Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 198
Por Recuerdo A Priori (4)
—Este es el salón donde recibirás a tus invitados. Si son tus invitados, los traerán aquí automáticamente.
—Esta es tu biblioteca. Me dijeron que te gustan los libros, ¿verdad? Crié a dos hijos y ninguno los usó, así que llevan acumulando polvo por más de diez años. Úsalos tanto como quieras. Y aquí está tu sala de meditación. He escuchado que eres muy devota. Rezar con diligencia es algo bueno. Esta es tu habitación para la ropa, aquí está tu baño privado, estas son las habitaciones para los invitados que puedan quedarse…...
Las explicaciones de Isabella parecían interminables mientras avanzaba por la mansión. Cortinas perfumadas, cojines de seda, alfombras nuevas, muebles recién pintados con un sutil olor a barniz, íconos religiosos de oro, todo dispuesto con armonía. Todo había sido cambiado por ella.
Lo único que parecía haber quedado intacto eran los libros antiguos. Todo lo demás se había renovado en torno a Inés. Y no solo eso, aunque el tercer piso estaba destinado a la pareja de jóvenes nobles, el espacio que realmente pertenecía a Kassel se reducía a su dormitorio y a un despacho simbólico. En la práctica, todo era territorio de Inés.
—Fue difícil adivinar tus gustos, así que pedí muchos consejos a Duquesa Valeztena. Preguntarte directamente habría sido más fácil, pero quería sorprenderte.
—No sé cómo agradecerle, Isabella. Ha preparado demasiado. No era necesario que todo fuera nuevo.
—Bueno, mi hijo, el que te llevaste, no es precisamente un objeto nuevo. Así que al menos los muebles que usarás deberían serlo.
Isabella siempre hablaba con un tono tan amable que era fácil pasar por alto sus palabras inesperadamente inquietantes. Inés, sin darle mayor importancia, le sonrió antes de seguirla, pero en su mente quedó flotando la duda.
Después de escucharla, empezó a sentirse culpable por no haber pasado ni una sola noche en la mansión ducal de Mendoza hasta ahora.
—Aquí está la habitación de Kassel, justo enfrente está la tuya. Son habitaciones gemelas, con el mismo diseño y estructura.
Inés empujó la puerta entreabierta del dormitorio de Kassel y entró. A pesar del enorme tamaño de la habitación, su interior era tan sencillo que parecía austero. Una cama, una mesa con dos sillas, un sofá alargado junto a la ventana y un par de cómodas pegadas a la pared. El resto del espacio estaba casi vacío.
Solo la gran ventana con vista al jardín hacía que la habitación valiera la pena.
Por mucho tiempo, Kassel había vivido en la estrecha casa de Calstera con un montón de pertenencias acumuladas. Ahora, su dormitorio en la mansión de Mendoza estaba desolado. No había término medio en él.
—Cuando tenían 16 años, decidimos que este piso sería para ustedes como pareja y trasladamos la habitación de Kassel aquí. Si ese chico insensible no se hubiera marchado a El Redekia al año siguiente, ya tendrías a mis nietos corriendo por estos pasillos.
Isabella chasqueó la lengua con desaprobación, pero enseguida su rostro se iluminó de nuevo.
—Aquí no hay mucho que ver. Ese muchacho solo viene aquí a dormir y pasa el resto del tiempo en el campo de entrenamiento. Vamos a tu habitación.
—Sí.
La habitación de Inés, a diferencia de la de Kassel, era simplemente impresionante.
En su primera vida, había disfrutado de lo lujoso y había pasado suficiente tiempo en la corte como para estar acostumbrada al esplendor, pero incluso ella se quedó momentáneamente sin palabras.
Los altos árboles del jardín trasero se veían como una pintura a través de la enorme ventana. La luz dorada del atardecer entraba con elegancia en la habitación.
Todos los muebles, desde la cama hasta los más pequeños, eran de un marfil luminoso, mientras que las paredes tenían un tono azul celeste de baja saturación que aportaba calma en lugar de excesiva vivacidad. La alfombra oscura equilibraba la claridad de los objetos y añadía un aire de sofisticación. Todo estaba dispuesto en perfecta armonía.
Era evidente que no se había escatimado ni un centavo en la decoración.
—Isabella, no sé cómo agradecerle tanto esfuerzo.
—¿No crees que los colores son demasiado claros?
—No, me encanta la luminosidad.
—Me preocupaba porque antes parecías preferir colores oscuros… Pero el día de la misa nupcial te vi con tonos claros y pensé que realmente te favorecían. También escuché de Alondra que en Calstera empezaste a vestir prendas más claras, así que elegí estos colores. Me preocupaba que no te gustaran.
—Se preocupó sin razón. Me conoce mejor de lo que cree.
—¿Qué te parece la vista? Como el jardín trasero tiene una mejor perspectiva, decidimos que tu habitación fuera esta. Kassel dijo que le daba igual.
Era tan propio de Kassel. Nunca peleaba por nada.
—A mí también me daba igual, pero me gusta este lado.
—Ves, todos opinamos lo mismo. Ah, María.
—Sí, Duquesa.
—Tráela.
Mientras Isabella daba órdenes a la doncella, Inés tocaba las cortinas y admiraba la vista.
La habitación era tan hermosa que podría compararse con la de la princesa heredera.
Si el nombre 'Mendoza' no le trajera recuerdos de peste y muerte, vivir aquí no sería algo tan malo.
Inés estaba tan impresionada con el buen gusto de Isabella que empezó a considerar cómo replicar esta habitación en Esposa.
Dado que Kassel estaba en proceso de discutir su retiro, no podrían vivir en la casa de Calstera para siempre. Tenía que pensar en un plan alternativo.
Desde que decidió no dejar a Kassel, comenzó a imaginar una nueva vida en Esposa.
Si se esforzaban, en unos años pasarían más tiempo allí que en Mendoza. Podrían dejar la casa de Calstera como una residencia de verano y visitarla durante las vacaciones…
Quizás era un pensamiento romántico algo absurdo, pero Inés no podía evitar sentirse nostálgica por su pequeño hogar en Calstera.
Era el único lugar donde realmente se había sentido en casa. Antes de eso, solo había estado de un sitio a otro, sin un lugar propio.
—Inés, mira quién está aquí.
Se escucharon pasos acercándose. Antes de poder responder, Inés giró la cabeza hacia la puerta.
Y por un momento, se quedó sin palabras al ver a la persona que entraba.
—Señora.
—¡Juana!
Un nombre tan familiar brotó de sus labios como un reflejo. Caminó rápidamente hacia Juana y la atrajo hacia sí en un abrazo. Desde su pecho, se escapó una risa suave.
—Me sigue resultando extraño llamarla señora, Inés.
—Juana, ¿cómo es que estás aquí?
—Kassel me lo dijo. Que en el castillo Pérez había una doncella que había crecido contigo.
—Ah…
—Me insistió en que si venías a Mendoza, necesitarías tenerla a tu lado.
Ahora entendía por qué Raúl Valan no había puesto resistencia al separarlas. Le incomodaba un poco saber que Kassel y Raúl compartían más información sobre ella de lo que había imaginado. Sin embargo, la alegría de volver a ver a Juana era mucho mayor que cualquier otra preocupación.
—Desde que partiste a Calstera, esta debe ser la primera vez que se reencuentran. Charlen un poco. El duque no volverá hasta la cena.
—Se lo agradezco mucho, Isabella.
Cuando Isabella y las otras doncellas salieron, quedaron solo ellas dos. Juana, como si hasta ayer hubiera estado a su servicio, comenzó a soltar con naturalidad el lazo de su vestido mientras charlaba con entusiasmo.
—¿Le ha sentado bien el aire de Calstera? Su rostro luce más radiante que antes, Inés. ¡Y esta habitación brilla aún más! Es completamente distinta a esa cueva oscura en la que la hacían quedarse en el castillo Pérez.
—No puedes llamar cueva a la habitación de tu señora.
—Todo esto es un gran detalle. No solo enviaron por mí hasta Pérez, sino que la duquesa ha preparado estos espacios para usted con tanto esmero… Estoy realmente feliz por usted.
—Sí, se ha esforzado mucho.
—¿Sabe qué? ¡Hasta mi habitación es lujosa!
—Si te tratan así, debería agradecerle especialmente a la duquesa. Pero dime, ¿Cómo lograste venir? ¿Y qué pasó con Mateo?
Mateo era un comerciante con el que Juana había estado involucrada desde hacía tiempo. Era hijo de un jardinero de Pérez, lo que lo colocaba en una posición social distinta a la de una doncella. Sin embargo, su atractivo físico y su complexión fuerte le ganaban la admiración de muchas cada vez que entraba en la mansión. Era Juana quien terminaba enfurecida de celos.
—No me lo mencione. Si pudiera, lo mataría…
Inés conocía bien el carácter apasionado de su criada, por lo que había esperado que se quedara en Pérez y se casara sin problemas. Aunque siempre había sido un ángel para ella, su manera de amar era tempestuosa y destructiva.
—¿Otra vez, qué hizo?
—Ese bruto solo sabe atraer a las mujeres…
—¿Cómo se atrevió a hacer algo así contigo?
—¿Qué dice, Inés?
protestó Juana con fingida inocencia mientras le quitaba el vestido. Luego tomó una bata de entre la ropa ya preparada.
—Soy una mujer pequeña e inofensiva. Solo un poco desconfiada.
Una pequeña paranoica sería más acertado.
—Te lo advertí desde hace tiempo. Deberías haberte quedado con Raúl. Él es más noble y mucho más leal.
—Raúl Valan es demasiado astuto. Me irrita que siempre esté un paso adelante de mí, ¡encima es más joven!
—Pero harían buena pareja.
—En el trabajo nos llevamos bien, pero no sé… Por más pulcro que se vea ahora, cuando lo miro, sigo recordando al niño flacucho que era antes.
Mientras hablaba, Juana le ayudaba con la bata de manera natural. Inés, ya acostumbrada, alzó los brazos para ponérsela sin dificultad. Una vez frente a ella, Juana empezó a abotonarle el pecho con dedicación, murmurando en voz baja.
—Siempre lo supe. Cuando se casaran, ustedes dos se llevarían bien.
—Sí, sí, Juana. Tú siempre tienes razón.
—Por muy lista que sea, en lo que respecta a usted misma, mi opinión y la de Raúl siempre han sido más acertadas.
—Lo que tú digas.
Era lo mismo que Raúl le había dicho antes. La misma certeza. Como si se hubieran puesto de acuerdo. Daban ganas de reír.
—Capitán Escalante no se atrevería a hacer nada. ¡Le tiene miedo!
—¿Miedo de mí?
—Le ha temido desde que era un niño.
—Vamos, hasta lo dejé en libertad. ¿Acaso no fui magnánima?
—Más que magnánima, fue cruel. Simplemente no le interesaba en absoluto.
—Tu ruptura te tiene completamente descontrolada.
Inés chasqueó la lengua mientras se sentaba en el diván junto a la ventana. Juana se acomodó a su lado y tomó su mano con naturalidad, examinando con ojo crítico sus uñas. Su tono fue firme cuando dijo:
—Cuando usted no estaba interesada, era una cosa. Pero ahora que lo está, será diferente. Usted es una mujer de Pérez. Nosotras no perdonamos la traición. Amamos hasta morir.
—¿Nosotras? No me metas en tu categoría. Tú eres aterradora.
—No se preocupe. Usted es lo suficientemente inofensiva.
—Deja de hacerme ese tipo de cumplidos raros. Además, Kassel ni siquiera merece ser dudado.
—Aunque lo diga con tanta frialdad…
—No, no es eso… Quiero decir que no hay razón para dudar.
—…….
—Kassel ya me ama.
—…¿No habrá intercambiado su alma con otra persona?
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