La Princesa Monstruosa 59
Banque del Palacio Imperial (3)
En cuanto entraron en la sala del banquete, se vieron inundados por tremendas miradas. Los rostros de las princesas y los prÃncipes que habÃan entrado antes también estaban asombrados. Los nobles también hacÃan ruido. Al ver a la Primera Princesa y a su compañera Judith, todos se dieron cabezazos y cuchichearon entre ellos.
Judith retrocedió ante la repentina avalancha de miradas y voces.
"Levanta la cabeza y estira las caderas".
le dijo Arbella, manteniendo la mirada fija en el frente de la sala.
"Y sonrÃe".
Judith miró a Arbella. Casi simultáneamente, Arbella miró a Judith.
"Mira, qué brillante es".
Las deslumbrantes luces de los ornamentos enjoyados y las lámparas de araña que llenaban la sala del banquete se esparcieron sobre la sonrisa de Arbella.
Era verdaderamente... deslumbrante.
Judith se sintió como si estuviera soñando mientras era arrastrada por el salón de banquetes de la mano de Arbella. No era consciente en absoluto de los ojos que la miraban. No habÃa sensación de temor o ansiedad.
Al cabo de un rato, oyó voces que anunciaban la posición de las reinas, pero sus ojos y oÃdos sólo estaban abiertos al sonido de la hermosa música y a la hermosa Arbella que veÃa ante ella.
Mientras tanto, Killian, de pie en un rincón de la sala de banquetes, vio a Arbella y Judith y dejó escapar una risa superficial.
Killian entró ante ellas y recibió muchas miradas con mucho interés. Al hacerlo, un bajo soliloquio brotó de sus labios.
"No creà que realmente trajera a la Cuarta Princesa como compañera, pero...".
Desde hacÃa algún tiempo, la Primera Princesa habÃa hecho muchas cosas que estaban fuera de sus previsiones. Eso le hizo preguntarse, y eso la hizo interesante.
No respondas a partir de ahora. No tienes que enviarme más cartas para saludarme. No voy a leerlas.
Mientras lo hacÃa, le vino de pronto a la mente un recuerdo del pasado, y Killian inclinó la taza que tenÃa en la mano.
Le recordó una carta que habÃa recibido un dÃa hacÃa mucho tiempo, cuando él y la Princesa habÃan hablado verbalmente de su compromiso. Aunque nunca habÃan intercambiado cartas amables, sólo comprobando la seguridad del otro una vez al mes más o menos, Killian todavÃa tenÃa que sentirse un poco extraño cuando una carta asà llegaba de la nada. Por un lado, estaba perplejo.
Kilian le preguntó si se habÃa equivocado y por qué, pero Arbella no volvió a responder. Asà que esa seguÃa siendo quizás la mayor pregunta de la vida de Kilian.
Y hasta el dÃa de hoy, la pregunta seguÃa sin respuesta. Aunque no sabÃa la razón, Killian seguÃa guardando la última carta enviada por la princesa Arbella.
Recientemente, el estado de ánimo de Killian habÃa sido aún más extraño que antes, por alguna razón.
El otro dÃa, en la convención de caza, vio que Arbella parecÃa haber intimado con Bobby Montera, que era uno de sus futuros prometidos. A Killian eso le parecÃa muy molesto. Eso no significaba que no hubiera tenido presente el pasado durante todo este tiempo, pero Killian no sabÃa lo que era ese tipo de sentimiento.
Killian miró con extrañeza la espalda distante de la Primera Princesa Arbella. Su mirada no le alcanzaba hoy. Tal vez, pensó, por eso la miraba más.
Mientras tanto, oyó por fin un grito más potente que nunca en la entrada de la sala de banquetes.
"¡Su Majestad Imperial el Emperador Cedric y la Emperatriz Sharel entren!"
Una sonrisa aún más clara se dibujó en los labios de Arbella.
Ah, por fin entraban los actores principales de hoy.
Todos los nobles de la sala de banquetes inclinaron la cabeza. La familia real también se inclinó cortésmente hacia el sol y la luna, los más altos del imperio.
"Que todo el mundo levante la cabeza".
Las palabras del emperador cayeron finalmente al llegar al centro de la sala de banquetes. Arbella obedeció de buen grado. Como princesa, se situó en un lugar desde el que podÃa ver al emperador y a la emperatriz más cerca el uno del otro.
En una secuencia natural de acontecimientos, sus miradas se posaron en la Primera Princesa Arbella y en la Cuarta Princesa Judith, que estaban a su lado.
"Primera Princesa..."
Vio que la firme boca de la emperatriz Sharel temblaba finamente. La cara del Emperador Cedric también se volvió frÃa.
Era natural, ella habÃa traÃdo la parte vergonzosa de la familia imperial, que todos habÃan estado tratando de ocultar, ante todos con impunidad.
"Padre, madre. ¿Habéis venido?"
Arbella los saludó con naturalidad. Y, por supuesto, el emperador y la emperatriz no podÃan regañar a Arbella en presencia de tantos aristócratas.
"¡Que comience el banquete!"
exclamó el emperador Cedric, abriendo los labios que se le retorcÃan, y luego se dirigió a su asiento superior, agitando la capa con cierto desenfreno.
Todos le abrieron paso y se inclinaron.
Era un hecho del que Arbella era consciente desde hacÃa tiempo, pero se encontraba un poco peor. Y nunca pensó en ese hecho como una debilidad que habÃa que ocultar. Eso le permitió reÃrse como una niña que habÃa realizado con éxito una travesura entre la desconcertada realeza.
"Oh, qué diablos. Es verdad".
Y ahà estaba otro con vena rebelde, Ramiel, que también se reÃa entre dientes al ver las caras de los presentes.
Al principio, se sintió incómodo al ver a Judith acurrucada junto a Arbella, pero ahora no estaba tan enfermo como esperaba.
"Es muy divertido, como dijo Arbella".
Pronto la música, que se habÃa detenido durante un rato, volvió a recorrer la sala del banquete.
La locura de Arbella aún no habÃa terminado.
"Judith, ¿bailamos?"
Una voz suave resonó a través de la música.
Judith, que habÃa inclinado involuntariamente la cabeza desde que el emperador y la emperatriz entraron en la sala del banquete, miró rápidamente a Arbella. Con una sonrisa más hermosa que las flores y joyas que decoraban la sala de banquetes, Arbella la miró con ojos amables.
El rostro de Judith se iluminó poco a poco. Arbella habÃa practicado el baile con ella el otro dÃa en el palacio de Judith, y debÃa de recordar lo que habÃa dicho valientemente.
"¡SÃ...!"
Una sonrisa de felicidad apareció en el rostro de Judith.
Las palabras de Arbella eran ciertas. En una situación extraña, entre extraños, Judith no tenÃa miedo de nada gracias a Arbella.
Se cogieron de la mano.
En ese momento, el mundo de Judith cambió de forma silenciosa pero segura, como nadie podÃa negar. Eran, con diferencia, las dos protagonistas de este banquete.
***
En aquel momento, Gerard estaba absorto practicando la esgrima que habÃa aprendido durante el dÃa. Últimamente, todas las noches habÃa estado trabajando su fuerza fÃsica, y empuñar una espada era una rutina a la que Gerard se habÃa acostumbrado.
Afortunadamente, Gerard tenÃa talento, aunque acababa de aprender esgrima con un caballero llamado Sir Rombel a instancias de la Primera Princesa Arbella. Su cuerpo fÃsico ya habÃa sido entrenado hasta cierto punto, por lo que, una vez asimilados los conceptos básicos, fue capaz de crecer a una velocidad que sorprendió a todos.
Sin embargo, inevitablemente empezó a aprender espada formalmente mucho más tarde que otros chicos de su edad, por lo que decidió practicar el doble que los demás. Además, cuando recordó lo que habÃa experimentado el otro dÃa cuando estaba fuera del Palacio de la Primera Princesa, su sangre se concentró en su cabeza incluso mientras dormÃa.
En aquel momento, la magia del Primer PrÃncipe Ramiel que se balanceaba frente a él era poderosa, y Gerard estaba desnudo sin una sola arma en las manos. La magia que habÃa aprendido de lado apenas era magia comparada con la que usaban los magos de verdad. Por eso era demasiado burda para competir con ella. Le ocurrió lo mismo cuando escapó de los humanos y las bestias que lo cazaban en el bosque, y de nuevo cuando intentó escapar de la Sala de la Noche Blanca.
Gerard apretó los puños, mordiéndose la impotencia muchas veces después de aquello. Las uñas se le clavaban en la carne hasta dejarle cicatrices, pero no sabÃa que le dolÃa. Algunas noches no podÃa dormir por un sentimiento de autohumillación tan grande que rivalizaba con su sensación de impotencia.
"Por eso tienes que quedarte conmigo al menos los próximos cinco años, quieras o no. Esa fue la condición para que te sacara de la Sala de la Noche Blanca".
De hecho, cuando Arbella le dijo eso a Gerard, sus sentimientos no fueron de frustración o decepción. Con el pretexto de una realidad inevitable, confiaba en poder quedarse aquà más tiempo.
Aquà habÃa alguien que le decÃa que estaba bien estar cerca de ellos.
De hecho, la mansión Lassner nunca habÃa sido un hogar al que tuviera que volver.
Asà que...
"Pero si no te gusta estar a mi lado y quieres irte después de cinco años... Entonces no me importa que desaparezcas de mi vista sin decir una palabra".
Más bien, cuando Arbella dijo eso, sintió que su corazón temblaba.
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