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Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 197

Por Recuerdo A Priori (3)




Isabella se quedó momentáneamente desconcertada ante la respuesta serena y honesta de Inés, pero pronto estalló en una gran carcajada.


—Entonces, ¿quieres decir que tú tampoco querías separarte de Kassel?

—…….

—¿Eh?

—Sí, así es… Algo así.


Nada más decirlo, sintió que se le trababan las palabras, pero una vez pronunciado, reconoció que admitirlo no tenía mayor dificultad. Sin embargo, el simple hecho de hablar sobre Kassel de esta manera, no con él sino con otra persona, le resultó extraño. Se dio cuenta de que nunca antes había expresado algo así ante alguien más. La sensación de que podía hablarlo con otra persona le resultaba extrañamente novedosa.

Como si estuviera viviendo por primera vez.

Inés bajó la mirada hasta la punta de sus zapatos, que apenas asomaban por debajo del vestido. Qué torpe se sentía.


—Entonces, eso es aún mejor. En esta etapa, incluso una breve separación puede hacer que surjan sentimientos más profundos. Cuando lo vuelvas a ver después de un tiempo, probablemente lo encontrarás aún más encantador.

—¿De verdad?

—Además, tú ni siquiera tendrás tiempo para echarlo de menos. Nosotras estaremos tan ocupadas que no tendremos un momento de respiro. El que estará desocupado todas las noches, rumiando su soledad, será él… Pero, bueno, eso no es nuestro problema. Dejémoslo que se consuma un poco solo por ahora.


Inés no podía imaginar hasta qué punto Kassel podría consumirse aún más. Las palabras de Isabella sonaban como si dijera: "Encendamos una chispa en aquella casa y esperemos a que el fuego se propague por todo el pueblo". Sin saber que del otro lado el fuego ya había comenzado.


—Si no se hubiera alistado, no estaríamos en esta situación.

—¿No te agrada que Kassel esté en la marina?

—No es que me desagrade… Es que me preocupa. ¿Qué padre o madre se sentiría tranquilo sabiendo que su hijo arriesga la vida?

—Lo entiendo. Seguramente fue muy angustiante durante su primera misión.

—En ese momento, más que preocupación, lo que sentí fue frustración.

—¿Por qué no intentaste retenerlo en Mendoza?

—¿Y cómo iba a lograrlo? Después de haber visto con mis propios ojos cómo murió su abuelo, él siguió adelante sin dudar. En fin… Inés.

—Sí.


De repente, Isabella se detuvo en medio del pasillo, haciendo que Inés también se detuviera. Las criadas que las seguían a una distancia prudente frenaron en seco, con pasos apenas audibles.


—Cuando Kassel regrese… ¿Podrías, tal vez, intentar convencerlo?

—¿Convencerlo de qué?

—Nunca le he dicho esto a mi esposo ni a Kassel… Pero cuando se embarcó en su primera misión, no pude dormir ni una sola noche.

—…….

—A veces, tenía sueños terribles. Siempre, sin excepción, soñaba con mi hijo cubierto de sangre, muriendo ante mis ojos. Las pesadillas comenzaban de cualquier manera, pero el final siempre era el mismo. Mi hijo moría. Eran sueños horribles, tan vívidos… Yo me veía allí, como un fantasma en medio del campo de batalla, incapaz de hacer nada mientras lo veía morir.

—…….

—Desde que su flota partió del puerto, cada día se hizo interminable. Fueron casi doce meses. A veces llegaba una breve carta desde alguna escala en altamar, pero cada vez que la abría, en vez de sentir alegría, solo pensaba: 'No tengo ninguna garantía de que él siga vivo en este momento'. Para cuando leía sus palabras, la carta había sido escrita hacía más de un mes.


Las cartas que Kassel Escalante enviaba desde los puertos donde hacía escala no solo iban dirigidas a su madre, sino también a su prometida, Inés.

Pero al abrirlas, no había mucho que leer. Unas pocas líneas escritas con su impecable caligrafía, asegurando que se encontraba sano y salvo, que la situación en la guerra no era desfavorable y que en Mendoza podían estar tranquilos. Al final, siempre incluía una breve bendición: 'Deseo que tú también estés bien'

Las últimas palabras, escritas con apuro, solían ser más borrosas. Aun así, jamás dejaba de incluir esa despedida.

En retrospectiva, se daba cuenta de que Kassel, en los escasos momentos que tenía para escribir, se esforzaba por demostrarle respeto y cortesía a su prometida, igual que lo hacía con su madre. Después de todo, el estado de salud de un prometido en guerra no solo era un asunto personal, sino también una información de importancia pública.

Inés recordaba bien con qué expresión solía leer esas cartas.

Sí. Las abría con indiferencia, pasaba la mirada rápidamente por su contenido sin mucho interés y luego las dejaba sobre la bandeja sin darles mayor importancia. No le interesaban. Sabía que Kassel Escalante, a sus veinte años, regresaría vivo de la guerra. Lo sabía con certeza.

Lo peor que podría pasarle era volver con heridas o con varias muertes a sus espaldas, pero seguiría vivo. Por eso, ni siquiera sentía la necesidad de preocuparse o dedicarle un solo pensamiento.

¿Cuántas veces lo había mirado como una persona, en lugar de como un simple hecho inevitable?

¿Y a los demás?

Mientras observaba el rostro afligido de Isabella, Inés no podía dejar de recordar su propia expresión insensible cuando deslizaba las cartas de Kassel sobre la bandeja, sin pensar en lo que significaban para él.

Sintió una punzada de náusea.

Mientras Kassel Escalante, en algún rincón de alta mar, se apresuraba a escribir solo unas líneas y hacía todo lo posible por enviarlas a Mendoza, aquellas palabras tenían para algunos el mismo peso que el mundo entero.

Y ella jamás lo entendió.

Si Juana no hubiera guardado esas cartas separadamente, habrían sido quemadas junto con todas las demás correspondencias inútiles dirigidas a la casa de Valeztena.

Y si se hubieran convertido en cenizas hace tiempo, probablemente ahora no podría sostener la mirada de Isabella con firmeza.


—Cada noche era una pesadilla. Aunque no soñara, dormir se convirtió en un tormento. Cada vez que cerraba los ojos, temía que Kassel muriera… Hasta que, al final, me asustaba incluso acostarme en la cama. Así que pasaba las noches en un sillón. Pero aun así… igual terminaba soñando.

—…….

—Quizás pienses que exagero solo por un sueño.

—No, Isabella. Hay veces en que ciertos sueños se sienten más reales que la propia realidad.

—Sí, tienes razón.

—Por eso, Isabella… te entiendo.


Al parecer, la sinceridad en la mirada de Inés llegó hasta Isabella, pues sus ojos nublados se iluminaron levemente. Con un gesto casi maternal, comenzó a acariciar las yemas de los dedos de Inés, como si estuviera tranquilizando a una hija pequeña.


—Kassel también lo entenderá. ¿Por qué no intentas decírselo directamente?

—Kassel lo descartará sin más, diciendo que son preocupaciones inútiles. La última vez que le mencioné que su ausencia me causaba ansiedad y que no lograba dormir bien, se apareció con una lista de nombres de tés que, según él, ayudaban a la relajación. Incluso me sugirió que los probara, como si fuera a solucionarlo todo. Dice que no tiene razón alguna para preocuparse.

—…….

—Desconsiderado. ¿Desde cuándo es apropiado que un hijo le diga a su madre que si muere, será simplemente la voluntad de Dios y que no debe afligirse por ello?

—Tal vez… solo quería tranquilizarla.

—Según él, si alguna vez muere, todos los demás habrán muerto también. No sé si esperaba que me sintiera aliviada porque su destino sería el mismo que el de los demás, o qué demonios pretendía decirme con eso.

—…Supongo que quiso decir que confía plenamente en que no morirá.


Si al menos le mostrara a su madre una mínima parte de la ternura con la que coqueteaba con Inés, jamás se atrevería a soltar semejantes palabras. Inés chasqueó la lengua, irritada por la dureza con la que Kassel trataba a su propia madre.


—De todas formas, no quiero ponerte en una posición incómoda. Solo piénsalo… El príncipe heredero pronto contraerá matrimonio, después vendrán los herederos.


Por supuesto, Isabella no podía dejar de burlarse mentalmente de Óscar, quien, a sus 28 años, se pavoneaba con aires de auténtico adulto.


—Su Majestad también está comenzando a considerar a la siguiente generación. La presencia de los Escalante en la corte es más imprescindible que nunca. Si Kassel se retira del servicio y se establece en Mendoza, sería el momento perfecto… Quién sabe, si tú también prefieres Mendoza, quizás puedas persuadirlo.

—Ah…...


Si Kassel terminaba retirándose y estableciéndose en Mendoza por su propia voluntad, sería otra historia. Pero la idea de atraerlo allí solo para que terminara desempeñando un papel secundario, cuidando de asuntos ajenos, era algo que Inés no deseaba. Además, Mendoza nunca llegaría a gustarle más que Calstera.


—La Emperatriz también está ansiosa por verte. En cuanto supo que hoy regresarías a Mendoza, pidió que te unieras a ella para el desayuno de mañana.


Inés no pudo ocultar su expresión de incomodidad. Isabella, divertida, dejó escapar una risa.


—Es comprensible que al principio resulte difícil tratar con ella.

—Sí. Es solo que… me resulta intimidante. Y, como sabes, no estoy muy familiarizada con Mendoza.


Fingir timidez frente a la bondadosa Isabella la hacía sentirse despreciable. Sin embargo, dada la vida que había llevado, era natural no estar al tanto de todo.


—Puede que no sea muy expresiva, pero aprecia enormemente a Kassel. Por lo tanto, también te tratará bien a ti.

—…Entiendo.

—De hecho, la emperatriz fue quien me pasó esta información en secreto.


Isabella bajó la voz repentinamente, lo que hizo que Inés se inclinara instintivamente hacia ella.


—El emperador planea lanzar una ofensiva a gran escala contra los piratas del Estrecho de Alaba. Hace poco, esos bastardos atacaron y hundieron siete barcos mercantes.

—Sí, por eso en Calstera también se han movilizado algunos buques.

—Su Majestad estaba tan furioso que, en plena reunión, le arrojó un tintero al príncipe Óscar y le ordenó que convirtiera el archipiélago de Las Santiago en un desierto inhabitable.

—Ah.

—Inicialmente, tenía pensado poner a cargo al coronel Noriega, pero este ha presentado su renuncia varias veces por motivos de salud.


Inés no necesitaba oír más para entender lo que venía. Kassel ya había jugado un papel crucial en una expedición anterior para erradicar a los piratas de Las Santiago. Sin embargo, en su memoria, todo esto había sucedido mucho más tarde.


—Así que Su Majestad decidió confiar la misión al nuevo almirante, quien le presentó una lista de oficiales recomendados. Entre ellos, está Kassel. Planean ascenderlo a comandante y darle el mando de la Cuarta Flota.

—Pero su división actual…

—Pensé que, a lo sumo, lo relegarían a un puesto en la retaguardia. Pero, ¿quién sabe qué pasa por su cabeza? La emperatriz intentó interceder, pero el emperador simplemente lo descartó. Argumentó que, si Kassel lograba consolidar su posición dentro del ejército, podría ser un apoyo crucial para Óscar en el futuro. Y a menos que Kassel se negara rotundamente…....

—Entonces…....

—La operación está programada para finales del verano, así que no pongas esa cara, Inés.


Pero, aun así, todo estaba sucediendo demasiado rápido.


—Si Kassel expresa su intención de retirarse antes de esa fecha, todo se resolverá. Su regreso a Mendoza también beneficiaría al príncipe Óscar, la emperatriz lo desea aún más.

—¿Kassel sabe sobre esto?

—Todavía no. De todas formas, cuando lo sepa, lo tomará con la misma indiferencia de siempre y simplemente hará lo que le ordenen. Es increíble lo obstinadamente recto que es… igual que Duque Calderón.

—Entonces, Isabella… aunque yo le diga algo…....

—Dudo que le entusiasme la idea de morir y que luego tú termines casándote con otro hombre.

—…….

—Así que ese es el punto en el que deberías insistir. Dile cómo cambiarán tus planes si él muere.


Isabella le dio unas palmaditas en el hombro y luego, con un gesto, la instó a seguir caminando. Inés, mirando con incredulidad la nuca de Isabella, la siguió en silencio.

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