Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 207
Por Recuerdo A Priori (13)
Isabella golpeó suavemente el dorso de la mano de Inés y rió. Si no fuera por ella, Inés estaba segura de que no habría podido ocultar ni un poco la repulsión y el escalofrío que sentía en ese momento.
—Tienes razón. Ahora que lo pienso, siempre creí que lo que Oscar necesitaba era una esposa devota que se entregara por completo a su marido. Pero dejando eso de lado… esa niña no tiene el porte necesario para liderar a la gente. Mucho menos para atraer a otros hacia su causa. Está tan insegura que ni siquiera sabe cómo manejar a sus propias doncellas. Y el príncipe heredero necesita algo más que una esposa sumisa.
—Mejorará con el tiempo.
—No es como tu nuera, que nació con el porte de una verdadera dama. Al menos Oscar tuvo buen ojo desde una edad temprana. Pero, ¿Cómo le enseñarán lo que le falta?
Inés observó con indiferencia el conjunto de joyas frente a ella, deteniéndose en un collar de rubíes que una vez le habían otorgado. Recordaba que cuando Cayetana le había regalado esa joya, aún fingía apreciarla.
Ahora, solo sentía el impulso de reír con desprecio. O incluso de vomitar.
—…¿Qué le parece ese rubí? Seguramente combinará a la perfección con el hermoso cabello dorado de Señorita Barça.
—Tienes un ojo excepcional. Siempre sabes reconocer lo mejor.
A medida que pasaban los días, la corte le resultaba más familiar, y cuanto más se acostumbraba, más repugnante le parecía. Mientras colocaran ese collar alrededor del cuello de Alicia, ¿Cómo volverían a usar su nombre esta vez?
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—No tienes buen semblante desde hace un rato.
Poco después, Isabella comenzó a quejarse repentinamente de un intenso dolor de cabeza, lo que les permitió ser liberadas de la presencia de la emperatriz. Técnicamente, la que debería tener mal semblante era Isabella, pero Inés sintió gratitud hacia su suegra cuando esta se fijó en su rostro en su lugar. La náusea persistente que había sentido hasta entonces también pareció disminuir.
—Me has dado una excusa, Isabella.
—Si una espera en silencio, esto nunca termina. Debo cuidar mi tiempo. Y también el de los míos.
Isabella lo dijo con ligereza, pero Inés no pudo evitar sentirse sorprendida. Ni siquiera su propia madre, Olga, le había ofrecido nunca un tipo de protección como esa, ni siquiera en los momentos en que más la necesitó.
Hubiera deseado que su madre la ayudara aunque fuera un poco. Aunque no sirviera de nada, aunque fuera un gesto vacío, solo quería que alguna vez…
Ese pensamiento repentino hizo que su pecho se sintiera incómodamente revuelto.
—Me sentí un poco mareada por un momento. Ahora estoy bien.
—Me alegra oírlo, pero la próxima vez avísame de inmediato.
—Gracias, Isabella.
—Por tan poca cosa… Si de verdad quieres agradecerme, dile a Kassel que no te maltrato en absoluto. A veces su sospecha no tiene ni pies ni cabeza.
—…¿Se atrevió a decir semejante barbaridad?
Isabella lo mencionó en tono de broma, pero Inés, al escucharlo, preguntó con irritación sin siquiera darse cuenta. Como si no bastara con sus constantes preguntas sobre su estado y sus mareos, ahora esto también…
—Le pregunté si de verdad me veía capaz de algo así y me contestó que, por lo general, los hijos no consideran a sus madres como alguien así… Pero que, si fuera cierto, ¿de dónde saldrían todas las terribles suegras del mundo? Me lo preguntó muy en serio.
—…….
Ese idiota… Deberían haberle enseñado a pensar antes de hablar. Frente a Inés, era todo dulzura y devoción, hasta el punto de hacerla olvidar que en realidad tenía una lengua afilada y una personalidad inflexible. Para ser tan bueno, ¿por qué…?
—Aunque, en el fondo, no le falta razón. La anterior duquesa también fue una madre excelente para el duque, pero…...
Isabella dejó la frase inconclusa, pero Inés entendió el significado. Al oír sobre el pasado, su suegra le pareció aún más admirable. A pesar de todo lo que había sufrido, nunca mostró un rencor ciego.
—Kassel debe recordarlo porque fue testigo de la relación entre mi abuela y yo. Siempre fue fría conmigo, pero con su hijo y su nieto era increíblemente amable y generosa.
—Ah…...
—El Duque aún no lo comprende. Para él, su madre fue la mujer más bondadosa y virtuosa que ha existido. A veces, incluso me reprocha por no haberla tratado mejor en vida…
—…….
—Así que la necesidad de Kassel de asegurarse y de dudar es comprensible. Y yo, por mi parte, me alegro de que mi hijo haya crecido como le enseñé.
A diferencia de su padre. Eran palabras con un significado profundo, pero Isabella las murmuró sin mostrar la más mínima incomodidad.
—Así como yo deseaba ser diferente a la anterior duquesa, también quería que mi hijo fuera un hombre distinto a su padre.
—…….
—Un matrimonio no puede sostenerse solo con amor para siempre. Más allá de la fidelidad como hombre y mujer, deben ser siempre aliados el uno del otro como seres humanos. Para que, en este mundo, ni el esposo ni la esposa se sientan solos. Para que nunca tengan la sensación de haber sido abandonados.
Hablaba de esperanza con claridad, pero su tono era solitario y agotado, como si no hubiera podido lograrlo con el duque. Inés la observó en silencio.
—Aunque estén separados físicamente, sus corazones deben permanecer juntos. Deben guiarse mutuamente. Pase lo que pase, no deben traicionarse.
Aquellas palabras dejaban entrever cómo había arraigado en su mente una visión tan sincera del matrimonio. No solo por su propia naturaleza, sino también por la enseñanza justa de su madre.
—…Pero sé que no me creerás, así que solo dile algunas palabras bonitas después. Es tu esposo, después de todo.
Hablaba como si no fuera su propio hijo, lo que hizo que Inés soltara una pequeña risa sin darse cuenta. Contuvo su sonrisa y asintió.
—Le diré que Isabella ha sido muy amable conmigo.
—Pero no exageres demasiado. ¿Qué pasaría si pareciera que te he obligado a mentir?
—Kassel sabe bien que no soy del tipo que se deja presionar tan fácilmente.
—Bueno, eso es cierto.
—Además, no soy muy buena con las palabras vacías.
—Pero tienes un talento para decir cosas hermosas.
—De verdad, ha sido muy amable conmigo, Isabella.
Al enfatizarlo una vez más, Isabella suavizó su expresión, como si se sintiera un poco avergonzada.
—No buscaba halagos. En realidad, no he hecho mucho.
—Solo quería que mi hijo entendiera que no ignoraría a su esposa. Pero ha sido más que eso, me ha tratado con verdadera amabilidad.
—Qué presión. Ahora parece que tendré que esforzarme aún más.
—Con solo haberse preocupado por mi rostro antes, ya ha sido suficiente.
Porque hubo un tiempo en el que eso era todo lo que deseaba.
—Gracias también por haber mentido por mí.
—Inés.
—Y por sacarme de aquel lugar.
En sus últimas palabras, una serena pero profunda sinceridad se filtró sin querer. Tal vez, para Isabella, solo había sido un instante de amabilidad. Porque ella era, en esencia, una persona bondadosa.
Pero, ¿de qué servía medir el peso de los sentimientos? En medio del pesado odio, la envidia y las miradas opresoras de la familia imperial, lo único que Inés había deseado era, aunque fuera por un momento, poder respirar.
Incluso si era tan ligera como una pluma, quería recibir el consuelo de su madre. En esos ojos fríos y despiadados, anhelaba que alguien, aunque fuera solo una persona, estuviera de su lado. Rezaba porque alguien la sacara de allí, aunque fuera solo un instante. Y, antes de descubrir la traición de su esposo, deseaba con todo su corazón que él, al menos, no la abandonara.
Para no sentir que estaba completamente sola en este mundo.
Y pensar que algo tan sencillo como eso había sido tan fácil de lograr después de convertirse en la esposa de Kassel Escalante. Un suspiro bajo se deslizó desde su interior, como si le arañara el alma. Si todavía tuviera la intención de aprovecharse de Kassel Escalante, ni siquiera habría obtenido este pequeño respiro. Ni siquiera habría podido mirar el rostro de esta buena mujer.
El anhelo que a veces la hacía estremecerse hasta no poder soportarlo, la nostalgia por su hogar en Calstera, la imagen de su esposo de espaldas, contemplando el mar desde la terraza, la espera silenciosa en la habitación para que él, sin necesidad de palabras, se girara a verla… Si no hubiera dado este paso, jamás habría tenido nada de eso. Habría seguido vagando en los márgenes de la vida, sin saber siquiera lo que significaba ser verdaderamente humana.
—Me alegra saber que mi mentira te gustó tanto. Ya que es así, deberíamos empezar a preparar con anticipación algunas situaciones futuras.
Pero ahora era diferente. Ahora poseía todo lo que Kassel Escalante representaba, también podía mirar de frente el rostro bondadoso de Isabella. Inés le devolvió la sonrisa, encontrándose con aquella expresión refinada y levemente traviesa.
—De acuerdo.
—Y debemos elegir cuidadosamente en cada ocasión, ¿no crees?
—Estoy de acuerdo.
—De todas formas, gracias a ti, hemos salido bien paradas. Pensé que era solo un comentario sin importancia, pero resulta que Su Majestad la Emperatriz te extraña más de lo que imaginaba. Seguro que el duque sonreirá satisfecho cuando lo escuche.
—Desde el principio, elegí a Kassel Escalante. No al príncipe heredero. Así que no hay razón para que Su Majestad me eche de menos.
—Eso solo demuestra que tienes un excelente criterio, tal como dijo la emperatriz.
—¿Está bien que diga algo así en medio de la corte imperial?
Inés preguntó con una sonrisa en los labios, e Isabella se encogió de hombros con ligereza.
—Para ser franca, mi hijo es un hombre mucho mejor. ¿No crees? Exceptuando ese título nobiliario, en todo lo demás es claramente superior.
—Prefiero al Capitán Escalante antes que al príncipe heredero.
Ni siquiera quería establecer una comparación entre ambos. Incluso después de pronunciar esas palabras, sintió que no eran suficientes para expresar lo que realmente pensaba.
—Claro. Especialmente con tu forma de ser, que vería la posición de la realeza como una carga en lugar de un privilegio. Para ti, esos dos no pueden ni siquiera compararse.
—Así es. No hay comparación posible.
¿Cómo podría siquiera compararse con esa basura?
A diferencia de Isabella, que expresó su orgullo con un tono casi juguetón, Inés respondió con una seriedad absoluta, sin rastro de risa. Al parecer, aquellas palabras le agradaron a Isabella, pues asintió con una radiante sonrisa antes de murmurar de repente:
—Desde el principio, la señorita no tenía más opción que elegir esta respuesta, pero con la boda acercándose, Señora Cayetana seguramente tendrá muchas cosas en qué pensar. Siempre ha encontrado incontables defectos en todo.
—Si yo estuviera en su lugar, habría hecho lo mismo. En aquel entonces, habría intentado encontrar virtudes en la señorita Barca que yo no tuviera.
—Por supuesto, ella intentará hacerlo… pero, ¿realmente hay algo que encontrar?
Isabella ladeó la cabeza con genuina duda, como si no pudiera comprenderlo en absoluto.
—Desde el principio, esa niña nunca ha sido alguien con quien pudieras compararte.
A diferencia de otras ocasiones en las que evitaba señalar los defectos de Alicia en público, esta vez Isabella hizo una valoración sorprendentemente dura y tajante. Aquello tomó por sorpresa a Inés, quien inconscientemente miró en dirección a Alicia.
—¿De verdad lo cree?
—Incluso si sus apellidos estuvieran intercambiados y ella fuera una Valeztena mientras tú fueras una Barca, la situación no cambiaría en absoluto. Dejando de lado otras cosas, hay algo en ella que simplemente no encaja…
Isabella dejó la frase en el aire, pero terminó sacudiendo la cabeza.
—Aun así, de alguna manera, hace una pareja curiosamente adecuada con Su Alteza el príncipe heredero.
La percepción de Isabella era impresionante. Independientemente de las carencias o rarezas de Alicia, había identificado con exactitud que encajaba bien con Oscar. Justo cuando Inés sonrió con ironía ante esa idea y volvió a mirar al frente…
—Vaya… parece que ha percibido que hablábamos de él.
Isabella murmuró un comentario casi con un suspiro. Desde la distancia, Oscar se había percatado de ellas y ahora se acercaba con una sonrisa en el rostro. A su lado, caminaba Dante Ijar.
Como si aquella sonrisa fuera el detonante opuesto, la expresión de Inés se enfrió al instante.
—¡Tía!
—Alteza.
—Qué grata coincidencia. Últimamente ha estado muy ocupada con su inesperado matrimonio.
—Gracias a su valiosísimo primo. Como si no hubiera en el mundo asuntos más urgentes que una boda, ha estado ignorando todas sus obligaciones importantes y holgazaneando hasta ahora.
—Tía, siempre con sus bromas…
—Guarde sus halagos para su madre, quien seguramente apreciará más sus esfuerzos. Está bastante preocupada por usted últimamente… Señor Ijar, cuánto tiempo sin verlo.
—Duquesa Escalante. Señora Escalante.
Dante Ijar depositó un beso cortés en el dorso de las manos de Isabella e Inés, sonriendo con amabilidad. Sin embargo, ya fuera por la presencia de Oscar a su lado o simplemente porque su rostro le resultaba desagradable, aquella sonrisa le pareció a Inés repulsiva, como si dejara tras de sí una sensación de suciedad.
Inés le devolvió una sonrisa apenas perceptible, pero en cuanto sintió la mirada de Oscar posarse sobre ella, su expresión se endureció de inmediato. Aun así, la intensa mirada de Oscar no se desvaneció.
—…Inés.
Había estado observándola desde la distancia y, aun así, la saludaba como si apenas la descubriera. Hacía tanto tiempo que no se encontraban cara a cara —salvo en la misa nupcial—, pero él le hablaba con una familiaridad descarada, omitiendo cualquier formalidad. Como si siempre hubiera pronunciado su nombre con naturalidad.
—Ha pasado mucho tiempo.
—Alteza.
Su cabello rojo, recogido con la misma pulcritud de siempre, enmarcaba un rostro que, para su desgracia, apenas mostraba signos de deterioro. Inés, que había seguido de cerca los movimientos de Oscar, sabía que él no era el mismo de "aquella" época. Como si su perverso apetito, que antes lo llevaba a frecuentar burdeles a diario, se hubiera disipado en el aire sin dejar rastro.
No tenía sentido. Un hombre que solo podía excitarse al traicionar a su esposa, que necesitaba estar casado para disfrutar de la prostitución… no debería haber cambiado tan repentinamente. Pero, por lo que se veía, así era. Inés había esperado que tarde o temprano se quitara la máscara y revelara su verdadera naturaleza, pero a sus veintiocho años, aún no lo había hecho.
Todo lo que se sabía de él eran rumores sobre unas pocas amantes nobles con las que se acostaba de vez en cuando desde los veinticuatro o veinticinco años. Sin un matrimonio formal y con una prometida que apenas podía considerarse como tal, aquello no era siquiera un escándalo. De hecho, para Inés, incluso eso parecía un acto deliberado.
Si quería evitar las especulaciones que inevitablemente surgirían por su prolongada soltería, necesitaba demostrar que tenía interés en las mujeres. Homosexual, impotente… cualquier sospecha de ese tipo sería letal para el heredero al trono. Y aunque tarde o temprano ambas resultarían ser ciertas, por el momento, al menos debía desmentirlas.
Inés observó la amable sonrisa de Oscar, sus ojos afilados que pretendían ser inteligentes y rectos, su rostro impecable y atractivo… Y en él vio reflejado el mismo brillo de antaño.
Como si fueran aquellos tiempos en los que se casaron siendo jóvenes, cuando el otro era su primera experiencia, como si pudiera atreverse siquiera a…
—…En ese asunto, la duquesa debería intervenir para hacer entrar en razón a Su Majestad. No querría que su sobrino pasara más vergüenza de la necesaria.
—Si ni siquiera puede controlar a su único hijo, ¿Cómo podría yo hacer algo al respecto?
Aun mientras conversaba con su tía política, la mirada de Oscar no se apartaba de Inés ni un instante. Unos ojos que, de seguir mirándola, bien podrían ser perforados.
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