció al oír lo de la "resistencia física". Presentía que sería algo que detestaría.
Aun así, asintió con docilidad.
Milaira bailaba muy bien en los salones. No era que tuviera un ritmo excepcional, sino que sabía cómo hacerse notar. Artizea recordaba lo radiante que lucía en la pista durante las pequeñas fiestas en casa.
Ese recuerdo no le daba ninguna confianza. No parecía algo que ella pudiera lograr.
'Pero la señorita de Marqués Luden dijo que era indispensable para una dama...'
Quería convertirse en una dama excepcional. Por eso, dentro de diez años, deseaba de verdad ser la prometida de Cedric.
Al notar su inquietud, Ansgar sonrió para tranquilizarla:
—Yo mismo le enseñaré lo básico. Sería ideal que la señorita Licia también lo aprendiera con usted.
Artizea asintió, aliviada.
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La Casa Gran Ducal de Evron tenía el privilegio de mantener un cuerpo de caballeros armados en la capital.
Incluso ahora, decenas de caballeros de Evron permanecían en la ciudad para proteger a Cedric y la residencia ducal. Pero él consideraba que eso no era suficiente.
'Debo reclutar hasta el límite permitido. Ahora hay más personas que proteger'
Aunque estos tiempos eran más pacíficos que en el pasado, Cedric aún no tenía la fuerza para prescindir de guardias. Además, nunca se sabía cuándo Milaira podría actuar por capricho, así que también necesitaba formar un grupo de escolta exclusivo para Artizea.
Durante su estancia en Evron, ya había discutido este asunto con sus vasallos. Los refuerzos seleccionados por ellos llegaron ese día.
—Sir Waylen Carter y quince caballeros más se unen a su guardia personal a partir de hoy.
Cedric sonrió al recorrer con la mirada las filas de caballeros. Todos le resultaban familiares.
Algunos eran rostros que había perdido, otros se habían mantenido a su lado hasta el final. Esta vez, estaba seguro de que no habría despedidas como las del pasado.
—Es un placer verlos, Sir Carter. El viaje invernal debe haber sido duro.
Le tendió la mano, y Carter la sostuvo con ambas, conmovido. Después de estrechar la mano del veterano, Cedric repitió el gesto con cada uno de los caballeros.
—Cuento con usted, Sir Audrey.
—¡El honor es mío, Su Alteza!
—Bienvenido, Sir Cole.
—¡Serviré con lealtad!
Los caballeros gritaron con fervor, emocionados de que el Gran Duque recordara sus nombres.
Al final de la fila, Cedric sonrió al ver a un joven que aún rozaba la frontera entre la adolescencia y la adultez.
—Sir Ruyen, no esperaba verte aquí. Apenas tienes dieciocho, ¿no?
—¡Cumpliré diecinueve este otoño, y ya soy caballero oficial!
Alfons Ruyen, tenso, respondió a voz en cuello sin cuestionar cómo sabía el Gran Duque su edad.
Cedric sonrió. Aunque inexperto, su habilidad marcial era indudable. Por eso lo habían seleccionado.
—Seguro que eres excepcional. Tengo grandes expectativas.
—¡Gracias!
Cedric observó de nuevo al grupo.
—La escolta puede ser tediosa, y tanto la joven del Marquesado de Rosan como yo somos aún jóvenes. Quizá les parezca un trabajo sin sentido. Pero confío en ustedes. Cuento con su dedicación.
—¡Sí, Su Alteza!
El estruendoso grito retumbó en el despacho. Cedric les sonrió una vez más antes de despedirlos. El capitán de la guardia se encargaría de los detalles. No era cosa de microgestionar.
Ese día, ese había sido su único compromiso oficial. Ahora debía ocuparse de las tareas que su tutor le había asignado.
'Qué fastidio recitar poesía clásica y estudiar matemáticas a esta edad'
pensó, conteniendo un suspiro. Pero no podía escaquearse. Hasta Pavel se aplicaba ahora. Al menos no tenía que memorizar lenguas antiguas, historia o geografía.
Mientras se dirigía a la biblioteca en el segundo piso, el sonido de un piano lo detuvo en el vestíbulo.
Era la hora de lección de Artizea. Desvió sus pasos hacia la sala de música, solo para echar un vistazo.
Al abrir la puerta sin hacer ruido, escuchó una minueto simplificado. Ansgar, marcando el ritmo con un bastón, lo miró. Cedric hizo un gesto para que continuaran.
Artizea, agarrando torpemente las manos de Lysia, enredó los pies al instante.
—¡Ay!
Frunció el ceño. Lysia se detuvo, pero Artizea, agitada, no logró recuperar el paso.
Entonces, al descubrir a Cedric riendo junto a la puerta, se sobresaltó.
—¡Lord Cedric!
—No me hagan caso, sigan —dijo él, pasándose una mano por la boca para contener la risa, pero sin éxito.
Artizea enrojeció. El bastón de Ansgar y el piano callaron.
—¡No mires! ¡Soy terrible —protestó, desesperada.
—Por eso practicas, ¿no?
Pero a ella le daba vergüenza ser la única torpe. Lysia ya había memorizado los pasos sin errores.
Artizea también los había memorizado, pero si no se concentraba al máximo, su pie izquierdo avanzaba cuando debía ser el derecho, y viceversa. Y si pensaba demasiado, perdía el ritmo. Un descuido, y la música ya se le había escapado.
No imaginaba que sería tan difícil. Con Lysia como pareja, no podía detenerse, lo que lo hacía aún más frustrante.
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