BATDIV 26








BATALLA DE DIVORCIO 26



Click.



Solo cuando la puerta se cerró por completo, él aflojó los brazos con los que sostenía a Daisy.


—¿Qué está haciendo?

—Vengándome de los chismes.

—¿Venganza?

—¿Acaso existe un idiota que se quede de brazos cruzados mientras hablan mal de su esposa?


Qué descarado. Al ver a Maxim responder con total naturalidad, con una ceja arqueada, Daisy sintió cómo la rabia le subía de golpe.


—Pero, ¿por qué conmigo…?

—Porque no me dejaste disparar, no tenía otra opción.


Encogiéndose de hombros como si realmente no tuviera alternativa, continuó:


—De todas formas, mi solución solo podía ser una de dos: o les volaba la cabeza de un tiro, o hacía que todos vieran lo apasionados que somos para que el chisme ni siquiera tuviera sentido. Como no podía elegir la primera opción, fui por la segunda.

—…….

—Ah, por supuesto, yo también prefiero la segunda. Así que gracias, Daisy.


Desde el principio, su plan era este. Ahora todo tenía sentido. No podía deshacerse de la sensación de haber caído en su trampa.

Maldito imbécil. Le dieron ganas de darle un buen puñetazo. Daisy apretó el puño con fuerza, temblando de ira. Pero mirarlo más solo la frustraría aún más.

Sin perder tiempo, salió de su abrazo y se dirigió hacia el otro lado de la cortina. Pero cuando se vio reflejada en el espejo, se sobresaltó y se abrazó a sí misma. Parecía como si la hubiera atacado un animal salvaje.

En ese momento, vio a Maxim acercarse con pasos firmes desde atrás.


—Todavía no hemos terminado, ¿a dónde crees que vas?

—¿Q-qué más queda por hacer?

—En un probador, ¿qué más se puede hacer aparte de quitarse la ropa?


Para evitarlo, Daisy giró rápidamente y se pegó al espejo, dándole la espalda.


—¿Por qué está haciendo esto?

—Esa es mi pregunta. ¿Para qué viniste aquí, Daisy?

—A comprar ropa.

—Entonces, primero tienes que quitártela para probártela. Y solo después de probártela decidirás si la compras o no. ¿No es así?


Con un tono suave, casi como si estuviera calmando a una niña, Maxim le indicó que se desvistiera.


—Así que, vamos, quítate la ropa y ponte la bata.


No había ninguna mentira en sus palabras. Todo tenía sentido. Pero aún así, la idea de que él fuera quien la desvistiera le desagradaba profundamente.

Daisy lo miró con una expresión llena de desconfianza. Maxim, en respuesta, se inclinó levemente hasta que sus miradas quedaron al mismo nivel.


—¿Sabes algo?

—¿Saber qué?

—Cuando los humanos tienen un asunto sin resolver… siguen pensando en ello, una y otra vez, hasta que no pueden dejarlo pasar. Y al final, terminan obsesionándose y enloqueciendo.


¿Por qué de repente estaba diciendo algo así?


—¿No te has dado cuenta de que al hacer esto solo me estás provocando más?

—¿Qué dices…?

—Me sigues dejando tareas pendientes.


Cada vez que Maxim hablaba, su aliento cálido rozaba la mejilla de Daisy.

Sus afilados ojos gris azulados recorrieron los de ella, luego bajaron hasta sus pestañas, su pequeña nariz y finalmente se detuvieron en sus labios carnosos. Esta mirada… es peligrosa. Daisy tragó saliva con nerviosismo.


—A veces, lo que más excita no es ver a alguien completamente desnudo… sino dejar algo a medio quitar.

—…….

—Y para colmo, nos quedan 30 minutos. No soy precisamente alguien con mucha paciencia.


Mientras hablaban, la mirada de Maxim, que había descendido sin que ninguno de los dos lo notara, se detuvo en la curva de sus delicados hombros y luego en el escote apenas visible.


—Vaya, vaya…


Al darse cuenta de hacia dónde se dirigía su mirada, Daisy se estremeció y se cubrió instintivamente el pecho con las manos.


—Está bien, me lo quitaré yo sola… pero, ¿puede darse la vuelta por un momento?

—Bueno, inténtalo.


Para su sorpresa, él obedeció sin objeciones y se giró.

Daisy luchó por desabrochar los botones de la espalda, esforzándose por quitárselo sola. Pero después de un rato, tuvo que aceptar la realidad.

Por más que lo intentara, era imposible desvestirse sin ayuda.


—¿Y bien? ¿Después de intentarlo sola, ya estás más dispuesta a aceptar ayuda?


Maxim le lanzó la pregunta con una voz burlona, como si hubiera previsto exactamente lo que ocurriría.

Tenía que haber elegido justo este tipo de vestido…

Tener que pedir ayuda solo por unos cuantos botones le hirió el orgullo y le dejó un sabor amargo en la boca.


—…Ayúdame.

—¿Sí? Con mucho gusto.

—P-pero… hazlo sin mirar demasiado, por favor.


A pesar de su exigencia un tanto insolente, Maxim simplemente sonrió.

La giró suavemente hacia el espejo y, en lugar de desabrochar los botones, rasgó la tela sin contemplaciones.

Le había pedido que la ayudara a quitarse el vestido, ¡pero este idiota lo había roto por completo!


—¿Qué demonios…?

—Lo siento, pero tenía que ser algo lo suficientemente dramático como para que quedara claro que la situación era urgente.

—¡Aun así, era un desperdicio!

—Te preocupas por cada tontería, Daisy.


Por muy barato y corriente que fuera el vestido, eso no significaba que tuviera que destrozarlo así. Daisy protestó con el ceño fruncido, pero Maxim, con una sonrisa burlona, la cubrió con una bata mientras le susurraba:


—Te compraré algo más bonito a cambio.


Maxim intentó calmar a Daisy con dulzura.

No importaba si ese hombre, que normalmente tenía el temperamento de un tigre, intentaba animarla con su torpe ternura. Lo único que le preocupaba a Daisy en ese momento era su apariencia.

Todavía tenía la espalda descubierta por la tela rasgada, apenas cubierta por la bata, y no había terminado de quitarse el resto de la ropa.


—Perdón, Max. ¿Podrías cerrar los ojos un momento para que pueda ponerme bien la bata?

—Mi mujer sí que pide cosas, ¿eh?


Aun así, Maxim cerró los ojos con fuerza. Daisy, todavía algo incómoda, se apresuró a quitarse el vestido roto y se envolvió la bata ajustándola con firmeza.


—Ya está.


En cuanto abrió los ojos y la vio en ese estado tan desordenado, Maxim esbozó una sonrisa.


—¿Qué pasa?

—Eres un desastre. Ven acá.

—N-no me la quites…


Cuando sintió que él agarraba el borde de la bata, Daisy se asustó y retrocedió.


—No saques conclusiones apresuradas. No voy a quitártela, solo voy a arreglártela.


Con movimientos tranquilos, Maxim acomodó la bata y ató bien el lazo que había quedado torcido.


—…….

—Bueno, aunque si quieres que te la quite, también puedo hacerlo.

—¡No, no hace falta!


Así que no tenía intenciones de desvestirla después de todo… Daisy sintió que se había precipitado y su rostro se tiñó de rojo.


—¿Y ahora qué hacemos? Todavía nos quedan 25 minutos.

—No sé…

—¿Quieres que lo decida yo?


Daisy sintió que sería peligroso dejarle el control, así que rápidamente tomó la iniciativa.


—¿Puedo tomar una siesta?

—¿Dónde?

—Ahí.


Daisy señaló un sofá largo en una esquina del probador. Maxim observó el área con una expresión de duda.


—No tengo problema con que duermas, pero… ¿segura que quieres acostarte en un sitio tan descuidado?

—Sí. Ya te lo dije, ¿no? Vengo de los barrios bajos. Yo puedo dormir en cualquier parte, incluso sobre un suelo lleno de cabezas de pescado podridas y caca de perro.

—Mmm…


Daisy exageró deliberadamente sus palabras para alejar a Maxim. Había dormido en la calle por misiones antes, pero nunca hasta ese extremo.


—Siendo honesta, esto es prácticamente un palacio. Tiene paredes por todos lados, un techo… Definitivamente, una boutique de lujo se nota hasta en el vestidor.

—…….

—¿Alguna vez te despertaste porque un perro callejero te lamió la cara mientras dormías?


Lanzó la pregunta al azar, esperando alguna reacción.

Maxim la miró con una expresión más seria, con una sombra en la mirada.


—Debió ser difícil.


Su respuesta fue inesperada.


—Pero aun así, eres fuerte. Supongo que la belleza firme que tienes proviene de esas experiencias.


Ahora era Daisy la que no sabía qué decir.

Qué considerado. Es irónico viniendo de alguien que ha masacrado ejércitos enteros solo para tener sexo.

Estaba claro que su sentido de la empatía era completamente parcial.


—Gracias. En fin, voy a dormir un rato.


Sintiéndose un poco incómoda, Daisy caminó hasta el sofá largo y se acurrucó en él.

Apoyó la cabeza sobre su brazo, cerró los ojos con fuerza e intentó dormir.

Paso, paso, paso.

Los sonidos de las pisadas se acercaban.

Justo cuando se detuvieron muy cerca, un leve roce de tela contra tela llegó a sus oídos.

¿Qué demonios? ¿Por qué está quitándose la ropa de repente…?

En ese momento, algo cayó suavemente sobre su cuerpo encogido.

Era la chaqueta de Maxim.

El aroma familiar, el mismo que siempre sentía cuando él se acercaba sin permiso, la envolvió de inmediato.

Daisy abrió los ojos de par en par, sorprendida, y lo miró. Maxim sonrió y tiró un poco más de la chaqueta para cubrirla hasta justo debajo del cuello.


—Solo llevas una bata fina. Si duermes así, te vas a resfriar.

—…….

—Espera un momento.


Él rápidamente tomó asiento junto a Daisy y acomodó su cabeza sobre su muslo, dejándola en una posición más cómoda.


—Yo es… estoy bien.

—Yo no lo estoy.

—Pero solo será un momento.

—Aunque sea por un momento, duerme cómodamente. Yo mientras leeré el periódico.


Maxim tomó el periódico que estaba sobre la mesa frente al sofá y lo desplegó. Daisy dejó de discutir y volvió a cerrar los ojos.

Bajo su mejilla, podía sentir la firmeza de los músculos de su muslo, tan duros que parecía que se marcaban en líneas.

No me duelen los brazos… Es bastante cómodo.

Era cálido, firme y, de alguna manera, le transmitía una sensación de estabilidad.

Ahora que tenía hasta un “almohadón” adecuado, Daisy respiró profundamente, intentando relajarse lo suficiente para dormir. Para ser sincera, estaba agotada después de todo lo que había pasado.

Se esforzó en conciliar el sueño, pero, por alguna razón, su mente se iba volviendo cada vez más lúcida.

Algo se siente raro… ¿Es solo mi imaginación?

Entreabrió los ojos con disimulo.

Maxim no estaba leyendo el periódico. Ni siquiera lo estaba mirando.

Su mirada estaba fija en ella.

No sabía si la estaba observando dormir o si la estaba vigilando.

Fuera lo que fuera, la hacía sentir increíblemente incómoda.

Así, viéndome de frente, es aún más vergonzoso…

Inquieta, Daisy se giró de lado con la excusa de acomodarse mejor.

En ese mismo instante, su mejilla chocó contra algo duro y pesado.

Oh…

No necesitaba verlo para entender.

Era algo que, definitivamente, no era su muslo.

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