Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 246
REGRESO A CASA (2)
—……¿Inés?
La voz que la llamaba desde adelante sonaba incrédula, como si no pudiera creer lo que veía. A Inés le pareció casi tierno cómo su espalda se tensó de golpe, rígida por el shock. ¿Tan sorprendido está? Claro, era de esperar… un "gran regalo" así, inesperado, no llegaba todos los días.
Ella, sin complicaciones, se autoproclamó ese "gran regalo" para Kassel Escalante y, apoyando la barbilla en su espalda firme, miró hacia arriba su nuca tensa.
Sí. Debe estar conmocionado.
Pensándolo así, le resultaba curioso cómo solo ver su nuca la tranquilizaba. Si en el baile de Mendoza, su aparición repentina le había devuelto el aliento, ahora, abrazada a él en medio de Calstera, por fin sentía que había vuelto de verdad.
Antes de abrazarlo, ni siquiera había notado el sonido de las olas, pero ahora el rumor del mar al pie del acantilado inundaba sus oídos. Todo su cuerpo vibraba, ridículamente exaltada… pero no podía negarlo.
Fue entonces cuando Inés comprendió que, incluso después de llegar aquí, había estado despertando a regañadientes cada día. Manteniéndose apenas funcional, esperando en el camino a que apareciera alguien. Rezando como si le reprochara a Dios… Mañanas de oraciones, comida metida en la boca por pura necesidad, respuestas automáticas a quienes la interpelaban. Días que se sentían como décadas.
Ahora, por fin, es como si hubiera despertado.
Enterró la frente en su espalda. El olor a viento y polvo se desprendía levemente de su bata matutina. Eran los rastros del largo camino que él había recorrido, del esfuerzo acumulado.
Kassel apretó su mano contra su propio estómago con fuerza.
—…¿Cómo demonios estás aquí? Yo… iba a terminar unos asuntos y partir a Mendoza pronto.
—Tú siempre estás ocupado con asuntos del ejército, yo acabo de quedar libre en Mendoza.
—…….
—Así que vine a verte, Kassel. La que está libre soy yo.
Sintió cómo contenía el aliento un momento antes de exhalar hondo. La mano que sujetaba la suya temblaba ligeramente.
¿Será que le gusto tanto? ¿Tanto que ni siquiera se atreve a voltear, que le tiemblan las manos de la emoción? El pensamiento escapó como un suspiro arrogante.
Aunque, en realidad, fui yo quien lo esperó aquí, días y días, como una tonta.
Soñé que no volvías. Un sueño largo, asquerosamente persistente… Tragó las palabras que no se atrevió a murmurar. Los finales de las pesadillas siempre son amargos, pero Kassel Escalante había regresado.
Así que estaba bien. Porque esto, desde el principio, no era una pesadilla.
Inés esperó con paciencia mientras él besaba su mano durante un tiempo que se hizo eterno. Un beso devoto, obstinado, como si deseara dejar una marca con solo el roce de sus labios en su piel.
Luego, al final del beso, vino una breve oración. Cada vez que Kassel murmuraba las palabras, su aliento tibio y las plegarias mudas se filtran en su piel a través del movimiento de sus labios.
Inés aguardó a que terminara. Cuando la forma de su boca llegó al final de la plegaria, casi por impulso, lo giró hacia ella.
—Girarlo era un decir; en realidad, fue ella quien se colocó frente a él. Pero Inés estaba demasiado ocupada mirándolo para notarlo.
Kassel tenía una expresión… extrañamente desconcertada. Como si no fuera el mismo hombre que, instantes antes, había estado rezando con devoción mientras le agarraba la mano.
—…¿Por qué pones esa cara?
La pregunta le salió directa, teñida de una decepción que ni ella misma entendía. Pero entonces algo llamó su atención más arriba, y frunció el ceño.
—Inés.
—Parecía que iba a decir algo, pero Inés, como si no lo hubiera oído, alargó la mano con urgencia y apartó los cabellos que cubrían la frente de Kassel. Entre las hebras, apareció por completo una venda que antes solo se vislumbraba a retazos.
El rostro de Inés palideció al instante.
—…¿Qué es esto?
—Inés.
—¿Por qué te lastimaste la cabeza?
—No es nada grave.
—¿Cómo pasó esto? ¿Por qué…?
—Un descuido.
—¿Qué clase de "descuido" te deja herido así? No tiene sentido. Tú no serías capaz de…
—Inés. No es una herida tan seria.
—¿Quién te hizo esto?
—Estoy bien.
—¡Te estoy preguntando quién fue!
Kassel la atrajo hacia sí, encerrando su grito furioso en el abrazo. Ella estaba lista para empuñar un arma y salir corriendo a matar a quien fuera en cuanto él dijera un nombre, pero entre sus brazos, apretados con fuerza, solo pudo patalear como una niña enfadada.
Hasta eso se volvió imposible cuando él la estrechó con más fuerza, hasta que, en algún momento, Inés quedó suspendida, apenas apoyando las puntas de los pies. Atrapada, sin un centímetro de espacio entre ellos.
—Inés. Estoy bien.
—…....
—De verdad, estoy bien.
Si realmente estuviera bien, no tendría que repetirlo tantas veces. ¿Acaso no lo sabe?, pensó ella con amargura.
Pero, curiosamente, mientras escuchaba su voz suave y calmante, atrapada en ese abrazo que casi la inmovilizaba, la tormenta dentro de ella comenzó a apaciguarse.
Con el rostro hundido en su pecho, Inés murmuró:
—…Ya entiendo. Suéltame.
—Un momento más.
—Te dije que ya lo entiendo. Déjame verte la herida al menos…...
—Solo un poco más.
Como ese "poco" que él pedía nunca era realmente poco, al final, Inés terminó atrapada en sus brazos durante un largo rato, sofocada pero incapaz de escapar.
—Pensé que, como siempre, tus labios molestos caerían sobre mí, desde la coronilla hasta las orejas, por todo mi rostro, como si no supieras qué hacer con lo mucho que me amas...
Pero Kassel solo seguía abrazándola en silencio, como si aún no pudiera creer que estaba allí.
La estrechó con fuerza, hundiendo su rostro en su cabello. Inhaló y exhaló profundamente...
Sus manos la sostenían con una desesperación tal que no había forma de resistirse.
—...Debería haberme bañado primero.
—¿Por qué?
—Vine corriendo desde lejos, estoy sucia... No quiero ensuciarte a ti también.
—Podemos bañarnos juntos.
En cuanto Inés soltó esas palabras, sintió cómo el cuerpo que la abrazaba se tensaba al instante. Ya había superado la etapa de la ansiedad y la ira; ahora podía evaluar sus reacciones con frialdad.
Sí, esto es raro. Algo no cuadra...
Antes de que él pudiera soltarla torpemente, ella le agarró la mandíbula. Cuando sus ojos se encontraron, sus pupilas azules desviaron ligeramente la mirada.
Era comprensible que quisiera ocultar sus heridas. Recordó el último amanecer en Mendoza, cómo Kassel había hecho lo imposible por distraerla bajo esa luz tenue para esconder su herida de bala...
Claro. Así de terco es. Como si mostrar una herida fuera el fin del mundo.
'Seguro que aún quedan cicatrices en ese cuerpo...'
Inés recordó las palabras de Isabella y lo observó fijamente mientras él evitaba su mirada. ¿Será un hábito desde la infancia?
¿Quedará en él esa costumbre de ocultar los abusos para no preocupar a su madre? El solo pensamiento le provocó un dolor en el pecho.
De lo contrario, jamás habría rechazado la oportunidad de bañarse con ella. Casi nunca se limitaban a solo bañarse en la tina.
Ahora que lo pienso, en Mendoza también dijo tonterías sobre no poder mezclarse conmigo porque no se había bañado... Todo para ocultar esa maldita herida.
Si lo hubiera presionado entonces, se habría comportado como una fiera acorralada. Esta resistencia absurda de Kassel Escalante era igual: inútil. Un muro que podía derribarse cuando quisiera.
Pero incluso comparándolo con lo de Mendoza, algo no encajaba. Al menos, nunca había sido tan torpe para evadirla.
Inés sonrió con frialdad y preguntó:
—¿Hay algo más que escondes, aparte de la herida de bala en el costado?
—...Al final, tu Isabella terminó delatándome.
Kassel rompió el silencio con una conclusión abrupta, como si por fin hubiera encontrado a alguien más culpable que él mismo.
—Pero si dejaba de confiar en Raúl, ella estaría en problemas. Así que Inés negó con la cabeza, asegurando la credibilidad del muchacho:
—Tranquilo. Raúl sigue siendo tu leal ratoncillo.
Mientras le sostenía la mandíbula y examinaba su rostro con mirada escrutadora, continuó con voz despreocupada:
—Lo supe en cuanto te vi en Mendoza. Te movías como si hubieras tragado algo venenoso. Me dio lástima y te dejé pasar.
—.......
—Así que Raúl lo sabía todo... y yo no. ¿Es eso?
Una expresión de frustración se dibujó en el rostro de Kassel, que hasta entonces parecía querer escapar.
—Los dos son igualmente insufribles.
—Lo siento. Lo de la herida de bala... no es tan grave como dices. Solo fue un rozón.
—Si no hubiera sido un rozón, te habría atravesado. ¿Dónde diablos te hicieron eso?
—En el cuartel. Fue un accidente.
Inés observó el rostro impasible de Kassel, que evitaba la respuesta obvia. Esto no es solo por ocultar la herida. Hay algo más.
—Quiero ver la herida. Haré llamar al Capitán Maso.
—Ya me trataron.
—...¿Qué tan horrible es esa herida para que actúes así?
—Bañémonos primero.
—Bien. Vamos a bañarnos juntos.
Era evidente: tendría que desnudarlo primero para ver el panorama completo.
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