Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 208
Por Recuerdo A Priori (14)
Hubo un tiempo en que Inés pensó que no le parecería un desperdicio dedicar toda su vida a arrancarle esos dos ojos frente a todo el mundo. No era como si fuera a matar a Óscar, solo le quitaría los ojos. Y aun así, lo haría con gusto.
Era un sentimiento tan vívido y persistente que la había consumido toda la tarde, como un impulso, como un plan descuidado.
La única diferencia era que, en aquel entonces, sentía que no tenía nada que perder, mientras que ahora sí parecía que tenía algo que proteger.
‘…No solo lo parece’
Pensando en Kassel Escalante, que debía estar sufriendo mareos en Calstera, se le escapó una sonrisa forzada. Aunque aquella sonrisa estaba dirigida a Dante Ihar, que no hacía más que hablar del clima, sintió claramente el peso de una mirada sobre ella.
La persistente obsesión de Cayetana solo servía para pisotear los sentimientos de Alicia, pero ¿qué pasaba con el nuevo interés de Óscar?
¿Interés?
Inés levantó la vista con frialdad hacia Óscar, a pesar de la leve sonrisa en su rostro. El Óscar de veintiocho años y el 'otro' Óscar de 30 años, el que vio justo antes de morir. Ahora, solo estaban dos años antes de ese fatídico momento.
Solo dos años.
Si cerraba los ojos y se concentraba por un instante, podía revivir sus peores momentos con él en un abrir y cerrar de ojos. Ni siquiera necesitaba recordar su propia muerte. Mucho antes de eso, ya lo odiaba con toda su alma.
Si al menos hubiera seguido engañada hasta el final, ¿habría sido diferente? Si Óscar nunca hubiera mostrado su verdadera cara, ¿se habría librado de ese destino? Si hubiera vivido sumida en la mentira, tranquila y dócil… Pero esas hipótesis siempre le provocaban risa. Al final, de todos modos, iba a morir pronto.
Sus rodillas fueron forzadas al suelo, y su garganta fue invadida hasta el fondo por un miembro manchado con la inmundicia de la mazmorra. La respiración jadeante, llena de éxtasis. Sus ojos brillaban con una certeza cruel:
"Inés, eres una puta que necesita aprender su lugar. Una puta de Vallztena que le costó a la familia imperial un precio demasiado alto. Al final, sigues abriendo las piernas para mí, vendiendo tu cuerpo para salvar a tu familia, ¿no es lo mismo?"
La risa burlona que acompañó sus propias palabras.
"¿Divorciarte, Inés? No me hagas reír. Deja de decir tonterías. Necesitas educación para ser una esposa como es debido. Deja de decir que no puedes hacerlo. Si yo lo deseo, tienes que limpiar la mierda de cualquier prostituto con la lengua. Tienes que lamer hasta la última gota de su asqueroso semen de mi cuerpo…"
Su mano acariciándole la coronilla, tan suavemente como lo hacía cuando era niña.
"Ah, mi pobre Inés, peor que una ramera de burdel. Al menos ellas venden su cuerpo a hombres decentes, pero tú… Tú, nacida noble, no tienes más opción que servir a la escoria que se arrastra en el fango. ¿Cómo podemos explicar semejante destino, eh? Mi Inés. Vamos, sonríe de nuevo. No pongas esa cara."
Su voz era tan dulce como siempre, como si la estuviera mimando.
"Sin mí, no eres nada. No eres de Valenza, ni de ningún lugar. Así que sonríe de nuevo, para que vuelvas a valer algo. Para que tu padre y tu hermano estén contentos…"
Ese día, Inés le mordió el miembro.
Con su última pizca de razón ya hecha trizas, hasta que Óscar la agarró del cabello y la arrojó lejos con un grito ridículo. Hasta que la sangre brotó enrojeciendo todo debajo de él, con la mayor ferocidad posible.
Si hubiera tenido un cuchillo en la boca, habría podido cortarlo por completo. Inés sonreía mientras lo veía desmayarse. Escupió la saliva mezclada con su asqueroso semen junto a su cabeza, como si fuera la tumba de su peor enemigo. Deseaba desesperadamente tener un arma en sus manos, un cuchillo, una pistola, cualquier cosa que pudiera matarlo en ese mismo instante.
Si la venganza era el instinto de todo Ortega, entonces no sería extraño que el príncipe heredero de Ortega muriera precisamente por venganza.
"Tengo que matarlo. Ahora mismo. Debo matarlo..."
Con manos temblorosas, intentó estrangular su grueso cuello, pero no tenía la suficiente fuerza. Entonces, como si de repente hubiera recuperado la lucidez, corrió a la cama y tomó una almohada.
Cubrió su asqueroso rostro con ella y presionó con todas sus fuerzas. Mientras intentaba matarlo, la puerta cerrada con llave tembló con los golpes. Pronto, los caballeros la derribaron y la sujetaron.
Ridículamente, Óscar, que apenas había recuperado la conciencia, gritaba desesperado que no la mataran. Dijo que ella nunca había intentado asesinarlo. Que no la encerraran. Que nadie se atreviera a tocar ese cuerpo tan valioso.
Mientras tanto, Inés suplicaba a los caballeros que la mataran. Y si no era posible, que al menos la llevaran a prisión y la torturaran. Que la enviaran al tribunal para que la ejecutaran. Desde fuera, ambos parecían completamente dementes.
Al final, por orden de Óscar, Inés no recibió ningún castigo. En cambio, se le "concedió" un palacio en el sur como residencia.
Pero su vida allí no fue mejor que la muerte.
Después de que Emiliano murió, el dolor que Óscar le causó dejó de tener significado para ella. Todo había quedado en el pasado. Emiliano se había ido. Se había cansado del amor antes de que este se rompiera. Antes de que el amor se destruyera, él había perdido la vida.
Todo porque ella lo arrastró con su propia desgracia.
Porque ella lo mató.
Porque mató a su hijo.
Con las mismas manos que ni siquiera pudieron matar a Óscar, tuvo la osadía de acabar con la vida de ese pequeño ser...
Reviviendo el asesinato y su propio fracaso, su vida se extendió en una interminable repetición. Incluso si volviera a nacer, los hechos en su mente jamás cambiarían. Emiliano nunca murió y el niño nunca nació, pero sin importar cuántas veces repitiera su existencia, nunca se atrevería a mirarle a los ojos.
Incluso si él no recordara nada.
Incluso si ella nunca hubiera arruinado nada.
Pero ¿qué sentido tenía todo aquel sufrimiento pasado...? No pensaba otorgarle ni un solo significado, ni siquiera en forma de odio, a alguien como Óscar. No iba a concederle ningún espacio en su vida.
Se aferró con fiereza al olvido. Se convenció de que había logrado borrar todo de su corazón. Que solo lo recordaba como un simple registro, sin emociones. Que jamás permitiría que nada la lastimara de nuevo.
Pero en ese momento, sus dedos temblaban.
No todo se había olvidado.
Kassel Escalante, aún atrapado en el dolor de aquel pasado, a veces aparecía en su campo de visión como un espectro errante en los pasillos de la corte. A veces, se sentía como alguien que había perdido la capacidad de sentir dolor y de repente la recuperaba.
Y, sin embargo, lo único claro era...
—Kassel sigue sin atreverse a acercarse a Mendoza. Es una lástima.
Solo con evocar brevemente el rostro de Kassel, Óscar recuperaba, aunque fuera de manera insignificante, un pequeño espacio en su vida.
—Más aún desde su matrimonio. He oído que su relación es tan especial que incluso llevó a su esposa consigo a su lugar de destino…
Inés lo miró sin titubear, como siempre hacía. La mirada de Óscar titiló momentáneamente cuando su tono, sutil hasta entonces, adquirió un matiz diferente.
—E incluso cuando su esposa llegó a Mendoza, él permaneció allí.
—Sabes bien que él trata de seguir los principios siempre que puede.
—Escalante no es un simple soldado. No está atado estrictamente a la disciplina militar. Debería priorizar a su señor antes que a la marina.
—Mi esposo es parte de la Armada Real de Ortega, su alteza.
La respuesta de Inés llegó con firmeza y claridad, incluso antes de que Isabella pudiera decir algo.
—…¿Su esposo?
—Por lo tanto, ni su alteza el príncipe heredero ni yo, como su esposa, podemos imponerle nada. Solo está ligado a los mandatos del emperador y a la disciplina militar.
—…….
—Su señor es su majestad, y la disciplina militar es su otra ley sagrada. Le pido que lo respete. Al menos, mientras él siga sirviendo a la Armada en nombre del emperador.
Era un recordatorio silencioso del verdadero significado de referirse a uno mismo como el ‘señor’ de un soldado. Una palabra que no tendría sentido alguno, a menos que tuviera la intención de desafiar a su propio padre.
Óscar la observó en silencio por un momento antes de sonreír. En su mirada ya no quedaba rastro del calor de antes.
—Es una observación acertada, Inés.
—Mis disculpas, su alteza.
—Si defiendes así a tu esposo incluso frente al príncipe heredero, la duquesa debe de estar satisfecha.
—Lo he estado desde hace mucho. Pero, su alteza, ¿no se dirigía hacia la emperatriz? No quisiera hacerle perder un tiempo tan valioso.
—Siempre es un placer ver a los Escalante. La próxima vez, ven conmigo. Me gustaría invitar a los dos Escalante a una cena excepcional.
—Estamos bastante ocupados, pero si se presenta la oportunidad, lo haré con gusto.
Inés se inclinó levemente junto a Isabella en un gesto de respeto. Cuando Óscar pasó junto a ella sin detenerse, de pronto, como si algo se le hubiera ocurrido, le sujetó la muñeca.
Apenas si tuvo tiempo de reaccionar antes de intentar apartarlo con un estremecimiento instintivo, como si se tratara de un insecto repugnante. Fue entonces cuando sus ojos se cruzaron con los de Dante Ihar. Su mirada, más seria que nunca, la detuvo. "Ten cuidado." Sus labios pronunciaron las palabras en silencio. Por un instante, su brazo se paralizó. Luego, Dante volvió a esbozar su característica sonrisa, tan ensayada como falsa, y ella sintió su propia garganta tragar en seco.
—…Inés.
Ella alzó la mirada hacia Óscar, que estaba tan cerca que podía sentir su aliento. Se inclinó ligeramente, como si quisiera aspirar su aroma, antes de enderezarse de nuevo con la misma expresión amable de siempre. Un escalofrío la recorrió. ¿Qué demonios…?
—Pasado mañana por la tarde habrá un torneo de Formente en la galería trasera. Yo participaré. Me gustaría que vinieras a verlo, con una corona de flores.
—No sé si tendré tiempo. Debo atender a doña Cayetana.
—Mi madre te concederá su permiso con gusto.
—Ese lugar está reservado para señorita Barca. No quisiera arruinar su pequeña dicha, su alteza.
—Todavía no es mi esposa.
—Pronto lo será.
Lentamente, ella retiró su brazo de su agarre. Óscar bajó la mirada a su propia mano vacía por un instante, antes de alzar la vista con una sonrisa impecable hacia Isabella y marcharse como si nada hubiera sucedido.
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