BATALLA DE DIVORCIO 37
Las manos ya no podían moverse, atadas tras la espalda.
Y aquello… lo más amenazador también estaba cubierto. Ahora no habría problema. Los preparativos eran impecables."
—Es mi primera vez, así que no seré muy buena. Solo lo haré esta vez, ¿entendido? Juzga mi sinceridad y, después, promete creerme. ¿Claro?
—Depende de cómo lo hagas.
—…....
Este cabrón seguía poniendo peros incluso cuando le ofrecían un trato. Los ojos de Daisy se entornaron.
—Quiero comprobar si de verdad te gustan los hombres.
Daisy tragó los insultos que le hervían en la garganta y forzó una calma que no sentía.
No tenía opción. En serio… ninguna.
No podía permitir que este lunático malinterpretara las cosas y arrastrara a Mary Gold al lío.
Mientras repetía mentalmente sus excusas, Daisy miró los labios de Maxim: gruesos, sensuales… pero que soltaban tantas porquerías que solo de imaginar besarlos le recorrió un escalofrío.
'Bueno… dijeron que asociarlo con algo que me gusta reduciría el asco'
Suspiro leve. Tomó crema del pastel y untó los labios de Maxim antes de rodear su cuello con los brazos. El dulce aroma la envolvió, haciéndole la boca agua.
Había fanfarroneado, pero ahora, con él atado y erecto, la vergüenza le quemaba las mejillas.
'No es difícil. Untaré la crema con mis labios y lengua, luego la chuparé. Así'
Era su primer beso activo, pero Maxim ya lo había hecho antes. Podía copiarlo.
Para Daisy, el beso fue… tolerable. Al menos hasta que él bajó de repente hacia su pecho.
'Ya lo hice en la boda y antes. No es que se gasten. ¿Qué más da?'
Otros chuparían vergas de viejos repugnantes por información.
Un beso para sobrevivir… no era gran cosa.
Mary Gold, inocente, sufriría por su culpa. Eso no podía permitirlo.
Hasta Dios decía: "Vence el odio con amor, no violencia".
Daisy repasó mil justificaciones para ahuyentar la culpa.
'Y, sinceramente… ¿no me gustó?'
Cerró los ojos y aplastó sus labios contra los de Maxim. Deslizó suavemente la lengua, esparciendo la crema. Un sonido húmedo resonó al contacto.
La crema se derritió como nieve en piel, mezclándose con la saliva. Daisy la saboreó, chupó el labio inferior de Maxim y se la pasó.
Él la recibió como si fuera néctar.
Mmm.
Un gemido escapó de Maxim. Corto, pero cargado de un calor que electrizó el aire. Daisy sintió bajo la sábana cómo sus muslos se tensaban, cómo algo palpitaba contra su entrepierna.
'Al menos no puede tocar… está atado'
Le alivió pensar en ello.
'Debería haberlo amarrado antes. A los perros peligrosos, con correa'
O una mordaza. O esposas. La idea la hizo sonreír.
Maxim, aunque inmovilizado, chupó sus labios con hambre. El calor entre sus piernas crecía. La sábana se empapaba cada vez que él frotaba su erección contra ella.
Chasquidos húmedos. Gemidos. El tejido resbalaba peligrosamente.
'No… así llegará demasiado lejos'
Daisy abrazó su cuello con fuerza, sintiendo el precipicio. Aquello estaba a punto de traspasar la sábana.
La crema había desaparecido. Sus labios ardían. Sin aire, empujó la clavícula de Maxim.
Jadeos. Almas calientes chocando. Él la miró con ojos borrachos de deseo; ella apartó la vista, avergonzada.
—¿S-suficiente?
Maxim solo rió.
—¿De qué te ríes?
—Fanfarrona, pero besas como una colegiala.
¡Descarado! Su rostro ardía.
—Eres un desastre, pero tu cara de esfuerzo… excita.
Su polla palpitó entre sus piernas. Un poco más y la sábana cedería.
—¡Ya basta! Hice mi parte. Créeme y duérmete.
Daisy le dio unas palmaditas condescendientes y se apartó. Luego ajustó la sábana sobre su erección rebelde.
Oyó su risa burlona, pero ignoró y cerró los ojos.
—¿Dormir?
—…
—¿Me oyes, Daisy von Waldeck?
—…
—¡Ey! ¿Estás dormida?
De "cariño" a nombre completo… y ahora "Ey". Patético.
—Sí, duermo. Cállate.
Si él usaba lenguaje vulgar, ella también.
—Qué tierna. ¿Crees que puedo perdonar que ates a tu marido y lo ignores?
Infantil. Ni digno de respuesta.
—Daisy.
—…....
Se escuchó un suspiro profundo.
—Su Majestad la Reina.
—Estoy escuchando, así que sea breve, Lord Waldek.
Daisy respondió con condescendencia, como haciendo un favor, al escuchar el título correcto.
—¿De verdad va a dejarme atado así?
—Sí. Max dijo claramente que podías estar atado, ¿no? Si te portas bien, te soltaré por la mañana.
—Daisy. Suéltame ahora. Hasta los juegos tienen su límite para ser divertidos.
—Dicen que a los perros en celo hay que atarlos. Si no, se escapan y montan lo primero que encuentran.
—¿Qué?
'¿Qué? ¡Como si no lo supieras, maldito bastardo!'
Daisy contuvo las palabras groseras que quería soltar.
—Lamento haber dado un beso tan patético, pero por algún motivo, aun así, te excitaste demasiado. Tu respiración se aceleró, y ahí abajo se puso tan grande que… no pude evitarlo.
Añadió con fingida inocencia:
—Y estoy decepcionada. ¿Sabes cuántas veces hoy has dudado de mí? Toma esto como castigo por desconfiar de tu esposa. Reflexiona toda la noche.
—Ah…....
Maxim soltó un bufido exasperado, pero Daisy, dándole la espalda, se dispuso a dormir.
Qué satisfacción. No podía evitar que se le escapara una sonrisa. Sabía que era una venganza infantil, pero le alegraba el corazón.
—Vas a arrepentirte.
Tonterías. ¿Qué podría hacer él con las manos atadas?
—Te lo advertí. Te arrepentirás.
Justo cuando Daisy ignoró sus palabras y cerró los ojos, de repente su cuerpo fue volteado con fuerza. Algo pesado la aplastó, dejándola sin aliento.
—¡Ah…!
Su respiración se entrecortó. Maxim, encima de ella como una bestia hambrienta, le devoró los labios sin piedad.
La sensación de ser desgarrada viva hizo que Daisy forcejeara con todas sus fuerzas, pero bajo el dominio abrumador del hombre, no pudo moverse.
—Ja… Te dije que te arrepentirías, cariño. Te di una oportunidad antes de que lo hicieras. ¿En serio creíste que no podría soltar esta pequeña atadura?
—¡Hik…! ¿Q-Qué…? ¿Qué estás…?
Esta vez, fueron las muñecas de Daisy las que quedaron atadas a la cabecera de la cama.
—Ahora te estarás preguntando qué más voy a hacer. ¿Verdad, mi amor?
Canturreaba, absurdamente alegre, mientras terminaba el nudo con un lazo, como si fuera algo adorable.
¡Qué psicópata! ¿Un lazo mientras me ata a la fuerza?
—Mira. Un moño. ¿Bonito, no? Te queda perfecto, mi encantadora Daisy.
—Mmm…
—No puedes dormir todavía. Falta lo más importante.
Mientras ella jadeaba sin control bajo él, una mano grande se deslizó entre sus piernas.
Cuando sus dedos expertos recorrieron el surco de su sexo, un escalofrío le recorrió la espalda al escuchar el sonido húmedo y obsceno.
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