Mi deseo son dos camas separadas 61
¿Qué es lo más aterrador de la Torre de Magia? (1)
Traducción Coreano-Español: Asure
Hacía mucho tiempo que no veía a su padre ni a su hermanastra, siguiendo las advertencias del doctor de que eran un peligro para él.
Al menos, su madre, Milady, lo visitaba una vez cada seis meses.
Pero incluso ella siempre estaba tensa. Si él, por casualidad, respiraba un poco más fuerte de lo habitual, ella reaccionaba con un leve estremecimiento instintivo.
Al darse cuenta de esto, Endymión había empezado a rechazar esas visitas desde el año anterior. Le pareció ineficiente continuar con algo que no era cómodo para ninguna de las dos partes.
Para él, su madre y el doctor no eran diferentes. Separado de ella desde los dos años, no sentía absolutamente nada por ella. Ni cariño, ni añoranza, ni nada de lo que, según los libros, uno debía sentir por la familia.
El mundo de los libros y el oscuro y estrecho mundo en el que vivía eran demasiado distintos.
En aquellas páginas llenas de palabras, lo único que Endymión comprendía era la monotonía, el silencio y la soledad. Ese estado frío, sin emociones ni cambios.
Se hundió en esas sensaciones que le eran más familiares.
Así pasaron los años, sin que pronunciara una sola palabra en todo el día.
Clank. Clank.
El sonido familiar de los cerrojos asegurándose resonó débilmente. Luego, el ruido de pasos apresurados, como si huyeran con miedo, se desvaneció en la distancia.
Y así, dentro de aquel lujoso palacio, sellado herméticamente, quedó completamente solo.
‘……’
El cálido calor que había sentido hace un momento se enfrió rápidamente.
Endymión cerró la mano, como si intentara aferrarse a aquella sensación efímera, como un espejismo.
Pero pronto, sus dedos, que habían apretado con fuerza, se relajaron y se abrieron lentamente.
‘De repente…’
Sin expresión alguna, contempló el techo en silencio antes de cerrar los ojos.
Ese día, el frío le caló hasta los huesos.
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Aquel día tampoco tenía nada de especial.
Comió la comida preparada por los sirvientes, que se movían como sombras sin cruzarse con él, y leyó libros en su habitación, siempre impecablemente limpia.
Por la tarde, practicó esgrima hasta quedar empapado en sudor. No tenía maestro, pero gracias a los manuales y a una buena espada, había dominado todas las técnicas hasta el nivel intermedio. Su cuerpo, bien desarrollado para su edad, también le servía como un excelente apoyo.
'Sería bueno tener con quién entrenar'
Endymión, recién salido del baño, sacudió su cabello mojado y murmuró para sí mismo. Sin un maestro ni un compañero de entrenamiento, su progreso parecía estancado, como si estuviera atrapado.
'Pero claro, eso nunca pasará'
Pensando con indiferencia, Endymión se dejó caer sobre el sofá.
Desde que tenía dos años y apenas podía hablar, había estado confinado en aislamiento. La profunda calma, tan silenciosa que parecía ensordecedora, se había vuelto parte de su vida.
Pero aquel día, un frío insoportable lo envolvió por completo. Levantó un brazo y cubrió sus ojos.
'…La maldición'
Un motivo más que justificado por el cual el joven príncipe heredero estaba encerrado en lo más profundo de aquel vasto y majestuoso castillo.
La familia real de Semele llevaba en su sangre una maldición que se manifestaba de forma aleatoria en cada generación.
Los miembros de la realeza que nacían con la maldición eran extraordinarios en todos los aspectos desde el momento en que venían al mundo: una belleza inigualable, una fuerza sobresaliente, una inteligencia brillante y un cuerpo formidable.
Eran, en esencia, seres perfectos, tan deslumbrantes que algunos creían que llevaban en sus venas la sangre de Dios Dynamis, fundador de Semele.
Pero esa bendición no era más que el principio de la tragedia.
La maldición absorbía la fuerza vital.
No importaba si era una persona, un animal o una planta; cualquier ser vivo que entrara en contacto con el portador de la maldición terminaba perdiendo su vida, debilitándose poco a poco hasta morir.
Los antepasados de Semele mantuvieron esta maldición en el más absoluto secreto. Si la verdad salía a la luz, la estabilidad de la monarquía podría verse en peligro.
Por eso, no podían investigar ni buscar una cura de forma abierta. En cuanto se confirmaba que un miembro de la realeza estaba maldito, era aislado de inmediato. Pensaban que, si lo dejaban solo, evitarían que siguiera matando a su alrededor.
Sin embargo, la maldición era aún más cruel. Si no tenía otras vidas de las cuales alimentarse, comenzaba a consumir la suya propia.
A medida que el cuerpo crecía, el poder de la maldición se intensificaba. Por eso, todos los príncipes y princesas malditos terminaban muriendo antes de alcanzar la adultez.
La familia real hizo todo lo posible por ocultar el problema.
'¡Esto es una deshonra para el poderoso reino de Semele! ¡No podemos permitir que esta debilidad se haga pública!'
'¡Exactamente! Además, no es como si esto ocurriera con frecuencia. Mientras solo lo sepan el afectado y sus padres, nadie más debe enterarse'
Así, la verdad se mantuvo oculta por generaciones.
Hasta que un día, el rey y la reina de Semele murieron en un accidente, y el joven príncipe heredero ascendió al trono. Y, desafortunadamente, fue entonces cuando la maldición despertó.
'¡Aaaah!'
'¡P-por favor, su majestad, tenga piedad!'
Debido a la tardía manifestación, la maldición se presentó con una intensidad brutal. No solo provocaba la muerte de quienes lo rodeaban, sino que el propio rey comenzó a asesinar con sus propias manos.
Se volvió un monarca sanguinario que sumió el continente en la guerra y el caos.
Pronto se extendió el rumor de que el rey de Semele había enloquecido. Se convirtió en el tirano más temido de la historia.
La familia de nobles leales al trono trató desesperadamente de romper la maldición. Pero ninguna medicina funcionaba. En su desesperación, contactaron en secreto con la Torre de Magia y trajeron a un mago de su propia familia, con la esperanza de que la magia pudiera ser la solución.
Pero ni siquiera la magia pudo hacer frente a la maldición. Al principio pareció que el mago lograba controlar la situación, pero fue solo una ilusión. Finalmente, murió de forma repentina, y el rey se volvió aún más incontrolable.
Afortunadamente, el monarca maldito murió al año siguiente, cuando su propia vida fue consumida por la maldición.
Sin embargo, el daño ya estaba hecho.
Semele tuvo que esforzarse enormemente para reparar su relación con la Torre de Magia tras la muerte del mago. También tomó mucho tiempo restaurar el reino, que había quedado bañado en sangre.
Lo único positivo que salió de aquella crisis fue que, a partir de entonces, la realeza comenzó a investigar la maldición en secreto.
Los nobles más leales, descendientes de una familia de académicos de renombre, tomaron la responsabilidad. Aunque no pudieron encontrar una cura, establecieron un sistema para manejar a los príncipes y princesas malditos de la mejor manera posible.
Desde el momento en que la maldición se manifestaba, el afectado era separado y confinado. También se implementó un entrenamiento especial para ralentizar la absorción de la energía vital de los demás.
El resultado fue que la velocidad de la maldición disminuyó. Siempre que se evitara el contacto directo, incluso podían mantener conversaciones con otros durante un tiempo limitado.
Pero eso no era una solución definitiva.
El hecho de que consumían la vida de otros no cambiaba, al final, todos los afectados por la maldición morían antes de llegar a la adultez.
La familia real intentó romper ese ciclo con desesperación. Como la medicina y la investigación científica no servían, su última esperanza fue la magia.
Pero la Torre de Magia se negó a ayudar. Utilizaron como excusa la muerte del mago en manos del rey maldito y dejaron claro que no volverían a involucrarse con la maldición.
Así que Semele no tuvo más remedio que mentir. Dijeron que los príncipes malditos no eran más que personas con una constitución débil, afectadas por una enfermedad congénita que los llevaba a la muerte prematura.
Y los ocultaron en lo más profundo del castillo.
Los encerraban, esperando ansiosamente el día en que murieran.
Así fue como los príncipes malditos pasaban sus últimos días en la soledad y la oscuridad del palacio.
Al principio, Endymión no entendía nada. Pero a medida que creció y fue sometido al entrenamiento de control, empezó a comprender la verdad.
Él era la causa de todo.
Él era el maldito.
Su primera víctima fue su gato. Luego, su caballero de mayor confianza y su niñera. Todos ellos cayeron enfermos poco a poco y acabaron abandonando el palacio.
Todos murieron por su culpa.
Y ahora, él mismo estaba muriendo debido a la maldición.
'Entonces… ¿debo seguir viviendo así?'
Hasta el día en que muriera y todo terminara.
Endymión bajó el brazo y murmuró. Su voz carente de emoción resonó en la habitación vacía antes de desvanecerse en el silencio.
'.......'
En realidad, por eso lo había dicho en voz alta.
Si se repetía a sí mismo que viviría así hasta la muerte, ¿tal vez su corazón reaccionaría de alguna manera?
'A-alteza… ¿acaso siente algo?'
'¿A qué te refieres?'
'T-tristeza, confusión… ¿Nada? ¿O quizás ver a estos animales temblar no le provoca ninguna emoción?'
'No. Nada en absoluto'
Aunque lo había leído en los libros, Endymión no sabía qué era una emoción. Nunca la había sentido.
Lo más parecido que había observado eran los gestos del doctor, la persona con la que pasaba más tiempo. A veces, el hombre estiraba las comisuras de los labios; en otras ocasiones, sudaba y fruncía el ceño.
A diferencia de su propio rostro, siempre frío como un trozo de metal reflejado en el espejo, las expresiones cambiantes del doctor le parecían interesantes. Sin embargo, no entendía por qué ocurrían ni qué sentimientos exactos las provocaban. Tal vez porque solo lo veía una vez al mes.
Endymión pensó por un momento y luego habló.
—Tengo una pregunta.
Preguntó qué era una emoción.
El doctor palideció.
—Ah… Me temo que podría haber un problema en el sistema nervioso simpático... No. No, olvídelo. Probemos con un entrenamiento de interacción constante.
Después de eso, el doctor nunca volvió a hablar del tema.
Así fue como Endymión supo que había algo extraño en él.
Se vistió con movimientos mecánicos y se quedó de pie en medio de la habitación durante unos minutos.
—Parece que hace frío.
Miró a través de la ventana transparente. Era una tarde luminosa, el sol brillaba y no era invierno. Sin embargo, el frío seguía envolviéndolo.
Se puso una bata gruesa, pero la sensación no desapareció.
Tras un breve momento de duda, abrió la puerta con triple cerradura.
Clic.
Curiosamente, salir al pasillo resultó más fácil de lo que pensaba.
Los sirvientes invisibles evitaban su presencia con desesperación. Sin embargo, al mismo tiempo, bajaban la guardia.
Como Endymión nunca se había rebelado ni intentado escapar en todos esos años, los sirvientes a veces dejaban caer las llaves por descuido mientras limpiaban.
No tomó ninguna de ellas, excepto la llave maestra.
Los sirvientes, sin darse cuenta, seguían creyendo que las cerraduras estaban intactas.
Pak. Pak.
Endymión caminó a través del frío y vacío pasillo. Aún era de día, por lo que los sirvientes debían estar por ahí.
Recordó que en su último entrenamiento de interacción, el límite de contacto había sido de 20 minutos.
—Dar órdenes desde lejos debería estar bien.
No tocaría a nadie. Solo necesitaba unos segundos para decir que encendieran la chimenea.
Apretó la bata gruesa contra su pecho, tratando de resistir el frío que se colaba en su interior. Luego descendió al primer piso, un lugar extraño para él, ya que nunca había salido durante el día.
—La decisión... ya debería estar tomada.
Desde abajo se escuchaban voces.
Endymión redujo la velocidad de sus pasos mientras bajaba las escaleras.
—¿Qué? ¿Matrimonio?
En el vestíbulo principal, el mayordomo jefe exclamó con incredulidad.
Con una mirada impasible, Endymión observó la escena.
Junto al mayordomo estaba el doctor, que había llegado dos semanas antes de lo previsto.
—Shh, baja la voz. Aún no se ha anunciado públicamente.
—L-Lo siento mucho, pero… ¿no es esto imposible? ¡Ni siquiera puede tocar a ningún ser vivo! ¿Cómo puede casarse?
Endymión se detuvo en seco.
Estaban hablando de él.
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