Anillo Roto: Este matrimonio fracasará de todos modos 154
Las brasas están en todas partes (31)
—…¿Esa mujer, la conoce Inés?
—Señorita Inés estuvo en el mismo lugar que ella solo una vez, hace un tiempo. Según tengo entendido… es decir, probablemente no la conozca bien. Pero ese día, en esa ocasión, insinuó con mucha habilidad su cercanía especial con el señor…...
Kassel murmuró una maldición en voz baja, y la mujer se detuvo por un instante. Sin embargo, pronto esbozó una leve sonrisa, como si disfrutara de la hostilidad de Kassel hacia Señora Montes.
—…Esa mujer atrajo todas las miradas aquel día. Se comportó de manera muy familiar con Señorita Inés.
—…….
—Y, aun así, cuando la señorita Inés no estaba presente, iba presumiendo como si hubiera tenido varios encuentros secretos con Capitán Escalante sin que ella lo supiera. Por supuesto, decía que debía mantenerse en secreto…
—…….
—Hipócritamente, decía que era ‘por el bien de Señorita Inés’.
—…….
—Las señoras de más edad la ignoraron completamente a sus espaldas. Decían que el señor nunca desviaría la mirada de la Señora Escalante. Que cualquiera podría ver que él le había entregado su corazón por completo a Señorita Inés.
—…Y sin embargo, aquí estás, dudando incluso después de oír eso.
Como si el hecho de que alguien a quien ni siquiera conocía anduviera presumiendo de haberse acostado con él no fuera gran cosa.
Pero la mujer estaba demasiado ocupada delatando apasionadamente a Señora Montes como para notar el desprecio en la mirada de Kassel.
—Si se trata del afecto y el respeto hacia Señorita Inés, ¿qué no dirían las demás? Yo, por supuesto, estuve de acuerdo con ellas. Pero hubo quienes pensaron que todos fingían no saber nada solo por el bien de Señorita Inés.
—…….
—Se dice que Capitán Escalante dejó de disfrutar de la vida nocturna después de casarse, pero esto es Calstera. Antes de la boda, solo circulaban rumores sobre él en Mendoza de vez en cuando, así que después del matrimonio simplemente no tenía razón para buscar mujeres de Calstera. No porque sintiera algo especial por Señorita Inés…
—…….
—Pero, al parecer, conforme se fue agotando con la vida matrimonial, acabó tomando la mano de Señora Montes. Eso fue lo que dijeron. Y quien lo dijo fue una amiga de Señora Montes. Ella se aprovechó de eso y se vanagloriaba de ser la única amante de Señor Escalante después de su matrimonio…
—¿Cuándo?
—¿Perdón?
—¿Desde cuándo dice que se acostó conmigo?
Ella se sonrojó como si hubiera escuchado la expresión más vulgar posible. Sus ojos dulces se movieron con timidez, echando una furtiva mirada a la cama, lo cual a Kassel le pareció repulsivo.
Se atrevió a apuñalar por la espalda a Inés fingiendo ser su amiga.
—Dijo que la noche del banquete en honor al nuevo Almirante.
—…….
—Dijo que fue en ese momento. Que después de que el señor desapareciera repentinamente del banquete… tuvo su primer encuentro secreto con usted.
Kassel soltó una carcajada afilada.
—Ah. Esa noche.
—¿Era verdad?
La mujer preguntó con inquietud, como si en el fondo hubiera esperado que él desmintiera el rumor. Como si, en realidad, nunca hubiera creído en las palabras de señora Montes.
Kassel torció los labios mientras la miraba a los ojos.
—¿Por qué no le preguntas a Inés? Pregúntale dónde estaba yo esa noche.
—Ah…….
La mujer frente a él, la que en algún lugar trataba de hacerse pasar por cercana a Inés mientras insultaba con mentiras a su esposo, todas ellas… le daban ganas de estrangularlas. Era repulsivo lo poco que sabían su lugar. No tanto por lo que le hacían a él, sino por lo que osaban hacerle a Inés Escalante.
Si no fuera por Inés y sus invitados al otro lado de la biblioteca, esta mujer ya estaría en el fondo del mar, arrojada desde los acantilados de Logorno… o lanzada frente a un carruaje en marcha. Maldición. Solo el hecho de que este insecto le estuviera provocando tales pensamientos lo llenaba de una autodesprecio que jamás había sentido en su vida.
Esta mujer no era nada más que una sombra de Inés. Una frágil e insignificante sombra a los ojos de Kassel.
Pero, a la vez, le parecía una bestia dispuesta a devorarla a la menor oportunidad.
Así que por eso.
—¿Así que estaba con Señorita Inés aquella noche…? Lo sabía… Me parecía una mentira. Desde el principio confié en el señor. Aunque los demás se rieran de mí, yo sabía que era imposible. ¿Lo entiende?
‘Porque esta cosa ni siquiera parece humana’
Kassel bajó la mirada y observó su propia camisa, aún aferrada por la mano de la mujer.
—La próxima vez, cuando Señorita Inés y esa mujer estén presentes, yo misma le preguntaré y aclararé todo esto. Así su honor......
—No sé si volverás a hablar con Inés alguna vez.
Kassel apartó su mano bruscamente. La mujer parpadeó rápidamente, tan absorta en delatar a Montes que parecía haber olvidado que estaba siendo despreciada.
Hasta que, de repente, se aferró desesperada.
—Yo… yo no tengo nada en contra de Señorita Inés. De todas las señoras que he conocido, ella es la más noble y admirable… La respeto y la admiro.
Era un respeto escalofriantemente genuino.
Adoptando sus gestos, su ropa, escurriéndose en su habitación para codiciar a su esposo, y aun así pronunciando con tanta naturalidad palabras de admiración.
Todo en ella.
Porque a pesar de que Kassel, que decía amar a Inés hasta la ceguera, estaba celoso de Señora Montes… en ningún momento estuvo celoso de su propia esposa. Porque, para él, Inés Escalante era inalcanzable.
En cierto modo, esta mujer sí conocía su lugar. Odiaba y despreciaba a Señora Montes, pero en el fondo quería ser como ella. Aunque admirara a Inés, al final era de la misma calaña que Montes.
—…Si la respetaras más, acabarías apuñalándola por la espalda.
—¿Apuñalarla? Por Dios… Señor, por favor, escúcheme.
Ella susurró desesperada, aferrándose a él. Llevaba el cabello y el vestido como Inés, y temblaba con la cabeza gacha… Kassel no pudo apartarla con violencia.
Si la empujaba con brusquedad y se lastimaba, aunque fuera un poco, temía sentir que había herido a Inés con sus propias manos. Temía ver su imagen superpuesta a la de ella.
Pero ella se aferró aún más fuerte a su brazo.
—Señora Montes… Es evidente que no podría soportar a alguien como la señorita Inés a su lado. Junto a ella, se vería aún más vulgar y patética. Pero yo… Señorita Inés…
—…No me interesa lo que sientas. Solo quiero que desaparezcas sin hacer ruido, porque me repugna que alguien como tú ronde cerca de mi esposa.
—Señor…
—Me pregunto cuántos maridos dejarían que un parásito como tú se quedara cerca de su esposa.
—…….
—Hablando de maridos, me da curiosidad…...
—¿Eh?
—El tuyo, ¿qué tipo de hombre es?
—…….
—¿Un hombre que te abrazaría aun cuando arrastres su nombre por el suelo?
—…….
—Si es así, tal vez debería encargarme de él primero.
La mujer titubeó, abriendo y cerrando los labios. Kassel ni siquiera sabía su nombre.
La mujer que afirmaba ser su única amante era solo un nombre sin rostro para él. Qué irónico.
—Mi esposo… él…....
—No vuelvas a pisar esta casa. Y ni sueñes con aparecer donde esté Inés.
—¿Cómo podría hacer eso…? Señorita Inés es el centro de toda la sociedad de Calstera.
—Si quieres seguir llamándote señora en tu propia casa y conservar un mínimo de dignidad.
Cuando Kassel intentó avanzar con paso decidido hacia la puerta, ella lo siguió apresuradamente.
—Yo… jamás le haría daño a Señora Inés…...
—Y dices eso después de haberte colado en su habitación como una rata. Con Inés y tus amigos justo al otro lado del pasillo. Eres puro veneno.
—¡¿Pero qué podía hacer yo?! En Mendoza… siempre deseé acercarme a usted, pero usted siempre estaba en Calstera. Apenas pasaba una temporada al año en Mendoza… ¡Aun así, seguí esperando, esperando que alguna vez me mirara! Creí que nunca se casaría… pero de repente, de la noche a la mañana, se casó…
Kassel se quedó momentáneamente inmóvil, sorprendido por el tono de ella, que no solo era lastimero, sino que parecía reclamarle con injustificada indignación. La manga que ella se aferraba con obstinación temblaba con la vibración de su mano.
—Señor… Yo, al menos, debería haber sido antes que esa mentirosa de Montes… Así es como debería ser.
—No hay un antes ni un después. Si me observabas desde Mendoza, entonces sabías que en aquel tiempo yo prefería morir antes que acostarme con una mujer casada.
—…….
—Y ahora, encima, sabes que tengo esposa.
—Pero ni siquiera aceptaste a ninguna señorita que no supiera nada… Pensé que ahora que tienes esposa, quizás no te importaría estar con una mujer casada.
—…No tienes fin con tus disparates.
—No tenía otra forma de venir a Calstera, donde estabas, más que casándome con un oficial… Me casé solo por usted, Kassel. Claro que sé que no puedo compararme con la señora Inés… Lo sé, pero después de todo, lo que pasa entre marido y mujer… entre un hombre y una mujer…
—Cállate.
—No importa cómo me trates… Amas a la señora Inés, ¿cierto? Ella es una mujer virtuosa, no conoce deseos como los tuyos. Por favor, trátame como si fuera ella. Puedes desahogar en mí todo lo que no puedas con ella.
—Cierra la boca y desaparece. Antes de que mi esposa te vea.
—De hecho, vi que estabas excitado… ¿Qué podría hacer Señora Inés por usted en pleno día? ¿Acaso pondría sus nobles labios ahí? ¿Se levantaría las faldas bajo esta luz?
Los ojos de la mujer brillaban con una locura desquiciada. Kassel sintió que le faltaba el aire, incapaz de gritar o de armar un escándalo. Si la echaba afuera en ese estado…
—Preocuparte por Señora Inés es una tontería, señor. Ella no se aferra a cosas triviales como esta. Incluso cuando escuchó los rumores sobre Montes, dijo que, aunque fueran ciertos, no le importaban.
—…¿Qué?
Kassel, que hasta ese momento la había estado apartando con las manos, sujetándola casi como si le atara las muñecas, entrecerró los ojos.
—Por supuesto, si supiera que la tonta Señora Montes empezó a hablar de un romance desde aquella vez, cuando su propio esposo estaba claramente con ella en la fiesta del cuartel general, seguro que se reiría…...
—Lo de antes.
—¿Eh?—
—Lo de antes. Repite.
—Dijo que no le importaba mucho.
—…….
—Si a usted le hacía feliz…
El rostro de Kassel se enfrió al instante.
Y justo en ese momento, como si fuera una cruel coincidencia, la puerta del dormitorio se abrió.
—……Ah.
—…….
—Disculpen.
"Disculpen". Kassel vio con extraña lentitud a Inés darse la vuelta en la puerta y salir. Dentro de su cabeza, su voz pareció resonar con burla. "No me importa". "No le presto atención".
Sintió que la sangre hervía hasta la cabeza y, en un instante, toda se desplomó hasta sus pies. Como si estuviera muriendo de fiebre, todo su cuerpo se enfrió.
A dónde vas. ¿A dónde demonios crees que vas, dejándome aquí? Maldición, maldita seas, Inés Valeztena.
Se le nubló la vista de furia. Kassel avanzó con tres o cuatro pasos y atrapó a Inés en el pasillo.
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