Hombres del Harén 881
Adiós
Pronto, una sonrisa torcida surgió en los labios del Gran Maestro. Era una risa imperturbable, como si ni siquiera sintiera dolor.
En ese estado, sin siquiera desenvainar su espada, extendió los brazos y le preguntó a Latil:
—¿Ves esto? Por más que lo intentes, no moriré.
¿Qué tontería es esa? Latil frunció el ceño. ¿Acaso alguien ignoraba que ese tipo era inmortal? Sin decir nada, siguió abrazando a Fleura con fuerza.
No sabía por qué Fleura había atacado al Gran Maestro, pero tenía que impedir que ese bastardo siguiera envenenando su mente con más mentiras.
—Ni siquiera puedo reencarnar.
musitó el Gran Maestro, clavando la mirada en Latil.
Pero como Latil no respondió, bajó los brazos y su sonrisa se desvaneció.
—¿No vas a enfadarte?
Latil no podía hablar por culpa de Fleura. Si la niña no hubiera estado allí, habría soltado una sarta de insultos sin parar, empezando y terminando con ellos.
Sin embargo, su silencio obligado pareció irritar aún más al Gran Maestro. Su expresión se distorsionó progresivamente.
—Al fin y al cabo, los tres somos familia.
murmuró el Gran Maestro.
Latil no entendía de qué hablaba. ¿Desde cuándo hemos vivido juntos como 'familia'?
Dudó. Si le tapaba los oídos a Fleura y soltaba un insulto, ¿lo oiría? Pero, al no estar seguro, mantuvo el silencio.
Mientras Latil permanecía quieto, los cortesanos también guardaban silencio, alertas. Si el Gran Maestro atacaba, estaban listos para contraatacar, pero nadie se movió.
—Arital.
El Gran Maestro entrecerró los ojos y murmuró. Parecía desconcertado por la falta de respuesta.
Siphisa, incapaz de aguantar más, intentó decir algo, pero Girgol lo agarró del brazo y lo detuvo.
Siphisa forcejeó, pero cuando Girgol le lanzó una mirada fulminante, cerró la boca a regañadientes. Recordó que, si el Gran Maestro volvía a molestar a su madre, no intercedería por él.
Claro que, en ese entonces, nunca imaginó que el Gran Maestro llegaría a lastimar a sus hermanos y a su madre de verdad.
—…….
Era una escena surrealista. Nadie hablaba; todos miraban a una sola persona, cuyo cuerpo estaba plagado de heridas de armas blancas.
No había gritos de furia, ni nadie desenvainando sus armas. En ese silencio sepulcral, el Gran Maestro estaba completamente solo.
No se supo cuánto tiempo pasó así.
Finalmente, el Gran Maestro, con los ojos vacilantes, giró sobre sus talones.
No hay manera que ese tipo se vaya así. ¿Acaso no va a soltar otro monstruo en el palacio? Latil estuvo a punto de romper el silencio y gritarle: ¡Oye! ¿A dónde crees que vas?
Pero, al cruzarse accidentalmente con la mirada de Tasir, este le hizo una señal para que se quedara quieto. Latil abrió la boca, pero se detuvo.
¿Por qué?, preguntó con la mirada. Tasir solo negó levemente con la cabeza. Confundida, Latil obedeció, el Gran Maestro abrió la puerta y salió como si nada.
Pasaron unos 10 segundos tras el sonido de la puerta cerrándose antes de que Tasir suspirara —Uf— y se acercara.
Al ver a Tasir acercarse, Fleura se estremeció de miedo. Pero Latil siguió acunándolo y le palmeó la espalda, calmándolo.
—¿Por qué me dijiste que no hablara?
Tasir miró hacia atrás y respondió en un susurro más bajo de lo habitual:
—Porque creo que quiere lo contrario.
—¿Lo contrario?
—El Gran Maestro. Parecía querer que Su Majestad se enfadara con él.
—¿Qué dices? ¿El Gran Maestro es un masoquista o qué?
—No, tampoco es que yo lo pensara desde el principio.
Tasir cruzó los brazos, recordando los cambios en la expresión del Gran Maestro.
Sin importar lo que Latil o los Lords dijeran, sin importar si sus planes se arruinaban, ganara o perdiera, el Gran Maestro siempre mantenía esa actitud burbujeante.
Incluso hoy, cuando Fleura —contrario a sus expectativas— lo atacó a él en lugar de a Latil, solo pareció sorprenderse brevemente, sin decepción.
Pero cuando Latil, ocupado con Fleura, no le dirigió la palabra, y los cortesanos guardaron silencio para seguir su ejemplo, por primera vez, una sombra de disgusto cruzó el rostro del Gran Maestro.
Cuanto más se prolongaba el silencio de Latil, más se evaporaba el ánimo exaltado del Gran Maestro.
—¿Qué importa ese tipo?
Entonces, Ranamoon, incapaz de contenerse más, se acercó a Fleura y se arrodilló para estar a su altura.
—Fleura. Mira a papá.
Latil soltó al niño, que había estado protegiendo con firmeza, Fleura miró a Ranamoon con cautela, como si estuviera viendo un fantasma aterrador.
En su mirada temerosa —¿se enfadará conmigo?— asomaba un destello del Fleura de antes.
—Fleura. ¿No vas a mirar a papá nunca más?
La fría pregunta de Ranamoon hizo que Fleura sacudiera la cabeza y empezara a humedecerse los ojos.
Cuando Latil lo soltó, Fleura extendió los brazos hacia Ranamoon, quien lo levantó de un tiró.
Al ser alzado, Fleura rompió a llorar desconsoladamente, liberando las lágrimas que había estado conteniendo.
—¿Qué pasa? ¿Recuperó sus recuerdos y sigue lloriqueando como una .......
Klein, que murmuraba esto, recibió un codazo de Jaisin y protestó:
—¡Ay! ¿Por qué?
Jaisin le hizo una señal para que callara y negó con la cabeza.
Latil tomó el frasco que Fleura llevaba consigo, lo agitó y le preguntó a Siphisa:
—Siphisa. ¿Este frasco siempre tuvo esta cantidad?
Siphisa lo examinó y negó.
—No puedo asegurarlo por el cambio de forma, pero el que el Gran Maestro me dio antes estaba lleno hasta el borde.
Así que Fleura se tomó la mitad. Latil y los consortes lo pensaron al mismo tiempo, pero nadie lo dijo en voz alta.
Latil creía que Fleura podía recordar todo sobre Anyadomis, pero, al darse cuenta de que no era así, sintió un alivio involuntario. Casi emite un suspiro, pero se tapó la boca, temiendo que la niña lo oyera.
Por suerte, Fleura, con la cara enterrada en el hombro de Ranamoon, no pareció notarlo.
En cambio, Ranamoon captó el cambio en la expresión de Latil y sonrió levemente, negando.
Latil devolvió el gesto con incomodidad, hasta que notó algo distinto y abrió los ojos desmesuradamente.
—¿Siphisa?
—¿Sí?
Al ser llamado, Siphisa dejó el frasco que estaba revisando.
—¿Qué ocurre?
Latil señaló con la mirada el lugar donde él había estado antes.
—¿Dónde está Girgol?
Aunque había estado demasiado ocupado conteniendo su furia mientras abrazaba a Fleura y vigilaba al Gran Maestro, recordaba vagamente a los dos Girgol juntos junto a la puerta.
Pero ahora Siphisa estaba aquí, y Girgol había desaparecido. Gesta estaría con Cleris. Ranamoon, Jaisin, Tasir, Meradim y Klein seguían presentes. Solo faltaba Girgol.
—¿Eh? Estaba conmigo todo el tiempo......
Siphisa también miró alrededor, como si no se hubiera dado cuenta hasta que Latil lo mencionó.
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Gesta observó a la niña que se recuperaba lentamente por sí mismo cuando, de pronto, notó que Girgol salía sigilosamente de la habitación.
¿A dónde irá? Le pareció extraño, pero no tenía intención de seguirlo. En cambio, hizo un gesto con la cabeza al grifo que espiaba tras la ventana para que fuera tras él.
El grifo entendió al instante y emprendió el vuelo, siguiendo a Girgol con pasos menudos.
Como Girgol caminaba sin prisa, no le costó mantenerse a su altura.
El primer lugar que visitó fue el invernadero. El grifo intentó entrar tras él, pero Girgol murmuró al cruzar la puerta:
—Prohibida la entrada a aves.
El grifo se detuvo en seco, escupió un par de insultos frente al invernadero y se resignó a esperar.
Casi 40 minutos después, la puerta se abrió. Pero el Girgol que emergió ya no era el mismo: llevaba el arco que solía colgarse a la espalda antes de convertirse en Consorte.
En una mano sostenía un pequeño bolso, su atuendo era el antiguo uniforme blanco que vestía con frecuencia en el pasado.
[¿Adónde vas, che?]
preguntó el grifo, levantándose de un salto después de estar posado pacientemente.
—Ah.
respondió Girgol con una sonrisa, pasando por encima del grifo. Este, instintivamente, encogió el cuello temiendo ser pisoteado, pero aquellas largas piernas simplemente lo rebasaron. Rápidamente, el grifo alzó el vuelo y se acomodó en su hombro.
[¿Adónde vas?]
—Donde el Gran Maestro.
[¿A pelear?]
—A ver qué hace mientras lo sigo.
[¿Y luego a pelear?]
El grifo no entendía nada y siguió preguntando. Después de todo, la relación entre Girgol y el Gran Maestro nunca había sido buena. Si Girgol lo buscaba, solo podía ser para una cosa: luchar.
—Eso lo decidiré después.
murmuró Girgol, juguetón, mientras apretaba el pico del grifo como si fuera un botón.
Luego, susurró algo al oído de la criatura:
—Asegúrate de decírselo bien a la Jovencita. ¿Entendido?
Antes de que el grifo pudiera reaccionar, Girgol le dio un golpecito en el pico, obligándolo a alzar el vuelo.
Entonces, como si su paseo tranquilo hubiera sido una farsa, Girgol desapareció en un instante.
El grifo revoloteó en el mismo lugar, confundido, antes de elevarse para mirar hacia abajo.
Girgol ya había salido del palacio y caminaba con lentitud por la avenida. El grifo miró alternativamente entre el palacio y la figura distante, hasta que, finalmente, decidió seguirlo.
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Cleris despertó varios días después.
La niña que había preocupado a todos abrió los ojos como si nada hubiera pasado, perfectamente sana.
—Cleris, ¿te duele algo?
preguntó Latil, inquieto.
Pero Cleris solo sonrió radiante, como si ni siquiera supiera lo ocurrido.
—¡Su Majestad! ¿Cuándo llegó?
Aliviada, Latil la alzó en brazos. Al menos no había que temer que, como Siphisa, hubiera crecido de repente.
Sonnaught, que había llegado el día antes de que Cleris despertara, corrió hacia ellos en cuanto la niña abrió los ojos, tras pasar varias noches sin dormir.
Antes incluso de que Cleris pudiera gritar "¡Papá!", abrazó a Latil junto con la niña, como si no pudiera separarlos.
—¿Me abrazas a mí también?
bromeó Latil, sonriendo.
Pero Sonnaught no estaba de humor para bromas. Cuando le contaron lo sucedido en su ausencia (había ido a los dominios de Melosi), sintió que el corazón se le detenía.
Hasta Kallain, al relatarle los hechos, llegó a decir:
—Fue mejor que no estuvieras.
Sonnaught estuvo de acuerdo. Si hubiera estado presente cuando Cleris resultó herida, si Fleura hubiera sido sospechosa, no habría podido mantener la calma como los demás.
No dejaba de tocar el brazo de Latil, hasta que Cleris, agobiada, se retorció en sus brazos y por fin los soltó.
Latil le pasó la niña a Sonnaught, quien la revisó con mirada grave: cuello, rostro, pequeñas manos, brazos... buscando cualquier señal de heridas. Luego, dijo con firmeza:
—Su Majestad, que el Gran Maestro se haya retirado no significa el fin. Cada vez que surge una amenaza contra usted, él aparece para alimentarla. Esta vez, nosotros debemos ir por él.
Latil frunció el ceño.
—El problema es que no es fácil. No sabemos dónde está. Aunque ya habíamos planeado discutirlo......
Ahora que el último chantaje del Gran Maestro —los recuerdos de Fleura— se había esfumado, no quedaba claro qué otra arma podría usar. Pero, considerando sus ataques impredecibles, era difícil confiar en que se daría por vencido, como decía Sonnaught.
—Aunque, para discutirlo en grupo, faltan algunos.
—¿Quiénes?
—Jaisin fue con los magos blancos a investigar los túneles de los monstruos. Buscan a un escuadrón desaparecido. Girgol y el grifo no están.
La expresión de Latil se tensó. Girgol había desaparecido días atrás, después de estar con Siphisa, no había regresado.
El grifo, enviado por Gesta para seguirlo, tampoco había vuelto.
Al ver la preocupación en el rostro de Latil, Sonnaught le acarició suavemente la mejilla.
—Girgol siempre fue de desaparecer y reaparecer sin aviso. Nunca se involucró mucho en nuestros asuntos.
—Es cierto, pero......
—Podemos asumir que los tres se unirán más tarde. Mientras tanto, ¿por qué no discutimos qué hacer con el Gran Maestro?
Latil estaba considerando la propuesta cuando...
¡Tok, tok, tok!
Un pico firme golpeó la ventana.
—¡Grifo!
Latil abrió la ventana, el grifo entró volando, posándose sobre la cabeza de Sonnaught y anunciando a gritos:
[¡Lord, no será necesario!]
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