LVVDV 367






LA VILLANA VIVE DOS VECES 367

El sueño de la mariposa (34)




Le preocupaba que Cedric se cansara pronto. Sabía que tenía un carácter amable, pero al fin y al cabo, solo tenía trece años. Pronto entraría en la adolescencia, con todos sus cambios de humor y confusiones. Los sentimientos de esa edad no solían durar mucho y, si se trataba de simple compasión, podía desvanecerse aún más rápido que en un niño pequeño.

Por eso, la emperatriz había pensado que tal vez lo correcto habría sido enfrentarse al emperador Gregor por el bien de Artizea. No se debía alterar la vida de una niña desdichada por una lástima pasajera.

Sin embargo, al ver lo estable que estaba Artizea, quedó claro que Cedric realmente se tomaba en serio su papel.

Las dos jóvenes, sentadas una al lado de la otra, parecían un par de pendientes de perlas. La emperatriz no pudo ocultar su sonrisa.

Su hija mayor, que era idéntica a Gregor, había sido astuta como un adulto desde temprana edad. Sus hijos, el segundo y el tercero, habían empezado a romper todo lo que alcanzaban en cuanto aprendieron a caminar. Cedric, aunque era bondadoso y gentil, básicamente parecía preferir volar en lugar de caminar.

'¿Cómo es posible que Milaira tuviera tantas quejas sobre una niña tan tranquila y adorable?'

Mientras pensaba en eso, la emperatriz comentó con tono relajado:


—Parece que Pavel disfrutó mucho viajando con ustedes. No fue demasiado travieso, ¿verdad?

—Sir Pavel fue muy amable conmigo.


Respondió Artizea con seriedad. Lysia, a su lado, asintió en silencio.

La emperatriz entrecerró ligeramente los labios en un gesto de sorpresa. Le resultaba difícil creer que aquel muchacho revoltoso hubiera tratado con amabilidad a unas niñas menores que él en lugar de molestarlas.


—¿Y en qué sentido fue amable?

—Nos dejaba montar a caballo, compartía sus bocadillos, nos llevaba de excursión… También me encontraba cuando jugábamos a las escondidas.


Artizea enumeró cada punto, moviendo sus pequeños dedos con seriedad.


—Además, me enseñó a estudiar.

—Oh…


Esta vez, la emperatriz dejó escapar una exclamación genuina. Artizea, al notar su incredulidad, enrojeció de inmediato. Parecía incluso un poco indignada.


—¡De verdad me enseñó!

—¿Y qué te enseñó?

—Multiplicación y división.


Por supuesto, Artizea ya sabía hacer ambas cosas. Nunca había recibido una educación formal, pero escuchar a escondidas las lecciones del tutor de Lawrence había sido suficiente para aprender.

Aun así, la forma en que Pavel enseñaba era diferente a la del tutor de Lawrence, lo que la hacía más entretenida y le permitió aprender con entusiasmo. Sin embargo, cuando Pavel descubrió que Artizea podía hacer divisiones mentalmente sin dificultad, se desanimó y dejó de enseñarle.


—Y también poesía clásica.

—¿Poesía clásica?


preguntó la emperatriz con sorpresa.


—Sí. Las palabras eran difíciles, pero me pareció divertido.


Mientras hablaba, parecía haberse relajado un poco, y su expresión se suavizó.


—Dime qué aprendiste.


Cedric la animó con impaciencia, como un padre orgulloso de su hija. Artizea, avergonzada, dudó por un momento, pero al final recitó dos poemas clásicos de memoria.

La emperatriz quedó genuinamente sorprendida. No era un contenido adecuado para una niña de ocho años; de hecho, era lo que un joven de trece años como Pavel estaba aprendiendo en ese momento, y Pavel jamás habría podido memorizarlo.

Entonces, la emperatriz miró a Cedric, preguntándose si él podría haber hecho lo mismo. Cedric le respondió con una sonrisa incómoda.


—La literatura no es mi fuerte, Su Majestad.

—Cultivar el conocimiento no es cuestión de talento.


La emperatriz lo miró de reojo antes de volver su atención a Artizea. Le hizo varias preguntas para comprobar si realmente entendía el significado de los versos que había recitado. A pesar de contener vocabulario arcaico y complejo, Artizea comprendía perfectamente el contenido.

Finalmente, la emperatriz no pudo ocultar su asombro.


—Eres muy inteligente.


Cedric sonrió de oreja a oreja, como si la felicitación fuera para él.

Artizea, por su parte, tartamudeó nerviosa:


—G-Gracias por su elogio.


Era la primera vez que alguien la llamaba inteligente. Su madre siempre la había tachado de tonta y torpe. En Évron, había recibido cumplidos sobre su apariencia y su buen carácter, pero nunca sobre su inteligencia.

Se sintió inmensamente feliz, aunque le resultaba difícil de creer.

Cedric intervino con seguridad:


—Su Majestad la emperatriz nunca dice cosas en vano.

—Sí…


La emperatriz fulminó a Cedric con la mirada. Era cierto que no hacía cumplidos vacíos y que Artizea era excepcionalmente inteligente, pero aun así, le resultaba absurdo ver a Cedric tan exultante, como si estuviera hablando de su propia hija.


—Desde que Pavel regresó, ha estado organizando un horario de estudio, diciendo que no podía quedarse atrás de su "hermana menor". Cedric, tú tampoco puedes permitirte perder.

—Sí, Su Majestad.


Cedric respondió con una sonrisa breve, sin parecer demasiado preocupado. A diferencia de Pavel, no se sentía avergonzado por tener menos capacidad de memorización o aprendizaje que Artizea.

Con un gesto natural, tomó la taza de leche medio vacía de las manos de Artizea, la dejó sobre la mesa y le ofreció una galleta de chocolate. Su rostro se sonrojó de inmediato, como si temiera haber dejado ver demasiado su deseo de comerla.

La emperatriz los observó, pensando nuevamente que todo aquello le resultaba absurdo.

Mientras tanto, Lysia extendió los brazos para dejar su taza vacía sobre la mesa por sí misma. Aceptó la galleta de Cedric, pero no dejaba de juguetear con ella en las manos. La emperatriz, al notarlo, le preguntó:


—¿Te sientes inquieta?

—¡N-no!


exclamó Lysia, claramente nerviosa.

Era normal que una niña de ocho años encontrara difícil permanecer quieta y formal en presencia de los adultos. La emperatriz asintió con comprensión y continuó:


—Escuché que eres muy buena en el juego de lanzamiento de aros. Dicen que ni siquiera Pavel pudo vencerte.

—¡Su Alteza también juega muy bien!


respondió Lysia con entusiasmo.

Su actitud vivaz hizo que la emperatriz volviera a sonreír. Los niños saludables siempre alegraban a los adultos.


—Parece que Pavel disfrutó mucho jugando con ustedes. Me gustaría que siguieran visitando el palacio con frecuencia para acompañarlo.

—¡Sí!

—Sí…


Las dos niñas respondieron con voces diferentes. La emperatriz dirigió su mirada hacia Cedric.


—Tú tampoco te desentiendas solo porque ya no vives aquí.

—Por supuesto.

—Ven a visitarnos seguido. Graham está a punto de enfadarse contigo.


Graham, que odiaba a su padre, probablemente veía la salida de Cedric del palacio como una traición. La emperatriz no quería que la relación entre los niños se enfriara.

Sabía que, cuando crecieran, era probable que terminaran enfrentándose o separándose por razones políticas. Sin embargo, esperaba que la amistad de su infancia pudiera servir como un puente para el diálogo y la confianza en el futuro.

Cedric entendía ese deseo y, sin dudarlo, aceptó con gusto.

La emperatriz esbozó una sonrisa y luego se puso de pie.


—Conversar con los adultos y tomar el té debe ser aburrido para ustedes. Cedric, ¿por qué no les muestras a las niñas el Palacio de la Emperatriz? Pavel aún debe estar en clases, pero cuando termine, pueden jugar juntos.

—Ah, Su Majestad. Si me lo permite, me gustaría dejar esa tarea a Vizcondesa Pescher.

—¿Y tú qué harás?

—Me gustaría ir a presentar mis respetos a Su Majestad el Emperador. Pero me pareció que era demasiado pronto para llevar a Tia y a Lysia.

—Hmph… Ya veo. Sí, será mejor así.


Cuando la emperatriz hizo un gesto con los ojos, Vizcondesa Pescher se acercó rápidamente. Luego, la emperatriz les habló con cariño a las dos jóvenes.


—Disfruten tranquilamente de los bocadillos, recorran el palacio y, antes de irse, pasen a ver a Pavel.

—Es un honor, Su Majestad.


Artizea intentó levantarse apresuradamente, pero pisó mal el reposapiés y perdió el equilibrio. Si Lysia no la hubiera sujetado, seguramente habría caído al suelo.

La emperatriz les dedicó otra sonrisa a las dos jóvenes, que seguían en el reposapiés mientras le hacían una reverencia, y luego se retiró primero.

Entonces, Cedric habló:


—Bien, yo iré al palacio principal, así que escuchen bien a Vizcondesa Pescher.

—Sí.


Lysia respondió con entusiasmo, mientras que Artizea lo hizo con timidez. Cedric les dio una suave palmada en el hombro a ambas. Sabía que si despeinaba a Lysia, después de haberse esforzado tanto en arreglarse el cabello, recibiría una reprimenda.

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