Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 199
Por Recuerdo A Priori (5)
—¿Y el alma de mi señorita?
—Qué insolente.
—¿Qué es esto? ¿De verdad… de verdad ha hablado de amor en serio?
Aunque la reacción escandalizada bastaría para hacer que cualquiera se sonrojara, Inés simplemente alzó la mirada con indiferencia.
—Kassel Escalante puede que no esté del todo en sus cabales, pero me ama.
—Me ama… lo ha dicho con su propia boca.
—No, no yo. Kassel Escalante.
Juana, como si aún fueran unas niñas, murmuró aquel apodo empalagoso mientras tomaba las mejillas de Inés entre sus manos. Aunque solo era un año mayor, la llamaba a su antojo como si fuese una madre derrochando afecto hacia su hija o una hermana mayor con mucha diferencia de edad.
Inés entrecerró los ojos.
—¿Me estás escuchando o no?
—Sí. Que ha pronunciado el nombre del Señor Escalante con una voz llena de amor.
—…….
—Con solo ver su rostro, lo sé todo.
—Bien, supongamos que sí.
Parecía que tanto su esposo, como su doncella y hasta la ama de llaves, se divertían observando su expresión. Como si su rostro fuera digno de verse cada vez que se les antojaba. Inés sacudió la cabeza, Juana, con un gesto cuidadoso, empezó a alisarle el cabello como si nunca lo hubiera sujetado.
—Entonces, ya que el señor le ha confesado su amor, supongo que no le resulta desagradable que un hombre la ame….
—No.
—Pero… ¿quién fue el tonto que le hizo este desastre en el cabello? Me está molestando tanto verlo que no lo soporto.
—Yo lo hice.
—Mi amor, sus habilidades manuales mejoran cada día. En cualquier caso, su relación va viento en popa, pronto tendrán descendencia…
Juana tarareó alegremente mientras empezaba a peinar a Inés. Tal vez por el cansancio acumulado durante el viaje en carruaje, el calor del sol y el suave cepillado la adormecieron rápidamente.
—No lo sé. Me gustaría tener un hijo cuanto antes, pero…
—…¿Por qué? ¿Acaso el señor no está a la altura de las expectativas?
Juana susurró en tono conspirador, como si alguien más estuviera presente. Inés soltó una risa contenida.
—Excepto por el hecho de que a veces me trata con excesiva delicadeza… diría que es bastante apasionado.
—Entonces, ¿quiere decir que su relación matrimonial no tiene problemas?
—Nos llevamos bien. Es lo bastante frecuente…
En realidad, más que eso. Pero no encontraba una mejor forma de describirlo que decir que Kassel era como un animal en celo. A veces, él se excitaba con solo sentir el roce de su aliento en su barbilla, e Inés, al ver su reacción, sentía el deseo de atormentarlo un poco más.
La diferencia era que Kassel Escalante no siempre actuaba según sus deseos, mientras que Inés Escalante casi siempre lo hacía.
—…Pero ahora estamos separados.
—Son solo tres meses. Cuando vuelvan a reunirse, estarán juntos de nuevo todo el tiempo. Hay parejas que solo se ven una o dos veces al año, que apenas pasan una semana juntos en el mismo castillo en seis meses. Y aun así, consiguen tener hijos.
—Nosotros lo hemos intentado muchas veces y todavía no he quedado embarazada. No es lo mismo.
—Pues mejor. Han disfrutado tranquilamente de su luna de miel en un lugar hermoso.
—Sí, pero…
—Señora, no tiene de qué preocuparse.
Juana apoyó las manos con firmeza pero con dulzura sobre los hombros de Inés.
—Todos dijeron que sería difícil, pero ninguno afirmó que fuera imposible.
—…Lo sé.
Era algo que sabía desde hace mucho tiempo. Su cuerpo tenía dificultades para concebir y, además, era de constitución débil. Cuando fue princesa heredera, los médicos de la corte, llamados por la emperatriz, no dejaban de repetirlo. Al final, la conclusión fue que era estéril y, con ella, vinieron todo tipo de humillaciones.
‘Embarazo.’ Cuánto odio y cuánta miseria contenía esa palabra para ella.
La mayoría de las veces había sido el origen de su desgracia con Óscar. Y aunque el desenlace fue una acusación falsa con claras intenciones, lo cierto es que su dificultad para concebir era real.
Por eso pensó que estaría bien. Que no tenía sentido hacerse ilusiones. Que solo tenía que esperar pacientemente y todo se resolvería solo. Que cuando se cumplieran ciertas condiciones, estaría más cerca de su libertad.
Entonces, ¿cuándo comenzó a inquietarla esta impaciencia? ¿Desde que dejó de pensar en huir? ¿Desde el día en que, sin darse cuenta, imaginó a un niño con los rasgos de Kassel?
Inés miró por la ventana y dejó que su sonrisa se desdibujara por un instante. Apenas había regresado a Mendoza y ya estaba atrapada en la misma espiral de pensamientos de antaño.
Era absurdo. En cuanto se separó de Kassel, su mente volvió a girar en círculos, como en los viejos tiempos.
Pero todo era diferente ahora. No tenía sentido preocuparse por algo que aún no tenía, como si ya lo estuviera perdiendo.
—…Lo sé. Pero a veces no puedo evitar sentirme ansiosa.
—Aún es joven, ¿qué prisa tiene? ¿Y yo, que todavía no me he casado porque he estado siguiéndola a usted a todas partes?
—Eso es porque no has querido. Solo que… tal vez sea un capricho mío.
Porque ya estamos bien así. Pero tal vez podríamos estar aún mejor…
Recordó aquellos momentos perfectos en el coto de caza. Un mundo en el que, al mirar alrededor, solo existían ellos dos.
Quería tenerlo sin necesidad de esconderse en un valle. Quería sentirlo completamente, sin restricciones.
Quería un hijo que tuviera su sangre y la de Kassel por igual.
Un niño en cuya mirada pudiera ver tanto a Kassel como a ella misma.
Ese niño sería el primero en sobrevivir a su vientre maldito. Crecería en el amor y la abundancia, en la felicidad y la paz, rodeado de todo lo bueno que el mundo tenía para ofrecer.
No habría necesidad de hacerle daño. Nadie podría dañarlo. No nacería solo para morir como un trozo de carne sin vida dentro del vientre de su madre.
No. Ese niño ‘crecería’. Tendría vida, caminaría sobre la tierra, aprendería a hablar, alcanzaría con su mirada desde la hierba del suelo hasta las ramas de los árboles.
El hijo de Kassel Escalante.
—Es natural sentirse impaciente. Pero el señor no parece del tipo de hombres que presionan a su esposa solo por tener un hijo…
—…Soy yo quien lo presiona.
—No me sorprende. Las mujeres Pérez siempre exigen lo que es suyo con orgullo.
—Lo único que le preocupa a Kassel es que soy frágil.
—…¿De verdad? Pero si nunca la había visto tan saludable en mi vida.
—A sus ojos, soy frágil.
Inés apoyó la barbilla en el alféizar de la ventana y murmuró con desgana.
—Bueno, considerando que el señor Escalante es visiblemente más alto y corpulento que la mayoría de los oficiales de la marina… supongo que para él usted es pequeña y adorable.
—¿Quién es pequeña y adorable…? Si ni siquiera me llega al hombro.
—¿Quién más? ¡El amor del señor Escalante!
Con una exclamación exagerada y un tono claramente burlón, Juana le frotó las mejillas a Inés, quien se apartó con fastidio y miró por la ventana.
—Averigua cuándo mi madre se ausentará de la mansión en Mendoza. Tendré que traer al médico allí. Aquí, todo se reportará al duque.
—De acuerdo. ¿Llamo a la doctora de la vez pasada?
—Sí. Ah, y…....
—¿Sí?
—¿Recuerdas dónde guardamos las cartas que Kassel me envió cuando estaba en campaña hace unos años?
—Sí. Están en la mansión de Mendoza.
—Tráelas también.
—Pero si ni las miró antes.
No hacía falta que lo dijera. Ya se sentía bastante culpable por ello. Inés fulminó a Juana con la mirada antes de cerrar los ojos con pesadez.
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Era tarde en la noche. Raúl terminó de organizar los libros de contabilidad y se fue a la cama a deshoras. Desde que Alfonso, ese viejo, se marchó a Mendoza siguiendo a Inés, llevaba semanas soportando una carga de trabajo excesiva.
Seguramente, antes de su llegada, Alfonso manejaba todo por sí solo y eso era suficiente. ¿Quizás fue un error haber creado un puesto de ayuda bajo el título de ayuda de cámara? A veces, no era el cargo el que hacía a la persona, sino la persona la que hacía el cargo.
Gracias a ello, Raúl Valan se encontraba cubriendo tanto el puesto que él mismo había creado como el vacío dejado por otro. Su señor, Kassel, seguía sin necesitar demasiados cuidados, pero desde la época en que Alfonso estaba presente, se había acostumbrado a usar a Raúl como su asistente personal. Alondra, quien llevaba la administración real de la residencia, tenía una forma generosa de manejar los asuntos, la mansión era lo suficientemente pequeña como para que las cuentas a veces no cuadraran.
El hecho de que la casa fuera pequeña solo significaba menos trabajo para los sirvientes que realizaban tareas menores. Sin embargo, el nombre ‘Escalante’ atraía a diario todo tipo de invitaciones, cartas y regalos, Raúl era el único encargado de revisarlos. Si él y Alondra fueran contemporáneos como Alfonso, seguramente habrían podido dividir el trabajo de manera equitativa, pero Alondra, con su sonrisa afable, no dudaba en explotarlo sin el menor atisbo de culpa.
Decía que lo veía como un hijo, terminó tratándolo como tal.
A pesar de todo, Raúl encendió una vela perfumada que Alondra le había dado en secreto, suspiró y se cubrió los ojos con el antebrazo.
El aroma era agradable.
Mientras inhalaba la fragancia, sus párpados comenzaron a cerrarse lentamente, la somnolencia lo envolvió.
Hasta que un estruendoso golpe en el techo lo despertó de golpe.
Raúl se incorporó instintivamente, cargó la pistola que guardaba junto a la cama y salió al pasillo. Alondra estaba allí, con una expresión atónita. Otros miembros del servicio también parecían haber escuchado el ruido, pues se percibían movimientos en otras habitaciones.
—Raúl, ¿qué ha sido eso?
—Alondra, no salga de su cuarto. Kara, tú también entra. ¡José! ¡Mario!
Gritó llamando a los sirvientes mientras corría por el pasillo. El ruido había venido claramente del segundo piso, donde Kassel dormía solo.
José fue el primero en reaccionar y, apresuradamente, se puso los pantalones antes de seguir a Raúl a toda prisa.
Justo cuando subían las escaleras.
¡BANG!
Un fuerte disparo resonó en la silenciosa mansión, sacudiendo la tranquilidad de la madrugada. Tras el estruendoso ruido, hubo un breve y sofocante silencio, como si el aire hubiera desaparecido.
Raúl, con la pistola firmemente sujeta en la mano, intercambió una mirada con José antes de continuar subiendo.
El pasillo estaba vacío. Todas las puertas permanecían cerradas.
Sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
‘Entraron por la terraza desde el principio’
Cada paso que daba solo empeoraba las imágenes que su mente conjuraba del peor escenario posible.
Le hizo una señal a José y abrió de golpe la puerta del dormitorio.
El viento le golpeó la piel antes de que pudiera enfocar la vista.
La habitación estaba tan fría como el exterior.
Instintivamente, su mirada pasó de largo la cama vacía y se fijó en la terraza, donde las cortinas ondeaban con violencia.
Kassel estaba de pie junto a la barandilla, observando hacia abajo como si algo hubiera caído.
Su camisa de lino blanco estaba empapada de rojo.
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