HDH 882




Hombres del Harén 882

Una vida pacífica en el palacio (1)





—¿Qué quieres decir con que "no será necesario"?


Latil lo miró perplejo. ¿Acaso no necesitaban esperar a Girgol? ¿O que ya no debían discutir el plan?


[¡Me refiero al Gran Maestro, mi lord! Ahora ya no podrá hacer nada.]

—¿Qué clase de tontería es esa?

[Girgol dijo que seguiría al Gran Maestro para vigilarlo.]

—¿Qué? ¿Por qué haría eso Girgol?

[Dijo que estaba aburrido.]


Latil abrió la boca y miró a Sonnaught, buscando confirmación.

Este frunció el ceño, igual de sorprendido. Aunque Girgol nunca actuó como un Consorte convencional, Sonnaught estaba seguro de que le guardaba lealtad a Latil. ¿Por qué se iría así, de repente?


—Entonces… ¿está renunciando a ser Consorte?


El grifo abrió el pico entusiasmado, pero luego vaciló y lo cerró. Parecía querer exagerar la historia, como solía hacer, pero dudaba si era apropiado.


[No sé hasta ese punto, Lord. Pero no creo que regrese pronto.]

—¿Por qué?

[¡Eso ya no me lo dijo!]

—……...


Latil parpadeó, aturdida. Nunca había considerado la posibilidad de que Girgol se fuera, ahora no sabía qué pensar.

Cleris, ajena a la conversación de los adultos, estiró una mano hacia el grifo antes de apoyar la frente en el hombro de Sonnaught y quedarse dormida.

Sonnaught, acariciando su espalda, preguntó:


—Su Majestad, oí que usó el tema de la reencarnación para convencer a Fleura…

—¿Eh? Ah, sí…

—Dijo algo como que "el pasado es pasado" y que ahora era diferente. ¿Cree que Girgol se fue por algo que escuchó ahí?


Latil volvió a parpadear, confundido. ¿Era posible? Ahora que lo mencionaba, recordó que Ranamoon y Girgol estaban cerca cuando habló con Flera.


—¿Girgol estaba enojado?


El grifo se alisó las plumas y negó con la cabeza.


[No parecía estarlo, Lord.]


Latil evocó la sonrisa habitual de Girgol, hasta que un pensamiento lo hizo murmurar:


—El Gran Maestro es inmortal… Girgol también. Siphisa dijo que le advirtió al Gran Maestro que, si volvía a causar problemas, no lo defendería de Girgol si este lo atacaba. ¿Y si Girgol fue a vigilarlo para evitar eso?


Aunque Girgol no pudiera matar al Gran Maestro, perseguirlo sería suficiente para contenerlo.

La propia teoría lo inquietó. El Gran Maestro no puede morir. ¿Entonces… tampoco podré volver a ver a Girgol?

Sus pupilas temblaron. La idea de no verlo jamás lo golpeó con una intensidad inesperada.


—¿Los anillos? ¿Dónde están los anillos?

[¿De qué habla, mi lord?]

—… No importa.


Tasir, sentado ante el escritorio hojeando documentos, observó la reacción de la Emperador. Recordó cómo, mientras los Consortes se agrupaban alrededor de Latil, el Gran Maestro siempre permanecía aparte.

Y cómo, cuando los demás ponían caras de "¿qué diablos quiere este?", solo Girgol fruncía el ceño.

Tal vez, pensó Tasir, ahora que Girgol había recuperado parte de su cordura, había empezado a comprender la soledad infinita y el miedo del Gran Maestro.

Meradim, con su pésima memoria, siempre había tenido a su longeva familia cerca.

La Emperador, aunque repetía su destino cada 500 años, al menos renacía como alguien nuevo.

Pero Girgol y el Gran Maestro… seguían siendo ellos mismos, siglo tras siglo.

'Bueno. Solo ellos sabrán la verdad. Quizá sus razones sean complejas. Girgol siempre actuó por capricho cuando algo le interesaba'

Tasir se encogió de hombros y pasó otra página.

Al fin y al cabo, el enemigo más peligroso no volvería a aparecer, un rival menos nunca venía mal.
















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Dos días después, era el cumpleaños de Gesta.

Latil, emocionado por entregarle su regalo, tomó la cajita del anillo que había preparado con anticipación y fue a buscarlo durante el desayuno.


—¿Dónde está Gesta?

—¡Está dentro, Su Majestad! ¡Se pondrá feliz de verlo!


Tree abrió la puerta de par en par, hablando con entusiasmo.

Latil, asumiendo que sería bien recibido, entró sin dudar.

Gesta estaba de pie en el centro de la habitación y, con una actitud tímida, le hizo un saludo formal. Pero eso fue todo. No dijo nada más. Solo saludó y se quedó quieto.

Ante su comportamiento inusual, Tree, nerviosa, intervino:


—Su Majestad, ¿ya desayunó? ¿Debería traer algo? Nuestro joven señor aún no ha comido. ¡Sería lindo que lo acompañaran…!

—¿Por qué no?


Al ver que Latil no se molestó, Tree salió corriendo a prepararlo.

Solo entonces Latil se acercó a Gesta… y notó algo extraño en su expresión.

Aunque fingía timidez, sus ojos estaban fríos. No era la mirada de Gesta.


—¿Conde Lancaster?


Latil, confundida, preguntó. Conde Lancaster farfulló un ‘Eh…’ y se dejó caer en el sofá.

Latil frunció el ceño y se sentó frente a él.


—¿Por qué saliste tan pronto? Normalmente peleas antes de ceder el control.


La comisura de los labios de Conde Lancaster se torció en una media sonrisa.


—Gesta tenía miedo y me pidió que hablara por él.

—¿Miedo? ¿De qué?

—Cuando el Lord viene en silencio, solo hay una razón: viene a dar órdenes.

—……

—¿Qué más quieres exigirle esta vez?


Latil se sintió genuinamente herido. ¿Acaso solo lo busco para darle tareas?

‘¿O sí? Tal vez lo he hecho a menudo…’

Pero no siempre. ¿Merecía este trato?


—¿Qué orden podría querer darle justo ahora a Gesta?

—Eso ni yo lo sé


Latil lo miró fijamente. Las palabras ásperas que quería decirle subieron hasta su garganta.

Pero entonces recordó cómo Girgol se había ido sin despedirse… y cómo Gesta había estado visiblemente triste en sus últimas visitas. Le costó protestar.


—Está bien.


Al final, en lugar de enojarse, sacó del bolsillo de su capa el estuche del anillo y lo extendió hacia él.


—Toma.

—¿Qué es?

—Un regalo de cumpleaños para Gesta.

—!

—Dile que feliz cumpleaños.


Latil se dio la vuelta después de decirlo. Esperó, casi con esperanza, que Gesta o Conde Lanster la detuvieran… pero nadie lo hizo.

Con el rostro nublado, Latil caminó por el pasillo haciendo una promesa silenciosa:

‘A partir de ahora, debo preocuparme más por mis cortesanos. Si sigo así, todos se irán… como Girgol'
















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—¿Eh? ¿Dónde está Su Majestad?


Tree, que había regresado empujando un carrito repleto de comida, puso cara de desconsuelo al ver que el emperador ya no estaba y Gesta se había quedado solo.


—Joven Maestro, ¿otra pelea con Su Majestad?

—No… No es eso…


Gesta negó con la cabeza y levantó la cajita del anillo que Latil había dejado.


—Me dio esto como regalo de cumpleaños antes de irse…

—¡Como no dijo nada, pensé que lo había olvidado! ¡Pero lo recordó después de todo.


El rostro de Tree se iluminó de alegría.

Los últimos días habían sido caóticos: Princesa Claris sufrió graves heridas, ayer, diez miembros del escuadrón anti-monstruos desaparecido regresaron. Según los mercenarios, encontraron al capitán y al vicecapitán en un estado sospechosamente saludable, quienes se quedaron con Jaisin y los magos blancos para rescatar a los cinco primeros desaparecidos.

Entre el ajetreo y su última gran pelea con el emperador, Tree y Gestah asumieron que Ratil había olvidado su cumpleaño.

¡Pero vino en persona a entregarle un regalo!

Tree, emocionada, preguntó:


—¿Es un anillo?

—Eso parece…...


Gesta murmuró tímidamente mientras abría la caja.


—¿?


Estaba vacía.


—¿¿??


Desconcertado, la sacudió un par de veces. Ningún anillo oculto saltó mágicamente.

Gesta se quedó mirando el vacío un largo rato antes de preguntarle a Tree:


—¿El regalo… es la caja?


"Imposible", pensó Tree, pero el nudo en su garganta le impidió decirlo en voz alta.

Gesta contempló la caja vacía con mirada perdida… hasta que se desplomó boca abajo sobre el sofá. Tree hizo una mueca de angustia.


—Joven señor, no llore…....


Pero Gesta no estaba llorando. Bajo el sofá, sus ojos brillaban con un torbellino de emociones turbulentas.
















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'¿Eh?'

Tras terminar sus tareas y asearse, Latil rodó por la cama hasta que algo llamó su atención. Lo tomó entre sus dedos.

'¿Por qué está esto aquí?'

Era el anillo que había encargado especialmente para Gesta, atrapado entre los encajes de la manta.

Latil abrió la boca, confundido, y luego se quedó pensativo.

'¿Se cayó cuando metí la mano bajo las sábanas hace unos días?'

Entonces… ¿eso significaba que el estuche estaba vacío?


—Su Majestad. Sir Gesta ha llegado.

—¡Que pase!


Antes de terminar de gritar «¡Adelante!», el anillo salió disparado de su mano agitada. Latil, aturdido, casi hizo malabares para atraparlo.

Pero el anillo trazó un arco en el aire, cayó al suelo junto a la cama y rodó con fuerza, deteniéndose solo al chocar contra el zapato de Gesta, que acababa de entrar. Quedó allí, como si besara el cuero.


—…….


Gesta alzó una ceja, miró el anillo, lo recogó y luego lanzó una mirada oblicua a Latil.

Este, tras un segundo de parálisis, abrió los brazos con una sonrisa forzada.


—¡Magia!


Pero la ceja de Gesta no bajaba. Al ver su expresión, Latil entendió: había venido por el estuche vacío.

Bajó los brazos, avergonzado, murmuró:


—No sabía que faltaba el anillo. Lo descubrí hace un momento y también me sorprendió.

—¿No lo sacó adrede?

—Si no quisiera dártelo, simplemente no lo haría. ¿Crees que soy tan mezquino? ¡No soy esa clase de persona!


¿Tan poco confiable era? Los ojos de Gesta se entornaron.

Es la verdad, pensó Latil, hundiendo los hombros con impotencia.

Gesta, con mirada aún más escéptica, preguntó:


—¿Y por qué estaba fuera del estuche?

—Ah, es que lo metí bajo las sábanas y al golpear…


Cállate, estúpido, se maldijo Latil, encogiéndose aún más.

Conde Lancaster era un canalla, Gesta era bueno… pero ambos tenían algo en común: un carácter igual de estrecho.

Gesta parecía magnánimo a primera vista, pero nunca había detenido al conde cuando este se enfurecía. Su «generosidad» tenía límites.

Latil, seguro de que Gesta estallaría, lo miró con resignación.

De hecho, Gesta mascullaba algo que sonaba a insulto. Era difícil saberlo, pues hablaba en una lengua antigua.

Pero, vamos, insultarme así de rápido… ¿Acaso se ha vuelto el conde?, pensó Latil, cuando de pronto Gesta se acercó, le levantó la barbilla con suavidad y unió sus labios a los suyos.

Al sentir esa ternura y calor, Latil abrió los ojos como platos y se encontró con la mirada de Gesta.

Sus pupilas, cargadas de intensidad, parecían más propias del conde que de él. Incluso al besarlo, no cerraba los ojos, como si quisiera memorizar cada reacción de Latil.

Sin darse cuenta, Latil extendió los brazos y lo atrajo hacia sí. Cuando reaccionó, ya estaba tumbado sobre la cama, jadeando.

Entonces, Conde Lancaster —¿cuándo lo había tomado?— le tendió el anillo que Latil había preparado y susurró:


—Pónmelo.


Al tomarlo, el conde mordió suavemente su muñeca y gruñó:


—Latrasil. ¿Sabes qué hice durante doce horas como un loco antes de venir aquí? Abrazar un estuche vacío.

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