HDH 886




Hombres del Harén 886

Su familia es armoniosa





Cada vez que veía a Jaisin esculpir su cuerpo con tanto esfuerzo, Latil se preguntaba: ¿Por qué necesita más músculo si ya es perfecto así?

Aún no entendía su psicología, pero una cosa era clara: al tacto, esos músculos eran exquisitos.


—Mi querido Sumo Sacerdote… ¿entrenaste así pensando en mí?


musitó Latil, dejando un rastro de besos sobre su torso definido.


—¡N-no!


Jaisin negó con furia, escarlata… hasta que los labios de Latil encontraron otro tipo de músculo. Entonces rectificó, jadeante:


—B-bueno… sí. Su Majestad tiene razón.

—¿Piensas en mí cuando entrenas?

—Pienso en usted. Solo en usted.

—¿Y eso está bien, Sumo Sacerdote?


Latil exploraba su cuerpo con curiosidad, fascinada por esa combinación de piel suave y músculos densos. Ningún otro consorte tenía una textura así.


—Mmm…....


Jaisin gimió cuando Latil apretó con más fuerza.


—Su Majestad… sus manos queman. Creo que… voy a derretirme.

—Al contrario.


rio Latil, bajo.


—Eres tú quien me está fundiendo a mí.


Jaisin se retorció, sus manos ansiosas acariciando el aire, deseando tocar.


—Su Majestad… yo también quiero… quiero.


Latil, malicioso, le inmovilizó los brazos con sus rodillas y negó.


—No. El Sumo Sacerdote debe estar rezando.

—¡Su Majestad!

—Junta las manos.


Al ver cómo los ojos inocentes de Jaisin se llenaban de lágrimas, una dulce crueldad lo invadió.


—Jaisin… ¿y qué rezarás? ¿Eh?


Al montarlo, Jaisin sintió algo que ni el ejercicio más intenso le había dado: éxtasis puro, adictivo… aterrador. ¿Podría vivir igual después de esto? ¿Y si la Emperador se lo prohibía?

Instintivamente, intentó liberar sus brazos, pero las rodillas de Latil eran una prisión indulgente.


—Su Majestad es… increíblemente fuerte.


pensó, arqueándose.


—Su Majestad… esto es… demasiado bueno. Pero… suelte mis brazos.

—¿Así rezas?

—Le doy gracias… al dios que… unió a Su Majestad y a— ¡Ah!


Latil se embriagó de su sinceridad. Jaisin no fingía ni un gemido, esa entrega lo volvía aún más irresistible.


—¿Se puede rezar eso a un dios?

—Sí. Claro que sí.

—¿En serio?

—Sí. S-sí… ¿tal vez?


El último murmullo le valió una mordida juguetona y una carcajada de Latil.
















⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
















—Oh, maldición.


Había una reunión importante hoy. Latil miró el reloj con aire aturdido, frotándose la cara, hasta que recordó la razón por la que se había quedado dormido. Volvió la cabeza hacia un lado.

Jaisin. Aquel adorable montón de músculos que lo había abrazado toda la noche, cálido y reconfortante.

Aunque Latil había usado su brazo como almohada, Jaisin había dormido profundamente, probablemente gracias a su energía divina.

'Es como un enorme peluche de tigre'

Latil le acarició suavemente el rostro, le dio un beso en la frente y se apresuró a vestirse.

Al escuchar el sonido de la puerta cerrándose, Jaisin abrió los ojos de golpe. Miró el espacio vacío a su lado, todavía tibio, con una mezcla de añoranza y autorreproche.

'Debería haberme despertado y despedirla. O haberle pedido que se quedara un poco más. O…'

Un torrente de arrepentimiento lo inundó.

Había imaginado que la Emperador se quedaría más tiempo a su lado, que desayunarían juntos, o que al menos lo despertaría antes de irse. Pero no esperaba que se marchara así, sin más.

'Aunque… me dio un beso en la frente'

Con ese pensamiento, Jaisin recuperó algo de ánimo y se incorporó… solo para desplomarse de nuevo al ver su túnica sacerdotal arrugada y tirada en el suelo.
















⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
















Latil regresó apresuradamente a sus aposentos, se lavó rápidamente y vistió un atuendo más formal de lo habitual.

Ese día estaba programada una reunión diplomática con los países vecinos de Tarium. Haberse entregado al amor con Jaisin no estaba en su agenda prevista.

Originalmente, su plan consistía en cenar con Jaisin, retirarse temprano a descansar, despertarse antes del amanecer para repasar los temas de la reunión y asistir con tranquilidad.

Apenas logró prepararse a tiempo, omitió el desayuno y se dirigió directamente al salón de conferencias.

Sin embargo, aunque llegó cinco minutos antes de la hora acordada, todos los demás participantes ya estaban reunidos.

Bajo el peso de múltiples miradas simultáneas, Latil avanzó hacia el asiento principal con indiferencia y tomó asiento.


—Su Majestad de Tarium, justo a la hora exacta. Qué meticuloso es con la puntualidad.


comentó Ministro de Relaciones Puyes con un tono sutilmente cortante.

En lugar de molestarse, Latil sintió genuina admiración. "Vaya, qué audaz."

Desde su ascenso al trono, muchos habían usado excusas —su juventud, su corta formación como heredero, lo controvertido de su sucesión— para negarle el mismo respeto que a su predecesor.

Pero tras revelarse que era un Lord, esos comentarios habían disminuido drásticamente.

'Seguro murmuran peor a mis espaldas, pero al menos frente a mí guardan silencio'

Hacía mucho que nadie lo provocaba tan abiertamente.

Más intrigado que enfadado, Latil ignoró el comentario y miró al jefe de protocolo:


—Comencemos.
















⋅•⋅⋅•⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅∙∘☽༓☾∘∙•⋅⋅⋅•⋅⋅⊰⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅⋅•⋅
















'¿Debería haberle contestado desde la primera provocación?'

Treinta minutos después de iniciada la reunión, Latil se arrepintió levemente de no haber respondido ante el comentario sutilmente desagradable del Ministro de Relaciones Exteriores Puyes.

Había sido un roce molesto, pero como no era abiertamente hostil —y daba margen para evadirse—, Latil lo dejó pasar. ¿Acaso me subestimó por eso? Desde entonces, Ministro Puyes se opuso sistemáticamente a cada palabra de Latil.

La discusión había surgido cuando alguien propuso limpiar de monstruos las zonas cercanas, en lugar de esperar pasivamente a que atacaran.

Latil objetó:


—No todos los monstruos son hostiles. Algunos ignoran a los humanos, otros incluso son pacíficos. Ya es difícil lidiar con los agresivos; ¿para qué provocar a los neutrales? Aparte de Tarium, ¿Qué nación puede proteger a toda su población?


Era una verdad incómoda. Otros países tenían guerreros poderosos, pero solo protegían a sus facciones o intereses. Ninguno, ni siquiera Carissen, igualaba a Tarium en defensa nacional.

¿Y ahora quieren revolver el avispero? Para Latil, era una ambición absurda.

Entendía que otros pudieran disentir, pero Ministro Puyes lo hizo con un tono deliberadamente irritante:


—¿Cómo distinguimos a los pacíficos de los hostiles? ¿Y quién garantiza que no cambiarán después?

—Hay registros y experiencia.

—Hasta un perro adiestrado mata si se enfurece, Su Majestad. ¿Y usted confía en monstruos? Parece… sesgada a favor de ellos.


Cuando Latil lo fulminó con la mirada, el Ministro retrocedió y soltó una disculpa cargada de sarcasmo:


—¡Ah, claro! Su Majestad siempre tiene la razón. Al fin y al cabo, es la experta.


Los demás representantes de Tarium clavaron la vista en él, pero el Ministro no se inmutó. El problema eran sus colegas: de haber seguido su ejemplo, Puyes habría enfrentado sanciones internacionales. Pero cada palabra suya los hacía encogerse de vergüenza.

El conflicto estalló cuando, al mencionarse a los brujos, Latil intentó matizar su reputación. El Ministro no pudo contenerse:


—Dicen que tuvo un brujo en su harén, ¿no? Debe ser especial. Pero la mayoría solo trae desgracias. ¿Otra vez toma partido, Su Majestad?


Latil señaló la puerta sin responder.


—¿…Disculpe?


El Ministro parpadeó, confundido.


—Salga.

—¡¿Qué?!


El rostro del hombre se descompuso.


—¿Me expulsa en plena cumbre? ¡Es un insulto diplomático! Si le molestan mis palabras, rebátalas.

—¿Acaso lo he contratado como tutor?


Ante el gesto glacial de Latil, el Ministro se levantó de un salto, hizo una reverencia burlona y abandonó la sala.

Solo entonces, Latil retomó el tema:


—No defiendo a los brujos por mi pasado. He luchado contra muchos. Pero los magos blancos son igual de peligrosos… solo que están regulados. Ellos mismos se clasifican por riesgo. Los brujos carecen de eso, por eso causan caos sin control.

—!


Tras la reunión, Latil se desplomó sobre la mesa, exhausto. Su mayordomo le abanicó con documentos.


—¿Está bien, Su Majestad?

—Ocurrió lo que temía.


murmuró Latil, con los ojos semicerrados.


—Todo lo que digo lo atribuyen a mi condición de Lord o a mi relación con brujos.


Se lamentó de haber revelado su identidad. Ahora era imposible cambiar percepciones.

El mayordomo intentó consolarlo:


—Con el tiempo, entenderán su postura. Y Ministro Puyes… no le dé importancia.

—¿Es siempre así?

—No lo sé. Pero perdió a un familiar por un monstruo que lo mató… sin provocación. Solo lo vio y lo exterminó.

—!


Latil lo miró, consternado. La preocupación lo ahogó:


Habrá más como él. Gente herida por monstruos o magos, que jamás cederá.

—Su Majestad…

—Qué fastidio.


¿Podré convencerlos? Se le marcó el ceño. Una cosa era clara: a mayor número de ataques, más personas así habría. Y entonces, el mundo jamás cambiaría.
















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Esa misma noche.

Latil cenaba en soledad, sumido en sus pensamientos sobre aquel espinoso asunto, cuando, para su sorpresa, Gesta apareció en la puerta con una expresión profundamente consternada.

Latil observó el objeto que sostenía en sus manos.


—¿Qué ocurre?

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